domingo, 26 de noviembre de 2023

el silencio

 Hay silencio en mi vida. No voy a dramatizar siguiendo esa oración con algo tipo "hay demasiado silencio". Pero hay mucho silencio. No en decibeles, sino en importancia. Mi vida en este momento no es importante, o sea, no es relevante. Me muero y el mundo sigue girando; nadie se va a enterar por una semana. Y si bien es una prueba difícil de pasar sin deprimirse, con algo de inteligencia puedo dedicar el tiempo de ocio a leer libros y pensar en mi vida, pero productivamente. El peligro conmigo en este asunto de pensar es caer en un círculo donde simplemente me quejo sin proponer ninguna solución, pero lo que estoy tratando de hacer es pensar en los por qué de mi situación, para tratar de tomar las riendas y no repetir errores, si fueron míos, o deshacerlos, si fueron de otros. Case in point: el acoso y el maltrato que sufrí en la escuela por parte de mis compañeros cuando era chico. Ya en jardín de infantes me desayuné con que la mayoría de las personas son estúpidas, y algunas incluso malas. Ya lo mencioné, pero los peores, por contraintuitivo que suene, son los estúpidos, porque son inimputables. Esos no se los corrige con reglas; a los malos, sí. Con reglas y control, y cuando no las respetan, castigo en forma de multas o cosas así. Los estúpidos son incapaces de adoptar las reglas, por eso los alemanes apuestan a la educación más que a la imposición a la hora de adoptar reglas. Tienen una población inmunda a mi entender, pero educada. Eso lo reconozco y lo admiro.
Pero me voy de tema.
El asunto es que de chiquito, con mis dendritas apenas formándose, adopté el paradigma de que los humanos me resultan peligrosos, poco confiables, dañinos. Me acuerdo en la colonia de vacaciones, tendría unos 6 años, estábamos jugando al fútbol (no me acuerdo si yo era parte del juego o me quedé al costado mirando) y empezó a llover. El lugar era enorme, tenía canchas de rugby, fútbol, piletas, quinchos varios... gigante. Así que cuando empezó a caer agua todos salieron apurados al comedor del lugar, bajo techo, y yo me encontré solo, al costado de la cancha y con la pelota. Yo no era gran cosa jugando así que raramente me pasaban la pelota, y por eso rara vez la tocaba. Y ahí estaba, solo, en paz, con la pelota, mojándome mucho. Pasaron 20 minutos y la sensación de paz era abrumadora, dulce, intoxicante. Y adictiva.
No creo que ese haya sido el primer episodio, pero me marcó. Acostumbro ubicarme al costado de los lugares donde haya mucha gente, la espalda a la pared, lejos de los ruidosos e impredecibles, de los burlones. Esos no los entiendo, no me gustan para nada. Schadenfreude. Horrible.
Mal comienzo.

Hay un segundo rasgo que desarrollé ya desde chiquito, y no sé exactamente cómo describirlo, o por lo menos no tan bien como el miedo a los demás: la necesidad de cariño. O de amor, o de reconocimiento, o de aceptación. Eso: de aceptación. Es que llamar a esto inseguridad o complejo de inferioridad o baja autoestima me parece que apenas rasca la dimensión del asunto. Mirando para atrás, creo poder explicar cada gusto o afición que tengo como la búsqueda de oportunidades para hacer algo bien y que me haga más aceptable a los ojos de los demás, o aunque sea de alguien. Lo más triste es que a estas alturas estoy persuadido de que aspirar a eso es una locura, que nadie jamás va a poder verme con buenos ojos. Simplemente no soy merecedor de amor o admiración. No me refiero a una admiración tipo Messi o Elon Musk o Taylor Swift. Es algo más íntimo, más low key, más humano. Con que alguien admire mi fotografía estoy más que conforme. Pero cada vez que recibo un cumplido cierro un poco los ojos buscando motivos ulteriores.
Esto ya lo conté pero acá va de nuevo. Una vez, mi terapeuta alemán, que era un capo, actuó lo que pasaba en mi cabeza cada vez que recibía un cumplido o un elogio de alguien:
- "no sabés la cantidad de veces que lo hice hasta que salió así",
- "cualquiera puede hacerlo",
- "no es tan bueno como vos creés",
- "no sabés del tema, por eso te impresiona",
- "algo querés de mí para decir eso",
- "en todo lo demás soy un desastre",
- "fue suerte".
Eran 7, y raramente me las acuerdo todas. Creo que eran esas.
Como dije, el muy guacho no me las dio en una listita: las actuó. Para que me quede bien claro lo estúpidas de mis excusas para no aceptar un puto elogio. No funcionó completamente, pero ayudó a por lo menos reconocer lo que ocurre cada vez que estoy en esa situación. No podía erradicar el problema porque lo de no admitir cumplidos es un síntoma del problema, no el problema. Y el problema no pudimos solucionarlo porque el tipo se concentró en sacarme de la depresión y que no me pegara un corchazo, y para cuando más o menos lo había logrado, me vine. Lástima.

Para estos dos temas tengo 2 soluciones, y no sabía que existían esos dos problemas hasta que hice terapia, y no terminé de entender su origen hasta que no surgió esta etapa de silencio en mi vida y pude rumiar sobre el asunto. Esas dos soluciones tampoco sabía que tenían que ver con esos 2 problemas, pero así es. Por un lado, Perro. Perro me abre puertas, le caigo 10 veces mejor a 10 veces más gente. Y como es una extensión mía, y en gran parte mi obra (yo lo crié y lo formé y lo eduqué), realmente me siento merecedor de los elogios que la gente le hace abiertamente. Por otro lado, no tengo la moto para mostrarle al mundo que "la mía es más grande" (aunque sea un efecto colateral apreciado en algunos casos puntuales), pero sí para alejarme de los humanos. Cuando estoy en la moto, es mi superpoder. Soy Batman. Estoy más allá, me muevo en otro plano y, sobre todo, soy inalcanzable, intocable. Y ahora me doy cuenta de por qué me afectó tanto el que me la lastimaran la semana pasada.

No sé cómo redondear y cerrar esto. Estoy demasiado molesto con lo que pasó y lo que me va a costar dejarla bien otra vez, y ni hablar de lo económico, aunque soy lo suficientemente realista como para apreciar mi situación y estar lidiando con esta estupidez y no con un tumor o unos idiotas con bandana verde o del color que sea, entrando a mi casa y degollando a mi familia.

No hay comentarios.: