martes, 25 de febrero de 2025

otras cositas

Cuando uno pasa un tiempo buscando pareja, intentando cultivar una relación con alguien, y no lo logra, llega un punto donde me parece natural empezar a dudar de uno mismo y de su atractivo. Y no me refiero a lo físico exclusivamente sino en un sentido más holístico. Y yo, con mi muy baja autoestima, enseguida encuentro mil razones por las que nadie se fija en mí, por las que los demás consiguen pareja, a veces encantadora, y yo nada. Es dolorosísimo. Y difícil de refutar.
Veo una chica linda por la calle y me corre una sensación así como eléctrica de vacío en el estómago, de impotencia, de soledad rancia, de ser inquerible, indigno de amor e insalvable de mi solitario destino, al punto que pienso que el universo sabrá por qué no me da una compañera y por qué no me permite reproducirme. Sabio, el universo, tiendo a pensar. Y no me faltan ejemplos para justificar esta postura. Veía una chica tomar la cara del novio con las dos manos y le daba un beso, y me imagino cómo se sentía (porque me sucedió alguna vez, y no con la última novia, ni la anterior, ni la anterior a esa, y puedo seguir), y sentir su delicadeza y el shampoo de su pelo... Y me tiemblan las rodillas y de nuevo esa sensación en el estómago.
Mientras escribo esto estoy, como suelo hacer, en un café disfrutando del aire acondicionado y con 33° afuera. De a ratos entran mujeres a comprar algo para llevar y algunas son extraordinariamente lindas, y vestidas para la temperatura del día. Difícil concentrarse, pero a pesar del atractivo sexual, a mi edad tengo la capacidad de ver más allá y disfrutar del potencial intelectual y emocional que pueden ofrecer. Y me pregunto, como en tantas ocasiones, si podrían agregar algo a mi vida: compañía, crecimiento, conversación, valores, evolución. Cosas muy de moda en algún otro planeta, pero no en este. No sé si se da en los hombres (y obviamente tampoco ni me interesa), pero definitivamente no en las mujeres, no en las marplatenses.
Hoy hablaba de estas cosas con una amiga que me conoce bien y es súper inteligente, y llegó a la misma conclusión que yo: algo tengo que cambiar, algo estoy haciendo mal. Una vez descartado el hecho de que, salvo en la plaza con Perro, no tengo demasiadas instancias donde conocer mujeres, o los cambios culturales que tengo que forzar en mi cabeza, bastante descontenta con lo que encontré una vez que viví en Europa y conocí opciones, quedan cosas que a lo mejor no quiero cambiar, porque son parte mía y son una parte que no es así por casualidad sino que cultivé. Esto no es menor. Le pongo mucho, mucho esfuerzo a hacer la mejor persona que puedo de esto que dejó el divorcio de mis padres y otras cuestiones que me pasaron de chiquito, que volaron a la mierda mi confianza en la raza humana, mis ganas de abrirme... en fin, mi capacidad de relajarme con las personas. Y mientras más las conozco, peor. Y mientras más conozco a Perro y su devoción a prueba de bombas, peor todavía.
Descartando el hecho de que en Argentina las mujeres son princesitas (o sin tanto eufemismo y referenciando lo que escribí la última vez, lisa y llanamente pelotudas), pocas quedan con las que un tímido y miedoso como yo pueda y valga la pena penetrar las barreras defensivas que, con o sin razón, conducentes o no, implementan acá. Es frustrante y estoy perdiendo un tiempo valiosísimo. No tengo más "toda la vida por delante". Soy un adulto que cada día se levanta con más entumecimientos, crujidos de huesos y la vista más chota, le cuesta más cortarse las uñas de los dedos de los pies, tiene más panza a costa de menos músculos (peso lo mismo que a los 17), la piel más agrietada, más olvidos, más cinismo, menos tolerancia (algo que nunca me caracterizó), más sensibilidad con lo que vale la pena y más determinación para ignorar lo que no, sin importar los decibeles de los lloriqueos. Así que un día me levanto y ya no soy atractivo más que para algunas cincuentonas decrépitas recién divorciadas que quieren probarse que todavía les queda valor en el mercado, cosa que no les queda. Además de ínfulas, les importa un bledo conocer un hombre decente que valga dos pesos: vuelven a las raíces de buscar atención, atención y más atención. De quién, irrelevante. Atención. Como estúpidas drogadictas. Y patéticas, poniéndose a competir con sus propias hijas, luchando contra el tiempo y la naturaleza para alcanzar esa medalla de "ay... parecen hermanas". Dan vergüenza ajena.
Mientras tanto, yo, como tantos otros hombres, tengo la opción de conformarme con eso (nopi nop, gracias-pero-no-gracias), trolas (pagas o no, en lo personal no distingo porque es una opción que no pienso tomar), perro (cada día que pasa lo encuentro menos reprochable), moto (obvio), y a la mierda. Estoy con ganas de hacer la de Luke Skywalker en Episodio VII y rajarme a esa isla de mierda en el medio de la nada. Porque para lo que vale intentar ser buen tipo, bañarse de vez en cuando y tratar de mantener una mínima ortografía...
Estoy solo, frustrado y desanimado. Por si no se nota... Y tengo miedo. De quedarme solo. Tuve tres tíos: dos por parte de mi padre y uno por parte de mi madre. A todos los vi demasiado poco. El hermano de mi mamá era especial porque tuvo una linda vida, pero nunca se casó. Tres veces estuvo a punto de hacerlo y no sé bien las historias, pero lo importante es que nunca se casó. Siempre, desde que tengo memoria, fue un modelo a tener en cuenta de lo que no quería que me sucediera a mí: quedarme solo, sin encontrar el amor de pareja. Y acá estoy, y sin hijos siquiera. Me da mucha pena cuando pienso en él y su soltería (y su soledad), y me da más pena y mucha tristeza cuando me miro, por lo mismo. No me molesta el paralelismo, me molesta esto que veo como un gran fracaso, un desperdicio de mi vida.

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