sábado, 12 de marzo de 2016

inventario

Marzo de 2016. Ayer a la tarde llegué a Cefalù y me recibió fresco y con un poco de lluvia, como quejándose de los microbios que le traje, que desde el lunes me tienen con dolor de garganta, un poco de fiebre, y ahora deviniéndose en tos. Creo que las paladas de ibuprofeno, paracetamol y vitaminas que me voy metiendo como mierda al río de a poco van despertando al chiste que tengo por sistema inmunológico. Digamos que debería ser una jauría de rottweiler, y en su lugar tengo un cachorro de labrador. O un hámster.
Marzo, decía, de 2016. Una moto (la semana pasada vendí la segunda Honda SuperMagna del '87 que había comprado en Holanda a principio del año), medio departamento, una chica ocupando el puesto de novia a la cual quiero comunicarle que no va más, algunos menesteres personales, cámara y algunos lentes, un par de títulos profesionales, un cerebro acampado al borde del abismo de la depresión, 4 ó 5 idiomas, amigos demasiado desparramados, familia demasiado lejos, en un país de origen en el cual vivir es hermoso aunque un desafío al sentido común, mientras que el país en el que resido es imposible vivir.
Y mientras cosechaba todo esto, cumplí 42 años. Si esta tarde alguien me busca, me encuentra acá, en Italia, uno de los lugares que más amo, contemplando qué hago con la segunda mitad de mi vida. De la primera mitad me pasé las primeras tres cuartas partes sobreviviendo (y no tanto) psicológicamente al divorcio de mis padres y los comentarios editoriales de mi abuela materna. Coseché títulos y capacidades para evitar los miedos de los demás de que fuera como mi padre. En psicología soy un caso modelo de overachiever, de esas personas que están convencidas de que no valen nada y para compensarle al mundo por cargarlos y darles aire, se empeñan en hacer mérito y ser merecedores de alguna manera de la atención y el amor de los demás. A tal punto esto es así, que siempre resultó un misterio saber por qué una mujer se fijaría en mí y, más obscuro aún, por qué estaría conmigo pudiendo estar con otro hombre. Después de todo, ni mi padre se dio la vuelta a despedirse cuando se fue.
Del cuarto restante de lo que llevo de vida tengo la mitad bajo depresión declarada, como que salió del armario, pero siempre bajo la mirada atenta y condenante de una sociedad que no se acepta a sí misma ni a sus miembros.
No todo es malo, claro. De hecho, tengo recuerdos hermosos de amor, viajes, vivencias, amistades, logros... El año pasado, por ejemplo, cuando estaba por tomar un transbordador con la moto desde Civitavecchia a Palermo, mientras iba de Roma al puerto un BMW serie 1 descapotable se incendió. Era una autopista muy ancha y pasé como a 15 metros de él, y así y todo el calor me sorprendió. Un momento más que hubiera tardado en pasar y estoy seguro de que se hubiera puesto feo. O cuando despegué en noviembre de Palermo, y había una bruma cubriendo el paisaje montañoso de Sicilia, que le daba los picos una sensación de estar flotando en el aire; una de los visionas más bellas que tuve en mi vida. Rebobinando un poco más, despertarme al lado de una ex-novia que tuve hace 10 años, que hacía que Karina Jelinek duchándose con Olivia Wilde fuera "ok" comparado con la belleza que esa chica portaba, así, como el mar porta su agua. Otro recuerdo: el atardecer en Zadar, en Croacia. Y eso a pesar de que Ernest Hemingway dijo que el atardecer en la Costa Amalfitana era el más hermoso del mundo. También anduve por la Costa Amalfitana y sí, es muy hermoso el atardecer ahí.
Una que también pasó el año pasado, y que pareciera que no hay pellizco que me convenza de que realmente lo viví, fue conocer a un santafesino, descendiente de italianos, que fabrica autos cerca de Módena a 2 millones de euros por obra (porque no hay otra palabra para describirlos) y que me dedicara su tiempo. A mí. Claro, después me dejó bien en claro que los ingenieros le dan asco =)
Y por algún motivo, mientras lo cuento me acuerdo de hace diez años cuando conocí a otra persona, mucho más chiquita pero más relevante: mi sobrino, que con apenas un par de meses se tomó la molesta de vomitarme encima. Y cinco minutos más tarde, de nuevo. Espero solamente algún día devolverle la atención. Cretino.
Ahora, volviendo a este período de decisiones, me veo confrontado con el hecho de que a lo mejor no voy a poder formar una familia, al menos no con hijos propios. Y eso me pone enormemente triste, y por eso quizás el toque gris al comienzo de este texto. Tampoco sé siquiera dónde voy a estar, ni continente, ni hemisferio, que ya es mucha incertidumbre. Tampoco sé si seguir mi carrera de ingeniero o cambiar completamente, basado en dos cosas: la decepción que viví hasta ahora en términos de "sí, buena idea, pero no, muy cara de implementar", y en las ganas de hacer tantas otras cosas, como abrir un café o un pequeño hotel (sueños nada más, a los que les falta mucho capital).
Pensaba dedicarle solamente media hora a escribir y después ducharme y ir al supermercado, pero los reflejos dorados del atardecer en el mar tirreno me siguen interrumpiendo, así que al final fue una hora y veinte. Lindo sería yo para los negocios... Y ahí estoy, viviendo. A ver, entonces, con este paquete, a dónde llego.

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