sábado, 8 de junio de 2024

revolviendo piedra

Están haciendo unos días prácticamente primaverales. Es una pena que sean tan cortos. Que amanezca tarde no me afecta, pero que se ponga el sol tan temprano es muy brutal con la temperatura; apenas se oculta, baja 10°. Y eso pasa a las 5 de la tarde. Corta la inspiración y esa onda primavera, y en pocos minutos nos empuja medio bestia de vuelta al invierno y los como mucho 5° que hace de noche.
Ayer fue el cumpleaños de Sobrino grande y lo festejó a la noche con una cena liviana y la obligatoria torta. Cuando volví a casa, en lugar de irme a dormir, me puse a ver una peli y me acosté bastante pasada la medianoche. Así y todo me desperté tipo 6, ayudado por la alarma del imbécil del quiosco de enfrente. En definitiva, dormí algo más de 5 horas y eso implicó que necesitara una siesta. Estaba muy decidido a tomarla, pero estuvo tan lindo el día que preferí no perdérmelo, aunque fuera estando en casa y ordenando. Es que desde hace un par de semanas estoy con el objetivo de sacar todo lo que no sirva: donarlo, venderlo, tirarlo, regalarlo, rematarlo. Hace un mes vendí el tocadiscos de mi mamá, también tengo una interesada para la máquina de hacer pastas, y me queda una multiprocesadora y cosas así. Esas son las cosas vendibles. El resto es cuestión de ver si tiene algún uso y decidir a quién dárselo, y si no, tirarlo.
El asunto, por supuesto, no es fácil. No se trata solamente de revolver cajas; implica también, sobre todo, retroceder en el tiempo, volver a una época donde la tele era en blanco y negro (hasta los 7, creo) y se recortaban las revistas para guardar recetas, o se copiaban a mano. Para hablar con alguien había que discar el número, que tenía 4 o 5 dígitos como mucho, y uno se los sabía de memoria. Hoy apenas sé el mío. Y apenas me acuerdo lo que desayuné. Como sea, es un proceso que fuerza a uno a reactivar áreas de sus neuronas, visitar tiempos y lugares del mapa mental que ya casi se habían apagado. Es lindo y duro al mismo tiempo. Y requiere mucha energía, aunque uno no mueva más que los dedos mientras recorren papeles: recetas con ingredientes que ya no sé qué eran (¿polvo Royal?), tarjetas de mecánicos cuyos hijos ya están jubilados, boletas escritas a mano, invitaciones a bautismos de gente que tiene hijos en la universidad, fotos de casas donde ahora hay edificios, presupuestos indescifrables, garantías de televisores que hace mucho dejó de usarse esa tecnología.
Siempre presté mucha atención a los olores, y todas estas cosas que revolví hoy olían a niñez, o por lo menos a mi niñez, y a las partes más lindas. Mi infancia, siempre recalco (quizás por el dolor que pasé), no fue agradable, o yo no la recuerdo así. Hubo momentos lindos pero no capítulos. Sé que fui privilegiado, y lo sabía también entonces, pero eso no hacía más que poner en contraste lo que estaba mal, que era poco pero importante. Igual que ahora, supongo. Igual me siento agradecido y casi todo lo que tengo ahora puedo rastrear a esa época el que me haya dado el carácter  las habilidades para haber logrado adquirirlo, ya sea con trabajo, estudio, buenas decisiones o como sea. Pienso en mi abuelo.
En fin, una tarde interesante. Dolorosa, porque estuve revolviendo cosas de mi mamá que murió hace relativamente poco y nuestros últimos encuentros fueron chotos. De hecho, no la extraño. Creo que pesó demasiado el haberme ido a Europa por tanto tiempo y estoy acostumbrado a no tenerla, y cuando volví y la tuve fue demasiado áspera y negativa. Extraño cosas, por supuesto, como uno extraña de casi cualquier persona que ya no está y con la que compartió su vida, pero no tengo esa imagen tierna, dulce o abnegada que muchos guardan de su madre. Quizás estoy equivocado.
Como sea, ahora me siento mejor. Sabía que tenía que venir a mi café con la computadora y escribir esto; plasmarlo y sacármelo del pecho. Ahora voy a pasear con Perro, que ya lo tengo apoyando la cabeza en mi falda, señal invariable de que está repodrido de estar echado en el piso y necesita gastar energía.

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