lunes, 28 de diciembre de 2020

Estimado Dr. Ö

Tengo un pedo en la cabeza que me supera. Media docena de terapeutas, años de análisis de todas las escuelas de psicología, mucho² dolor, introspección, preguntas imposibles a amigos y extraños... no solamente no logré superarlo, sino que ni siquiera logré descular qué es lo que me detona dentro mío. Apenas logré acotar un poco el tema a fuerza de especulaciones, pero tengo exactamente el mismo dominio sobre el miedo que despierta que hace casi 30 años cuando lo experimenté por primera vez: cero.
Es así: intelectualmente, y hasta emocionalmente, entiendo que uno no viene a este mundo con el manual de uso del planeta tierra y sus habitantes. Se hace camino al andar, no hay otra. No sé quién dijo que la experiencia es lo más inútil que hay: si es ajena, no le creés al que te avisa, y si es propia, ya es demasiado tarde. Así que no queda más que actuar con cautela y dar lo mejor de uno. Lo importante es lo que uno hace con las experiencias que acumula: o te volvés más sabio, o te volvés el loco de la definición que le tiran a Einstein. Me toma tanto escribir de esto. Si alguien viera cómo lo estoy haciendo, se daría cuenta de que equivale a una charla muy, muy pausada, casi desesperante, que haría Blade Runner 2049 lucir como una de Michael Bay. Como sea, cuando el tema sexual surge, a un nivel consciente no tengo mucho para objetar cuando una persona tiene un pasado (es decir: cada ser humano, a menos que haya vivido en una caja de granola), pero en algún lugar de mi inconsciente la cosa es muy distinta. Hay algo que se dispara, como si se cortaran las amarras de un zeppelin en una tormenta y andá a agarrarlo. Mi cabeza (la amígdala, dicen) empieza una espiral descendente de planteos, hipótesis y replanteos que no hacen más que torturarme. Es una especie de obsesión autodestructiva que me persigue a todas partes sin darme respiro. Es constante, relentless, implacable y agobiante. No he encontrado forma consistente de que me deje en paz. Lo poco que tengo para afrontar los embates de mi cabeza consiste en piruetas semánticas y razonamientos que en el momento de usarlos parece más una conversación con alguien en pánico y al borde del suicidio, con 6 escuadrones de bomberos esperando abajo a que se tire. Sin explicaciones plausibles, sin haber logrado relacionarlo con algún evento de mi infancia, y sin poder explicar siquiera qué es exactamente lo que temo, hay algo que viene de adentro que no escucha razones porque no le interesan, que lo único que intenta es protegerme y sacarme de una situación de peligro, pero que pareciera que solamente mi inconsciente ve.
Por supuesto, el acercamiento obvio a este problema es ver de dónde sale, qué daño tengo en mi psiquis para que un detalle, aunque desagradable, desate semejante tempestad de autodestrucción y me inhabilite para pensar constructivamente. Algo me metieron en la cabeza (y tengo una candidata: mi abuela materna) que hizo que mi amígdala considere que es hora de remangarse la camisa y salir con los tapones de punta a... ¿a qué? Porque no sé y no entiendo cuál es el problema. Como dije al principio: se hace camino al andar, lo entiendo, y en lugar de asustarme de algún detalle que me cuenten tendría que saber que lo que importa es lo que uno hace con las experiencias y qué cosas resuenan con uno y decide seguirlas. Como yo, que adoro andar en moto pero me fastidia bailar. Probé andar en moto: orgasmo mental, así que sigo haciéndolo. Probé bailar: no me gustó, así que no bailo. Ok, no es algo que conlleve ninguna consecuencia moral o ética, lo entiendo, pero si me pongo a pensarlo, tampoco lo es el intentar y ver que eso que "todos hacen", "se usa" o nos convencen de que es "lo normal" en realidad no es para uno, sino que lo que uno busca va por otro lado, o empezar una relación con alguien y descubrir que el otro buscaba otra cosa. En ambas, uno extiende el brazo, levanta la palma de la mano y con un "no, gracias" se da media vuelta y se va. Esas experiencias, aunque desagradables, cumplen la función de escribir las páginas de ese manual de uso de este planeta, manual con el que no vinimos.
Me resulta tan triste estar acá sentado frente al teclado, tratando de articular estas cosas, pensando cada palabra como si fuera a meter mal la clave de mi tarjeta de crédito por 3ra vez. Claramente, algo falló estrepitosamente en mi formación como persona, en varios aspectos, pero ninguno es tan autodestructivo como este tema, creo. Me ha jodido en mayor o menos medida cada relación potencialmente romántica que he empezado. Me quita energía que no me sobra, me sabotea. Para peor, esta constante batalla con mi interior me lleva a dudar de mí mismo, a pelearme conmigo mismo, minando mi autoestima y mi confianza en mi visión del mundo y en las cosas de las que me agarro, esas especies de muletillas que uno tiene para moverse por la vida cuando las cosas se ponen confusas; esas principios básicos a los que uno recurre cuando no sabe qué hacer, cómo juzgar lo que está pasando y necesita tomar una decisión. Esta persona ¿es mala? ¿es buena? ¿puedo relajarme y confiar en ella o mejor la dejo pasar de largo? Cuando hay algo tan profundamente implantado en mi cabeza que evidentemente me sabotea, es inevitable llegar al punto en que no sé si lo que siempre dí por sentado de una forma realmente debería seguir viéndolo así.
Algo un poco menor pero bastante feo es que en situaciones extremas, cuando mi mente se obsesionaba y no paraba de pensar en algo, he llegado incluso a golpear la pared con la cabeza para detener un tren de pensamientos que no hacían más que triturar mi bienestar mental. Tremendo. No se lo deseo a nadie. Un médico me explicaba que es porque el dolor físico es más fácil de procesar que el dolor mental. Tiene sentido. Pulgar para arriba. ¿Y ahora? ¿cómo mongo me lo saco? Ahhh, no sé. Mmm...
Más delicias que resultan de esto... Tengo miedo a quedarme a solas con mi cerebro. Puedo sentirme bien y de pronto el estimado empieza a bombardearme, primero suavecito y disimulado, después más caradura, con pensamientos extremos, imágenes y palabras que me torturan, obligándome a meterme en el detalle de cosas que no deberían ocupar mi cabeza. Tengo miedo de mí mismo.
Algo que no estoy completamente seguro, pero que intuyo que es así, es que tengo miedo a la comparación, porque cualquier comparación la pierdo, obviamente. Si hubo otro, tiene una marca de agua que yo nunca podría alcanzar, y la decepción, tarde o temprano, le va a abrir los ojos y va a dejarme. Esto definitivamente tiene que venir de mi padre, que sacó pasaje de ida a Fuckmykidsland sin, hasta donde me acuerdo, siquiera despedirse. ¿Qué carajo tendrá que ver con mi posible pareja? No sé, pero ahí está el pedo, ocupando una buena porción de mi cabecita apestosa. Preferiría que no lo hiciera, ¿vio?
El miedo al abandono es otro de los regalos de mi infancia y se concatena perfecto con el tema anterior. Esto, curiosamente, es algo nuevo para mí. El saber esto, me refiero, y lo deduje estos días, mientras escribía acá. No tengo un recuerdo concreto de haber hablado con alguien o haberme focalizado en el posible e inconsciente miedo que tengo a ser abandonado, que sería el resultado lógico de ser comparado. Hay un montón de teorías que con los años vinieron y se fueron, pero esta, que en retrospectiva parece obvia, no me acuerdo haberla discutido específicamente. [después de 5 minutos de quedarme mirando el cursor titilando] Siento que alcancé el fondo del vaso.

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