martes, 22 de diciembre de 2020

ya visto

Año 200X, novia. Alguna situación íntima, no necesariamente sexual pero sí emocional. Un traspié, un malentendido, algún miedo a flor de piel y la búsqueda de apoyo y contención de parte de la pareja, de intento (exitoso o no) de comprensión. En mi memoria la historia termina bien; en la mayor parte de las oportunidades ofrecí y recibí el apoyo emocional que hizo falta. No soy fácil de entender y nunca pretendo serlo ni espero ser comprendido. Lo que espero es encontrar resonancia en mi pareja, sentir que soy importante para ella y que mis sentimientos son valorados. Que yo soy valorado. En esto no creo ser diferente a la mayoría.
A veces, sin embargo, uno se encuentra con alguien que no puede, no quiere o no sabe ejercer empatía. Por más que uno esté seguro de estar pidiendo algo razonable y lo explica lo mejor que puede, el otro reacciona para el traste y (pelea o no mediante) surge una grieta que eventualmente podrá puentearse, o podrá agrandarse o sumarse a otras hasta romper la relación. Como sea que resulte, uno se queda pensando si lo que esperaba no era demasiado. Las desilusiones son, después de todo, simplemente función de la diferencia entre la realidad y nuestras expectativas. La realidad puede ser una mierda inconcebible, o nuestras expectativas ridículas, o more often than not una combinación de ambas. De todos modos la duda persiste y se instala una culpa que nos hace pensar que nuestras demandas eran excesivas, que armamos lío innecesariamente... cosas así. Surge la duda de si no tendríamos que modificar algo en nosotros, pedir disculpas, cambiar nuestra postura, aprender a callarnos o a conformarnos con lo que la vida nos ofrece en lugar de esperar la perfección. Y eso sin contar a los que, con más verborragia que sabiduría, nos aconsejan bajar los estándares y traicionarnos a nosotros mismos.
Los años pasan, las relaciones cambian, y puede pasar que uno se encuentra en la misma situación pero con otra persona. Más que un déjù vu. Y de pronto nos agarra esa acidez en el estómago que nos presagia lo que va a pasar, la pelea que se viene, la grieta que se va a generar en el corazón y se traslada a la relación, y otra vez por culpa propia. Excepto que no, no pasa. Esta persona que hoy, 10 años después, tenemos a nuestro lado reacciona fantásticamente. Nos mira a los ojos, nos abraza, nos pasa la mano por el costado de la cara y nos pregunta qué pasa, porqué nos ponemos mal, qué puede hacer por nosotros. Es un bombazo porque ahí nos cae la ficha de que todos esos años que intentamos convencernos de que teníamos que cambiar, modificar nuestra visión de las cosas y nuestras exigencias, fueron una tortura innecesaria originada más que nada en nuestro miedo a quedarnos solos. Teníamos razón desde el principio y una mala pareja (tóxica le llaman ahora) nos indujo a sumergirnos en el error y la auto-tortura. Chiche bombón y LPQTP.
Uno aprende, claro (bah, no tan claro, pero quisiera pensar que yo sí aprendí), e intenta evitar meterse otra vez en un baile parecido. Pero te la regalo cuando las cosas no son blanco y negro, cosa que raramente pasa, sino grises. Como cuando la señorita en cuestión huele a cielo, es inteligente y más que potable a la luz del día, y tiene unos abrazos muy, muy dulces, y una mirada que parece que me quisiera comer con los ojos, el cuerpo y el corazón. Pero de nada sirve si no puedo relajarme y disfrutar, sabiendo que me puede salir con un martes trece cada vez que se le cante la calandria. La imprevisibilidad no es de las características que más aprecio en una persona, sobre todo cuando imprevisible tiene connotaciones como detonación, motosierra o decapitado.
Y sin embargo...
El domingo a la tarde, después de llamarme y escribirme toda la semana (y de yo no abrir sus mensajes ni contestar el teléfono) finalmente la atendí y me pidió 5 minutos de mi tiempo, en persona. Vino a casa y... pidió perdón: por todo lo que había hecho, por la forma en que me trató, cómo tantas veces reaccionó a nada, por cómo está ella y descargarse en mí. Y eso, el pedir perdón, más que ninguna otra cosa era exactamente el calibre pasa/no pasa que yo tenía en la cabeza para volver a considerar cualquier relación con ella. Como con cualquiera: si alguien no es capaz de hacer introspección, que necesariamente implica humildad y una sana dosis de inseguridad sobre las propias decisiones, nunca puede evolucionar. Y en este planeta gente así hay demasiada, y yo hago un esfuerzo enorme por filtrarlas de mi vida. No aportan más que para saber qué es lo que no hay que hacer.
Después de lo del domingo siguieron, por supuesto, un par de recriminaciones livianas y alguna bestialidad de las que vomita ella a medio pensar, a medio analizar si realmente puede decir lo que dice y en especial la forma en que lo dice. Never mind, un servidor necesita encarecidamente sus abrazos, no hay pirueta semántica para decir otra cosa. Ese olor a cielo, sentir su corazón cerca del mío y las ganas con que me mira son demasiado adictivos. Como hablaba ayer con una amiga: si logro ver progreso en sus maneras, quizás tengamos una oportunidad. Y tengo la impresión de que va a ser un acontecimiento astronómico. Al lado nuestro, la estrella de Belén va a ser como un chasqui bum al lado de Nagasaki.
Stay tuned.

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