lunes, 3 de julio de 2023

de a poquito

Anoche tenía tanta cosa en la cabeza y hoy está vacía. Es la calma después de la tormenta, esa paz que uno siente después de haber roto cosas, pataleado y gritado a gusto. Catarsis, le llaman. Queda barrer y salir a comprar todo lo que rompí y tengo que reemplazar, con el consuelo de que ahora limpié en lugares que normalmente paso por alto (buscando pedazos de un plato, por ejemplo) y que reemplacé un par de cosas que venía dilatando su jubilación. Eso si es que fui tan vivo, en mi locura (iba a agregar "momentánea", pero no estoy seguro), de romper cosas baratas y viejas. No siempre. Anoche sí, pero no siempre. Mi bolsillo fue lo único que sufrió. Y Perro.
El más grande objetivo que tengo en mi vida privada, junto con el de encontrar el amor de mi vida, es el de mejorar mi relación con Perro y mejorar mi comportamiento. Antes apelaba a los chirlos cuando hacía algo grave, como bajar a la calle o comer algo que no le había dado yo. Todos los que les consulté me dijeron que estaba bien, y que era mejor arriesgar algún trauma o deteriorar un poco la relación, a que el pobre animal se muriera bajo un auto o retorciéndose de dolor. La explicación me pareció (todavía me parece) perfectamente lógica y la seguí lo mejor que pude. Nunca le pegué más fuerte de lo que podría hacerlo por accidente mientras estamos jugando, y no pasó de una palmada (el famoso chas chas en la colita) o con el dedo en el hocico. Ese era el límite que me imponía: no pegarle con enojo sino con la intención de desanimar determinado comportamiento. Una de las dos cosas útiles que aprendí de mi fallido proyecto de padre. La otra no me la acuerdo.
Con el tiempo vi infinidad de ejemplos de gente que perdían a sus perros por no entender la mentalidad canina y no animarse a imponer disciplina y un sistema de premios y castigos a unos bichos a los que no se les puede dar un folleto explicativo para que lo lean y tomarles un multiple choice después, lapicera en mano pata. Incluso tuve en más de una ocasión la desagradable experiencia de ver cómo puedo insistirle con un determinado comportamiento durante años sin lograr mayor efecto, y el día que me enojo y aplico castigo, nunca más lo hace. Eso me mata, porque es claro que el tipo sabe lo que está haciendo mal, pero simplemente no tiene intención de parar hasta que la cosa se pone fea. Y me rompe el corazón tener que recurrir a esas cosas. Me hace acordar a cuando mi mamá me decía que pegarme le dolía más a ella que a mí, y yo pensaba que estaba drogada, la tarada. Ahora lo entiendo.
En fin, nada nuevo bajo el sol. Lo que sí es nuevo es que estoy logrando mejorar mucho con este tema, y aunque en muchos aspectos todavía no haya alcanzado ese nivel frustración-free del que no hablaba Morgan Freeman sino James Allen, por lo menos sí aprendí a controlarme, sobre todo en lo que respecta a Perro. Ahora el tema del castigo físico está limitado a la yema del dedo índice. Creo que podría pegarle más fuerte a una feminista adelante de todas sus amigas y nadie diría nada. Es una gigante satisfacción que tengo, el poder confiar en mí y saber que soy incapaz de hacerle daño. Eso, hasta hace demasiado poco, no lo tenía. Nunca le hice daño, pero no importa: no tenía la confianza de que estuviera seguro conmigo. Ahora sí, y lo celebro. Es una maravilla lo que estoy logrando gracias a que tengo a este ser tan maravilloso que me muestra cómo ser, por un lado, y por el otro me da toda la motivación que necesito para cultivar una mejor versión de mí, y esa motivación es el amor que me genera. Eso precisamente es lo que más aprecio de lo mucho que Perro hace por mí, junto con su complicidad: que lo quiero tanto, tanto, que me motiva de sobra a excavar en lo más profundo de mi podredumbre mental, rasquetear bien, sacar todo y tirarlo por la ventana del piso 54, y empezar a construirme de nuevo, pero esta vez bien. Ese amor que me genera y que me empuja a querer ser mejor es alucinante. Y por suerte tengo la viveza suficiente para no dejar pasar la oportunidad y le pongo todas las ganas.
El siguiente paso es la cuestión verbal. No lo insulto, jamás, y de todos modos él no sabría distinguir si es un insulto, ni tampoco se ofendería. Sí distingue tonos. En todo caso, solamente se asustaría y eso me rompe el corazón. Pero ayer tuve una explosión de furia; el día estuvo cargado de malas noticias, originadas exclusivamente en la negligencia y así-no-más-ismo argentino, cosas que no logro resolver ni siquiera disponiendo de un presupuesto generoso como el que yo tengo la suerte de disponer. Es muy... frustrante. Otra vez la maldita palabrita. Así que a la noche volví a casa y exploté por una estupidez y Perro, estando ahí, se ligó un grito: le dije que saliera del medio, que se fuera al sillón, lo que sea. El tema es que le grité.
Esto viene encadenado con algo que pasó más temprano cuando salí con él a hacer las compras. Si bien hay lugares específicos donde les gusta que entre, en la mayoría se queda en la puerta esperándome. Estábamos en un negocio y mientras esperaba que me atendieran miraba cómo se sentaba a la puerta para no perderme de vista, y cómo se corría cuando pasaba alguien que entraba o salía, para después volvía a ponerse en la puerta para poder verme; cómo volvía tímido, sin estar seguro de dar el paso, apoyaba la patita como si tuviera miedo de que se activara una alarma, todo para volver a ocupar ese espacio que le permitía seguir en contacto visual conmigo. La humildad con la que se movía fue lo que más me impactó. Me di cuenta (por millonésima vez) de lo dulce, bienintencionado, gentil, noble y bueno que es. Cada vez que lo miro pienso que es la perfección hecha pelos, donde no hay nada que agregar o sacar para mejorarlo. No solamente me gusta a pesar de sus defectos, si es que los tiene, sino que me gusta con ellos. No quisiera que cambie en nada. Si fuera aunque sea un poquito mejor de lo que es, sería demasiado. Por ejemplo, que no ladre cuando me pongo a hablar con alguien. Me dijeron que lo hace porque es posesivo. Como sea, rompe las pelotas. Pero bueno, es lo que es, y de paso así aprendo a tolerar cosas que no son como me gustarían, que falta me hace.
Hoy salimos a caminar y por error me zampó el colmillo casi en la punta del dedo índice de la mano izquierda. Me dolió mucho y me enojé. Pausa. Pausa. Respiración contenida. Lo miré a los ojos... y lo traté bien. Es decir: lo reté, le "pegué" con la yema del dedo en el hocico, y lo hice caminar pegado a mi pierna por dos cuadras. Al final, me senté en un banco de una plazoleta y lo acaricié. Todo el proceso fue mucho mejor de lo que hubiera hecho 2 días antes. Es permanente lo que mejoro gracias a él y lo que me produce. Espero que esté conmigo por los próximo 50 años.

Iba a terminar acá, pero quiero mencionar algo que me pasó hace unos días. En Múnich está la Patentamt (Oficina de Patentes). Tiene un nombre más pomposo, largo y complicado, pero eso es lo que es y poco más. El punto por el cual es más conocida es que los empleados ganan mucho. En mi trabajo de ingeniero para una empresa de autos y motos, yo ganaba ya muy bien, y cualquier ganso en esa oficina ganaba el doble. El otro día salió un aviso diciendo que están contratando y buscan, entre otros, gente con mi perfil. Genial. ¿Me postulo? Nop. El primer y último motivo sería el dinero, y nada más. Prefiero seguir cinchando con estos macacos con sobredosis de éxtasis que son los argentinos como ciudadanos, que mudarme otra vez a Múnich por más plata que me ofrezcan, por el simple hecho de que si ganara un millón de euros al mes no mejoraría nada mi relación con Perro.

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