miércoles, 31 de mayo de 2023

cosas que aprendí con Perro

Tengo un amigote en Melbourne que me insiste en que me vaya de acá, de Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, República Psiquiátrica Argentina. Él, tanto por motivos personales como por lo que sabe de mí, no recomienda específicamente que me vaya a Melbourne, pero sí que me vaya de acá.
Otro amigote, ex-compañero de mi foray en F1 y que siguió con su carrera en Inglaterra en el mismo rubro, está mudándose en breve a su tierra natal, Luxemburgo, y ofreciéndome ayuda para conseguir trabajo allá. Tiene muchos contactos, es muy apreciado y puede ser decisivo.
Otro amigo, nacido en Londres aunque originario de Nigeria, también ex-compañero y por triplicado de mi tiempo haciendo mi tesis de la maestría, durante mi doctorado, y finalmente en mi paso por el diseño de cuadro, suspensión, dirección y frenos de motos en Múnich (el nombre de la marca es un gran secreto), no sabe qué decirme pero quiere verme feliz, y eso, en mi diccionario, significa con pareja, cosa que no parece que vaya a suceder mientras esté acá. Ergo: también me recomienda arrancar para Ezeiza.
Pero me cuesta arrancar. No puedo creer que tengo que aceptar en lo que se ha convertido mi país y renunciar a mi necesidad de estar en "casa", y en su lugar tengo que ir a un país en el que voy a ser un extranjero, invitado o colado, pero extranjero, extraño, e intentar sentar cabeza.
Y sin embargo, hay días en que no veo la hora de irme, me dan ganas de salir corriendo con Perro bajo el brazo y poco más. Por ejemplo, el martes último fui a las cabañas que tengo en alquiler temporario para revisar una entrada de agua que había hecho arreglar en el techo, y había una mancha importante en la pared y hasta pintura levantada. Un asco. Llamé (por 20va vez) al que me hizo el arreglo para ver cuándo pasaba, y esencialmente me dijo que me arregle solo, que él ya no iba a venir. Un audio de 58 segundos para sentirse bien él "justificándose" ante sí mismo, que no sé si habrá funcionado ni me importa, porque ante mí quedó como lo que es.
Me subí al auto para volverme a casa, y cuando estaba llegando a la avenida (la calle de doble mano por la que venía muere en esa avenida, y sólo se puede doblar a izquierda o derecha, pero no seguir), una moto venía por esa avenida desde mi izquierda y dobló a su derecha, es decir, para tomar la calle por la que yo venía. Yo estaba detenido expresamente esperando que él pasara porque no puso la luz de giro, lo que indicaba que iba a seguir derecho. Pero no. Dobló, se abrió demasiado y chocó de frente al auto que estaba atrás de mí. Me bajé para, sobre todo, eventualmente ser testigo ante la policía o el seguro de la pobre mujer que iba manejando el auto. Saqué un par de fotos de la situación (con número de dominio y todo eso) y en eso pasa un patrullero de la "policía" (esos inútiles que caminan como patos, hacen "cuac" como patos, llevan uniforme de patos, pero no son patos). A pedido nuestro se detuvo, bajó a ventanilla, preguntó si estaban todos bien y si necesitaban algo, y el de la moto se puso muy nervioso y dijo que estaba todo bien y que no estaba herido y que no pasaba nada. Es decir: no tenía los papeles en orden y, sobre todo, no tenía seguro. Cualquier Policía hubiera inferido eso automáticamente. El "policía" no, y, efectivamente, subió la ventanilla y se fue.
Hace un par de días caminaba las 10 cuadras hasta la playa, y llegando a una esquina perro se adelanta y escucho que otros perros lo atacan. Me acerco y estaban de la correa de una pareja. Eran dos labradores o algo así (más feos y morrudos) y los irresponsable de los dueños me echaron la culpa del altercado porque mi perro iba suelto. Es decir, si sus perros son peligrosos y ellos los llevan sin bozal, el resto del mundo es el que tiene que subirse a los árboles cuando ellos pasan. No es la primera vez que veo esto, también donde ni Perro ni yo fuimos parte del altercado, solamente testigos circunstanciales. El argentino, en su gran mayoría, no tiene la más pálida puta idea de lo que es la relación derechos-responsabilidades. Cero, nada. La física cuántica es la tabla del 1 en comparación.
En Argentina, el 25 de mayo se festeja el día de la Revolución de 1810, semilla de la Independencia que se formalizó 6 años más tarde, un 9 de julio. O eso era lo que yo pensaba. En esas fechas se le explica(ba) a los chicos en las escuelas lo que sucedió, quiénes fueron protagonistas y sus sacrificios, y qué fue lo que ganamos de todo eso. O eso era lo que yo pensaba. Porque ahora se festeja un aniversario del comienzo del gobierno del populismo más corrupto que yo haya visto.
Esta mañana veía un minidocumental sobre el modernismo versus el tradicionalismo en la arquitectura, en particular en los países nórdicos, donde el modernismo a producido cajas de zapatos de variadas dimensiones, que tienen tanto que ver con las necesidades climáticas y humanas de esos lugares como una tabla de surf en Bolivia. En general, el modernismo se ve bárbaro en un render o una maqueta, y pedorrísimo, impráctico y deprimente en la vida real. Ni siquiera el día de la presentación se salva uno de la indigestión de los canapés, aunque también puede ser por los arquitectos de esos que usan bufanda en verano, anteojos de armazón cuadrado y polera con saco que suelen atender a esas inauguraciones. Pero lo relevante de todo esto es el calibre de los "problemas" en esos países en los que la mención de la palabra populismo incita invariablemente a consultar un diccionario. No lo han experimentado, no quieren experimentarlo (para eso miran a países como el mío y se ahorran el disgusto aprendiendo de la desgracias ajena) y no entienden por qué nosotros lo experimentamos con tanta necedad. Yo tampoco, vale la aclaración. En esos países, temas como el diseño urbanístico y la arquitectura, la energía nuclear, el arte, o cosas de ese calibre son lo que ocupa el horizonte de preocupaciones de la sociedad, y no los caprichos de una sociópata y sus minions, a la que dedicamos días de discusión y análisis por cada minuto que ella vomita sus delirios. O, para los que pretenden vivir con pan y circo, las andanzas de algún jugador de fútbol, el último subsidio del banco de turno, o si la diva de 95 años que nunca, en 95 años, fue diva, vuelve o no vuelve a seguir interrumpiendo gente. Resumiendo, estamos en un país donde la gente ni por una valija de plata siquiera puede imaginarse alguna razón para ponerse auriculares o pegar el celular a la oreja cuando escucha mensajes de WhatsApp en un café, ni hablar de respetar reglas mucho más relevantes.
Mi lectura: no funciona. Stevie Wonder lo vería. Los argentinos, no.
Mientras tanto, aprendí de Perro a perdonar, a olvidar, a omitir, a tolerar, a resignar, a disfrutar. Sé que alguien va  a terminar decepcionándome, y voy a terminar aprendiendo a lidiar con la decepción. O sea, ya creo entender que si el paraguas es a prueba de todo, uno termina aislándose insalubremente. Tendré que aprender, no a disfrutar, pero sí a aceptar mojarme de vez en cuando.
Perro también movió "un poquito" la marca de agua de lo que significa lealtad. Si pudiera hablar, si pudiera dar su palabra, hacer promesas, no habría nada que pudiera alterar el curso de las cosas. Él cumpliría y punto. A mí, por supuesto. Frente al resto de los humanos se limitaría a ladrar y, como mucho, mover la cola. Hay una serie de personas que quiere mucho y que cuando sabe que los va a ver se pone recontra contento: salta, ladra, lloriquea si sabe que están por llegar, cosas así. Una vez ahí, con ellos, basta que yo insinúe mínimamente (un pestañeo, un respiro irregular, lo que sea) la intención de irme, el tipo se olvida de todo y me sigue como si su vida dependiera de ello. Eso me hace sentir Alien, Yoda y Papá Pitufo, todos juntos.
Qué más... La moto. No es tan linda como era. Por supuesto que se combina con el hecho de que las calles y rutas en Argentina, además de ser 100 veces más aburridas que en Europa, están en mucho peor estado y llevan a lugares, admitámoslo, poco interesantes. Un tanque de combustible en Múnich te lleva a Zúrich, Viena, Salzburgo, Verona, Ljubljana o Praga, mientras que desde Mar del Plata es Buenos Aires (que no es poco) y nada más. Cada vez que salgo, tengo poco en qué pensar fuera del hecho de que dejé solo a Perro, mientras esquivo baches, asesinos al volante, motitos que hace años dejaron de ser aptos para circular por la vía pública, con conductores que jamás calificaron para esa denominación, e intento elucubrar por qué. Por qué, si hacer cumplir la Ley es tanto en beneficio de todos como de las arcas del Estado. Entonces pego la vuela, llego a casa, Perro me recibe, y me cuesta cada vez más explicarle a alguien por qué no vendo la moto. Lo de Batman funciona hasta cierto punto.
Perro: angelito lleno de pelos y mimos. Más mimos que pelos.

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