En la película El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, Aragorn le pregunta a Éowyn a qué teme, y ella responde: "A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aun el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre."
Hace ya un par de semanas que leí este pasaje y quisiera rescatarlo ahora para esbozar una metáfora sobre mi situación, cómo no.
En Argentina, en 16 de los últimos 20 años (como mínimo), se ha cultivado una masa de votantes cautivos que nada tiene que ver con construir ciudadanos. Se los soborna con cuentas de colores y se los arría con palabras tan grandes como huecas en el mejor de los casos, porque al desgastarse esa estrategia pasaron a erosionarles la poca dignidad que les quedaba metiéndoles desde el vamos un montón de estupideces que sus opositores, los que preferimos usar el cerebro, diplomáticamente bautizamos como ideología. En realidad, es mierda, pura y simple. Estos degenerados, además, para asegurarse su supervivencia en el poder, también los premian por reproducirse.
Siempre, en toda sociedad y durante toda la historia humana o de cualquier criatura que viva en manada, hay individuos que quedan al margen de las ventajas que una manada organizada puede ofrecer. Los parias, los que duermen abajo de un puente, los que se drogan, los que odian a todos por falta de oportunidades, reales o imaginarias. Excepto que la sociedad, en nuestro humano caso, hasta hace un par de décadas tenía la resiliencia y los medios para absorber tanto el ocuparse de este grupo de gente como para resistir la pérdida de recursos humanos que esto significaba. El problema es que, gracias a los degenerados populistas, la parte de la población sin la aptitud
para ejercer un derecho garantizado por la Constitución, como es votar,
ha alcanzado la masa crítica. Me refiero al hecho de que entra más agua al bote de la que podemos sacar. Hay más personas en la marginalidad que contribuyentes formados cívicamente. Casi nadie podría nombrar los tres poderes del Estado, la importancia de su independencia, o cómo se elige a sus miembros. La meritocracia es, según ellos, un pecado, una forma más (de muchas) de dominación para mantenerlos subyugados y suplicantes de migajas, a las que se les da acceso a discreción. Vaya ironía.
Donde me cayó la ficha estos días es en el hecho de que no importa lo que yo haga, quedarme es puro masoquismo. Sí, tiene ventajas, como el hecho de estar en casa, el poco esfuerzo que significa hablar con los demás por el hecho de compartir mi idioma, las comidas, y vaya uno a saber qué más porque cada vez que se me ocurre algo, la pausa hasta que se me ocurre el siguiente ítem en la lista es más larga. La criptonita disruptiva de todo esto es ese sueño que tengo de tener una novia argentina, que le diga pitufos a los pitufos, que pronuncie la ll y la y como yo y que sepa lo que es una milanesa. Pero eso implicaría que las probabilidades de que sepa la diferencia entre una mujer y un hombre, o que entienda que los derechos y las obligaciones son las dos caras de una misma moneda, con la miríada de consecuencias que eso conlleva, raya el delirio de mi parte. Pero ya he escrito sobre esto demasiadas veces. Y para la mierda que me sirvió.
Así que, como Éowyn, el prospecto es quedarme acá explotando mi emprendimiento, ganando algo más que lo suficiente para mantener mi nivel de vida, que no es mal ni por asomo, y más teniendo en cuenta el contexto, pero marchitándome como humano. Ese nivel de la pirámide de Maslow donde uno ya tienen asegurado techo, comida y un mínimo de comodidad y empieza a pensar en cosas culturosas, viajes edificantes y proyectos a largo plazo... no sé, no lo veo. Quisiera cultivar un poco el físico, mejorar mi italiano y cementar mi francés, o seguir aprendiendo a tocar el piano, pero... para qué. Qué me agrega eso en este contexto, es un misterio. Se me fueron las ganas. Tengo los medios para hacer todo eso y más y no puedo justificar la inversión de tiempo y plata para algo que no tiene ninguna resonancia en la sociedad donde vivo. Un descuento en el supermercado es la noticia de la semana, y que la policía haya desbaratado una banda de pedofilia con 70 menores rescatados (algunos de menos de 5 años de edad), o el Putin de turno amenazando con tirar bombas nucleares en Europa, apenas si levantó una ceja.
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