miércoles, 6 de septiembre de 2023

Necochea

Ni el fútbol, el golf, el rugby, el básquetbol, la natación... el deporte más popular en Argentina es cagarse en el prójimo. Y la tecnología solamente lo hace más posible, más delicado. Intentar disfrutar tranquilo un desayuno en un café pagando la décima parte de un salario mínimo es toda una caradurez. Mejor condimentarlo con la radio, YouTube o lo que mierda sea que le mandan los amigos a la mitad de la gente que está en las otras mesas. Arriba el celular, abajo el prójimo.

Esta semana fui a Necochea a conocer en persona a una chica con quien me escribo hace un tiempo. Desde el año pasado, creo, cuando fui a esa ciudad por primera vez en un par de décadas o más. Necochea es cerca, pero para un marplatense es medio irrelevante, y si el marplatense estaba en el otro hemisferio del planeta, además está medio lejos. El tema es que el año pasado fui a hacer algo de turismo y no encontraba un puto café, y como esta chica me seguía en mi perfil de fotografía y yo sabía que era de ahí, le mandé un mensaje por Instagram pidiendo socorro; admito que con algo de esperanza de que quisiera encontrarse conmigo. Después de ese breve intercambio empezamos a chatear, y eventualmente entramos más en confianza. Me hace acordar a mi ex de Luxemburgo en el aspecto inteligencia y humor, dos cosas que tiene en un grado que ya por separado son tan fáciles de encontrar como la criptonita. Las dos en la misma mujer... es como dijo un guía cuando hice una excursión cerca de El Calafate: tan probable como ver un puma en el medio de la ruta, saltándole a la yugular a un guanaco.
La cosa que chateamos de vez en cuando, cada vez más seguido pero muy lågom, sobre todo de los políticos y alguna cuestión de la sociedad argentina. Ella vive en La Plata, es traductora inglés-español, más que nada para farmacéuticas, creo. Hace poco hizo algo para DHL (alemana) y tuvo una dificultad para cobrar el trabajo así que la ayudé con el asunto, y eso hizo que por primera vez habláramos por teléfono. Ya me había mandado algún mensaje de audio y por supuesto me gustó la voz, no tanto en el sentido del timbre, que sí, era lindo, sino la forma de hablar: es al mismo tiempo fina y boca sucia si la situación amerita. Es divertido escucharla.
Así que fui a Necochea. Ella fue a visitar a los padres y yo a cobrarme la invitación a un café que me hizo por lo que la ayudé con DHL. Dada la distancia, y yo aborrezco con toda el alma las relaciones a distancia, tenía la esperanza de que fuera algo fea, o tonta, o feminista, o cualquier detalle que me sirviera de excusa para descartarla como potencial historia romántica. En las 2 horas y media que estuvimos charlando, none of it. Carajo.
Como siempre, el 10% de mi cerebro sobró (sí, soy arrogante, ¿y qué?) para atender la conversación, mientras que una parte del resto manejaba la estrategia del encuentro. En un momento flirteamos, nos brillaron los ojos, y dejé que se prolongara por 5 o 10 segundos y corté. ¿Por qué? Aunque sea de mala educación, respondo con otra pregunta: ¿para qué?
En fin. Estoy en un café (como siempre que escribo), acabo de terminar el desayuno y tengo la panza tan llena que no puedo pensar.

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