Entre pitos y flautas, en los últimos 15 años debo haber volado unas 100 veces. Los intercontinentales fueron con Iberia en la mitad de los casos, y con Air France, KLM, British, Alitalia o Lufthansa en el resto. Dentro de Europa, por estar basado en Alemania, la mitad habrán sido con Lufthansa.
La aerolínea alemana se caracteriza por una sensación (y un precio) de ofrecer un mejor servicio, con aviones más limpios, nuevos y luminosos, además de mejor entretenimiento a bordo, comida, atención y esas cosas.
Anoche se suponía que era mi último vuelo intercontinental por algún tiempo, de Fráncfort a BsAs. El famoso LH510, por muchos años la ruta más larga del mundo con 11500 km, que solamente podía cubrir la versión ER del Boeing 747. Después salió el Airbus A380 y hoy Boeing tiene el 747-8i, por ejemplo, que tienen autonomía de sobra con sus 15000 km.
El puto avión no despegó. Hace 3 días que estoy de hotel en hotel, y en particular hoy en el más pedorro que Lufthansa estimó que merezco. No lo voy a nombrar porque el personal se esmera y el precio es acorde, pero el día de vida que Lufthansa me robó no lo recupero más.
Por fin llegó el momento de intentarlo de nuevo, el despegue, y esta vez lo logramos. De hecho, hace 5 días que llegué a Argentina. Con una mezcla de buena suerte e inteligencia logré que me pusieran en clase business, pero como le dije a la que me hizo el check-in: no me devuelve mi día de vida ni me compensa el trastorno.
Tengo que reconocer, y seguro se nota en el texto, que cuando escribí los párrafos anteriores estaba muy enojado y molesto, clavado en un hotel sin aire acondicionado, con 32°C afuera y sin alimento para el perro. Sin mencionar que el hotel quedaba a 15 minutos a pie de la estación de tren interurbano, con el cual había que pagar €10 para ir a la civilización.
Hoy, dos semanas después, estoy en casa. No fue fácil. No es fácil. Una cosa era venir de vacaciones, con nostalgia y sabiendo que me voy otra vez, y otra es ver todo lo que no me gusta y saber que me lo voy a tener que aguantar por los próximos dos años, por decir un número. Es que la gente, por supuesto, de ambos lados del Atlántico me preguntan cuál es mi idea, qué es lo que voy a hacer, de qué voy a vivir y todo eso. Y les contesto siempre lo mismo: que en mi cabeza tengo los siguientes año y medio a dos años ocupados con hacer una inversión en unas cabañas, y después de eso no sé, está abierto. Una de las posibilidades que están es volver a irme a Europa, en lo posible no a Alemania, sería idiota, por decirlo delicadamente. Por mi relación con ex me surge siempre la idea de Luxemburgo, que me encanta por muchas razones y me provoca rechazo por pocas. Veremos.
Volviendo a lo de Lufthansa, y pesar del título de esta entrada el hecho es que viajé en clase business y viajé más que bien. De hecho, abordé (casi último, como siempre), me senté, me puse a ver una película, trajeron una buenísima cena, terminé la peli, me dormí, y cuando me desperté faltaban apenas dos horas para aterrizar. Entre desayuno y preparativos todo se pasó rapidísimo y dormí espectacular, sin calambres ni todas esas cosas que incluso en la clase business de Iberia me pasó. Supongo que se debió a dos factores: la calidad del asiento y los auriculares con cancelación de ruido.
Como sea, viajé bien y llegué bien, aunque un día más tarde. Dentro de todo no me puedo quejar, hay gente en este mundo que tiene verdaderos problemas y yo, "gracias" a la depresión, aprendí a distinguir un poco mejor la importancia de las cosas.
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