miércoles, 18 de septiembre de 2024

de jóvenes

Que alguien me explique qué vale la pena, porque yo no veo nada.
Perro. Él vale la pena. Y esto muestra lo choto que es estar depre. La primera oración la escribí con total honestidad, y sin embargo, Perro está acostado al lado de mi silla. Pero ahí justamente reside la esencia de la depre: pone un velo gris sobre todo lo que normalmente evoca una emoción, buena o mala, y hace al mundo, y la vida, insípidos, incluso cuando están ahí, enfrente a nuestra nariz. Esa flor que crece de una grieta en la cerca de piedra del vecino, ahora no se ve. El viento no acaricia, simplemente sopla y enfría. La comida no gusta, apenas alimenta y saca el hambre. No hay disfrute en nada, las cosas se hacen por inercia o deber, porque es la hora, porque ya atendieron al de adelante, porque están en oferta.
Ahora, 4 días más tarde, me siento algo mejor, lo que significa que siento algo. Por algún motivo que conozco, estuve bastante depre. El motivo es simple: soledad. Pasaron algunas cosas buenas, alguna mala, pero todas sin compartir. Jode. Y los argentinos me hartan, me asquean. Quizás en este punto venga al caso recordar por enésima vez que es una generalización y como tal habla de todos pero de nadie en particular, y no significa que en mi cabeza el ser argentino es garantía de encajar en una determinada casilla. Es, simplemente, una probabilidad. Una probabilidad más alta de ser de una determinada forma. Hay alemanes así, pero no es lo que los caracteriza, o a los chinos o a los de Tasmania. Esos tendrán otros rasgos más comunes, de los que nosotros más comúnmente carecemos.
De vuelta a las críticas a estos imbéciles pedorros ignorantes, no hablo de cosas que observo por puro gusto de encontrarle el pelo al huevo aunque no tienen mayor incidencia en mi vida, pero me amargan porque soy un rompehuevos atómico que quiero que el mundo sea como yo digo y punto. Que, ojo, lo soy. Pero nop, no es por eso. Es porque son cosas que me afectan directamente, y para mal. Como las horas y los horarios de sueño. O la integridad de mi patrimonio, el cual me cuesta por demás adquirirlo y mantenerlo en condiciones, como el auto. O cruzar una puta bocacalle, que se transforma en una odisea del calibre de la de Indiana Jones consiguiendo la calavera de cristal. No entro en detalles porque, además de que ya me explayé en esto, es tan obvio que sería tomar por estúpido al lector. Y no solamente me afecta a mí, los afecta a ellos, nos afecta a todos. Pero estos tarados no lo ven, desconocen sus derechos y se cagan en el prójimo. Es un guiso muy, muy malo.
Otra cosa que me afecta es ver a cierta camarera o dos, absolutamente preciosas personas, pero que ambas sumadas no llegan a mi edad y me siento un viejo choto, degenerado y frustrado cada vez que las veo, porque no logro encontrar una de una edad más razonable (digamos, de 35 a 40) con un poco de raciocinio, bondad y que me atraiga. Y cuando las veo, tengo una batalla interna con la soledad de un lado y las taradas del otro, donde estas dos chicas sobresalen como seres humanos pero son demasiado jóvenes aunque (y esto lo digo con cariño) un poco pelotudas. Me afecta. Una de ellas me encanta como persona y hasta creo que, sin caer en whishful thinking, en algún momento me demostró interés. Pero no me interesa, además de por la edad, porque peca de esa característica tan indeseable y común en las mujeres, potenciada hoy en día por las benditas redes sociales, de querer recibir atención y apelar a la sexualidad y/o a la histeria para obtenerla. En el caso de ella no es histeria, sino ropa y fotos provocativas, e incluso unas calzas que usa en su trabajo y que dejan nada de nada librado a la imaginación. Me da pena porque sé que es una maravillosa persona y tiene un dolor en el alma (la muerte temprana de su madre hace apenas un par de años) que de alguna manera encapsula, mientras al resto del mundo nos regala su sonrisa que derrite el mármol. Pero para la mayoría entiendo que sea difícil valorar esa sonrisa por sobre sus tetas y culo en primer plano. Es denigrante y ella no lo ve.
La otra, más joven todavía, parece no tener este tema de mostrar sus atributos físicos. La conozco mucho menos así que no tengo más para decir, pero el punto es que no importa por lo de la edad. Me causa gracias que cuando converso con amigas sobre mi situación sentimental y les comento que no me gusta nadie, que apenas si conozco un par de camareras pero que son demasiado jóvenes, la mitad reacciona diciendo que soy un degenerado asqueroso y la otra mitad impugna el tema de la diferencia de edad como si les dijera que a la camarera y a mí nos gustan chicles de marcas diferentes y eso es el fin del mundo. Sospecho que algunas, las primeras, se sienten atacadas personalmente y les gusta justificar agarrarse de lo que sea para pensar que los hombres somos repugnantes, mientras que otras simplemente quieren que yo esté bien, con quien sea que me guste y sea mutuo, mientras sea un adulto con consentimiento. La vida ya es complicada, y complicárnosla más todavía siguiendo normas que van en contra de la naturaleza no parece tener mucho sentido.
Yo estoy en algún lugar entre ambas posiciones, pero más que nada pienso que la edad no es simplemente un número, sino que refleja a grandes rasgos la etapa de la vida en la que estamos y a veces simplemente no coincidimos con la otra persona. Quizás al principio, cuando todo es color de rosa, uno cree poder saltarse esas cosas de por vida, pero en algún momento empiezan a darle pinceladas a la relación que nos influyen y acotan. Es choto, pero la vida es chota y es infantil negar que el contexto afecta.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

hoy es Malta

Desde que volví a Argentina tengo a veces una especie de flashbacks que dependen de las circunstancias. No podría explicar bien la conexión entre las imágenes que se me disparan como fuegos artificiales en la cabeza y lo que estoy viviendo en el momento, pero siempre se remiten a lugares donde estuve y a sentimientos específicos que me generaron esos lugares, aunque no estoy seguro cuáles, que me los revive un detalle ínfimo de lo que me pasa hoy. Vienen sin aviso, sin estados de ánimo específicos, pero son en su mayoría positivos y, no casualmente, en Italia. Sicilia, Cinque Terre, Florencia, los Alpes, Lago di Como, di Garda o di Carezza. No tan seguido, pero me genera un enorme placer, la Provence, en el sur de Francia. Esta es fácil: fue tranquilamente uno de los mejores viajes de mi vida, peleando por el primer puesto con argumentos excelentes. Como lo mire, como me sienta ese día, cuando me suicide: el idioma, la comida, los paisajes, los lugares, los olores, las rutas, la moto, la compañía, el clima. Probablemente el único lugar donde elegiría vivir fuera de Italia. Y esta mañana, por algún motivo, se me cruzó Malta por la cabeza, en particular la bahía de Mellieha, con sus botes de colores y su luz del atardecer.
Estas imágenes que me asaltan de vez en cuando son una belleza, y al mismo tiempo que me inundan con recuerdos hermosos me hacen sufrir el contraste con este proyecto fallido de país en el que los argentinos han convertido a Argentina. Esta catástrofe en la que vivimos, este moco social resultante de cagarnos sistemáticamente en las reglas, hace la convivencia y la vida en general algo impracticable. A los constantes bocinazos, las alarmas de autos, casas, comercios o edificios, los insultos, los escapes ruidosos, los pitidos de las cocheras o de los camiones en reversa trabajando a horas no habilitadas, la música de mierda (porque, aunque a deshoras y a todo volumen sea apenas un poco menos molesto, ni por putas Vivaldi) y las fiestas de madrugada, con sus carcajadas y gritos, ahora se suman los 2 perros de una vecina que los deja casi todo el día en el balcón y le ladran al pasto crecer. O su dueña, cuando invita gente y se ponen en el mismo balcón a charlar y reírse como si estuvieran solas en el sistema solar, tomar y apestar a los vecinos con marihuana. Eso es vivir con argentinos.
Vivo frustrado, lo cual es muy dañino y mi hígado me lo recuerda constantemente, y quién sabe qué más se está cocinando. El problema es que honestamente no logro distinguir si soy yo el intolerante o estas cosas son realmente intolerables en una sociedad civilizada y donde el concepto de el prójimo tiene alguna vigencia. Entonces, me persigo pensando que exagero, y no ayuda el que mucha gente, casualmente argentinos, me rompe las pelotas con esto. Seguramente es un poco de ambas, pero mirando un poco lo que es vivir en Argentina, cómo se llevan entre ellos y cómo se joden la vida a sí mismos y a los demás... da para pensar que mi contribución al problema, mi intolerancia, es el menor de los factores.
En esa línea, el otro día escuché una comparación que me dejó pensando: decía el viejito con aspiraciones de Yoda mezclado con San Pedro, que si tuviera una pila de u$d 86.400 y alguien pasara y se llevara u$d 10, ¿tendría sentido impedirme disfrutar de los u$d 86.390 restantes? Por supuesto que no, y de ahí extrapolaba diciendo que uno no debería dejarse amargar el día (que tiene justamente 86.400 segundos) por un idiota que nos ensucia 10 segundos. A primera vista parece razonable, pero al mismo tiempo me hizo ruido la extrapolación. Hasta que me di cuenta de que el tema es que uno no se amarga por 10 segundos y después la vida se reinicia y sigue. Gente como yo no se enoja porque alguien que viene por la izquierda con el auto en una esquina pasa primero. Es cierto que esa interacción dura 4 segundos y ya. Uno se enoja porque sabe que alguien que pasa cuando no le toca no lo hizo esa vez y el resto de su puta vida es un law abiding citizen, sino un reverendo sorete que vive cagándose en las reglas, es decir, en el prójimo, y que esa es una de mil que va a hacer ese día, y que como él hay otros 46,9 millones de los 47 millones de habitantes que tiene este pobre país. Eso es lo que amarga no solamente los 86.400 segundos del día sino la existencia de los que nos jodemos haciendo la fila mientras los colados pasan primero. Y no es porque nos afecte personalmente, sino porque sabemos fehacientemente lo bueno que es para todos actuar con consideración al prójimo. Pero ya me siento un lorito que, además de repetir como un imbécil lo que ya dije mil veces, ya debería haber entendido que mejor irme y listo. Estoy poniendo este país ahí donde puse mucho más rápido a Alemania, que cada vez que despegaba de Múnich para venir a pasar las fiestas pensaba que si mientras subía el tren de aterrizaje explotaba una ojiva nuclear y se los llevaba a la mierda, lo que iba a lamentar era la moto.