martes, 11 de febrero de 2025

ir a desayunar

Inexplicablemente, paso por períodos en que adoro la intimidad de desayunar en casa y la ceremonia de la preparación, y otros en que quiero salir cada mañana a algún café. Hacerlo en casa es una derrota, u otro clavo en el ataúd de mi vida social. Y según veo, soy bastante rompepelotas con lo que quiero o lo que no tolero cuando me siento en un lugar en el que pago por lo que me sirven y por estar.
Por sobre todo valoro la tranquilidad del lugar. Aborrezco a los imbéciles desubicados con sus putos celulares metiendo mensajes, musiquita, campanazos, radio o videos. En realidad, cualquier cosa que salga de esos aparatitos, o que le metan, incluso, porque idiotas así casualmente se ponen a mandar mensajes o a hablar y entran en un trance donde no existe el prójimo y se dan manija solos, elevando la voz a niveles de cancha en lugar de... café. Fangio, en un reportaje hecho en su auto mientras manejaba por Buenos Aires, se rehusaba a contestarle a su entrevistador más que cuando estaba detenido en los semáforos en rojo, porque explicaba que manejar es muy difícil, y conversar distrae. Fangio. Imaginate el resto de nosotros. Cuando cedemos nuestra atención al aparatito, poco queda para lo demás, sobre todo para nuestros prójimos; estemos donde estemos.
Lo otro que valoro es el servicio profesional. Amable viene después, pero primero tiene que ser eficiente y respetuoso. Si le sumamos alguna sonrisa, mejor todavía. Y si la camarera es linda, bingo.
El lugar tiene que ser agradable y estar cuidado. Los únicos que pueden darse el lujo de saltearse esto son los bares de pueblo en lugares como Italia o Francia, con sus dueños detrás de la barra que duermen con el cigarrillo en la boca y que no se acuerdan de la última vez que cambiaron una mesa, si es que alguna vez pasó. Esos lugares que vas 20 años más tarde y está el mismo tipo con el codo en el mismo lugar, la barba un poco más larga. Fuera de eso, espero un lugar con diseño, personalidad, cuidado y limpio. Los inteligentes ponen mesas de 3 patas, los tarados insisten con las de 4 y encima no las ajustan. ¿El precio? Me lo paso por fondo de la raya. Tengo un presupuesto, así que si es caro pero lo vale, voy menos seguido y listo, asunto resuelto.
La mercadería tiene que ser buena. Tiene que ser un poema de Neruda o de Borges, de hecho. El café, las tostadas con su queso crema y sus mermeladas, las tortas, la pastelería, lo que sea... tiene que ser todo una explosión de sabor, un orgasmo gastronómico. Algo que me deje pensando en lo patéticamente inútil que soy en la cocina, y sonriendo por eso, resignado pero feliz por el descubrimiento.
Algo que vengo estudiando últimamente es por qué algunos lugares me atraen más que otros, y la respuesta no se hizo esperar ni se escondió mucho: necesito sentirme valorado. No espero que me tiren la alfombra roja ni me besen los pies, simplemente que me aprecien un poco como cliente que esencialmente, salvo un café más caliente, un poquito más de queso crema, no rompe las pelotas, ni su perro. Nos sentamos en un rincón, yo leo un libro, Perro le da vueltas al tema del yuan-dólar o a si la moral es relativa o absoluta o a los últimos descubrimientos del JWT. No me suena el teléfono, no trato de llamar la atención, pago y dejo buena propina, y listo. Me pasó recientemente que en un lugar al que suelo ir tipo 8, 8 y media, fui temprano, apenas abrieron (a las 7) y pusieron música de rock pesado y a mucho volumen. Les pedí que lo bajaran y no les interesó, así que me levanté y me fui. El lugar estaba vacío y suele estar vacío a esa hora, creo que precisamente por eso, porque hace años, cuando tenía otro dueño y funcionaba de otra manera, la gente iba más temprano. Ahora, por dueño tiene un flaco de 30 y pico de años que mientras el lugar no se incendie, mucho más no le importa. Ejemplo: hay una mesa que le falta el taco de goma a una de las patas desde hace un año y medio; un puto taco de goma. La mesa parece la rampa de despegue del Kuznetsov. No matter.
Así que si la cosa sigue así con las reservas en mis cabañas (la semana que viene están libres, después empieza de nuevo a venir la gente), quizás aproveche y me pegue una vuelta por BsAs. Necesito viajar e ir a desayunar a lugares desconocidos, donde los defectos no le llamen tanto la atención a mi cerebro desesperado por paz, donde pago y pasa lo que espero que pase por el hecho de que tomen mi dinero. Una cosa rarísima en Argentina, parece.

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