sábado, 17 de noviembre de 2018

llueve, llueve, llueve

45. No hay vuelta atrás.
Sentado en el café al que me gusta ir todas las mañanas, miro a una de las empleadas, de esas que generalmente están detrás de la barra pero a veces sale a atender mesas cuando el local se llena.
Debe tener unos 25 años, y según la luz es linda o muy linda. La cara es de esas que los rasgos parecen estar amontonados en un área más chica de lo normal, ojos al frente, nariz linda y labios de los que uno sueña que lo besen. Se largó a llover muy fuerte y parece que va a durar hasta la tarde.


Mientras me comía el celebratorio cereal con frutas y yogurt pensaba... ¿qué me atrae de ella? Digo, lo obvio, obviamente, me atrae: el cuerpo, la cara, el pelo, su juventud, frescura... Obvio, decía. Pero hay más. Así que cuando llegué a mi cotidiano capuchino con una medialuna es que se me prendió la lamparita. Le vengo dando vueltas al asunto desde hace un tiempo, desde que estuve en Croacia el año pasado con un grupo de degenerados que rondaban los 55 y miraban pendejas de máximo la mitad de su edad. Pero volviendo al presente, lo que se reveló fue que no es el apetito sexual por carne fresca y crocante. Sería disculpable pensar que es eso, pero no. O sea, es eso, pero hay más.
Lo que extraño no es tanto la carne joven de una chica sino los sentimientos que tuve cuando la experimenté de joven. Yo joven. Esa sensación de que me iba a explotar la cabeza y el pecho tanto como los genitales. Hoy, después de las decepciones de la vida, uno se guarda en lo sentimental, o se parapeta, o simplemente se quema y ya no es capaz de abrirse o de sentir como antes. Y la novedad pasó, y para empeorarla, ir a la cama con alguien es un trámite, no un evento. Como cargar la SUBE o meter la clave en el cajero automático.
Según leí, a mi edad tengo la décima parte de la carga hormonal de un chico de la mitad de edad y se nota no sólo en que soy menos calentón, sino que en general estoy muchísimo más interesado en saber lo que me puede ofrecer una mujer linda en términos de compañía, complicidad, intereses comunes, capacidad intelectual, amor y todas esas cosas que siempre me interesaron pero costaba verlas si mis hormonas ponían la música a todo volumen mientras intentaba descular a la persona que recién había conocido. Es difícil ser hombre. Ojalá alguien me lo hubiera explicado.
Extraño el darse tiempo. En aquella época era una mezcla de genuina inocencia, interés por conocerla primero, miedo a un embarazo no deseado y hasta coágulos religiosos. Extraño muchísimo el ir explorándose de a poco, sin quemar etapas, disfrutando las cosas como el que disfruta la lluvia en lugar de apurarse a llegar. Extraño esa sensación de que se alinearon los planetas con esa persona, que hay una chispa que nos da calidez en lugar de un fogonazo, tan cegador como infructuoso. Extraño gustarse de veras, pensarla todo el día, anticipar lo que se viene, planear la tortura. Y extraño sentirme legítimamente vulnerable, sabiendo que me estoy resbalando por el tobogán de los sentimientos que se hacen cada vez más grandes con o sin mi aprobación.
Extraño un beso bajo la lluvia. Quedarse charlando hasta tarde como si la solución a todos los problemas del mundo pasara solamente por hablarlos entre nosotros dos. Verla en penumbras tirada en la cama. Y descubrir que de chicos veíamos los mismos dibujitos.
Así que eso: o asumo mi relativa vejez para lo que busco y claudico, o persigo molinos de viento.
Mientras tanto, y anticipándose a lo que decía el pronóstico, salió el sol.

No hay comentarios.: