domingo, 24 de septiembre de 2023

nuestro gran secreto

Voy caminando por la vereda, y unos 30 metros antes de la esquina hay una entrada a la cochera de un edificio. Estúpidamente diseñada, el portón de la cochera está a unos 2-3 metros para adentro de la línea municipal, es decir, medio auto. Llegó un Einstein argentino y puso su camioneta ahí, es decir, el paragolpes trasero en el cordón de la vereda, y el delantero a centímetros del portón de la cochera. ¿Paso para los peatones? Bien, gracias; otro día, en otra vida. No es la primera vez que veo esa camioneta ahí mismo. Esta vez, el conductor se estaba bajando y le pregunté si de verdad iba a dejar la camioneta ahí. "De verdad" porque realmente para cualquier persona con un mínimo de actividad neuronal era desubicado, además de prohibido. El "señor" me explicó muy arrogantemente que eso era una entrada de cochera, para eso estaba ese espacio. Tuve que preguntarle sinceramente si estaba drogado.
Impotencia.

Voy paseando por la plaza, Perro se acerca a otro que estaba de la correa de su dueño, y el hombre en cuestión le grita a Perro de mala manera para que se vaya. Cuando lo miro, me espeta que los perros tienen que estar de la correa (no es cierto) y que su perro muerde. Le explico que si sabe que su perro es agresivo tiene que ponerle bozal (lo dice la Ley). Me amenaza con pegarme, aunque fue un poco menos elegante es su prosa. Un tercero, amigable pero sin idea de la vida o de las reglas de convivencia en sociedad, me consulta cuál era mi inconveniente, por qué insistía en que lo que estaba haciendo el hombre (evidentemente conocido o amigo de él) era incorrecto. Le propuse el siguiente ejercicio, muy simple, de 3 puntos: 1) imaginate si ese hombre fuera como yo y discutiera civilizada y constructivamente la situación, cómo terminaría, 2) imaginate ahora lo opuesto, que yo fuera como ese primate analfabeto y reaccionara como él, hacia dónde escalaría la situación, cómo terminaría, 3) en cuál de los dos mundos te gustaría vivir. La respuesta está en Suecia, en Alemania, en Suiza y en muchos lugares más, lugares donde... digamos "casualmente", se vive bien, tranquilo, civilizado. Lugares donde rige el Estado de Derecho. Lugares que, sospecho, no tan casualmente son prósperos. Primate analfabeto sigue gritando y blandiendo el puño, sospecho que un poco el típico (y patético) soltame que lo mato.
Impotencia.

Cuando llegué de Alemania empecé a ir con Perro a una plaza cerca de casa, y encontrarme con varias personas haciendo lo mismo. Entre ellas, una chica medianamente linda pero con la que nunca logré una conexión en particular, a pesar de mis torpes intentos. En algún momento, hace un par de años, se mudó a otra parte de la ciudad y ya no la vi. Hasta que un día me la crucé por el centro y me contó que, por su trabajo, anda bastante por la calle. Breve charla, chau. Volvimos a cruzarnos otro par de veces, más de la breve charla y chau. El martes al mediodía me la crucé, y tras breve charla pretendí continuar la tradición de chau y seguir mi camino, pero siguió dándome charla, hasta que en un punto me dijo de ir a tomar un café en algún momento. Bueno. Seguimos charlando un buen rato, y ya despidiéndome volvió a mencionar el café. Como nos seguimos mutuamente en Instagram pero ella no publica casi nada, le pregunté si lo revisaba de vez en cuando, me dijo que sí, y le dije que le escribía. Lo hice esa noche preguntándole su número, así charlábamos por WhatsApp, que es más cómodo, y le aclaré que el mío está en mi perfil de Instagram (por mi trabajo). Miércoles a la mañana me manda su número. Al mediodía le mando un audio que me avisara cuando andaba por el centro, así café... Nada. No entiendo. Vuelve a la cabeza la frase de mi amigote de Melbourne, cuando le contaba las actitudes típicas de las argentinas en esta área de las relaciones humanas, con el otro sexo: half retarded children.
Impotencia. Y cansa. Y peor todavía, erosiona. Hace poco escuchaba que la obscuridad no es solamente la ausencia de luz, sino más: la ausencia de esperanza. Cuando ya no creés que exista la luz, aunque en ese momento no veas un pomo.

Nuestro gran secreto, el de los argentinos, para lograr tener uno de los países más ricos del mundo y ser de las naciones más pobres, es nosotros. No son nuestros políticos, que no vienen de otro planeta; esos son simplemente el resultado natural y inevitable de usar una de esas máquinas de peluches para elegir a quienes nos dirigen. Y el secreto de Suecia, Alemania, Suiza y muchos más es que no tienen argentinos para infectarlos con su estupidez obcecada, empeñados en cagarse el futuro y pisar sistemáticamente la vida de los demás.
Impotencia.

¿Y ahora?

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