lunes, 19 de noviembre de 2007

malditos pirulos

Inexorable, inevitable, implacable y asquerosamente pasó lo que tenía que pasar. Todos los putos años lo mismo, sin consideración a si uno tiene ganas o no, si está preparado o no, si lo puede asumir o sigue siendo el mismo pelotudo de siempre. Sin misericordia ni remordimiento, el sábado 17 de noviembre de 2007, a las 13:05 horas, cumplí 34. Dolió como tiene que doler, en el alma. Empezó como un dolorcito agudo en el medio del pecho y se extendió a todo el cuerpo, a cada articulación, cada músculo y hueso, hasta que dejó bien clarito lo que está pasando: ¡¡¡me estoy volviendo viejo!!! Lo cual no sería nada si viera cómo crecen los pibes y empiezan a ir al colegio, por lo cual se tienen que levantar temprano; cómo mis amigos empiezan a tener panza de cerveza; cómo a mi jermu le empiezan a preocupar la altura de las gomas... en fin, regocijarse en la miseria de los demás, a modo de catarsis por lo que me pasa a mí. Pero no, no tengo mujer, ni hijos, ni amigos. Mi familia y la barra está en Argentina y yo clavado acá, como un clavo en un departamento en alquiler que nadie agarra. El cuadro se lo llevaron hace rato los inquilinos anteriores. Tampoco tengo novia.

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