martes, 16 de julio de 2024

fucking brilliant

Es difícil a veces escribir. Es un poco como el sexo a partir de cierta edad, que uno tiene que juntar inspiración para que salga algo que valga la pena, pero cuando llega le momento, se bloquea. Nada me obliga a escribir excepto las ganas de hablar con alguien de ciertos temas, pero ese alguien no existe, no está, o está ocupado. No hay una puta nena linda que quiera estar conmigo, y mis amigos están lejos y con sus propias cosas. Eso que se conoce oficialmente como haber tomado chotas decisiones, combinado con mala suerte por un lado, y por el otro la vida.
Charlaba con mi amigo de Melbourne y me decía que él cree firmemente que mi falta de pareja en Argentina no se debe a mis falencias como hombre sino a la estupidez de ellas, su pobreza de criterio a la hora de ver mis muchas virtudes. Ponele. Así que me insistió una vez más con que tengo que ver dónde puedo conseguir lo que busco y que se me aprecie lo que tengo para ofrecer, que no es poco ni fácil de encontrar. No es menor algo a lo que estoy empezando a resignarme: que acá no hay lo que busco, que es como una rubia, alta y de ojos celestes en Bolivia. Que hable japonés. Y al contrario que la boluda de mi hermana y la novia de un amigo (y ambas tienen en común una capacidad de análisis de una KitchenAid), no busco una modelo. Y quiero explayarme sobre esto.
No sé si alguna vez expliqué acá cómo funciona mi "método de selección", por llamarlo de alguna manera, pero esencialmente miro a las mujeres que me rodean, y las que me parecen tageslichttauglich (buscalo, no seas vago) y no tienen pareja, les dedico esfuerzo en conocerlas, descular si son inteligentes, buenas personas, interesantes, cultas y demás. Al margen, hoy en día, de determinar que no sean descerebradas fanáticas de cosas como el feminismo, los derechos de los caballitos de mar o ideologías indefendibles en cuanto uno les echa dos fotones de raciocinio.
Sigo. No tengo apuro de cogerlas, más bien lo contrario. Quiero conocer el interior de su mente y de su corazón, no de su cama (aunque es otra palabra la que debería escribir, pero hoy estoy fino). Y algo que ni mi hermana ni esta amiga entienden es que una vez que una mujer me parece suficientemente atractiva visualmente (digamos 6/10, e incluye cosas que van desde la belleza física hasta sus modales), cualquier punto extra no suma nada a mi interés por conocerla. Un 8 no me resulta más importante que un 6. Lo de adentro es lo que cuenta. El argumento que usaron de que siempre salí con minas muy lindas es una estupidez: no salí con esas chicas porque eran tan lindas, sino a pesar de eso. De hecho, la que más extraño es cómoda la menos linda de las mujeres con las que salí, y de la otra que a veces extraño, es por rasgos que tienen que ver con su dulzura y su carácter, no con el hecho de que era un bombonazo, que como cualquiera sabe, después de apenas unos meses juega un nulo papel. Completamente nulo. No sé si debería dejar de enfatizar eso para no correr el riesgo de restarle credibilidad a mi argumento, pero es así. Voy más allá: en mi abundante autoestima, considero increíble que me hayan dado bola, que se hayan fijado en mí, y en algunos casos, que me hayan encarado, porque yo ni siquiera tuve la valentía de hacerlo y mucho menos la confianza. Así de equivocadas están mi hermana y esta amiga. La situación es mucho, pero mucho peor de lo que estas dos pavas creen, y ni siquiera en el sentido que ellas piensan. Encima, lo que me fascina de una mujer no es su belleza sino su delicadeza, finura y femineidad. Saber ser sumisa o firme en función del momento, en lugar de las bandadas de idiotas que pelean por cosas sin sentido y en las importantes se callan la boca "para no pelear". Imbéciles.

Como si hubieran estando acechando desde alguna alcantarilla, una amiga en Basilea, Suiza, me echó la bronca ayer por algo que dije que era bastante potable y ella eligió interpretarlo maliciosamente y así poder ofenderse. O sea, nada nuevo. En ella sí es nuevo, o por lo menos nunca lo había hecho conmigo, pero realmente a esta altura nadie se salva, parece que todos nos vamos infectando y agregando esa táctica a nuestra paleta de herramientas para ganar discusiones, relegando cada vez más la búsqueda de la verdad en lugar de ponerle a todo el manto de nuestra visión de las cosas. De hecho, escuchando el audio que le mandé y que ella dice que la hizo enojar, no solamente fue una cuestión de su interpretación de lo que dije sino que llenó huecos que no existen con ideas propias de ella. En el audio le contaba algo que la gente me dice: que parezco 10 años más joven. Eso por un lado. Por el otro, le explicaba que mujeres de mi edad (50) acá en Argentina están hechas moco: gordas, venidas abajo, promiscuas, resentidas hacia los hombres, las mujeres y la vida en general, llenas de gansadas como pelo mal teñido, temas de conversación que te dan ganas de meterte un taladro eléctrico en los tímpanos con tal de no escucharlas, ropa que les quedaba para el orto ya hace 30 años, y expectativas de modelo veinteañera cruzada con princesa de Disney. De esas que se sacan fotos con la hija y esperan que les digan que parecen hermanas. De esas que las amigas les dicen que están divinas cuando parece que recién las hubieran sacado del World Trade Center después de la visita de Bin Laden. En realidad, el audio fue más corto (un par de minutos de diatriba), menos chistoso y más objetivo, creo, pero en todo caso, cualquier aspecto sujeto a interpretación podría haber sido indagado. Su conclusión: que yo busco nenas de buen culo y grandes tetas, y tengo cero interés en cultivar una relación. Fucking brilliant.
Es mucho más fácil entender lo que uno cree que el otro piensa, por los motivos que sean, y enojarse y decirle cualquier idiotez. Mucho menos trámite, formularios y calorías. Después de todo, chatGPT me explica que el cerebro, que no tiene un puto músculo, consume el 20% del total del cuerpo; aparentemente algunas se han hecho mucho más ahorrativas apagando cosas que, después de mucha deliberación, consideran no esenciales.
Cansa. Aburre. Pudre. A mí, a los que las rodean, a la sociedad.

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