domingo, 29 de octubre de 2023

excelente receta

Tenía tanto para decir anoche, tanto que quería retener en mi cabeza hasta que pudiera cumplir mi ritual de venir a un café a sentarme tranquilo y volcarlas acá. Pero esta mañana me levanté en un estado que se puede describir mejor como de contusión, estupefacto, anonadado, sorprendido, profundamente desilusionado y (lo peor) asustado. Porque si estos degenerados siguen otros cuatro años no van a tomar prisioneros, y van a tener piedra libre para lo que sea. Si estos hijos de puta ganan el 19, lo que ahora se ve como la inflación más alta de los últimos 34 años nos va a parecer una modorra al lado de lo que se viene. Y yo me voy. Y no quiero irme.
No quiero porque mi sentido de la justicia y mi intolerancia a que los malos se salgan con la suya son extremos. No quiero porque, a pesar de que hoy por hoy no nos merecemos algo mejor, nos lo deseo, empezando por la educación. El resto, teorizo, saldrá casi inevitablemente. Digo... se me ocurre...
Anoche, a medida que iban haciéndose públicos los primeros resultados, el horror iba asentándose en mi mente. Estoy descorazonado. No quiero porque insisto, neciamente, en encontrar el amor de mi vida, tener propiedad privada, cultivar algún arte o afición, o salir de mi casa sin miedo, todo en este caldo de idiotez, ignorancia y resignación, que nos condena a estancarnos sin poder asomar la nariz. Nos están desollando vivos y los votan. No paran de inventar métodos para que haya cada vez más pobres, para que los pobres que hay tengan cada vez menos, para que lo poco que todavía tienen valga cada vez menos y lo que no tienen cueste cada vez más, y los votan. Algo así como los israelíes votando por Hamás. No piensan, no quieren pensar, no quieren que los demás piensen. Quieren gritar "su verdad" (no tienen la más puta idea de lo que están diciendo cuando esputan esa idiotez) y escuchar nada ni a nadie. Qué capacidad de síntesis tenía ese que acuñó lo de no seguir a quienes digan (generalmente a gritos) haber encontrado la verdad, sino a los que se dedican a buscarla.

Este texto lo empecé hace ya casi una semana, y pasados los días me doy cuenta de lo acertado que es y de lo lastimosa y precaria de la situación de mi país, que es, to put it mildly, espantosa: sin moneda, sin Ley ni instituciones, sin economía sostenible, sin compás moral ni ético. Con un clientelismo desenfrenado, los votantes bovinos no son capaces ya de distinguir la corrupción como inaceptable sino simplemente parte inherente no solamente de la política, sino también de prácticamente todos los aspectos de la vida diaria. En otras ocasiones, los que votamos por otras opciones estuvimos enojados con la habilidad del candidato populista (en cualquiera de sus sabores: vainilla, chocolate o polenta) para persuadir a los más indefensos mentalmente. Ahora, con lo obvias que son sus tácticas y sus facetas pervertidas, estamos enojados con lo reverendamente pelotudos que son los votantes. O vendidos. Que aunque el remedio sea distinto, ya da lo mismo.

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