Mi cerebro es muy bueno para crear y para ver analogías o relaciones entre cosas aparentemente sin relación entre sí. Pero a veces se me pasan cosas que, en retrospectiva, una vez que las veo no puedo evitar preguntarme cómo es que no me di cuenta antes.
Una de estas situaciones me pasó la semana pasada cuando le expliqué a la novia de un amigo el porqué de un cierto comportamiento de él. Esto fue hace diez días, y sin embargo recién esta mañana creo que le encontré respuesta a una pregunta que venía cascoteándome la existencia desde hace 2 décadas: ¿por qué me separo de mis novias?
El asunto empezó cuando esta chica se quejaba de que el novio está muy obsesionado con el dinero. Y tiene razón. Lo conozco desde hace mucho y ese siempre fue un tema central en su personalidad. Todo lo mide en función de su precio, sin poder distinguirlo de su valor. Nos pasa a todos en mayor o menor medida, pero lo de él es extremo. La explicación es fácil: al no tener un buen criterio sobre lo que determina el valor de las cosas, lo que nos queda es mirar las métricas, lo que podemos comparar objetivamente. El problema surge de que no tenemos un criterio subjetivo (correcto o no, no interesa) en el que confiamos y al que podemos remitirnos para preguntarnos qué es lo que nos gusta, más allá de lo que opinen otros, lo práctico que sea o lo que cueste. Esta falta de conexión con nuestros propios gustos surge muchas veces por haber pasado tiempos de un sufrimiento tal que la única forma de superarlos fue desconectarnos de nuestros sentimientos. El problema es que uno no puede apagar los sentimientos en forma selectiva; no hay un panel de control sectorizado que nos permita no sentir lo malo y seguir disfrutando lo bueno. O apagamos el sistema (o aunque sea lo anestesiamos), o sentimos todo: las alegrías y los bajones. Al usar ese interruptor uno deja de sentirse mal, pero también deja de sentirse bien. Y es muy fácil y normal olvidarse de que existe ese mecanismo. Sin siquiera darnos cuenta la vida se torna gris, sin blancos ni negros, y la única forma en la que podemos sopesar las opciones es recurriendo a esas métricas que mencioné antes: metros cuadrados, kilos, precio. Pero de si nos gusta o no, ni hablar. Y no sabemos cómo preguntarle a nuestro interior si algo nos llama intuitiva, subjetiva y emocionalmente, aunque sea más caro, menos útil, que ocupe más lugar o lo que sea.
Novia, entonces. Sobrevivida la etapa inicial de la novedad, la sorpresa, el cuchi cuchi, la dopamina y todo eso, el enamoramiento da lugar a sentimientos verdaderos como el amor y su oxitocina, la fidelidad, la generosidad y alguna otra cosa. Y es ahí donde mi cerebro entra en acción con todos los pedos posibles y, como ya pasó la etapa de las sensaciones, me enfrento al abismo vacío de sentimientos. No sé si es que no siento, o si siento pero no logro escuchar a mi corazón, pero el tema es que no logro discernir lo que quiero. Mi corazón es como un miembro totalmente silencioso o hasta ausente en esas reuniones de directorio que tengo internamente para tomar decisiones. Los sentimientos no son parte de lo que me empuja en una u otra dirección, así que termino decidiendo con la cabeza. No digo que esto no tenga ventajas, pero hay no pocas ocasiones en que hacen falta otros puntos de vista, y simplemente no los tengo. Ergo, dejé de sentirme (en el sentido de tener sensaciones) bien con alguien y simplemente no le vi más caso a seguir con ella.
Sí soy lo suficientemente inteligente como para saber que las pocas métricas que hay para "evaluar" a una mujer no son lo importante: belleza física, dinero, posición social, you name it. Pero no es lo mismo saber qué no es importante, que saber qué sí lo es, o cómo me siento al respecto. Mi corazón, en esas instancias, no contesta los mensajes, se le quedó sin batería el teléfono, salió a almorzar, se fue de vacaciones, se mudó a otro país.
Perro, curiosamente, me produce amor. Siento amor por él, no hay dudas, y se lo agradezco enormemente. Se lo agradezco tanto que me duele físicamente no poder hacérselo saber, así que hago todo lo que puedo por él, incluyendo salir a pasear con él en lugar de dejarlo en casa e irme a andar en moto. Así de mucho lo quiero.
viernes, 20 de diciembre de 2019
así de mucho
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