No puedo evitar sentir una pequeña molestia por haber caído en ese círculo de quejas de las últimas veces que escribí, en los últimos... 40 años. No es que vaya a ponerme a describir el color de los globos de cumpleaños en un intento de compensar, pero sí voy a hacer el esfuerzo por despejar la cabeza de algunas cosas negativas, y supongo que eso se va a reflejar acá. Sin forzar las cosas, pero con un poco de dirección, timoneo. El maldito libro escrito con crayones podría... tener... razón. Auchi.
La explicación para esto es bastante evidente: a riesgo de sonar arrogante, el hecho es que además de observador soy inteligente, y peor todavía, nostálgico. Revolvé bien y... depresión. Oh, well. Criticar es inevitable; es como un grito en voz baja para hacer catarsis de todo lo que acumulo de tanto observar. Las cosas están mal por dentro y supongo que para no hablar de eso hablo de las que están mal por fuera. No sé, estoy divagando, pero así al tuntún me resulta razonable.
En fin, lo que voy a tratar de hacer es algo que intenté en Alemania y me dio resultado limitado y solamente por un tiempo, pero ayudó a pasar el rato, aunque en retrospectiva sospecho que fue lo que terminó dictando mi salida barra escape barra huida de ese agujero. Consiste en tratar de ignorar lo que pasa alrededor de mí, hacer la vista gorda, dejar pasar las cosas. Concentrarme más en el momento y no tanto en lo que se deriva a largo plazo. Sin embargo...
Hace un par de días alguien me tiró el auto encima. Yo iba a pie cruzando la calle, y el animal que venía de mi izquierda miró si venían autos de su izquierda (mi frente) para doblar a su derecha, sin fijarse en peatones. Casi me lleva puesto a mí y, por supuesto, a Perro. Coincidente y lamentablemente para el animal, llovía, o sea que yo tenía mi paraguas en la mano. Un paraguas precioso, con el tubo principal hecho de fibra de carbono, que me quedó de mi feliz paso por la Fórmula 1 junto con otros souvenirs. Resultado: paraguas 3, auto 0. Catarsis.
Pero no me quejo, no, no. Sigo caminando y llego a otra esquina, esta vez una avenida. Semáforo en rojo para mí. Espero. Viene una moto de reparto por la avenida y otra por la calle por donde yo iba. La de mi calle pasa el semáforo en rojo, la de la avenida dobla a la izquierda. Casi chocan. Lamentablemente Darwin estaba distraído. Sin caer en Schadenfreude, hubiera sido más catarsis.
Extraño la fotografía, lo que me lleva a reconocer que Perro a veces me coarta. Tengo a quién dejárselo, o podría llevarlo conmigo, pero hacer fotos es una disciplina parecida a escribir, donde uno tiene que tener los jugos creativos ya corriendo, y para eso se necesita cierto preámbulo que un pastor australiano... me río solo. Incluso cuando quiero salir con la moto me doy cuenta de que disfruto más el tiempo con Perro en el auto o caminando por ahí, y desisto y salgo a pasear con él. Es una droga. A veces me frustra, creo que más por mis propias expectativas que porque él haga algo "mal", pero las satisfacciones son 1000 veces las frustraciones. Y cuando sí junto suficientes ganas de salir solo y lo dejo con alguien, a la hora de haberlo dejado empiezo a extrañarlo y a planear la vuelta y a reírme pensando en el escándalo que va a hacer cuando nos veamos de nuevo, y en acariciarlo y sacarlo a la plaza. Es mi cocaína, mi oxitocina, mi serotonina... y a baldazos.
Pero hay algo profundamente necesario en andar en moto o en hacer fotografía. Mi mente es una tormenta constante y esas dos actividades requieren concentración, o el resultado es una cagada, en sus diferentes acepciones. Conseguir una imagen que cosquillee el alma a quien la observe requiere perfección técnica pero más que nada intimidad, apreciación, composición, luz, y un equipo que permita plasmar lo que uno ve, no tanto con el ojo, sino con el alma. Para lo demás están los celulares. Andar en moto es una actividad de riesgo donde la mejor estrategia es poner toda la atención en lo que uno está haciendo. Ese nivel de compenetración con lo que uno hace solamente se consigue si uno se saca todo lo otro de la cabeza, aunque sea momentáneamente. Hay un libro/película que se llama "La mujer del viajero en el tiempo", donde el protagonista tiene un defecto genético que hace que viaje en el tiempo incontrolablemente, y le cuenta a su esposa que durante el sexo todo se alinea en su cabeza y los saltos temporales no suceden. Esa tormenta en mi cabeza que mencionaba antes se tranquiliza, y el efecto es duradero. Me bajo de la moto y me siento feliz, relajado, realizado. Como cuando logro producir una buena imagen. Por el contrario, la vida diaria, el lidiar con la estupidez de la gente, las agresiones, las injusticias, las frustraciones... solamente avivan la tormenta, y aunque no existe el paraíso, sí es real que esas dos actividades que tanto me sirven necesitan de cierto contexto donde practicarse, y los riesgos de salir a la calle con una cámara o una moto cara, y los motivos para fotografiar o las rutas donde andar juegan un papel primario. Argentina, así como está, no me convence. Y lo que se viene es mucho peor.
jueves, 5 de diciembre de 2019
F menos 5 días
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