martes, 9 de febrero de 2016

volví II

Hace 2 meses que llegué a casa, y en menos de dos semanas voy a Alemania otra vez.
Como cosas ricas. Saco fotos. Leo libros, mucho, muchos. Contemplo mi vida y trato de ver en qué me equivoqué para no repetir los errores. Estudio un poco de italiano. Busco trabajo, para lo cual tuve que actualizar mi currículo y poner todos mis papeles en algún lugar donde los tenga a mano para mostrar si me los piden. Paseo con mis sobrinos. Charlo con mi mamá. Me pongo al día con amigos. Medito qué hacer con novia.
Viajé a Mendoza y de ahí al sur, hasta El Bolsón. Primero fui a Buenos Aires, y después de un par de días tomé un colectivo nocturno a Mendoza capital. Después de un par de días haciendo excursiones, incluyendo el Aconcagua, con un auto alquilado tomé la Ruta 40 hacia el sur, pero me desvié enseguida para hacer el camino de ripio que va de San Rafael por el cañón del Atuel. Primera noche en Malargüe, lugar del que no puedo decir nada de nada. Es como desayunar un vaso de agua caliente. De ahí otra vez la 40 a Chos Malal, sorprendentemente linda.


Al día siguiente, de camino a San Martín de los Andes pasé por Villa Pehuenia, uno de esos lugares de los que no hay que hablar, para no avivar al resto. En San Martín visité a un amigote que hice en Italia en una excursión de motos y que me resultó uno de los tipos más agradables que conozco, uno de esos hallazgos que no hay que dejar pasar la oportunidad de por lo menos sembrar una amistad.
A la mañana siguiente encaré por la rebautizada Ruta 40 por los 7 lagos hasta Bariloche, donde me quedé el fin de semana, con visita a la mencionada El Bolsón, Lago Puelo, Llao Llao, Cerro Campanario, Circuito Chico y vaya uno a saber qué más que no me acuerdo. Decir que fue lindo es como decir que el Titanic era un bote. El avión a Buenos Aires fue un ejemplo de pulcritud y puntualidad, y me pregunto qué es lo que hay que hacer para que Aerolíneas Argentinas deje de ser un vómito económico y sea más o menos autosuficiente. Cosas de la administración de empresas que a un servidor se le escapan. Después de otro par de días en Buenos Aires, novia se tomó su avión de vuelta a Europa, y yo mi Tonytur a Mar del Plata. A casa. A pensar. A descular qué siento y qué necesito, y ver si novia lo tiene.
Y con la baba del viaje todavía fresca me puse a buscar trabajo en Argentina, que es donde quiero vivir. Un ingeniero mecánico con mi experiencia tiene que conseguir algo. No pretendo diseñar autos de Fórmula 1, pero sí quiero un puesto donde pueda sentirme que formo parte de algo útil, algo que aporta más de lo que quita, y donde pueda aprender y mejorar. Que cuando mire atrás me sienta bien, satisfecho.
Mientras tanto sigo comiendo, leyendo, fotografiando y mirando qué hago. Para sacar una buena foto hay que llegar al lugar, detenerse, esperar a que los latidos bajen, observar, oler, impregnarse del momento y sumergirse en el entorno hasta sentirlo, cada detalle, como parte de uno, o uno parte del entorno. Y ahí es cuando se obtienen las mejores fotos, las que implican sentimientos, por el simple hecho de que la inspiración sobra. Y como yo tengo una terrible dificultad para saber qué siento, esto es exactamente lo que necesito: detenerme lo más posible y prestar atención a mi alma, a ver qué me pide. Habla poco, habla bajito, habla en su idioma. Y hacía mucho que me sobrepasaba todo lo que me decía y por eso dejé de escucharla, para protegerme. Hora de corregir.

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