domingo, 11 de noviembre de 2018

delirios de primavera

Sé que soy demasiado nostálgico, y cualquier revisión de mi vida encontraría que no pocas de mis dificultades se originaron en esa característica de mi visión de la vida, pero igual no puedo dejar de pensar que quiero dejar el mundo mejor de lo que lo encontré, y quiero que alguien lo note y piense en mí cuando disfrute de los beneficios de mi existencia.
En el siglo XVIII Montesquieu afirmaba:
"Las leyes son relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas."
Esto coincide un poco con lo que escribió Borges para Clarín unos 250 años más tarde, a propósito del retorno de la democracia y las elecciones para presidente en Argentina:
"Mi Utopía sigue siendo un país, o todo el planeta, sin Estado o con un mínimo de Estado, pero entiendo no sin tristeza que esa Utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre sea justo, podremos prescindir de la justicia, de los códigos y de los gobiernos. Por ahora son males necesarios."
Siempre lo pensé. Y voy más allá: la democracia no es el mejor de los sistemas. Darle a un ciudadano común la batuta, aunque sea indirecta ("el pueblo no gobierna sino por medio de sus representantes"), para decidir en temas de economía, salud o seguridad, por poner algunos ejemplos no menores, es tan estúpido como elegir por factores como simpatía al doctor que haga un transplante de corazón. Y ahí es donde entra el muy bastardeado concepto de elitismo. Si necesito un transplante, quiero al mejor doctor, no al que le parezca a la mayoría. Si estoy en un avión al que le falló un motor, quiero al mejor piloto, no el que todos votaron por hacer la mejor campaña. La democracia será una buena idea, pero ha probado no ser aplicable a un mundo donde cualquier imbécil, ladrón o ignorante puede acceder a un cargo sin examen previo de sus facultades. Basta con convencer a la mitad más uno y voilà!... presidente. Aunque no sepa escribir, quién fue Roca o por qué el populismo no es bueno. Y acá estoy, en la democracia argentina, tratando de construirme un futuro. Es más, tratando de construirme un presente.
Por un lado miro lo que dejé, todavía demasiado fresco en la memoria como para hacer la vista gorda cuando algo me lo recuerda. La limpieza, el orden, el bienestar económico, un estado que busca crear las condiciones para el emprendimiento privado, previsor, estructurado, organizado. Por el otro, por esa inercia que uno acumula en 16 años de ausencia, tengo que lidiar con mis delirios de que cuando alguien me dice que viene a las 4, va a estar a las 4 y 5 a más tardar, o va a avisar con suficiente antelación. O que si sopla una brisa, la plaza no va a aparecer cubierta de envoltorios de plástico y papel. Que no va a pasar un policía con el arma reglamentaria colgando del cinto, en una moto sin patente, espejos o silencioso de escape, y sin portar casco, por el medio de una plaza llena de chicos a no menos de 30 km/h. Y precisamente ése es el que tendría que estar controlando que los demás no hagan precisamente eso. Pero ¿en serio es un delirio? Escucho siempre que "este país" es así, que no estamos en el primer mundo, que no va a cambiar nunca.
El 16 de agosto de 2002, cuando me bajé del avión en Arlanda, el aeropuerto de Estocolmo, salí de la terminal y quise cruzar la calle, todos los autos pararon inmediatamente apenas me acerqué al cordón de la vereda. En la primera de mis vueltas a casa, el 27 de diciembre de ese mismo año, comenzó una aventura muy peligrosa: lograr ese comportamiento en Argentina. Empecé a cruzar en las esquinas exclusivamente, a respetar los semáforos a rajatabla, a no parar porque vinieran autos, a no dejarme amedrentar, y no ceder mis derechos. Porque, por si no lo saben, la ley de tránsito argentina es excelente (tiene defectos, sí, pero en general es muy buena) e incluso no difiere en mucho de la ley de tránsito sueca.
Y me putearon. Y me insultaron. Y me tiraron el auto encima. Y se enojaron.
Y pararon.
Porque resultó que por la crisis del corralito muchos fueron, aprendieron y volvieron. Y comenzaron a jugarse la vida igual que yo y a intentar mejorar cosas como esta, sobre todo, que son gratis. Y resulta que hoy, 2018, uno puede cruzar la calle casi sin mirar, solamente por una cuestión de sentido común, pero ya no miedo. No hubo que cambiar ninguna ley, ni gastar un peso, ni hacer demostraciones que pisan los derechos de los demás, ni descuartizar el idioma con pseudo-neologismos. Está todo ahí, escrito en la Ley; solamente hay que hacerle caso. Hay que hacer lo que en mi opinión es lo que distingue a un país avanzado de uno que es una payasada: achicar la distancia entre la teoría y la práctica. De chiquito circulaba una frase: "las reglas están para romperlas". Qué imbécil el que la dijo, qué imbécil era yo por considerarla, y qué imbécil el que lo haga. Por suerte (y mucho esfuerzo y espíritu de superación) mejoré, y por suerte también lo hicieron muchísimos argentinos. Somos legión. Y podemos mejorar más. Apenas está empezando. Pero es que hay tanto por hacer...
Y yo acá con mi proyecto de construir unas cabañas y sacarles renta. Las quiero hacer bien, duraderas y cómodas, Quiero pagar todos los impuestos que deba, quiero obedecer todas las reglas y pedir y obtener todos los permisos que hacen falta. Y después, si el mercado da, quiero obtener beneficios. No quiero que el Estado argentino me exprima como a un limón viejo para pagarle a vagos que no aportan nada a la sociedad pero que son los primeros en hacer ruido cuando la prebenda, el clientelismo y la cleptocracia son desmantelados por un poder judicial haciendo lo que se le paga por hacer, por respetar la misma razón de su existencia. Sólo así puedo pensar en reinvertir, generar empleo, ampliar, innovar... progresar. Yo y los que afecte mi emprendimiento.
El tiempo dirá; yo estoy haciendo mi parte.
Y conste que no mencioné el tema novia.

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