Leloir. Favaloro. San Martín. Nombres que se encuentran si uno busca personas que aportaron tanto y tan bueno, que el resto no podemos más que mirarlos desde abajo.
En el otro lado de la escala que mide el valor de un ser humano para el resto de la humanidad, y ya acercándose a lo que se podría catalogar como "fauna estúpida", están los que uno hoy puede encontrar en lo que era una hermosa peatonal en Mar del Plata: la calle San Martín. Hubo una época en que era lindo pasear por ahí: uno iba a tomar un helado, llevaba a los chicos, se tomaba su tiempo entre vidriera y vidriera. Con el tiempo se llenó de negocios pasando música pirateada y vendiéndola a la vista de la policía, hasta que llegamos a lo que es hoy, donde no se puede circular sin sentir el hedor del pueblo. Pueblo muy, muy usado. Y poco, poco educado.
Pero a no desesperar: llegando a la costa, uno siempre puede doblar a la izquierda y enfilar para el paseo de Punta Iglesias. Eso siempre fue mi vuelta de emergencia, mi válvula de escape, mi perla escondida. Ahora es un rincón putrefacto, maloliente, lleno de salvajes que no distinguen el rojo del verde, el mar de un tacho de basura, el chiste de la grosería, y la pobreza de la miseria. Resulta que un hdrmp llegó hace 70 años (sí, del conchudo de Perón estoy hablando, porque los que son peronistas necesitan un folleto explicativo) y convenció a los pobres de que tienen derecho a vacaciones, y no me refiero al descanso, sino a las vacaciones en un destino turístico, así quede a miles de kilómetros, en lo que en la mayor parte del mundo equivale a atravesar varios países.
A ver, voy a repasar muy rápido las explicaciones con las que mi abuelo me martilló el cerebro: ir a la escuela, esforzarte, tratar de tener buenas notas, no robar, respetar a los demás, conseguir un trabajo honesto, esforzarse más, esforzarse y esforzarse. Y cuando uno tiene una casa, quizás un autito, eventualmente capacidad de ahorro, recién ahí vienen las vacaciones en una lista de prioridades que realmente no es muy larga. Esta lista es la misma desde antes de las pirámides, y yo me pregunto: ¿dónde está el misterio? ¿era estúpido mi abuelo? Él se tomó sus primeras vacaciones cuando ya llevaba muchos años trabajando. Y a trabajar empezó cuanto tenía 11 años de edad. Yo, medio vago, lo reconozco, empecé recién a los 12.
Hoy en día, caminar por el centro es un ejercicio de aguantar el olor, las ganas de llorar, la billetera, y la bronca de ver a los policías ocupados con el teléfono guatsapeando, mientras grupos de hombres y mujeres se terminan la décima botella de cerveza, huelen a marihuana, y tiran lo que les sobra a la vía pública que ya ocuparon.
Los mismos que alegremente reciben "asistencia" con billetes de 100 pesos como el que salió hace un par de años, donde pusieron la figura de una caprichosa, delirante y resentida, como si estuviera a la altura de San Martín (o Leloir o Favaloro, para el caso). Y con el cambio de gobierno apenas interrumpimos, supongo, la nueva tendencia, donde los polideportivos, piletas de natación, parques nacionales, hospitales, avenidas, centros "culturales", teatros, plazas y hasta mausoleos se le dedican a Kirchner. El próximo reputísimo dinosaurio que se descubra se va a llamar Nestorsaurio, si los dejábamos.
Eso sí: bibliotecas, no.
Qué corto se quedó el que escribió Cambalache.
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