Acabo de terminar de ver una peli muy buena, protagonizada por alguien que no daba para sospechar que iba a ser tan profunda: Gifted. Tampoco es que sea una disección del alma humana o un intento de develar los secretos del universo; pero sí un par de rascaditas muy bien logradas a la cáscara de la dignidad humana y las consecuencias de nuestros actos.
Frank Adler (Chris Evans) 6 años antes se hizo cargo de su sobrina de menos de un año cuando su hermana se suicidó, ambas genios matemáticos, igual que la abuela, que aparece a cagarle la vida a la nena para que complete lo que ella misma dejó cuando se casó y tuvo hijos. No digo más del argumento así cada uno puede disfrutarlo.
Como siempre que varias personas miran algo, ven cosas distintas. Algunos (o más probablemente algunas) se fijen en la relación madre-hija y la extensión a madre-nieta. Otras miren a Chris Evans. Yo miré a Frank Adler, un tipo que parece casi inmune a la furia que viene de la frustración. No es que se controle, sino que la siente mucho menos, o por lo menos mucho menos de lo que yo sentiría en similar situación. Al principio pensé que era por deficiencia del actor para transmitir lo que Frank Adler estaba sintiendo, pero a medida que pasaba la película empecé a creer, en complicidad con el escritor y el director, que hay gente que simplemente aprendió mejor que yo a lidiar con esas cosas. Y con la gente estúpida. Y me gustaría aprender yo también a hacer eso. Me gustaría llegar a ese punto que describí, en que uno no es que se traga la bronca, sino que no la siente; cultiva la sabiduría o la filosofía o la actitud con la que mirar las cosas con la perspectiva adecuada, que permite valorar lo que vale la pena de lo que no. En cambio, si nos concentramos en no sentir bronca (o cualquier otro sentimiento negativo), el problema surge cuando uno se pasa de rosca y deja de sentir. Ya aprendí que no se puede ser selectivo con lo que se siente.
Los argentinos, como ya he mencionado alguna vez, no escatiman oportunidad para tener lecciones en autocontrol. Son un hato de imbéciles incivilizados que no hacen más que resaltar lo coherentes que son los alemanes en su inhumanidad, al punto que a veces me pregunto si mi concepción del tema (que asumo que está errada, la pregunta es por cuánto) no es justamente lo que me impide sentirme un poco más a gusto con la vida en sociedad. Los alemanes no sienten, los argentinos no piensan. Ambos desconocen el respeto al prójimo: los primeros respetan las reglas, no al prójimo al que esas reglas protegen, mientras los segundos las ignoran, ya sea porque no saben que existen (lo cual los hace inimputables) o porque se cagan en ellas. Mi frustración, entonces, y la bronca que le sigue, se diferencian únicamente en la escala. En el caso de la falta de educación, culpo a los políticos, y en particular a Pocho y sus secuaces. En el caso de los que se cagan en las reglas y por ende en el prójimo, es una mezcla de estupidez, ignorancia (porque no saben los beneficios que trae) y arrogancia (porque piensan que a ellos siempre les toca primero, y que saben más). A los brutos hay que educarlos, y yo no puedo hacer mucho al respecto más que votar al menos hijo de puta, mientras que a los otros hay que hacerlos alimento para acuario de pececitos de colores. Que sirvan para algo, y de paso salvemos el planeta.
sábado, 21 de diciembre de 2024
gifted
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