lunes, 18 de noviembre de 2024

out of sight

La estupidez humana es infinita, teorizaba Einstein comparándola con su falta de certeza acerca de si el universo era así mismo infinito o no. En el caso de los argentinos, la estupidez parece tender al infinito a una velocidad más rápida que la del promedio de la humanidad.
A menos de 200 m de dónde vivo hay 4 escuelas y una plaza. A esa plaza voy prácticamente todos los días, a veces, como a principios de esta semana, en el horario en que los chicos salen de clases. Así fue como vi un pareja de padres, cada uno en su bicicleta, con un hijo de unos 6-8 años sentado sobre el manubrio, mirando para atrás. Sintetizando, un chicle en el piso o un pocito o una junta entre 2 baldosas, y esos nenes iban a, con suerte, matarse, y con mala suerte, quedar cuadripléjicos cuando peguen contra el piso con la nuca. Todo cortesía de sus propios padres.
Realmente preferiría llegar al punto donde me doy cuenta de que el problema soy yo. Ese punto donde la gente empieza a decirte que te quejás siempre de lo mismo, que no podés estar despotricando todo el tiempo, etc. Esas cosas en sí son estupideces, porque que sea repetido no quiere decir que sea incorrecto, pero sí que uno puede tomar la decisión de construir algún tipo de cascarita, desarrollar más resistencia, incluso resignarse, con lo malo que es eso. Pero bueno, llamémosle como sea al hecho de entender las limitaciones de un entorno y decidir si queremos seguir ahí o mandar todo a la mierda y mudarnos. Algo así hice con mi emprendimiento de alojamiento turístico, donde los que me contactan por Instagram aprietan en el enlace que los lleva a WhatsApp, generando un mensaje automático que dice "Hola, quisiera más información de..."; así, esa frase exacta. Se supone que el que consulta debería escribir qué mierda quiere saber (ubicación, pileta o no, etc.), pero sobre todo en qué fechas quiere venir y cuántos huéspedes serían. No. Es demasiado pedir. El 80% no escribe nada. Fucking idiotas. Me avergüenza admitir que después de meses, y por cuestiones tanto de dinero como de paz mental, decidí no digo nadar con la corriente, sino correrme. Simplemente tengo un texto que copio y pego donde los saludo y pido explícitamente los datos de lo que quieren saber. Los trato como lo que son: estupiditos incapaces de aprobar la materia de Plastilina en la guardería. Me resigné a que lo máximo a lo que puedo aspirar es a su dinero, no a que entiendan un moco de la vida. Que paguen, vengan y se vayan. Y yo sigo con mi vida y mis aspiraciones frustradas de irme a la cama dejando el mundo mejor de lo que estaba cuando me levanté.
Pero fuera de ese contexto acotado, donde esencialmente tengo el control de la mayoría de (sino todas) las variables, es muy difícil extrapolar ese sistema, sobre todo cuando parece que la estupidez en Argentina es, efectivamente, infinita; la inteligencia, la agudeza mental y ni hablar de la social, no se cultivan. Son cuestiones reservadas a los masoquistas como yo. La ética y la moral se ventean mucho en los cafés y los noticiosos, pero realmente no se cultivan, más bien parece que se evitan con una habilidad que impresiona.
En los últimos 70 años se ha criado una horda de incultos votantes y en 16 de los últimos 20 años esto se ha llevado a su máxima expresión. La gente lee menos, comprende menos de lo poco que lee, y no le interesa nada más que lo que salga de feisbuc, ístagram, tuiter y compañía. Cuando caminan por la calle, pasean al perro, van a la playa, están con sus seres queridos (a los que ya no les conocen la cara), andando en góndola por los canales de Venecia o manejando un colectivo; todo pasó a segundo plano la nada, y quedó atrás del celular. Out of sight, out of mind. And heart. Un asco. Y como en Argentina uno necesita escapar de la realidad, de ese amontonamiento de organismos impositivos, de estafadores, de irrespetuosos y de gritones, el celular y sus maravillas están ahí, en la palma de la mano. Linda receta.

No hay comentarios.: