domingo, 27 de octubre de 2024

mientras tanto, en Ciudad Gótica...

A veces me acuerdo de Giuseppe y de Vincenzo. Ellos no se conocen, pero podrían ser hermanitos. Los dos andan por los 40 años de edad, desde hace más de 10 que tienen pocos pelos y usan el mismo corte y la misma barba de una semana, tienen un hijo y son italianos, como sus nombres sugieren. Giuseppe es de Sorrento pero de chiquito vive en Múnich porque los padres emigraron. Vincenzo es de Cefalù y ahí vive.
Giuseppe tiene un café un poquito más grande que una cabina de teléfonos, a metros del FIZ, el edificio principal de donde salen todas las ideas estrafalarias de BMW con las que venden sus productos, que hace décadas que dejaron de ser autos. Claudia, la pareja, no me acuerdo qué hace pero creo que era administrativa o algo así en una oficina. Una vez viajamos juntos a algún lugar cerca de Florencia, me parece, y pasamos por Verona a la vuelta, también, y el pobre nos hizo de intérpretes todo el viaje. Fuimos en un BMW serie 7 que me prestaron del trabajo y la pasamos bomba, tanto por el tremendo auto alemán como por el simple hecho de estar en Italia. Flor de combinación.
Vincenzo tiene una inmobiliaria en Cefalù y atiende en general a turistas que van a pasar un par de semanas o algo más en busca de mejorar su italiano y comer lo mejor que el planeta Tierra tiene para ofrecer. No recuerdo bien cómo llegué a él, creo que fue por una amiga en común, pero en mi memoria le guardo cariño y agradecimiento por lo que me ayudó cuando fui, no solamente consiguiéndome hospedaje, sino también por un montón de consejos y contactos para todo tipo de cosas que necesité, como el cambio de aceite de la moto y una cochera para el invierno, o restaurantes, o yo qué sé qué más, pero recuerdo que estábamos permanentemente en contacto.
Esta mañana pensaba en Vincenzo, y buscándolo entre mis contactos me lo confundí por un segundo con Giuseppe, y creo que por primera vez reparé en lo parecidos que son físicamente, y mientras pensaba en qué escribir también me di cuenta de las semejanzas en otros aspectos. El motivo por el que pensé en Vincenzo fue que, como todas las mañanas, pienso en mí con tristeza por lo solo que estoy, y cómo él y Giuseppe llevan una vida más... llena, supongo. No puedo decir que tengan una vida mejor, aunque realmente lo creo, pero ya sabemos que uno suele creer que el pasto es más verde del otro lado. Uno ve los logros del otro sin haber visto la maratón que corrió y lo que dejó en el camino para llegar a donde está. Como sea, ahí están ambos, con su pareja e hijo/s. Y yo no. Es muy difícil no entristecerme, sentir el fracaso y, no digo arrepentirme de mi vida, porque ha sido hermosa en muchos aspectos y todavía lo es, pero el no poder compartirla se siente horrible y me pregunto qué hacer, a dónde ir. No me gusta nada la idea de estar así indefinidamente.
A modo de premio consuelo no puedo evitar pensar en recorrer otra vez la SS113 que va todo por la costa hacia el este hasta Acquedolci, antes de sumergirse en las montañas y pasar por tanto pueblito uno tras otro, que ya rompe las pelotas andar frenando y terminaba agarrando el último pedazo de la E90 a Messina. La cosa que nunca fui a Torre Faro, en la punta noreste de la isla de Sicilia. Raro. Cuando estudiaba italiano en Cefalù entraba a clases a las 9, y como toda la vida me desperté a las 6-7 de la mañana, tenía tiempo de agarrar la moto, hacer 20 o 30 km hacia el este por la costa, volver, desayunar en la Piazza del Duomo un reglamentario cappuccino + sfogliatella, y 9 menos 5 estar en la escuela para no perderme el hermoso espectáculo de ver a Joanna llegar. No hay alma que pueda llenarse de eso. Y preferiría no tirar la toalla sin antes volver ahí.

No hay comentarios.: