Ayer fue cena en restaurante/bar con hermana y amigos. La noche empezó bien, llegué con hambre, comí bien aunque demasiado y no valía el precio pagado, no por caro sino por mediocre. Lo mejor del lugar eran algunas integrantes del personal femenino, aunque, como "dictan" los tiempos, vestidas como prostitutas. Había entre los comensales algunas chicas lindas. A mi edad ya no sé cuándo decir "chica" y a qué debo llamar "mujer", pero bueno, por ahora me atengo a "chica". Esas lindas no eran pocas, aunque basado en un cachito de información que me llegó esta semana, me pregunto cuál valía 2 pesos.
Resulta que la de cara linda a la que me referí hace un par de entradas llegó a vivir al edificio actual hace unos meses nada más, y uno de los muchachos que llevan a la plaza a sus perros también vive ahí. Y se la cogió. ¿Por qué? Quién sabe, porque ellos no. Fue tan rápido el final como el principio y el sexo en sí. Vivían en el mismo edificio, se encontraron en la plaza, así que por qué no. Y claro, una vez hecho el trámite, uno mira y piensa "¿y ahora?". Y ahora me la limpio en las cortinas y me voy a dormir a mi propia cama, que está un par de puertas más allá, sin tener que mirar a esta tilinga boluda que no vale 2 pesos. Y si te he visto, no me acuerdo.
Me deprime esto. Me deprime saber que si alguna vez llego a conocer a alguien y me gusta, las probabilidades de que sea una persona con algo de moral van a ser ínfimas. Las personas valen cada vez menos por decisión propia, casi como si se lo propusieran. Las mujeres toman la decisión consciente (aunque estúpida e ignorante) de valer menos y menos. Hay una falta de información seguida de desinformación que lleva a que tomen decisiones que creen propias y en realidad son implantadas, aprovechando su estupidez. Nadie está exento, pero en las mujeres jóvenes parece una epidemia.
A veces aparece uno de esos videos hechos con una seguidilla de fotos donde muestra la evolución de los trajes de baño desde finales del siglo XIX hasta ahora, y es una crónica de menos y menos centímetros cuadrados de tela, una especie de competencia para hacer público lo que es privado y reservado para ocasiones especiales, y todo por la sed de atención, la idiotez institucionalizada y la permisividad. Esto no es una queja vacía de un viejo sentado en una plaza idealizando tiempos pasados (¿sarampión, anyone?), es una conclusión honesta y con la mejor intención, la más constructiva. Sí, mi decepción con mis coterráqueos siempre le da leña a mi visión sobre lo que hacen, pero hasta la Pitufina en su mejor día tendría su buena dosis de nervios explicándole a un extraterrestre recién llegado de qué va todo esto y cómo justificar tanta... idiotez. Ojalá tuviera otra palabra, pero esa encaja tristemente perfecto. Al revés que yo.
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