viernes, 22 de noviembre de 2024

contrastes

Una conocida, de apenas 32 años de edad, fue diagnosticada hace un año con un cáncer muy agresivo en los pulmones, que traducido implicaba trasplante o entierro, como siempre precedido por la mierda de la quimio y todas esas cosas que nunca parecen funcionar. Hace cosa de un mes me enteré de que "apareció" (¿cómo llamarlo, si no?) un donante y recibió los pulmones. Después de apenas una semana, estaba respirando por sí misma. Yo, como ingeniero, y al tanto de lo difícil que es sacar el motor de un vehículo y ponerlo en otro (un puto motor, mucho más simple que cualquier órgano humano o de cualquier organismo), no puedo más que quedarme sin aliento de intentar siquiera pensar en el milagro que significa un trasplante de pulmones. Y creo con toda el alma que es lo mejor a lo que los familiares del donante pueden aspirar una vez resignados a la pérdida de su ser querido: saber que esa muerte significa vida para otros, que gracias a ese dolor otros tienen una nueva oportunidad.
Mientras tanto, ayer me enteré de que un amigo, que además un par de veces le dí trabajo pintando unas paredes de mi casa, se cayó de cabeza de una escalera y falleció en el acto. Una persona joven, 40 y pocos. Todavía no lo digerí. Ni siquiera lo mastiqué, para ser honesto. Esta es una de esas típicas situaciones donde no siento nada. Nada de nada. Si la persona que me lo contó me hubiera contado que se compró un velador nuevo en lugar de esa noticia, me hubiera provocado más reacción. Además de preocuparme, el no sentir nada me hace sentir peor que la muerte de mi amigo. No entiendo.

Esta mañana escuché la noticia de que las obras de reconstrucción de la catedral de Notre Dame en París, después del incendio en abril de 2019, están casi finalizadas y el 7 de diciembre se reinaugura. Mientras tanto, ahí está Putin puliéndoles la punta a sus RS-26 Rubezh, con lo que si no vuela a la mierda la catedral, la Ile de la Cité y todo París, quizás no quede nadie para ir a visitarla.

Creo que esta ya la conté en otro contexto, pero viene al caso para otro enfoque. Cuando me fui a Gotemburgo becado para hacer la maestría, salí por primera vez de Argentina y conocí un montonazo de gente de otros rincones del planeta. Había uno que no me acuerdo el nombre, pero sí que tenía una pinta que rajaba la tierra. Mina que lo veía, mina que se meaba encima. Tremendo. En una salida entre varios nos pusimos a hablar, cómo no, de mujeres, de las suecas en particular y lo lindas que eran. Cada uno daba su opinión en función de sus experiencias en su propio país y las correspondientes comparaciones. Él no hablaba, hasta que alguien le preguntó qué opinaba y cómo se comparaban las francesas con las suecas, a lo que él respondió que, cuando conocía a una mujer, tenía una sola cuestión que responder: escupís o tragás. Ahora bien, yo no sé cuántos hombres piensan así, quisiera pensar que no tantos, pero por ahí me equivoco. Debo aclarar que este franchute fue el único tipo que escuché jamás decir esto en forma así de frontal y sin ambigüedades. Creo que es comprensible que en ciertos contextos uno se pregunte esas cosas, pero no creo que sea ni relevante ni normal que sea la primera pregunta que a uno se le cruce al conocer a una mujer, mucho menos la única. En el otro extremo estamos los (estoy llegando a la conclusión) imbéciles que, cuando conocemos a una mujer, nos preocupamos por qué sueños tiene, qué anhelos, qué ilusiones, y qué está haciendo para materializarlos. Y en lo posible, si vale la pena, que venga en un paquete suculento, pero esto último supeditado a lo primero. Hay intelectos que pueden compensar la falta de tetas, pero no hay tetas que puedan compensar la falta de intelecto. No sé, por ahí soy un ridículo desubicado.

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