jueves, 15 de agosto de 2024

espacio personal

Perro me costó como una buena cámara con un 70-200 f/2,8 (sí, "2 coma 8", no "2 punto 8"; hablemos castellano que no cuesta una shit). A grandes rasgos, me gasto otro tanto en su manutención cada 2 años en rubros como comida, vacunas, medicamentos, accesorios y cosas adicionales, por ejemplo cuando viajo. Y hace casi 6 años y medio que está conmigo. Así que llevo gastado en él más de lo que me costó el auto. Y lo haría de nuevo, cada mes, si pudiera. Es una estafa al universo todo lo que me da él a cambio de un poco de mi oro. También le dedico horas por día a pasearlo, jugar con él, limpiar su vómito cuando sucede, ir a la concha del mono a comprar la comida de mejor calidad y pagarla como si fueran pedacitos de las garras de Wolverine, y que hubo que sacárselas a Wolverine, famoso por lo cooperativo que es. También le dedico la mitad de mi congelador, que no es muy grande, para esa comida. Lo cepillo, lo paseo aunque me enferme hasta de COVID, llueva, o haga un frío que te raja el orrrto (cosa que él adora), o sean las 11 de la noche y no doy más y los chorros acaban de empezar el turno. Y lo defiendo de perros de mierda con dueños de mierda o directamente sin dueño, autos manejados por anancefálicos irresponsables, y viejas o borregos cargoseándolo a la entrada de algún negocio donde me espera mientras compro, o pelotudos diciéndome que es una (no) collie (tampoco) tri (menos). Y ni hablar de las veces que dejo la moto seguir hibernando en la cochera porque prefiero pasar tiempo con él o porque no quiero dejarlo 2 horas solo.
Y sin embargo, el argentino cree que tiene las atribuciones para llamarlo chasqueando los dedos o haciendo ruido con los labios, por ejemplo cuando estamos cruzando la calle, probablemente la situación más crítica en la que puede encontrarse un perro, donde tiene que concentrar toda su atención en lo que hace su dueño o la alternativa es la muerte por alguno del 99% de asesinos inimputables a los que Tránsito les regala el registro de conducir. Cree que Perro es suyo y puede indicarle qué hacer, nada menos que con la expectativa de que se separe de su kahu, de la persona que hace todo eso que conté arriba y mucho más, para ir a hacerle fiesta y validar su existencia y sus delirios de César Millán. Por qué no se hace un enema con arena, me pregunto yo.
Allá arriba con el tema del tránsito y el de las alarmas, este es uno de los rubros donde más me molesta la estupidez de los argentinos y su insistencia en ignorar las reglas de convivencia e invadir el espacio de los demás.

Vagamente relacionado con esto, estos días, no me acuerdo por qué, llegué a la siguiente metáfora, que aunque suene feo que lo diga yo mismo, me parece genial: las palabras son como los perros, y de la otra punta de la correa está su amo, el silencio. Supongo que habré escuchado a alguien decir algo estúpido, hiriente, falso o innecesario. Difícil acordarse puntualmente porque esos cuatro adjetivos se aplican al 98% de las cosas que se oyen en estos lares. Una pena tragedia, realmente.
Ah, me acordé: el conductor del taxi que tomé hace unos días, contándome que el Estado adquirió un nuevo portaaviones...
Pero la metáfora es muy válida. Por mucho que uno los entrene, los perros pueden herir, expresar cariño, ignorar y muchas otras cosas, o uno puede elegir callarse y ser verdadero amo de sus silencio. Porque ni Borges, con ese talento monstruoso que tenía para decir las cosas, zafaba de decir idioteces a veces. A sí, tengo un buen ejemplo, pero ahora no voy a abrir esa lata de gusanos.

Otra que se me ocurrió fue la siguiente: el grado en que se considera a una persona como buena o el equivalente a lo que en inglés se le llama likeable (quizás grato, placentero) es directamente proporcional a su capacidad de tolerar comportamientos inaceptables de los demás: que se caguen en uno, que lo usen, que le pasen por encima. Apenas uno tiene la audacia de defenderse, o poner límites, o pedir respeto, empiezan los insultos y las porquerías ad hominem.
En este fenómeno entran los maridos que toleran las idioteces y caprichos de sus esposas o viceversa (aunque por tradición, y nada más que por eso, la tolerancia de la esposa se considere más aceptable), integrantes de una reunión que se dejan interrumpir, vecinos que soportan ruidos a cualquier hora, empleados que no hacen frente a un jefe gritón, peatones que se corren en una plaza para que pase una moto, y un millón de etcéteras. Esto, mirando un poco para atrás, no recuerdo que forme parte de la cultura alemana. De la argentina diría que es la esencia. Un asco.

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