martes, 4 de enero de 2011

educar o castigar

El martes fui al teatro a ver por primera vez en mi vida a Pinti, un cómico argentino. Lo que dijo fue muy interesante y acertado, aunque el tipo sea una cloaca hablando y no pueda decir menos de tres malas palabras por cada dos que pronuncia. No puedo juzgar si es por la edad (71) que se volvió peor o si siempre fue así. Mi mamá dice que últimamente se puso peor. Habrá que creerle. Al principio resultaba gracioso, pero a lo último ya era un poco pesado.
En los últimos días, entonces, voy por la calle y miro a mi alrededor y pienso en algunas de las cosas que dijo, y no puedo evitar coincidir, a pesar de sus contradicciones (por ejemplo, cuando criticó a los adolescentes por no leer y por lo tanto no saben hablar, y en toda ocasión él mismo decía cosas como “hace x años atrás” o “presidenta”). Estamos, claramente, frente a un tipo muy culto pero que no ha podido mantenerse al margen de las gansadas de moda.
En eso estaba hace un rato cuando escuché un impacto fuerte por la ventana y salí al balcón a mirar. Una motito había chocado contra un auto. El auto venía de la izquierda y la moto de la derecha, y la moto impactó al auto en el medio de la puerta del acompañante. Lamentablemente salí a ver lo que pasaba cuando el conductor del auto ya se había bajado, así que no pude ver si llevaba el cinturón de seguridad puesto, pero sí que la moto no tenía la chapa patente ni los espejos, que el silenciador no era original y que ni conductor ni acompañante llevaban casco. Por suerte (y no me refiero a que me alegro, sino a que fue nada más que por suerte) nadie tuvo heridas de gravedad.
En no más de 2 minutos llegó la policía; tomaron datos de todo el mundo e hicieron algún papeleo. Estuvieron en total unos 10 minutos, en los cuales habrán pasado unos 60 autos y unas 20 motitos. De los autos, como máximo la mitad de los que viajaban tenían el cinturón de seguridad puesto a había también algún faro roto. Sin mencionar que más de uno iba hablando por el celular mientras manejaba. De las motos, como máximo un tercio de los que viajaban llevaba casco. Un tercio, como máximo, tenía espejos. Un tercio no tenía chapa patente. En un par de motos viajaban 3 personas (las he visto con 4 y hasta con 5). Un par de motos eran no aptas para circular (motos de motocross de competición pura, que no llevan luces reglamentarias ni soporte de patente ni espejos, y por lo tanto no son matriculables y es ilegal usarlas en la vía pública). Todo esto a centímetros de los cuatro policías que ni se mosquearon.
Podría decir que en la otra punta del espectro están los alemanes, o los suizos, o los suecos, pero eso sería una idiotez porque implicaría que los argentinos están en la punta opuesta, la de la estupidez, y afortunadamente no es así. Que podemos estar mejor: seguro. Pero también podríamos estar mucho, mucho peor. Pero volviendo a los alemasuizuecos, a pesar de que se comportan mucho mejor (viven en un estado de derecho, en oposición a un estado de capricho) hay que diferenciar. Los suecos no obedecen la ley por miedo al castigo: lo hacen por educados. Los alemanes al revés: temen al gran hermano, al castigo, a la culpa, al error, y son unos enfermos de las reglas por las reglas mismas. Los suizos son una mezcla desafortunada de los dos anteriores, llegando a estupideces monumentales que no quiero perder un segundo de mi vida en comentarlas. El resultado a simple vista es casi el mismo, pero la forma en que se vive en cada lugar es muy diferente. Estuve 3 meses viviendo en Suiza y fue el único período de mi vida en que extrañé a mis queridos, simpáticos y bonachones alemanes. Me lo habían advertido, pero no quise pude creerlo. Tuve que verlo por mí mismo.
Al margen de todo esto, es claro que me encantaría disfrutar de las ventajas de vivir en una sociedad ordenada, donde el respeto a la ley sea la norma y no la excepción. Esas ventajas son tan obvias que sería condescendiente enumerarlas, así que me abstengo. Pero una mente podrida como la mía podría muy válidamente plantearse la pregunta: ¿cuáles son las desventajas? Bueno, depende del sistema que se ponga en práctica, del esfuerzo a dar, del paradigma que se aplique para conseguir ese tan loado orden. Veamos.
Aplicar la Ley implica controlar, o sea, crear y poner en práctica un mecanismo por el cual se verifica que la letra se cumpla y las medidas pertinentes (castigos, multas, etc.) también. Esto demanda muchísimo esfuerzo y estrés. La primera línea de este mecanismo de control está formada por la policía y los inspectores, gente que tiene la facultad de meter su nariz en los asuntos de los demás para verificar su comportamiento. En el caso de la policía, ahí queda, porque dependen de una denuncia o de agarrar a alguien in fraganti, pero en el caso de los inspectores también es su deber indagar sin que nadie los llame. Un policía cumple muchas otras funciones, mientras que un inspector no hace otra cosa. Este aspecto de la aplicación de la Ley en vistas de vivir en un Estado de Derecho se ve afectado negativamente por la inacción, la corrupción, la falta de medios o de capacitación, el desinterés, etc.
Una segunda línea de acción a la hora de lograr ese orden es el que nos involucra a todos más directamente, y que se da cuando alguien, en nuestra cara, comete un acto de capricho que afecta a los demás y ejercemos una especie de poder de policía ciudadana. Un ejemplo: una persona va caminando delante de nosotros con un perro, y éste defeca. Su dueño no se lleva las heces del perro sino que sigue caminando. Una posibilidad sería no hacer nada, y otra (no es una lista exhaustiva) sería pedirle a esa persona que se haga cargo de las heces de su animal. En este punto hay un análisis que se puede hacer de todas las excusas que podríamos escuchar de esa persona, o las contestaciones, o lo que sea. Voy a desistir de esto porque sería nada más que una distracción, sobre todo porque es difícil no encender los ánimos. Lo que me importa esta vez es analisar si la protesta, la reclamación de que esa persona se haga cargo de su obligación, es o no nuestra obligación. O si simplemente y para evitar una situación desagradable, desistimos y nos conformamos y sacudimos la cabeza mientras por lo bajo decimos alguna oración que empieza “la gente...”.
Acá es donde me es útil pensar en qué pasaría en Alemania, en Suiza y en Suecia. Por empezar, en Alemania los dueños de perros tienen metido en la cabeza lo que cuesta la multa por dejar el recuerdo del perro donde haya caído, y saben que alguna cámara, policía o inspector puede estar por ahí y arruinarle el día y rasguñarle el bolsillo. En definitiva, tiene miedo a que lo agarre el gran hermano y lo acuse. No quiere cometer un error y que lo vean. ¿El prójimo? No... esa no es una palabra que forme parte del vocabulario del día a día en Alemania. Las cosas se hacen porque hay una ley que lo dice, y si te ordenan que mates a alguien que tiene nariz rara, se hace... ¿Y en Suiza? Ahí influye un poco más la educación, pero se solapa con el hecho de que cada persona en la calle, cada vecino, cada colega del trabajo es un Poirot con lupa mirando lo que hacen los demás buscando máculas o cosas fuera de lugar para denunciarlas. En Suiza, si uno saca la basura 20 minutos antes de la hora señalada tiene que vender un riñón para pagar la multa por la denuncia del vecino de enfrente. En donde los alemanes sacarían un castigo de la galera, los suizos cobran multa. Te arrestan por ser morocho pero si tenés 40 millones para depositar sos más que bienvenido. Muy espirituales. ¿Y en Suecia? Ahí también hay policía, inspectores y mecanismos de control y multas y denuncias, pero lo que prima es el respeto al prójimo, producto de la educación en una cultura que prioriza la convivencia y los beneficios de poder confiar en los demás. No es el paraíso, pero si tengo que elegir, me quedo con esta última. Si no fuera por el clima...
En fin, lo único que quería decir era que las amenazas y respirarle en la nuca a alguien para que haga las cosas bien es impráctico, estresante, agotador y, si bien consigue orden, el precio es alto en cantidad y en calidad, tanto para el controlado como para el que controla. Mejor educar, explicar los por qué, y aplicar otras dos cositas que en estas latitudes no abundan: coherencia y constancia.
¿Se podrá?

PD: mi mamá ayer me dijo que ella admira el triple a alguien en Argentina que no deja el sorete del perro en la vereda, porque lo cumple porque quiere, por respeto, por decencia; no por que lo obliguen. No lo había pensado. Me gustó.

2 comentarios:

Alicia dijo...

Nunca me gusto mucho Pinti... Las puteadas son una parte del lenguaje cotidiano, pero si se abusa pierden su fuerza. Como todo, con moderacion. Igual te habras dado cuenta que los argentinos cada vez putean mas.
Anyway, con respecto al respeto por la ley y el projimo, creo que aca en USA hay una mezcla, pero me da la sensacion que hay mas respeto por el otro que miedo a que te multen. No hay inspectores que te obliguen a juntar la kk del perro, pero la mayoria de la gente lo hace igual por respeto al otro, aunque hay muchos que miran para otro lado y a veces terminas pisando un sorete... Hay pocas chances que otro ciudadano te denuncie, pero por ahi te llama la atencion y pasas verguenza y la proxima vas con una bolsita.
La gente es amante de las reglas pero no esclava. En el transito a veces si un policia te encuentra con un farolito roto en el auto y te para, a veces solo te da un "warning", una advertencia para que lo arregles y te perdona la multa. Confian en que vos no te diste cuenta y te dan una oportunidad de arreglarlo, pero eso es porque la mayoria de la gente circula conforme a la ley.
Pero hay cosas que no te perdonan como pasar un semaforo en rojo o exceso de velocidad.
En sintesis yo no me siento perseguida y vivo tranquila sin sentir que alguien me esta mirando sobre el hombro, pero sigo las reglas porque me gusta vivir en un estado de respeto por el otro.

Martín dijo...

Alicia, por lo que me contás parece que han encontrado un buen equilibrio entre una cosa y otra. Las reglas tienen que servir a las personas, y no al revés, y parece que lo que vivís ahí se le acerca mucho.
Admiro mucho esa necesidad de vivir en un estado de respeto del uno por el otro, en donde todos estamos dispuestos a hacer nuestra parte. Además, elimina ese estrés que comentaba al perseguir y ser perseguido.
Casualmente anoche en la tele había un reporte y análisis de los 8000 muertos anuales por accidentes de tránsito en Argentina, y estoy era muy vigente. Sorprendentemente para muchos (no para mí, que vivo en un país sin límite de velocidad en sus Autobahn) la velocidad no era EL factor, sino simplemente un agravante. Hablar por teléfono, desprecio por las normas (uso de las luces, etc.), falta del cinturón... eran mucho más decisivos.