sábado, 7 de diciembre de 2024

ni rastro

No voy a enseñarle a mi hijo a caminar, ni se va a apoyar en mi cuando dude sobre cómo dar el siguiente paso. Tampoco voy a charlar con mi esposa sobre cómo educarlo.

No voy a festejar mi 32 aniversario de casados. Es simple matemática: no voy a llegar, salvo que viva bien pasada mi esperanza de vida para un argentino que se autopercibe hombre, que en este momento anda en los 76, según dicen los gnomos de Gúguel. Aunque ChatGPT me cuenta que, por mi estilo de vida y algunos otros factores, puedo esperar un extra de 6 o 7 años. Yupi. Pero ni así.

Nadie va a cuidar de mí, ni yo de alguien. Y no estoy pensando en enfermera gratis, sino en amor y cuidado mutuo, hasta el final. Como lo describió el comediante Christopher Titus: quisiera estar en el patio de casa, en la mecedora, sosteniendo su mano, con el suero y sin acordarme de quién soy pero que la amo y me ama, y los dos morir al mismo tiempo.

No voy a contarle a nadie cuando por fin termine un rompecabezas de 6000 piezas, o cuando me duela una muela.

No voy a comprarle un regalo sorpresa para su cumple. O a cocinarle algo rico. O llevarla a algún lugar lindo y especial.

Ni a mi hijo.

No voy a dejarle la última papa frita, o la última porción de pizza, o que ponga la radio que a ella le gusta, porque su felicidad es la mía.

Ni voy a comprar un perro en cuanto sepa que ella está embarazada, para que mi hijo crezca desde el vamos con uno y salga mejor ser humano que yo, y menos roto.

Me gustan mis canas, mis arrugas, mis entradas en el cuero cabelludo, donde antes había pelo. Incluso me banco la pera, uno de mis mayores complejos, y hasta la narizota que tengo y que no para de crecer. Me río de los crujidos matinales de mi cuerpo abusado. De vista, todavía me agrada mi físico, sobretodo comparado con la mayoría de mis coetáneos; aunque algunos me hacen quedar muy, muy mal, pero los aprecio como modelos a seguir. No me gusta, en particular, mi panza, que no es grotesca, pero yo la siento ahí donde antes había piel pegada a los abdominales, sin nada entre medio. Me gusta mi sabiduría, adquirida con mucho esfuerzo y, en los últimos años, en grandes dosis gracias a Perro. Me gustan mi paciencia y mi temple, y mis modales cuando quiero ejercitarlos. Pero hay algo que no me gusta, definitivamente: mi soledad. Por fin, después de más de medio siglo, estoy empezando a aceptarme y hasta a gustarme, y no tengo a quién ofrecérselo.

Estaba bajo la lluvia esperando a que abriera un café que me gusta mucho, pero pasaron 5 minutos de la hora y me enojé y me fui a otro. Típicos argentinos. Mientras caminaba a la otra sucursal se me ocurrió pensar que era el destino enviándome, porque acá, donde estoy sentado ahora, iba a conocer al amor de mi vida. Así estoy de desesperado, ando con mi cabeza imparable creando escenarios donde salgo de este estado. Pero soy demasiado incompetente, las mujeres son demasiado estúpidas, y las circunstancias juegan en contra.
Y debe haberse quedado dormida, porque ya pasaron 40 minutos y ni rastro.

1 comentario:

Alicia dijo...

Conocí a mí pareja en los 30s cuando ya había pasado mí expiration date (para una mujer) y termine casándose con un hombre 7 años mas joven que yo. Tuve mi primer hijo a los 36 y mí última hija a los 46 por adopción.
Todo sin planearlo mucho.
Me fui de Argentina a USA a los 35 y 6 años atrás decidimos tirar todo por la ventana y mudarnos a Irlanda con 3 hijos ya no tan chicos.
Tengo 62 y a pesar de algunos achaques menores estoy viviendo la mejor vida so far en todo sentido.
La vida es unpredictable, no sabes todavía lo que te espera.
Alicia