martes, 11 de julio de 2023

seguimos

 

Algunos creen que sólo un gran poder puede contener el mal, pero eso no es lo que he encontrado. Son las pequeñas acciones cotidianas de la gente común las que mantienen a raya la oscuridad.

Todos sabemos que esto no lo dijo Gandalf porque el tipo no existe, pero sería lógico pensar que lo escribió el autor de El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien. Tampoco. Resulta que esa línea no estaba en el libro, sino que alguien la agregó al libreto para la película, supongo que Peter Jackson, Fran Walsh y/o Philippa Boyens.
Esta fotito, que me apareció de la nada en Instagram o Pinterest o yo qué sé, viene muy al caso porque hace poco fue una fecha patria y mucha gente salió con la escarapela, puso estados de WhatsApp o publicaciones en Instagram con la bandera argentina, colgó una bandera del balcón, o mandó alguna composición de imágenes de rincones lindos de mi país con música dramática/emotiva. Fenómeno. Y cruzaron el semáforo en amarillo obscuro. Y estacionaron donde está prohibido. Y pararon en la senda peatonal o en el medio de un cruce o la salida de una cochera. O dejaron la caca del perro en la vereda. Dejaron plantado a un cliente. O no pagaron lo que debían. O dispusieron de algo que no era suyo: impuestos, patrimonio, tiempo.
Desde mi punto de vista, a los argentinos, buena yerba (quizás se me cuela algo de wishful thinking ahí) pero horribles ciudadanos, les gusta llenarse la boca de palabras como patria, trabajo, esfuerzo, y critican a los políticos y las vicisitudes, y no son capaces de un poco de disciplina aunque su vida dependa de ello. El asunto, la urgencia de esto, es que no es una cuestión hipotética, un ejercicio intelectual: su vida (no su muerte) depende efectivamente de ello, pero pedirles que pongan ese esfuerzo cotidiano y metódico de respetar las reglas, al prójimo (que es para lo único que existen las reglas) les es tan ajeno como pedirles que vuelen aleteando con las manitos. Es gastar saliva y tinta al reverendo pedo. Las pequeñas acciones cotidianas de la gente común, sin anuncios estridentes o fuegos artificiales o grandes presupuestos, esas se les escapan intelectualmente como si estuvieran enterradas en un manual de física cuántica escrito en finlandés. No hace falta pavimentar la 9 de Julio en platino, ni hacer un puente de 8 manos entre Buenos Aires y Johannesburgo, ni encontrar la cura para el cáncer. O hacer leyes nuevas (si las viejas son ignoradas) o aumentar las penas (si no se controla que se cumplan las reglas). Simplemente tirar el papelito en el tacho, y de ahí para arriba. Si todos, o aunque sea la gran mayoría, empujamos para ese lado, de a poco los corruptos de arriba se van a ir muriendo y los van a reemplazar gente proba y eventualmente incluso capaz.
Vivir en Argentina es un ejercicio de supervivencia física, mental y emocional. Y esto no es el resultado de Perón (en gran parte), de los ingleses (en pequeña parte) o de si la luna está en capricornio (en ninguna parte): es nuestra falta de educación y cultura, y nuestra ineptitud para organizarnos.
Ayer fue un ejemplo monstruoso de esto: salí a comprar queso y llevé a Perro. Ida y vuelta: 10 cuadras. Cruzando la plaza, 2 perros (con una dueña conocida en la plaza por su desinterés por la agresividad de sus canes, y que ya han mordido a una decena de perros y a más de un par de personas) atacaron al mío. Cuando lo defendí, por supuestos no solamente me echó la culpa sino que salió con "argumentos" (entre comillas por lo inválidos y ridículos) que además no tenían un pomo que ver con lo que estaba pasando.
Seguimos caminando.
Pasando por la puerta de un edificio, sale un perro sin collar ni correa ni nada y se le tira encima al mío. Misma historieta.
Seguimos caminando.
A pocos metros pasando una bocacalle, un auto sale de estar ya prácticamente estacionado de la mano izquierda y a toda velocidad cruza para estacionarse sobre la mano derecha, justo cuando el semáforo de la bocacalle estaba cambiando. Antes de que se ponga en verde (de hecho, solamente llegó a cambiar de verde a amarillo el que estaba cortando la calle que cruza, ni siquiera en rojo) una motito sin chapa patente arrancó a todo trapo. Resultado: se comió el auto. Los dos se putearon, charlaron, y finalmente siguieron su camino. Es decir: ninguno tenía seguro. Y ninguno tenía una mínima idea de lo que estaba haciendo, y no me refiero a conducir un vehículo solamente, sino a vivir en sociedad. No es una extrapolación tirada de los pelos, y también se extiende a los dos idiotas (i)responsables de los perros.
Seguimos caminando.
Un camión de cemento cruzado en la vereda y en uno de los carriles de circulación, sin ninguna posibilidad de paso para los peatones o para la mitad de los autos. ¿Alguna señal, un conito, una banderita, algún obrero, una pasarela?
Seguimos caminando.
Llegando a la siguiente esquina dobla, sin indicar, un camión MB 1114 a toda la velocidad que la física permite sin volcar, cuando nosotros, peatones, estábamos iniciando el cruce. Si yo, que casualmente tenía prioridad, no paraba, me moría. Y Perro.
Seguimos.
Intercalado entre todo eso, sorteamos las barricadas que ponen en la vereda los albañiles de los edificios en construcción que hay en cada cuadra, sin pasarela ni nada de lo previsto en el código de obras privadas de la municipalidad.
Llegamos a la quesería.
A eso, que la mayoría de los argentinos da por aceptado, que han normalizado en sus vidas por resignación o ignorancia, que no se dan cuenta de lo que están viviendo y cómo los defenestra psíquicamente, se le suma la inseguridad, la imprevisibilidad y la falta de infraestructura. Sin entrar en cuestiones más macro tipo la inseguridad jurídica o la corrupción.
Salimos de la quesería.

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