Normalmente empiezo críptico y sobre el final del texto cierro el círculo que aclara el título. En el medio me permito divagar, dejarme llevar por alguna tangente, hasta perderme. Me gusta mucho ese estilo. Hoy voy derecho a los fideos.
Una 2025 es una batería de esas tipo botón, de 20 mm de diámetro y 2,5 mm de espesor; por eso el nombre. Una 2032 tiene el mismo diámetro y 3,2 mm de espesor. Y así.
Mi moto no tiene llave en el sentido tradicional, ni cerradura donde embocarla para poder ponerla en marcha. Lo que si tiene es un llavero de proximidad y el correspondiente sensor enterrado en toda la electrónica de la moto. Sin eso, la moto es esencialmente un pisapapeles algo caro. Tengo dos de esos llaveros y llevan una 2025 para poder transmitir el código a la moto cuando se les pregunta y así poder usarla (como moto, no como pisapapeles). Siempre tengo uno en uso y el otro guardado, con una batería nueva pero sin conectar, con un papel o algo que mantenga el circuito interrumpido. Cuando el que está en uso deja de funcionar, y hasta que tengo tiempo de ir a comprar una batería nueva, uso el que tenía guardado y así voy alternando el uso de uno u otro llavero. Este ciclo dura unos 3 años, pareciera que independientemente de cuánto uso la moto. Y esto justamente pasó ayer, que tuve que abrir ambos llaveros, sacar la batería del que estaba en uso y ya no funciona, y activar el otro. Mi intención es ir hoy a comprar lo que creo va a ser la última 2025, porque nunca vi otro aparato que use una de esas, sino que suelen ser las mucho más comunes 2032.
Pero, ¿por qué la última? Porque no creo que vaya a quedarme otros 3 años con la moto. Cada vez tiene menos sentido. La moto cumple muchas funciones en mi vida. Unas de las menos relevantes es que me transporta cuando tengo que ir a algún lado y el auto tiene algún problema. Pero también hay taxis, y sirven también en invierno y puedo llevar más cosas conmigo. Y son más baratos.
Otra cosa que hace es darme placer, pero para disfrutar de ese placer tengo que dejar otro: Perro, y si bien es un placer distinto, como comer o tener sexo, que no se reemplazan mutuamente, moto y Perro sí se superponen un poquito. La moto también es muy difícil de mantener en Argentina, y con los años esto se agrava. Siendo realista, es una locura tenerla en este contexto. Y ni hablar de los macacos que andan por ahí pertrechados con una licencia de conducir y demasiados cientos de kilos autopropulsados. Estoy sentado en un café que queda en una esquina, y en la hora que llevo acá no pasó un solo auto que merezca menos de 3 multas: doblar sin usar la luz de giro, no ceder el paso a los peatones, no usar cinturón de seguridad, no respetar la prioridad del cruce, profundidad del dibujo en las cubiertas, los rompe niebla encendidos (son casi las 9 de la mañana), etc.
Por estas cosas que menciono y alguna que seguro se me escapa, las posibilidades que tengo de disfrutar de la moto son, con toda la furia y el delirio, el 10% de lo que eran en Europa. La macana es que ese 10%, o siquiera el 1% de placer que me da, es tan importante para mí, que incluso a pesar de no contar con nada que se parezca a Kesselberg todavía me ilumina el alma. Y de esas cosas no me sobran.
Así que acá estamos. Por un lado, el 99% del tiempo es una idiotez tener la moto, pero por el otro, cuando se alinean los planetas es muy necesario y dificilísimo imaginarme la vida sin una moto tan estúpidamente potente.
Como la camarera del café donde estoy. Tengo como mínimo el doble de edad y es idiota sopesar la idea de salir con ella, y sin embargo disfruto mucho mirándola y, hasta donde se pueda, interactuando con ella. Además de linda y fina, es dulce y me presenta el desafío de ganarme su confianza y la eventual sonrisa. Me devuelve la fe en las mujeres. Falta encontrar una que haya terminado la salita de 4.
jueves, 26 de septiembre de 2024
la última 2025
martes, 24 de septiembre de 2024
una rendija
Creo que ya conté varias veces lo difícil que me es poder saber lo que siento. Tengo todo tan racionalizado y razonado, tan armado en mi cabeza de forma de poder navegar en este mundo que me resulta tan hostil con sus eternas combinaciones de estupidez y maldad, todo para no tener que depender de cómo me siento en el momento, que generalmente es mal. Era especialmente mal durante mi infancia, con mis padres peleando y mi pequeño mundo desintegrándose, más lo que pasé en aquella relación en Osnabrück, que hizo obvio que necesitaba ayuda y tardé años en encontrarla, recién en Múnich. En mi infancia, cuando el mundo me era feo, era demasiado y era incomprensible, al no poder procesar lo que pasaba y sin nadie que me explicara cómo, aprendí a reprimir mis sentimientos, a callarlos, a dejar de prestarles atención. Hasta que dejaron de hablarme. En Alemania detoné y tuve suerte que alguien me atrapó antes de un definitivo pull the plug. De lo cual, debo agregar, todavía no estoy del todo seguro de que haya sido lo mejor. Ni lo descarté. Pero esa es otra historia.
Esta historia es sobre que acá estoy todavía, vivito y escribiendo. Sobre lo que me cuesta saber lo que siento. Y sobre que ayer se abrió una rendija y pude ver algunas cosas. Y resalto eso de rendija, porque no es que tengo una niebla o algo así más poético y que reduce la visibilidad cuando miro para adentro y trato de descular lo que siento. No, no... es una puta pared, de las de antes, de 60 cm de espesor.
Un buen ejemplo de lo que hablo es cuando he tenido que elegir entre dos mujeres diferentes, que conozco relativamente bien a ambas. Las dos lindas, piolas, se puede hablar y son compinches, en fin, desde cualquier métrica da más o menos lo mismo y lo único que queda es lo que uno siente. Cagamos, ahí no sé qué hacer, ahí es cuando quisiera poder poner una clave de usuario y contraseña para acceder a mi corazón y que me diga su opinión. Olvidate. Ni el teclado encuentro.
Así que vi algunas cosas por la rendija. Vi, incluso, una tendencia, y que creo que me sirve de explicación a por qué renuncié a BMW, no less.
Resulta que me gusta trabajar para mí. No logro subirme al tren de nadie. Cuando acepto una responsabilidad, encaro una tarea, tengo que ver la ganancia para mí, y el sueldo no me es tan estimulante como para otros, o como debería. La ganancia puede ser económica, o de posibilidades de progreso o de tareas más interesantes. Esta displicencia por el dinero es porque tengo resto, por supuesto (bah... creo). Si estuviera cagado de hambre calculo que haría lo que fuera por resolver la situación, como ya lo he hecho, aunque no haya estado cagado de hambre: limpiar baños, voltear hamburguesas, pintar paredes, cortar pasto, lavar platos, apilar remeras, y un etc. larguísimo. Para agregarle dificultad al tema, me gustan los trabajos con una capa de rutina donde estructurar el día y otra más de desafíos, y me revientan los imprevistos. Es irreal, lo sé, los trabajos que se pagan bien son justamente los que consisten en resolver imprevistos. Por eso me encanta estar preparado. No me gusta salir corriendo a hacer las cosas a ciegas. En BMW casi no había imprevistos, y las pocas veces que los había, también había una estructura de más de 120.000 personas de respaldo. Todo en Alemania era así. Era brutal. Pero había CERO interés para mí con la depre haciéndome de filtro a todo lo que la empresa tenía para ofrecerme. Y el idioma me costaba mucho.
Hurgando en mi cabeza para dar más ejemplos que el de esa única empresa, me doy cuenta de que en realidad fue el único lugar en donde trabajé realmente, como ingeniero, que fue para lo que estudié 8,5 años para el título de grado, 1,5 años la maestría y 2,5 años el doctorado. Lo hice con un placer enorme, fascinado, embelesado con lo que aprendía, pero fue mucho y me hubiera gustado sacarle más el jugo. Todo lo que aprendí me sirvió y lo aprecio y me sirve, aunque sea indirectamente, aunque sea para entender cuando me hablan de cosas complicadas, pero no pude aplicarlas al grado que creo que hubiera tenido sentido por el tiempo y esfuerzo que dediqué a adquirir esos conocimientos. La depresión realmente me partió al medio en más de una forma. Es muy triste, porque tenía un potencial enorme. Si algo lamento en mi vida, es eso. Creo que casi todo lo demás que me pasó choto en mi vida fue culpa mía y podría reescribir la historia dada la oportunidad, pero la depre... no. Esa no sabría cómo evitarla, ni sus consecuencias.
Pero quiero rescatar, y escribir sobre el hecho de que me di cuenta de un rasgo de mi personalidad que había confundido y sospechado que era vagueza, que es simplemente el buscarle un sentido a lo que hago y que la plata no le da. Por eso precisamente es que me motiva tanto lo que hago con las cabañas, que puedo modificarlas y ver cómo evolucionan y mejoran, me encargo de cuidarlas y explotarlas y no tengo que pedirle permiso o instrucciones a nadie para hacer lo que quiera. Ni siquiera tengo que pagar un crédito por lo que hice, ni pedir prestado para encarar cosas. Eso es una bendición. Incluso cuando pasan cosas malas e imprevistas, las aprovecho para aprender, tomar las medidas para que no pasen de nuevo y que si pasan, estar preparado. Es alucinante.
miércoles, 18 de septiembre de 2024
de jóvenes
Que alguien me explique qué vale la pena, porque yo no veo nada.
Perro. Él vale la pena. Y esto muestra lo choto que es estar depre. La primera oración la escribí con total honestidad, y sin embargo, Perro está acostado al lado de mi silla. Pero ahí justamente reside la esencia de la depre: pone un velo gris sobre todo lo que normalmente evoca una emoción, buena o mala, y hace al mundo, y la vida, insípidos, incluso cuando están ahí, enfrente a nuestra nariz. Esa flor que crece de una grieta en la cerca de piedra del vecino, ahora no se ve. El viento no acaricia, simplemente sopla y enfría. La comida no gusta, apenas alimenta y saca el hambre. No hay disfrute en nada, las cosas se hacen por inercia o deber, porque es la hora, porque ya atendieron al de adelante, porque están en oferta.
Ahora, 4 días más tarde, me siento algo mejor, lo que significa que siento algo. Por algún motivo que conozco, estuve bastante depre. El motivo es simple: soledad. Pasaron algunas cosas buenas, alguna mala, pero todas sin compartir. Jode. Y los argentinos me hartan, me asquean. Quizás en este punto venga al caso recordar por enésima vez que es una generalización y como tal habla de todos pero de nadie en particular, y no significa que en mi cabeza el ser argentino es garantía de encajar en una determinada casilla. Es, simplemente, una probabilidad. Una probabilidad más alta de ser de una determinada forma. Hay alemanes así, pero no es lo que los caracteriza, o a los chinos o a los de Tasmania. Esos tendrán otros rasgos más comunes, de los que nosotros más comúnmente carecemos.
De vuelta a las críticas a estos imbéciles pedorros ignorantes, no hablo de cosas que observo por puro gusto de encontrarle el pelo al huevo aunque no tienen mayor incidencia en mi vida, pero me amargan porque soy un rompehuevos atómico que quiero que el mundo sea como yo digo y punto. Que, ojo, lo soy. Pero nop, no es por eso. Es porque son cosas que me afectan directamente, y para mal. Como las horas y los horarios de sueño. O la integridad de mi patrimonio, el cual me cuesta por demás adquirirlo y mantenerlo en condiciones, como el auto. O cruzar una puta bocacalle, que se transforma en una odisea del calibre de la de Indiana Jones consiguiendo la calavera de cristal. No entro en detalles porque, además de que ya me explayé en esto, es tan obvio que sería tomar por estúpido al lector. Y no solamente me afecta a mí, los afecta a ellos, nos afecta a todos. Pero estos tarados no lo ven, desconocen sus derechos y se cagan en el prójimo. Es un guiso muy, muy malo.
Otra cosa que me afecta es ver a cierta camarera o dos, absolutamente preciosas personas, pero que ambas sumadas no llegan a mi edad y me siento un viejo choto, degenerado y frustrado cada vez que las veo, porque no logro encontrar una de una edad más razonable (digamos, de 35 a
40) con un poco de raciocinio, bondad y que me atraiga. Y cuando las veo, tengo una batalla interna con la soledad de un lado y las taradas del otro, donde estas dos chicas sobresalen como seres humanos pero son demasiado jóvenes aunque (y esto lo digo con cariño) un poco pelotudas. Me afecta. Una de ellas me encanta como persona y hasta creo que, sin caer en whishful thinking, en algún momento me demostró interés. Pero no me interesa, además de por la edad, porque peca de esa característica tan indeseable y común en las mujeres, potenciada hoy en día por las benditas redes sociales, de querer recibir atención y apelar a la sexualidad y/o a la histeria para obtenerla. En el caso de ella no es histeria, sino ropa y fotos provocativas, e incluso unas calzas que usa en su trabajo y que dejan nada de nada librado a la imaginación. Me da pena porque sé que es una maravillosa persona y tiene un dolor en el alma (la muerte temprana de su madre hace apenas un par de años) que de alguna manera encapsula, mientras al resto del mundo nos regala su sonrisa que derrite el mármol. Pero para la mayoría entiendo que sea difícil valorar esa sonrisa por sobre sus tetas y culo en primer plano. Es denigrante y ella no lo ve.
La otra, más joven todavía, parece no tener este tema de mostrar sus atributos físicos. La conozco mucho menos así que no tengo más para decir, pero el punto es que no importa por lo de la edad. Me causa gracias que cuando converso con amigas sobre mi situación sentimental y les comento que no me gusta nadie, que apenas si conozco un par de camareras pero que son demasiado jóvenes, la mitad reacciona diciendo que soy un degenerado asqueroso y la otra mitad impugna el tema de la diferencia de edad como si les dijera que a la camarera y a mí nos gustan chicles de marcas diferentes y eso es el fin del mundo. Sospecho que algunas, las primeras, se sienten atacadas personalmente y les gusta justificar agarrarse de lo que sea para pensar que los hombres somos repugnantes, mientras que otras simplemente quieren que yo esté bien, con quien sea que me guste y sea mutuo, mientras sea un adulto con consentimiento. La vida ya es complicada, y complicárnosla más todavía siguiendo normas que van en contra de la naturaleza no parece tener mucho sentido.
Yo estoy en algún lugar entre ambas posiciones, pero más que nada pienso que la edad no es simplemente un número, sino que refleja a grandes rasgos la etapa de la vida en la que estamos y a veces simplemente no coincidimos con la otra persona. Quizás al principio, cuando todo es color de rosa, uno cree poder saltarse esas cosas de por vida, pero en algún momento empiezan a darle pinceladas a la relación que nos influyen y acotan. Es choto, pero la vida es chota y es infantil negar que el contexto afecta.
miércoles, 4 de septiembre de 2024
hoy es Malta
Desde que volví a Argentina tengo a veces una especie de flashbacks que dependen de las circunstancias. No podría explicar bien la conexión entre las imágenes que se me disparan como fuegos artificiales en la cabeza y lo que estoy viviendo en el momento, pero siempre se remiten a lugares donde estuve y a sentimientos específicos que me generaron esos lugares, aunque no estoy seguro cuáles, que me los revive un detalle ínfimo de lo que me pasa hoy. Vienen sin aviso, sin estados de ánimo específicos, pero son en su mayoría positivos y, no casualmente, en Italia. Sicilia, Cinque Terre, Florencia, los Alpes, Lago di Como, di Garda o di Carezza. No tan seguido, pero me genera un enorme placer, la Provence, en el sur de Francia. Esta es fácil: fue tranquilamente uno de los mejores viajes de mi vida, peleando por el primer puesto con argumentos excelentes. Como lo mire, como me sienta ese día, cuando me suicide: el idioma, la comida, los paisajes, los lugares, los olores, las rutas, la moto, la compañía, el clima. Probablemente el único lugar donde elegiría vivir fuera de Italia. Y esta mañana, por algún motivo, se me cruzó Malta por la cabeza, en particular la bahía de Mellieha, con sus botes de colores y su luz del atardecer.
Estas imágenes que me asaltan de vez en cuando son una belleza, y al mismo tiempo que me inundan con recuerdos hermosos me hacen sufrir el contraste con este proyecto fallido de país en el que los argentinos han convertido a Argentina. Esta catástrofe en la que vivimos, este moco social resultante de cagarnos sistemáticamente en las reglas, hace la convivencia y la vida en general algo impracticable. A los constantes bocinazos, las alarmas de autos, casas, comercios o edificios, los insultos, los escapes ruidosos, los pitidos de las cocheras o de los camiones en reversa trabajando a horas no habilitadas, la música de mierda (porque, aunque a deshoras y a todo volumen sea apenas un poco menos molesto, ni por putas Vivaldi) y las fiestas de madrugada, con sus carcajadas y gritos, ahora se suman los 2 perros de una vecina que los deja casi todo el día en el balcón y le ladran al pasto crecer. O su dueña, cuando invita gente y se ponen en el mismo balcón a charlar y reírse como si estuvieran solas en el sistema solar, tomar y apestar a los vecinos con marihuana. Eso es vivir con argentinos.
Vivo frustrado, lo cual es muy dañino y mi hígado me lo recuerda constantemente, y quién sabe qué más se está cocinando. El problema es que honestamente no logro distinguir si soy yo el intolerante o estas cosas son realmente intolerables en una sociedad civilizada y donde
el concepto de el prójimo tiene alguna vigencia. Entonces, me persigo pensando que exagero, y no ayuda el que mucha gente, casualmente argentinos, me rompe las pelotas con esto. Seguramente es un poco de ambas, pero mirando un poco lo que es vivir en Argentina, cómo se llevan entre ellos y cómo se joden la vida a sí mismos y a los demás... da para pensar que mi contribución al problema, mi intolerancia, es el menor de los factores.
En esa línea, el otro día escuché una comparación que me dejó pensando: decía el viejito con aspiraciones de Yoda mezclado con San Pedro, que si tuviera una pila de u$d 86.400 y alguien pasara y se llevara u$d 10, ¿tendría sentido impedirme disfrutar de los u$d 86.390 restantes? Por supuesto que no, y de ahí extrapolaba diciendo que uno no debería dejarse amargar el día (que tiene justamente 86.400 segundos) por un idiota que nos ensucia 10 segundos. A primera vista parece razonable, pero al mismo tiempo me hizo ruido la extrapolación. Hasta que me di cuenta de que el tema es que uno no se amarga por 10 segundos y después la vida se reinicia y sigue. Gente como yo no se enoja porque alguien que viene por la izquierda con el auto en una esquina pasa primero. Es cierto que esa interacción dura 4 segundos y ya. Uno se enoja porque sabe que alguien que pasa cuando no le toca no lo hizo esa vez y el resto de su puta vida es un law abiding citizen, sino un reverendo sorete que vive cagándose en las reglas, es decir, en el prójimo, y que esa es una de mil que va a hacer ese día, y que como él hay otros 46,9 millones de los 47 millones de habitantes que tiene este pobre país. Eso es lo que amarga no solamente los 86.400 segundos del día sino la existencia de los que nos jodemos haciendo la fila mientras los colados pasan primero. Y no es porque nos afecte personalmente, sino porque sabemos fehacientemente lo bueno que es para todos actuar con consideración al prójimo. Pero ya me siento un lorito que, además de repetir como un imbécil lo que ya dije mil veces, ya debería haber entendido que mejor irme y listo. Estoy poniendo este país ahí donde puse mucho más rápido a Alemania, que cada vez que despegaba de Múnich para venir a pasar las fiestas pensaba que si mientras subía el tren de aterrizaje explotaba una ojiva nuclear y se los llevaba a la mierda, lo que iba a lamentar era la moto.