Estoy harto de este sentimiento de que debo indemnizar al mundo por mi existencia. Primero porque me hacía pis encima y olía, después por el pecado original del que me anoticiaron en la escuela católica, después por mis propios pecados; mientras crecía entendí que también era por mi carácter fuerte, después por ser argentino, después por ser extranjero, después por tener miedo, ahora por existir. En mis primeras novias creía haber encontrado a alguien que me iba a aceptar, quizás guiar en el camino de mejorar, e incluso inspirarme para encontrar la paz que tanto necesitaba y que todavía no alcanzo, pero tantas veces pasaron cosas que me hicieron sentir mal de ser yo
mismo, con mis defectos y limitaciones. No hay nada peor que recibir una crítica fundamentada, sobre todo si es algo en lo que hemos estado trabajando y creíamos haber tenido cierto éxito en forma de algún progreso. Esas recaídas nos duelen, nos hacen sentir fracasados, impotentes, frustrados. Con nosotros mismos. Y si encima herimos a alguien que nos importa, empezamos a creer que todos esos que nos rechazaron o criticaron en el pasado, tenían razón.
Casi
permanentemente tengo la sensación de no merecer el aire que respiro, los títulos que ostento, el dinero que guardo, las amistades que atesoro, la moto que manejo. Y mucho menos cualquier tipo de elogio. Siento que los que me conocen me soportan a pesar de mis infinitos y imperdonables defectos, y que los que no me soportan tienen toda la razón y es cuestión de tiempo para que de ese grupo sean todos.
A
veces, sobre todo ahora que fue su cumpleaños y me recuerda que no es inmortal, tengo miedo de que la única que realmente me quiere es mi mamá, mientras que el resto del mundo se mantiene a la distancia necesaria. Me pregunto cómo se siente estar cerca de mí.
Cada
tanto se me da por ir a EICMA, la muestra de motos en Milán que se hace todos los años a principios de noviembre. Esta vez decidí darle una vuelta de rosca y en lugar de hacer como otras veces, que iba y volvía prácticamente en el día, fui un par de días antes y me quedé un par de días después. En total visité Brescia, Milán y Piacenza. Milán, aunque ya había estado varias veces, siempre me había resultado insulsa, pero esta vez se ve que algo por fin me corrió el velo y entendí por qué hay que admirarla. No voy a decir si el asesino fue el mayordomo; me limito a recomendar una visita. En eso estaba la semana pasada y me encontré descubriendo Piacenza, al norte de Italia, y mientras caminaba vi una iglesia chiquita y linda, como todas las iglesias en Italia. Cuantos artistas desconocidos nos han regalado su saber hacer con las maravillas, chiquitas y grandes, que se encuentran de a miles en las iglesias.
Entré y me senté al fondo para poder observar la arquitectura y los feligreses. Me encanta observar a la gente y jugar a adivinar sus motivaciones para estar ahí. En la fila de adelante, unos asientos a la izquierda, había un señor muy mayor y también muy alto para los 80 o más años que me pareció que tenía. Estaba vestido muy elegante pero como sin proponérselo. Tenía un perfil agradable, honesto, decidido. Miró la hora, pero se quedó sentado. No me quedó claro si estaba esperando a alguien, quizás a la esposa que terminara la confesión, o si tenía que ir a algún lado, o si simplemente tuvo curiosidad de ver la hora, como a veces hacemos por reflejo. El reloj era de aguja y tenía un par de décadas, seguro. Cuadrante de oro, brazalete de cuero. Elegante y acertado para la circunstancia. Sin fecha ni cosas raras: horas y minutos, y listo. El hombre tenía una bufanda negra que le combinaba con el abrigo, camisa blanca y un pulóver azul.
Salí de la iglesia preguntándome cómo me veré yo a su edad, si llego. Y qué recuerdos tendré. Si estaré satisfecho de mi vida, o si todavía estaré luchando esta sensación de vacío que últimamente me hace tanta sombra. ¿Habré escrito alguna poesía? ¿Algún libro, por fin? Hace muchas lunas, cuando abrieron el Spinetto Shopping en Buenos Aires, trabajé vendiendo postres helados y en mis ratos de ocio experimenté escribiendo algunas estupideces en verso, algunas no demasiado feas. Quedaría muy linda la anécdota si dijera que ahí y entonces me picó lo de escribir, pero la realidad es que lo hago desde que tengo 8 años o algo así.
Me preguntaba, entonces, si habré escrito algún libro. Espero que sí. Sería estúpido haber estado en tantos lugares y llevarme lo que sea que haya aprendido, sin haberlo compartido con nadie. No es que mis conocimientos o experiencias sean tan valiosas, pero son mías, y de puro vanidoso quisiera saber que alguien aprendió algo que vino de mí, de mi visión del mundo y de las cosas.
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