miércoles, 9 de octubre de 2024

la verdulera

La edad de piedra, la de bronce, la edad media... en unos siglos se van a referir a este guiso como "la edad de cristal". Por qué mierda se llaman así esas otras edades, ni idea, pero esta, por las boludas. Queda más elegante en los... libros (?) de historia poner "cristal" que "boludas". Pero desde la liberación femenina parece que en lugar de empezar a cosechar nuevas camadas de minas capaces de tomar responsabilidades y decisiones racionales, observar objetivamente la realidad y leerla medianamente bien, estamos acumulando proporciones crecientes de rayadas pseudo- (y auto) traumatizadas, víctimas profesionales paranoicas. Una pista de esto desató la epifanía hace unos días, cuando estaba en la plaza y el perro (cachorro) de un amigo, jugando como juegan los cachorros, le apoyó los dientes a un nene en el brazo. Los nenes, como muchos experimentamos, reaccionan como se les enseña. Si se caen y se golpean un poco, y uno se ríe con alegría y los felicita, se ríen también. Si uno corre a los gritos de "¡ay mi nene!", también gritan y lloran del susto más que del dolor. El susto que uno les provoca y que de otra manero ellos no pueden juzgar. Asignan valor y reacciones a las cosas en función de lo que uno les enseña. Es lo más natural.
Desde chiquito me chocó eso de que "las mujeres y los chicos primero". Lo escuché por primera vez, creo, cuando encontraron el Titanic allá por 1985 y salió un documental atrás del otro. Entendí que el valor de una vida humana se mide en potencial, no en edad o lo que tiene entre las piernas. Por eso la vida de alguien joven, a igualdad de todo lo demás, es más valiosa que la de alguien más viejo. Las mujeres, por otro lado, traen vida al mundo. Desde la antigüedad se las protege porque generan la próxima camada de soldados, pero hoy en día pasan dos cosas: las personas viven más, con lo que las mujeres llegan a la menopausia y así pierden esa ventaja, y en muchos casos han renunciado a esa función, ayudadas por la pastilla y otros métodos, como el aborto.
También me resultaba indescifrable por qué un hombre, por ser hombre, tenía que cederle el asiento a una mujer, por ser mujer. Siempre vi a los demás como personas, con iguales derechos y capacidades, desventajas y obligaciones, y en el único contexto en que me pongo sexista es en aquellas actividades que involucren... sexo. Surprise. Las diferencias biológicas, psicológicas, físicas y demás entre un hombre y una mujer se me hacían tan naturales como las que hay entre un hombre y otro, o entre un oso y un gorrión, para el caso. Algunos tiene más fuerza, otros corren más rápido, otros son más inteligentes, o extrovertidos, u observadores, o cantan o pintan mejor. Todos tenemos las mismas responsabilidades frente a los demás: escuchar en una conversación, ser honestos, no ser aprovechadores. Cosas así. Creo que si hay una palabra que condensa todo eso es respeto.
Algo que me revienta es el argumento de la reciprocidad, eso de "respetame porque yo te respeto". El respeto no se devuelve, se gana. O no. Hay personas que respetan aunque el otro no lo merezca. Y el ser humano no merece respeto por el solo hecho de tener pulso. Si sos un imbécil, morite. Pero morite allá, donde no molestes tirado en el medio del camino, o donde el olor de tu cadáver no apeste. Por mi parte, no te voy a faltar el respeto, aunque seas un imbécil: no voy a robar o dañar tus cosas, no voy a malgastar tu tiempo, no voy a maltratarte, voy a dejarte pasar primero cuando la Ley así lo estipule.
Aborrezco a una mujer que hace lo que el marido dice porque el marido lo dice, esas descerebradas que renuncian a sus ondas beta por la comodidad, cosa que, salvando las clases altas, era de lo más común desde el comienzo de la era industrial hasta la liberación femenina. Antes de la revolución industrial, todos se deslomaban en sus respectivas tareas. Después de la liberación femenina, la expectativa era que asumieran roles similares a los que cumplían los hombres. Nunca, ni en las clases de mi facultad de ingeniería ni en mi trabajo como ingeniero, tuve motivos para verlas de otra manera. Ahora veo que era una burbuja. Las mujeres, en lugar de aprovechar las tremendas ventajas que les ofrecía esta sociedad construida por, justamente, hombres, se lanzaron a llorar porque sus quejas sobre sus miserias no eran escuchadas. Y no son escuchadas porque no existen, o, para ser exactos e incluir el contexto, no existen más de lo que existen para los hombres, y en la mayoría de los casos, menos. Bastante menos. Hoy se bajan los niveles de exigencia para que entren en profesiones donde hombres de contextura chica o débil no pueden acceder, y por buenas razones, como la de bombero o albañil. Incluso en una oficina se les paga lo mismo o más (tienen licencias por infinidad de cosas, y bien que las aprovechan), pero a la hora de cambiar el bidón de 20 lt del dispensador de agua brillan por su ausencia. Podés encontrar los cadáveres deshidratados 3 semanas después pero el de ninguna con las uñas rotas. A la hora de las obligaciones son todas damiselas en apuros, y a la mierda la igualdad. Y sucedió otra cosa: todos esos lloriqueos de estas desagradecidas sobre el yugo del ama de casa, se fueron a la mierda el día que los hombres empezamos a hacer esas tareas y nos dimos cuenta de que son una boludez y que atender una casa es una cuestión de organización y 45 minutos al día. No más.
En fin, el otro día voy a la verdulería y le comento a la verdulera (unos 45 años de edad, divorciada) que hay una camarera en un café al que suelo ir, que tendrá poco más de 20 años y es muy bonita, y me gustaría sacarle fotos. Su reacción: llamarme (no recuerdo la palabra exacta) "degenerado", "violador", "asqueroso" o algo así. Y no lo dijo en chiste. Incluso fue a la parte de atrás del negocio y le comentó a la hija, que reaccionó con alguna de esas palabras de la lista. Cuando le expliqué, sin ninguna obligación y sin que me haya preguntado (de hecho, ni siquiera había duda en su cerebro bonsai), que me dedico a la fotografía y hablaba de un retrato, y fue quedando cada vez más arrinconada en su propio error, recurrió a lo único que parecen poder recurrir las idiotas de este calibre: victimizarse. Aparentemente la "pone mal" hablar de estas cosas. Mirá vos, para insultar no tuviste problema, para abandonar tu neurona a la deriva y quedar a mucha, pero mucha distancia de la realidad tampoco, pero para pedir disculpas... mmmnop, ahí ya es demasiado. Ahí plantás bandera. ¿Dónde escuché eso antes?
El tiempo ayuda, ¿no? Veamos... Al día siguiente fui a comprar limones y me atendió el hijo. Ella se asomó, me miró con cara de pocos amigos y me tiró un "buen día". Yo me quedé mirándola, esperando lo único aceptable después del episodio del día anterior: que cualquier cosa que saliera de su boca empezara con "perdón", "disculpame" o alguna variante de eso, sin diluir, sin disfrazar, sin eufemismos. Ya estamos grandes y la cosa se pudrió demasiado para darle más espacio a que siga pudriéndose. ¿Su reacción? Se quejó con la hija de que yo soy grosero por no saludar. Esa misma hija a la que le envenenó la cabeza con sus traumas, estimo que más originados en sus malas elecciones que en lo que la vida realmente le tiró en el camino. Y así sigue la historia, reinventándose en la próxima generación.
Creo que esto ya lo mencioné, pero vale la pena hacerlo de nuevo y 500 veces más: esta locura de culpar a los hombres porque llueve en Madagascar tiene dos grupos perjudicados y uno beneficiado. Empezando por atrás, el grupo beneficiado es el de esos pocos hombres que efectivamente son una mierda, y habría que enterrarlos en la arena hasta los tobillos, cabeza abajo. Los que abusan de su poder, ya sea físico, jerárquico, político o en lo que sea que se origine. Pero hay tanto ruido generado por estos temas, somos todos supuestamente tan culpables, que a los realmente culpables cuesta más individualizarlos y poner en su verdadera dimensión la mierda que hacen. Difícilmente se encuentre una buena solución a un problema mal diagnosticado. Un detalle que la sociedad parece no entender es que los hombres también somos víctimas de estos tipos; simplemente a) no se habla de ello y b) vemos cómo seguir con nuestra vida, sin hacer berrinches.
Los dos grupos perjudicados son, primero y principal, y el más numeroso, el de la gran mayoría de los hombres, esos que salen a trabajar temprano para poder proveer para su familia, los que no tocarían a otra persona (mujer u hombre) con una ramita, los que construyen todo lo que nos ofrece la vida moderna: electricidad, agua potable, casas, y esencialmente toda la infraestructura de la que tanto disfrutamos. A estos tipos se ha empezado a culpar por existir, por atreverse a respirar, forzando una animosidad sin ninguna consecuencia buena. El segundo grupo, órdenes de magnitud menor pero al que le cagan soberanamente la existencia, es el de las pobres mujeres que realmente sufren una situación a manos de alguno de los hijos de puta que mencioné primero, los beneficiados, pero que cuando gritan pidiendo ayuda se ahoga entre los de esas mil idiotas gritando "¡micromachismo!" o "me autopercibo cacerola hermafrodita" y se piden un chai latte doble expresso con leche de almendras extra hot but not too hot a las 11 de la mañana (porque no tienen otra cosa que hacer ni con su día ni con su vida), mientras cortan una calle y bailan cantando "¡patriarcado!". Ojalá fuera chiste.
Un tercer grupo perjudicado, y este va creciendo, es el de los hombres víctimas de actos de violencia, a los que incluso la mismísima Ley ha etiquetado como "víctimas de segunda", no tan importantes como las "verdaderas víctimas", las mujeres. Por enésima vez me remito al inciso 11 del artículo 80 del Código Penal argentino.
Se aburrió Perro. Mejor me voy a la plaza.

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