Creo que ya conté varias veces lo difícil que me es poder saber lo que siento. Tengo todo tan racionalizado y razonado, tan armado en mi cabeza de forma de poder navegar en este mundo que me resulta tan hostil con sus eternas combinaciones de estupidez y maldad, todo para no tener que depender de cómo me siento en el momento, que generalmente es mal. Era especialmente mal durante mi infancia, con mis padres peleando y mi pequeño mundo desintegrándose, más lo que pasé en aquella relación en Osnabrück, que hizo obvio que necesitaba ayuda y tardé años en encontrarla, recién en Múnich. En mi infancia, cuando el mundo me era feo, era demasiado y era incomprensible, al no poder procesar lo que pasaba y sin nadie que me explicara cómo, aprendí a reprimir mis sentimientos, a callarlos, a dejar de prestarles atención. Hasta que dejaron de hablarme. En Alemania detoné y tuve suerte que alguien me atrapó antes de un definitivo pull the plug. De lo cual, debo agregar, todavía no estoy del todo seguro de que haya sido lo mejor. Ni lo descarté. Pero esa es otra historia.
Esta historia es sobre que acá estoy todavía, vivito y escribiendo. Sobre lo que me cuesta saber lo que siento. Y sobre que ayer se abrió una rendija y pude ver algunas cosas. Y resalto eso de rendija, porque no es que tengo una niebla o algo así más poético y que reduce la visibilidad cuando miro para adentro y trato de descular lo que siento. No, no... es una puta pared, de las de antes, de 60 cm de espesor.
Un buen ejemplo de lo que hablo es cuando he tenido que elegir entre dos mujeres diferentes, que conozco relativamente bien a ambas. Las dos lindas, piolas, se puede hablar y son compinches, en fin, desde cualquier métrica da más o menos lo mismo y lo único que queda es lo que uno siente. Cagamos, ahí no sé qué hacer, ahí es cuando quisiera poder poner una clave de usuario y contraseña para acceder a mi corazón y que me diga su opinión. Olvidate. Ni el teclado encuentro.
Así que vi algunas cosas por la rendija. Vi, incluso, una tendencia, y que creo que me sirve de explicación a por qué renuncié a BMW, no less.
Resulta que me gusta trabajar para mí. No logro subirme al tren de nadie. Cuando acepto una responsabilidad, encaro una tarea, tengo que ver la ganancia para mí, y el sueldo no me es tan estimulante como para otros, o como debería. La ganancia puede ser económica, o de posibilidades de progreso o de tareas más interesantes. Esta displicencia por el dinero es porque tengo resto, por supuesto (bah... creo). Si estuviera cagado de hambre calculo que haría lo que fuera por resolver la situación, como ya lo he hecho, aunque no haya estado cagado de hambre: limpiar baños, voltear hamburguesas, pintar paredes, cortar pasto, lavar platos, apilar remeras, y un etc. larguísimo. Para agregarle dificultad al tema, me gustan los trabajos con una capa de rutina donde estructurar el día y otra más de desafíos, y me revientan los imprevistos. Es irreal, lo sé, los trabajos que se pagan bien son justamente los que consisten en resolver imprevistos. Por eso me encanta estar preparado. No me gusta salir corriendo a hacer las cosas a ciegas. En BMW casi no había imprevistos, y las pocas veces que los había, también había una estructura de más de 120.000 personas de respaldo. Todo en Alemania era así. Era brutal. Pero había CERO interés para mí con la depre haciéndome de filtro a todo lo que la empresa tenía para ofrecerme. Y el idioma me costaba mucho.
Hurgando en mi cabeza para dar más ejemplos que el de esa única empresa, me doy cuenta de que en realidad fue el único lugar en donde trabajé realmente, como ingeniero, que fue para lo que estudié 8,5 años para el título de grado, 1,5 años la maestría y 2,5 años el doctorado. Lo hice con un placer enorme, fascinado, embelesado con lo que aprendía, pero fue mucho y me hubiera gustado sacarle más el jugo. Todo lo que aprendí me sirvió y lo aprecio y me sirve, aunque sea indirectamente, aunque sea para entender cuando me hablan de cosas complicadas, pero no pude aplicarlas al grado que creo que hubiera tenido sentido por el tiempo y esfuerzo que dediqué a adquirir esos conocimientos. La depresión realmente me partió al medio en más de una forma. Es muy triste, porque tenía un potencial enorme. Si algo lamento en mi vida, es eso. Creo que casi todo lo demás que me pasó choto en mi vida fue culpa mía y podría reescribir la historia dada la oportunidad, pero la depre... no. Esa no sabría cómo evitarla, ni sus consecuencias.
Pero quiero rescatar, y escribir sobre el hecho de que me di cuenta de un rasgo de mi personalidad que había confundido y sospechado que era vagueza, que es simplemente el buscarle un sentido a lo que hago y que la plata no le da. Por eso precisamente es que me motiva tanto lo que hago con las cabañas, que puedo modificarlas y ver cómo evolucionan y mejoran, me encargo de cuidarlas y explotarlas y no tengo que pedirle permiso o instrucciones a nadie para hacer lo que quiera. Ni siquiera tengo que pagar un crédito por lo que hice, ni pedir prestado para encarar cosas. Eso es una bendición. Incluso cuando pasan cosas malas e imprevistas, las aprovecho para aprender, tomar las medidas para que no pasen de nuevo y que si pasan, estar preparado. Es alucinante.
martes, 24 de septiembre de 2024
una rendija
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