domingo, 16 de junio de 2024

los lujos

La señora que limpia se toma un taxi y viaja parada. Cuando era chica y estaba en segundo o tercer grado de la primaria, el padre la sacó de la escuela y la mandó a limpiar. La llevó, literalmente, a la casa de gente de clase media alta, la ofreció como a un trapo (a ella y a las hermanas) y las dejó ahí limpiando. Por supuesto que ellas nunca vieron un peso: para eso estaba el "representante". A los 13 años de edad tuvo a su primer hijo, y siguió hasta que parió 9, la última tiene 16 años y es la única que sigue viviendo con ella. No pregunté con cuántos hombres tuvo esos 9 hijos. Me contó que alguno murió de cirrosis, que alguno le pegaba, que todos le metían los cuernos. Con 51 años, hace 44 que limpia inodoros ajenos, sin guantes. Apenas sabe leer y escribir, y la tabla del 2 le representa casi tanta dificultad como la mecánica cuántica. Es buena y responsable, pero no es ni inteligente ni viva. No tuvo ni la oportunidad ni el ejemplo que la guíe para desarrollarse como un ser humano pleno. Por supuesto que tiene muchos hermanos y medios hermanos, algunos muertos también de cirrosis o accidentes relacionados con el alcohol. El anteúltimo hijo es bipolar, y tiene como hábito romperle alguna de las pocas posesiones que ella pudo acumular: una bicicleta vieja de la que depende para ir a trabajar, una garrafa de gas para cocinar y calefaccionarse, una campera que le regalaron. Hace unos meses se separó de su última pareja y, como estaban viviendo en lo de la madre de él, terminó yéndose con la hija a dormir en una carpa en el patio de la hermana, que vive en una choza.

Un amigo de mi hermana es chofer profesional, y como tal ha manejado camiones de transporte de larga distancia y taxis, sobre todo, y ahora hace reparto de artículos de kiosco y librería dentro de la ciudad. Tiene mi misma estatura y pesa casi el doble, tiene problemas de salud (relacionados o empeorados por la gordura), tiene un hijo de casi 30 años que no le habla, ni siquiera para decirle que se va del continente, y otros dos de 13 y 17 con otra pareja, que viven a 1000 km y los ve un par de veces al año. Para trabajar en el reparto maneja una camioneta Peugeot que ya estaba completamente cachuza el milenio pasado. No es un chiste ni una exageración en lo absoluto: sin luces ni cinturones de seguridad ni cerraduras, por dar solamente un par de ejemplos. Vive en lo de los padres, en un cuarto de esos que se hacen al fondo del jardín para guardar las herramientas, con techo bajo de chapa, sin ventilación, canillas con muchas décadas y piso de cemento alisado, con una hornalla como toda cocina y calefacción. Necesita hacerse una operación en el ojo y el seguro de salud sigue paseándolo como si le sobrara el tiempo. Es trabajador como él solo (o como la señora que limpia) y no logra encausar su economía. Y se está deprimiendo, con buenas razones. Ahora está emprendiendo la preparación y venta de alfajores de maicena. Como no es muy brillante, con mi hermana y mi cuñado nos pusimos ayer a ver cómo puede mejorar sus procesos para bajar de 1 hora que estaba tardando para preparar una docena, y los 5-7 minutos que me dijo una chef profesional que tenía que tardar. Por suerte tuvimos muy buenas ideas y con la ayuda de esa chica lo vamos a ayudar.

Nunca fui delirante respecto a las bendiciones que me dio la vida. Veo los agujeros tan claro como los regalos. No tengo padre, pero pude ir a la facultad y estudiar más o menos lo que se me dio la gana. Y a partir de ahí me vengo arreglando, no sin haber heredado más de lo que me merezco. Tengo suerte y la aprovecho: las dos cosas.
Salvo que fuera un reverendo imbécil con todas las letras, es inevitable sentirme enormemente afortunado. Me despierto y aprecio de corazón que tengo un velador que se prende (tengo electricidad) apretando un botón, y agua caliente con abrir una canilla, y varios pares de zapatos y pantalones y así. Que en mi departamento calefaccionado voy a la cocina y elijo qué desayunar, y si son tostadas tengo 3 gustos de mermelada y manteca y queso crema, y le pongo canela a mi café con leche. Y básicamente nunca pienso en si voy a comer, sino solamente tengo que decidir qué de entre 3 o 4 opciones, generalmente todas saludables. Soy muy, muy afortunado.
Más incluso. Vivo una vida de lujos: vivo sin apuro, duermo lo suficiente, tengo tiempo para contemplar, puedo hacer cosas que disfruto (andar en moto, pasear con Perro, cocinar, leer, viajar un poquito), no tengo miedo (a que haya una guerra, por ejemplo), y aunque no sea perfecta e incluso no tenga pareja, mi vida es más que vivible y plena.
Voy a ver cómo más puedo ayudar a estas dos personas. Hablo con ellos, les ofrezco mis consejos cuando me los piden, les ayudo con alguna cosa pero sin arriesgar a humillarlos, pero Argentina (los argentinos) no es bondadosa con quienes tienen pocas luces y, además del entorno, a veces la simple suerte es determinante, por más que uno le dé para adelante con la mayor honestidad y las mejores intenciones. Yo lo he vivido, simplemente he tenido más resto, algo más de suerte, y una escasa y rara familia que en definitiva estuvieron ahí siempre que los necesité.

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