El significado del cinismo desde la Edad Media es muy diferente del original. Hoy en día tiene una connotación muy negativa porque se usa para señalar la desvergüenza y la falsedad al mentir o defender acciones o doctrinas que son reprobables, o una conducta descarada para hacer cosas indebidas o mentir, generalmente fingiendo desconocimiento o ignorancia. Resumiendo: cinismo malo, malo.
Pero su sentido original era el filosófico como fue concebido en el siglo IV a.C. por Antístenes y Diógenes, y tenía valores muy loables. Según cuentan, guiados por el amor a la naturaleza, los cínicos clásicos atesoraban y practicaban algunas virtudes como:
- parresía o franqueza en el hablar,
- adoxía, o guiarse por la razón sin dejarse influir por modas,
- la falta de linaje aristocrático, noble, etc.,
- autarquía, o la independencia,
- apatheia, o dominio de las pasiones,
- kartería, la fortaleza,
- ataraxia, fin ético que se sustenta en la serenidad.
Hasta hace quizás unas dos semanas, cuando por algún motivo que no recuerdo me crucé con estas definiciones, nunca había escuchado hablar de todo esto. En el colegio no tuve filosofía y las pocas veces que intenté leer algo del tema me resultó un gran somnífero. Así que acá estoy, como Trump, diciendo "lo que la gente no sabe" cuando en realidad es él el que no sabía algo hasta hace hace 10 minutos que lo leyó en el celular mientras iba en auto con chofer.
La cosa es que de esa lista, que me parece espectacular y me tienta a identificarme como cínico, hay dos palabras en particular que describen muy bien mis propios tendencias, dos rasgos que aprecio y cultivo en mí: la apatheia y la ataraxia. El resto, que me parecen igual de valiosas, las encuentro más obvias y comunes a otras filosofías.
En algún lugar leí que la ataraxia era el control sobre nuestras reacciones, y si bien no estoy seguro de que esa sea la definición correcta, en cualquier caso mi objetivo no es el autocontrol: eso lo veo más como un paso intermedio, un recurso transitorio en mi evolución, para minimizar daños. No, mi fin último es que no haya algo que controlar. Ejemplo banal: si voy cruzando la calle como se debe y algún conductor le manda saludos a mi mamá, el autocontrol implicaría que me enfurece pero me la aguanto y sigo caminando, sabiendo que el tipo es un imbécil y si lo interpelo quizás escale la situación y termine mal. Eso hace daño, porque uno no es de teflón, perfectamente resiliente; tragarse la bronca es insalubre. Una mucho mejor situación es que, sabiendo que el tipo es un estupidito que nunca escuchó hablar del código de tránsito, que si escuchó está convencido de que eso es para los demás, no para él, que tiene atribuciones especiales, o que piensa que las reglas están para romperlas, la idea es que no me haga mella, que no me frustre y por lo tanto me enfurezca. La frustración por la situación en Argentina es difícil de superar, pero llegados esos momentos donde cristaliza en nuestra quehacer diario, uno puede tomarlo con ataraxia y seguir su vida sin verse excesivamente afectado, sin tener que andar temblando 10 minutos por toda la adrenalina que no logra reabsorber. Es horrible, y quisiera evitármelo, y creo que el camino es ser más comprensivo con la realidad, aceptar lo que no puedo cambiar, y seguir mi camino.
En cuanto a apatheia, cuando dice "dominio de las pasiones" no creo que se refiera a cosas como reprimirse en una situación de enojo sino a ejercer autoridad sobre pasiones tipo debilidades humanas como la atracción sexual, la envidia, la competitividad y cosas así, situaciones donde incitarían reacciones de nuestra parte basadas en factores subjetivos y nuestra reacción a ellos, en lugar de estar basadas en lo mejor para la situación. Un ejemplo, perdón si es nuevamente banal, sería el de disculpar a alguien por un error simplemente porque se trata de una mujer sexualmente atractiva.
La cosa es que hasta hace muy poco yo no estaba enterado de que el cinismo era una corriente filosófica bastante rescatable y, desde mi punto de vista, hasta perseguible.
Un comentario final sobre la apatheia y la ataraxia: creo que en ambos casos es muy fácil caer en la apatía, y supongo que hasta habrá alguna justificación de que una es la raíz de la otra o algo así. Pero no creo que sean lo mismo. La apatía es la falta de interés, en cambio la apatheia (lograr no dejarse llevar por las pasiones) y la ataraxia (mantener la calma) se apoyan en parte no en la apatía, sino en la empatía, el comprender la naturaleza de las cosas y evitar caer en las trampas del pensamiento corto e instintivo que nos llevan a comportarnos como imbéciles.
Creo.
jueves, 28 de noviembre de 2024
cinismo
viernes, 22 de noviembre de 2024
contrastes
Una conocida, de apenas 32 años de edad, fue diagnosticada hace un año con un cáncer muy agresivo en los pulmones, que traducido implicaba trasplante o entierro, como siempre precedido por la mierda de la quimio y todas esas cosas que nunca parecen funcionar. Hace cosa de un mes me enteré de que "apareció" (¿cómo llamarlo, si no?) un donante y recibió los pulmones. Después de apenas una semana, estaba respirando por sí misma. Yo, como ingeniero, y al tanto de lo difícil que es sacar el motor de un vehículo y ponerlo en otro (un puto motor, mucho más simple que cualquier órgano humano o de cualquier organismo), no puedo más que quedarme sin aliento de intentar siquiera pensar en el milagro que significa un trasplante de pulmones. Y creo con toda el alma que es lo mejor a lo que los familiares del donante pueden aspirar una vez resignados a la pérdida de su ser querido: saber que esa muerte significa vida para otros, que gracias a ese dolor otros tienen una nueva oportunidad.
Mientras tanto, ayer me enteré de que un amigo, que además un par de veces le dí trabajo pintando unas paredes de mi casa, se cayó de cabeza de una escalera y falleció en el acto. Una persona joven, 40 y pocos. Todavía no lo digerí. Ni siquiera lo mastiqué, para ser honesto. Esta es una de esas típicas situaciones donde no siento nada. Nada de nada. Si la persona que me lo contó me hubiera contado que se compró un velador nuevo en lugar de esa noticia, me hubiera provocado más reacción. Además de preocuparme, el no sentir nada me hace sentir peor que la muerte de mi amigo. No entiendo.
Esta mañana escuché la noticia de que las obras de reconstrucción de la catedral de Notre Dame en París, después del incendio en abril de 2019, están casi finalizadas y el 7 de diciembre se reinaugura. Mientras tanto, ahí está Putin puliéndoles la punta a sus RS-26 Rubezh, con lo que si no vuela a la mierda la catedral, la Ile de la Cité y todo París, quizás no quede nadie para ir a visitarla.
Creo que esta ya la conté en otro contexto, pero viene al caso para otro enfoque. Cuando me fui a Gotemburgo becado para hacer la maestría, salí por primera vez de Argentina y conocí un montonazo de gente de otros rincones del planeta. Había uno que no me acuerdo el nombre, pero sí que tenía una pinta que rajaba la tierra. Mina que lo veía, mina que se meaba encima. Tremendo. En una salida entre varios nos pusimos a hablar, cómo no, de mujeres, de las suecas en particular y lo lindas que eran. Cada uno daba su opinión en función de sus experiencias en su propio país y las correspondientes comparaciones. Él no hablaba, hasta que alguien le preguntó qué opinaba y cómo se comparaban las francesas con las suecas, a lo que él respondió que, cuando conocía a una mujer, tenía una sola cuestión que responder: escupís o tragás. Ahora bien, yo no sé cuántos hombres piensan así, quisiera pensar que no tantos, pero por ahí me equivoco. Debo aclarar que este franchute fue el único tipo que escuché jamás decir esto en forma así de frontal y sin ambigüedades. Creo que es comprensible que en ciertos contextos uno se pregunte esas cosas, pero no creo que sea ni relevante ni normal que sea la primera pregunta que a uno se le cruce al conocer a una mujer, mucho menos la única. En el otro extremo estamos los (estoy llegando a la conclusión) imbéciles que, cuando conocemos a una mujer, nos preocupamos por qué sueños tiene, qué anhelos, qué ilusiones, y qué está haciendo para materializarlos. Y en lo posible, si vale la pena, que venga en un paquete suculento, pero esto último supeditado a lo primero. Hay intelectos que pueden compensar la falta de tetas, pero no hay tetas que puedan compensar la falta de intelecto. No sé, por ahí soy un ridículo desubicado.
miércoles, 20 de noviembre de 2024
cosas culturosas
En la película El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, Aragorn le pregunta a Éowyn a qué teme, y ella responde: "A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aun el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre."
Hace ya un par de semanas que leí este pasaje y quisiera rescatarlo ahora para esbozar una metáfora sobre mi situación, cómo no.
En Argentina, en 16 de los últimos 20 años (como mínimo), se ha cultivado una masa de votantes cautivos que nada tiene que ver con construir ciudadanos. Se los soborna con cuentas de colores y se los arría con palabras tan grandes como huecas en el mejor de los casos, porque al desgastarse esa estrategia pasaron a erosionarles la poca dignidad que les quedaba metiéndoles desde el vamos un montón de estupideces que sus opositores, los que preferimos usar el cerebro, diplomáticamente bautizamos como ideología. En realidad, es mierda, pura y simple. Estos degenerados, además, para asegurarse su supervivencia en el poder, también los premian por reproducirse.
Siempre, en toda sociedad y durante toda la historia humana o de cualquier criatura que viva en manada, hay individuos que quedan al margen de las ventajas que una manada organizada puede ofrecer. Los parias, los que duermen abajo de un puente, los que se drogan, los que odian a todos por falta de oportunidades, reales o imaginarias. Excepto que la sociedad, en nuestro humano caso, hasta hace un par de décadas tenía la resiliencia y los medios para absorber tanto el ocuparse de este grupo de gente como para resistir la pérdida de recursos humanos que esto significaba. El problema es que, gracias a los degenerados populistas, la parte de la población sin la aptitud
para ejercer un derecho garantizado por la Constitución, como es votar,
ha alcanzado la masa crítica. Me refiero al hecho de que entra más agua al bote de la que podemos sacar. Hay más personas en la marginalidad que contribuyentes formados cívicamente. Casi nadie podría nombrar los tres poderes del Estado, la importancia de su independencia, o cómo se elige a sus miembros. La meritocracia es, según ellos, un pecado, una forma más (de muchas) de dominación para mantenerlos subyugados y suplicantes de migajas, a las que se les da acceso a discreción. Vaya ironía.
Donde me cayó la ficha estos días es en el hecho de que no importa lo que yo haga, quedarme es puro masoquismo. Sí, tiene ventajas, como el hecho de estar en casa, el poco esfuerzo que significa hablar con los demás por el hecho de compartir mi idioma, las comidas, y vaya uno a saber qué más porque cada vez que se me ocurre algo, la pausa hasta que se me ocurre el siguiente ítem en la lista es más larga. La criptonita disruptiva de todo esto es ese sueño que tengo de tener una novia argentina, que le diga pitufos a los pitufos, que pronuncie la ll y la y como yo y que sepa lo que es una milanesa. Pero eso implicaría que las probabilidades de que sepa la diferencia entre una mujer y un hombre, o que entienda que los derechos y las obligaciones son las dos caras de una misma moneda, con la miríada de consecuencias que eso conlleva, raya el delirio de mi parte. Pero ya he escrito sobre esto demasiadas veces. Y para la mierda que me sirvió.
Así que, como Éowyn, el prospecto es quedarme acá explotando mi emprendimiento, ganando algo más que lo suficiente para mantener mi nivel de vida, que no es mal ni por asomo, y más teniendo en cuenta el contexto, pero marchitándome como humano. Ese nivel de la pirámide de Maslow donde uno ya tienen asegurado techo, comida y un mínimo de comodidad y empieza a pensar en cosas culturosas, viajes edificantes y proyectos a largo plazo... no sé, no lo veo. Quisiera cultivar un poco el físico, mejorar mi italiano y cementar mi francés, o seguir aprendiendo a tocar el piano, pero... para qué. Qué me agrega eso en este contexto, es un misterio. Se me fueron las ganas. Tengo los medios para hacer todo eso y más y no puedo justificar la inversión de tiempo y plata para algo que no tiene ninguna resonancia en la sociedad donde vivo. Un descuento en el supermercado es la noticia de la semana, y que la policía haya desbaratado una banda de pedofilia con 70 menores rescatados (algunos de menos de 5 años de edad), o el Putin de turno amenazando con tirar bombas nucleares en Europa, apenas si levantó una ceja.
lunes, 18 de noviembre de 2024
out of sight
La estupidez humana es infinita, teorizaba Einstein comparándola con su falta de certeza acerca de si el universo era así mismo infinito o no. En el caso de los argentinos, la estupidez parece tender al infinito a una velocidad más rápida que la del promedio de la humanidad.
A menos de 200 m de dónde vivo hay 4 escuelas y una plaza. A esa plaza voy prácticamente todos los días, a veces, como a principios de esta semana, en el horario en que los chicos salen de clases. Así fue como vi un pareja de padres, cada uno en su bicicleta, con un hijo de unos 6-8 años sentado sobre el manubrio, mirando para atrás. Sintetizando, un chicle en el piso o un pocito o una junta entre 2 baldosas, y esos nenes iban a, con suerte, matarse, y con mala suerte, quedar cuadripléjicos cuando peguen contra el piso con la nuca. Todo cortesía de sus propios padres.
Realmente preferiría llegar al punto donde me doy cuenta de que el problema soy yo. Ese punto donde la gente empieza a decirte que te quejás siempre de lo mismo, que no podés estar despotricando todo el tiempo, etc. Esas cosas en sí son estupideces, porque que sea repetido no quiere decir que sea incorrecto, pero sí que uno puede tomar la decisión de construir algún tipo de cascarita, desarrollar más resistencia, incluso resignarse, con lo malo que es eso. Pero bueno, llamémosle como sea al hecho de entender las limitaciones de un entorno y decidir si queremos seguir ahí o mandar todo a la mierda y mudarnos. Algo así hice con mi emprendimiento de alojamiento turístico, donde los que me contactan por Instagram aprietan en el enlace que los lleva a WhatsApp, generando un mensaje automático que dice "Hola, quisiera más información de..."; así, esa frase exacta. Se supone que el que consulta debería escribir qué mierda quiere saber (ubicación, pileta o no, etc.), pero sobre todo en qué fechas quiere venir y cuántos huéspedes serían. No. Es demasiado pedir. El 80% no escribe nada. Fucking idiotas. Me avergüenza admitir que después de meses, y por cuestiones tanto de dinero como de paz mental, decidí no digo nadar con la corriente, sino correrme. Simplemente tengo un texto que copio y pego donde los saludo y pido explícitamente los datos de lo que quieren saber. Los trato como lo que son: estupiditos incapaces de aprobar la materia de Plastilina en la guardería. Me resigné a que lo máximo a lo que puedo aspirar es a su dinero, no a que entiendan un moco de la vida. Que paguen, vengan y se vayan. Y yo sigo con mi vida y mis aspiraciones frustradas de irme a la cama dejando el mundo mejor de lo que estaba cuando me levanté.
Pero fuera de ese contexto acotado, donde esencialmente tengo el control de la mayoría de (sino todas) las variables, es muy difícil extrapolar ese sistema, sobre todo cuando parece que la estupidez en Argentina es, efectivamente, infinita; la inteligencia, la agudeza mental y ni hablar de la social, no se cultivan. Son cuestiones reservadas a los masoquistas como yo. La ética y la moral se ventean mucho en los cafés y los noticiosos, pero realmente no se cultivan, más bien parece que se evitan con una habilidad que impresiona.
En los últimos 70 años se ha criado una horda de incultos votantes y en 16 de los últimos 20 años esto se ha llevado a su máxima expresión. La gente lee menos, comprende menos de lo poco que lee, y no le interesa nada más que lo que salga de feisbuc, ístagram, tuiter y compañía. Cuando caminan por la calle, pasean al perro, van a la playa, están con sus seres queridos (a los que ya no les conocen la cara), andando en góndola por los canales de Venecia o manejando un colectivo; todo pasó a segundo plano la nada, y quedó atrás del celular. Out of sight, out of mind. And heart. Un asco. Y como en Argentina uno necesita escapar de la realidad, de ese amontonamiento de organismos impositivos, de estafadores, de irrespetuosos y de gritones, el celular y sus maravillas están ahí, en la palma de la mano. Linda receta.
sábado, 2 de noviembre de 2024
morir dos veces
Cuando vengo a un café, alterno entre leer y escribir, en función de mi estado mental. Puedo agarrar El Intruso, de Frederick Forsyth, o traerme la compu. Ese libro en particular normalmente lo leo en casa, y en el café la lectura consiste en libros de fotografía, pero esos se me terminaron (llegan dos por correo la semana que viene) y este es demasiado interesante para tomárselo con calma. Voy por la mitad de esta autobiografía de Forsyth y todavía no cumplió 30, y es increíble todo lo que vivió. "Unputdownable", escribió una vez un crítico pretencioso. Como si hubiera de otros. Pero le va a este libro. De hecho, cuando salía de casa era lo único que llevaba en la mochila, hasta que llamé el ascensor y me di cuenta de que realmente tengo mucho en la cabeza y quisiera plasmarlo, así que volví, metí la compu y acá estoy.
Estoy medio medio, y la razón número uno es la soledad, combinada con esta chica que veo (y, para ser honestos, que vengo a ver) en el café, y que no hace más que poner contraste entre lo que deseo para mi vida y dónde estoy. La frustración que me produce el hecho de que exista lo que busco pero en un paquete con fecha de fabricación demasiado reciente, es difícil de racionalizar y digerir sin más. Es como que le pone cara al concepto inmaterial de lo que quiero, confirma que sí existe, que no estoy loco con mis exigencias y expectativas, y hace que sea más fácil pensar en eso y, en consecuencia, también en lo que me falta. Y eso no puedo digerirlo. Me rehúso. Significaría darme por vencido y eso hace mal al alma, más, creo, que las batallas por conseguirlo. Para complicarla, en mi cabeza enseguida empiezan a aparecer las ideas de que soy horrible, que no me lo merezco, que nunca voy a ser feliz, que no tengo nada para ofrecer, y todas esas delicias de la tríada que forman mi mente hiperanalítica, mi autoestima de mosquito y su mejor amiga, la depre.
Dicen que morimos dos veces: una cuando exhalamos nuestro último aliento, y la otra cuando somos olvidados. Yo ya fui olvidado, y por ahora estoy acá sentado, respirando. Lamento escribir algo así de dramático, realmente pensaba que iba a estar más animado, pero esta semana fue algo frustrante y triste en algunos aspectos. Fue el segundo cumpleaños de mi mamá desde que no está, y se me disparó la tristeza hablando con Hermana. Pero lo que más me afecta, creo, es la camarera. Me siento como la marea y ella es mi luna: vengo a desayunar y el tono de su saludo determina cómo mi ánimo por varias horas. Me siento estúpido. Preferiría ser supermaduro y simplemente reconocer lo que significa en su correcta dimensión y seguir con mi vida. ¡Ja! No can do.
La situación me hace acordar a cuando tenía unos 12 o 13 años y empecé a nadar, algo así como un año después de mi operación de columna, y conocí a Paola. Tenía mi edad o unos meses, quizás un año, de diferencia. Me embobé. Era la edad perfecta para eso y no tenía con quién hablarlo, alguien que me orientara, que me ayudara a canalizar y desarrollar lo que me provocaba física, mental y emocionalmente, de una manera saludable y menos obsesiva, más edificante. En retrospectiva, creo que fue perfectamente normal, uno de esos metejones de verano y ya. En mi defensa, yo era un coctel de hormonas y esa chica tenía un cuerpo extraordinario. Lamentablemente, era un excelente exponente del cliché que postula que lo que tenía de linda le faltaba de neuronas. Hoy trabaja atendiendo una zapatería (del padre, si no recuerdo mal) y el cuerpo que tenía se lo arruinó corriendo maratones.
Algo que adquirí en aquella época fue escribir. Agarré un cuadernito, como nos mostraban en casi cada puta película donde había un adolescente, y comencé a registrar pensamientos, vivencias, miedos, deseos y "enamoramientos". Eran mediados de los '80 y no había blogs, Instagram o siquiera internet, hasta donde puedo recordar. Apenas podíamos jugar al Pac Man en un monitor monocromo de fósforo verde o naranja. El hábito de escribir se consolidó finalmente con este blog, y se apuntala tanto en los sentimientos que me abruman como la necesidad de plasmarlos a modo de catarsis, moldeado, enriquecido, inspirado por todo lo que leo tanto de Borges como de Forsyth o de quien se me cruce y que tenga un poco de estilo esmerado. Me encanta, y mientras me dé la vista, el mundo tendrá que aguantar mis textos.
Ahora sí, me voy a comprar salmón, que necesito DHA y todavía no estoy del todo muerto.