viernes, 28 de marzo de 2025

alienado

Todas las noches, antes de ir a dormir, toca la vuelta de Perro. La última del día, donde huele siempre los mismos árboles, las mismas hojitas, las mismas piedras en la cerca de la casa a mitad de cuadra, que en cualquier momento es boleta y plantan otro edificio. Completado el trámite volvemos a casa, pero antes de subir nos sentamos en la entrada del edificio de al lado, que a Perro le encanta, y vemos pasar la brisa, escuchamos el pasto crecer y las más de las veces pierdo demasiado tiempo en Instagram, aunque nunca dejo de acariciarlo y a veces hablamos. De tanto en tanto, cuando estoy muy cansado, intento pasar de largo del lugar donde siempre me siento y él tira el ancla y me mira, arqueando una ceja y preguntándome "¿a dónde vas?". Es un guacho.
Pero no me quejo. Esos son momentos donde nos sentamos, él apoya la cabeza contra mi rodilla y yo lo acaricio casualmente y los dos sentimos mucha paz. Es una ducha de oxitocina que hoy por hoy ni la moto me da, una de esas duchas donde apoyamos el tope de la frente contra la pared y el chorro cae perfecto en las cervicales. Perfecto.
Sostengo, igual que lo hice mientras salí con la actriz desquiciada, que tener un pastor australiano es una forma inescapable de alienarse del mundo, alejarse emocional, ideológica y hasta físicamente de los seres humanos, que no pueden ni aspirar a ser la calidad de personas que son estos bichos. En mi caso, por lo menos, Perro se ha transformado, y estoy consciente de que no estamos al final del camino, en mi hogar emocional. Él me contiene y me acepta, me respeta, un poco me teme (demasiado, por mi estupidez) y mucho me adora. Me sigue, me acompaña y me guía, dependiendo la situación. Cuando está conmigo (el 95% del tiempo) pocas veces me sobra, y cuando no está, casi siempre me falta.
Quisiera una novia que me quiera la mitad de lo que él me quiere, y a la que yo quiera la mitad de lo que lo quiero, y que fuera la mitad de hermosa de lo que él es a mis ojos; seríamos la pareja más enamorada del mundo.
Me pregunto... cómo seguirá esto. Me pregunto si vale la pena seguir intentando encontrar a alguien o es necio lo mío aunque la necesidad de una compañera no se diluya. Me pregunto cómo podría bajar mis pretensiones, si es que se puede, si es que es sabio, si es que realmente son demasiado altas o mi ineptitud es el problema. No lo sé. No sé la respuesta a ninguna de esas preguntas. Me siento muy tentado a decir que es mi ineptitud, pero cada puta vez que una mujer me pareció atractiva y la vida me la puso adelante para, como dicen en inglés, pescar en un balde, pude meterme en su cabeza y varias veces terminamos saliendo. Como no busco el placer inmediato, y tengo la puta costumbre de darle importancia a la dignidad, tanto propia como a la de ella, lo mío es más sutil de medios, más a largo plazo, más profundo, y priorizo la conexión mental; y eso, hoy, no tiene demasiada demanda. ¿O estaré inventando excusas? No lo sé. Realmente: no lo sé.
Y si bien ya lo mencioné antes, este último fin de semana me cayó la ficha de lo crecientemente difícil que le va a ser a la femenina mitad de esta inmunda humanidad superar la marca de agua que pone Perro como persona. Y eso me lleva a lo siguiente: comprarle un perro a Perro.
Seamos honestos: eso de que no se puede comprar la felicidad es discutible. Por ejemplo, sin ir más lejos, en el Día del Amigo compiten por el trofeo los lavarropas, las motos y los perros. Cada uno con sus ventajas y desventajas. En estos momentos, por ejemplo, que el verano se despide y el invierno amenaza, el cornudo de Perro pierde suficiente pelo para alfombrar el château de Versailles (sí, el de Francia, con 67.121 m², 1.252 chimeneas y 67 escaleras). Cada día. Necesitaría una draga de puerto para mantener mi alfombra limpia, a lo que renuncié ya hace tiempo y desde entonces no solamente soy más feliz, sino que cuando se me cae un vaso, no se rompe. Win-win. Y sin embargo, otro pastor australiano viene en camino, por lo menos en mi mente. El que tengo visto nació el martes, que fue 1ro de abril, y en la camada hay tanto machos como hembras para elegir, y por lo que me dijo el dueño de la madre, Emma, la mayoría tricolor. Me inclino por una hembra y casualmente el nombre de la madre está entre los tres primeros en mi lista de los nombres que más me gustan. Otros son Laura, Raffaella, y Minna, que fue la segunda esposa de Karl Gauss, del que acabo de terminar una biografía. Lucía y Sofía también están en la lista; el problema es que las últimas 2 sílabas son como las del nombre de Perro y no sé si eso puede causar confusión al llamar a uno u otro. Tendría que preguntar. Y Minna medio que queda descartado porque me gustan los nombres humanos para los perros, no Pupi, Titi, Bubi y esas estupideces. Mucho menos nombres en inglés, o nombres de cosas, como Destornillador, Imán, Tornado... Tampoco tengo nada en contra de que sea macho, pero mentalmente (y emocionalmente después) necesito que se diferencie lo más posible de Perro. Una hembra rojo tri sería ideal, lo más clarita posible. Porque me parecen lindas así.
Ya hablé con el criador y desde entonces caí en el mismo estado de pánico que cuando lo visité a Perro con 5 semanas y lo señé: volví todo el camino a Múnich, los 130 km desde Nürnberg, preguntándome qué hice, cómo se me ocurre tener un perro, a mí, que soy un animal sin paciencia, chiflado, desequilibrado emocional, con un carácter de mierda, sin tolerancia, sin compasión, etc., etc. Todas estas cosas las he estado puliendo, a veces como se limpian unos anteojos de sol caros, a veces con una amoladora o hasta un cincel. El problema principal es que nadie me lo enseñó, sumado a mi necesidad de estructura ante una familia que se desmoronó ante mis ojos que no sabían qué era lo que estaba pasando, ni por qué. Ni nadie se detuvo a explicármelo. Aprendí, en terapia, que tengo falta de opciones. Siempre me acuerdo (creo que ya lo expliqué) de Terminator cuando entra al bar a buscar a Sarah Connor y la cámara muestra su perspectiva mientras navegaba un menú de opciones, donde básicamente la opción #1 siempre era matar. Lo mío no es tan extremos, pero conceptualmente tengo ese problema. Demasiado autoritario. Si bien eso es bueno con los perros, que necesitan estructura y jerarquía, mi reactividad a veces se combina mal y tengo actitudes de mierda. Perro me enseñó no solamente a ser muchísimo más medido, sino también opciones, o de tan humilde y comprometido con complacerme, me forzó a buscarlas. Hay una gran parte de todo este proceso que es mérito mío: la de saberme jodido y poner el esfuerzo en mejorar. He fallado cientos de veces en este proceso, y tanto él como yo estamos ahí para seguir. Eso me hace sentir orgulloso conmigo (que no ocurre muy a menudo) y agradecido con él. Muy, muy, muy agradecido. Mucho de mi amor hacia él se mezcla con admiración por su nobleza, su humildad y su fidelidad.
Mi deducción, entonces, y mi deseo, es que para seguir en este camino de búsqueda de mejoramiento personal necesitamos refuerzos. El desafío va a ser enorme, pero ya estoy casi completamente decidido así que estoy tomando impulso, tratando de preparame. Si bien Perro es lo más hermoso del mundo y nuestra relación es alucinante y no hace más que crecer y profundizarse, espero con la nueva perra usar todo lo que aprendí y no torturarla como lo hice con Perro, y que todavía a veces hago. Eso es lo que más me preocupa. Cruzo los dedos.

domingo, 23 de marzo de 2025

hygge

Creo que alguna vez saltó el tema, pero por las dudas lo menciono: viví en Suecia por casi un año y medio. Eso tuvo muchas consecuencias en mi vida, y hoy quiero concentrarme en lo que creo que fue la más importante y que se refiere a la paz que viví en ese período. En Escandinavia, y en esos países nórdicos en general, el respeto es la base fundamental de todo lo que hacen. Estando en Gotland, esa isla entre el sur de Suecia y Letonia, fuimos a un bar y salimos muy pasada la medianoche. Con nosotros, un grupo de unas 15 nacionalidades, salieron unos cuantos suecos con más alcohol per cápita que una cata de vinos. Y sin embargo, justo antes de cruzar el umbral de la puerta, se chistaron unos a otros y, semi arrastrándose, semi chocándose con las paredes caminando en zig zag, salieron sin hacer ni pío. Realmente se callaron, no es que se chistaron y se rieron y se tropezaron con tachos de basura llenos de latas. No hicieron ruido y punto. Repito: borrachos como cubas. Admirable.
Anoche cuando me fui a dormir, pensaba en eso y en si no será justamente la causa de mi descontento con mi vida en este momento, además de lo de la falta de pareja. El respeto constante, sólido e ininterrumpido del que cada uno disfruta y aprende y ejerce, y todos confiamos los unos en los otros. De hecho, un estudio elaborado por Ipsos en 2022 mostró que el nivel de confianza hacia el prójimo en el mundo arroja un promedio del 30%, pero en Argentina es de apenas el 25%. En Suecia es el 55%. Y para un mí, que me inculcaron el respeto y que experimenté Suecia por el suficiente tiempo como para seguir construyendo e incorporando eso en mi carácter, el contraste es durísimo. O, como diría un sociólogo en lenguaje académico, "una cagada".
Además del trato interpersonal, otro de los aspectos donde se proyecta ese respeto es en el diseño de espacios, privados (ambientes de la casa, iluminación, decoración) o públicos (calles, parques, estaciones de tren). Prácticamente todo es lågom, una palabra, casi un concepto en sueco que significa "equilibrado, ni mucho ni poco". También hace referencia a pacífico, tranquilo, que no molesta. Y así viven. En danés y noruego tienen otra palabra, que si bien no es lo mismo, también apunta a vivir en bienestar: hygge, que se refiere a la calidez y el disfrute de los pequeños momentos.
Lågom es algo que incorporé a mi vida hace ya más de 20 años, justamente cuando viví en Suecia. Hygge, en cambio, aunque venía haciéndolo intuitivamente (y lo puse en práctica cunado hice mis emprendimiento de alojamiento turístico), en realidad no conocía el término y no sabía que había gente con la misma inquietud. Hace unos meses cambié mi hábito de desayunar en la cocina por el de hacerlo en el comedor, donde tengo un tele enorme en el que miro casi exclusivamente documentales educativos. En eso estaba cuando apareció uno sobre este concepto, donde un tal Meik Wiking tiraba la siguiente definición:

Hygge - The art of creating a nice atmosphere. Enjoying simple pleasures in life. A group of friends, in a cabin, indoors, there's a fireplace going, a bit of wine, in Sweden, in winter, there's a storm outside.

En su libro The Little Book of Hygge, describió una situación ligeramente diferente pero que ayuda a redondear la idea: "Hygge is the feeling you get when you are cuddled up on a sofa with a loved one, in warm knitted socks, in front of the fire, when it is dark, cold and stormy outside. It's that feeling when you are sharing good, comfort food with your closest friends, by candle light and exchanging easy conversation. It is those cold, crisp blue sky mornings when the light through your window is just right."

Y agregaba: "I think we just need to recognize that there is no such thing as an accomplishment that is going to quiet that voice you have in the back of your head saying: once we get to that, then I'll be happy".

En eso estoy.

lunes, 17 de marzo de 2025

el ruidito más lindo del mundo

Soy consciente de lo negativo de mis escritos de los últimos años. Soy consciente de lo frustrado que me siento en general y cómo me afecta el hígado, por ejemplo, o el ánimo, o mis proyectos. En definitiva, lo negativo de mis escritos es un síntoma de algo, lo cual es obvio, pero uno tiene que asimilarlo y rastrear ese algo y, en lo posible, corregirlo.
Este algo es, se cae de obvio, la soledad impuesta por una serie de factores que prefiero no repetir porque no tengo nada nuevo hoy para agregar ni ganas de abusar todavía más de la paciencia de los tres gatos locos que puedan llegar a leer esto. También es el resultado de haber pasado de vivir entre gente civilizada (con todo lo encantadores que son los alemanes) a vivir entre estos animales que son capaces de tirarse un bidón de nafta y prender un fosforito antes que seguir una puta regla. Esto es muy difícil, mucho más de lo que pude prever antes de volver a Argentina, tanto por falta de imaginación como por el hecho, creo, de que acá la sociedad se ha degradado respecto a cuando me fui. En Alemania, Suecia, Suiza e incluso en Italia aprendí que el respeto no es un lujo, es una necesidad. Cono sea, acá estamos, Perro y yo, él comprado, yo rescatado, viviendo una aventura en cada esquina: la de llegar vivo a la otra vereda.
Estas cuestiones tienen el predecible efecto de que uno empieza a aislarse y sumirse en sí mismo, saliendo de su burbuja en contadas ocasiones para tratar con gente cuidadosamente seleccionada. Perro, para colmo, sube la vara y dificulta las cosas haciendo cada vez más cuesta arriba el soportar las idioteces de los humanos. Algo positivo es que uno empieza a disfrutar de un silencio y una soledad que derivan casi inevitablemente en introspección, lo que a su vez deriva en crecimiento personal (o locura... es debatible, pero otro día). En eso estaba un servidor estos días cuando me cayó la ficha de algo que venía preguntándome hace rato y que mencioné acá hace poco: lo de esa especie de electricidad que siento en el estómago cuando veo una pareja haciendo algo lindo, romántico, cuando ella lo besa a él, ese tipo de cosas. No entendía qué me pasaba, por qué esa cosa tan desagradable y que me entristecía, hasta que por algún motivo se me prendió la lamparita y ahora me siento bastante estúpido al respecto, porque la respuesta es súper sencilla: tristeza. Me siento triste de que yo no tengo y no creo que vaya a tener eso. Lo tuve, sé lo que se siente, y ya no tengo acceso a eso. Se me fue el tren. Y eso es para entristecerse, y entristecerse mucho. Ayer viajé en auto por unas 4 horas y con poco tránsito, así que tuve oportunidad de sumirme en mis pensamientos y elaborar el tema en mi cabeza, y realmente esa es la explicación. Era obvia, y por fin dilucidé mi duda. No sé si me ayuda en algo, más que en decir eureka y seguir con mi vida, pero acá estamos así que: ¡eureka! ¿Y ahora? Ni puta idea.

Muy relacionado con lo anterior (en lo absoluto), Perro anda desde hace unos meses con un dolor que primero parecía que era en la pata izquierda trasera, pero después de mucho investigar, incluidos 4 veterinarios y hasta radiografías, resultó que es algún tejido blando en la espalda: músculo, nervio o tendón. Él se rehúsa a explicar, a pesar de las veces que le consulté sobre el asunto, pero el resultado es que está haciendo fisioterapia. Primero fueron 2 veces por semana, y ahora que anda mejor es una sola vez por semana. Magnetoterapia (parece un terrorista con chaleco-bomba), electrodos, láser, ultrasonido y masajes. En cuanto a su vida normal, lo afectó un poco porque, por ejemplo, no están permitidos los saltos o jugar a ir a buscar la pelota o el palito o lo que puta fuera que alguien le tire. Lo de no saltar implica que no puede subirse a la cama, salvo que le construya alguna especie de escalera o rampa, y algo que sucede todavía más a menudo (lo de la cama es solamente a la mañana), subir y bajar del auto. La solución a esto último es simple: lo levanto en brazos y lo subo o lo bajo yo. Calculo que en unos meses él va a estar pipí cucú y yo voy a estar para tirar, pero es lo que hay que hacer y que él necesita, y lo hago con gusto.
Mirando el lado positivo, gracias a esto de tener que subírmelo a upa para que entre o salga del auto, hice el descubrimiento más lindo y tierno de las últimas 5 décadas de mi vida: los mmm mmm y los grrr grrr que hace cuando lo cargo. Son ruiditos que hacía muy seguido de chiquito, o quizás siempre los hizo pero de chiquito yo lo cargaba a upa más seguido y por eso los escuchaba. Como sea, ahora de adulto los redescubrí, y me derrite como casi nada en el universo. Está allá arriba junto con el cielo estrellado y la nariz de una chica rozándome el cuello, cerca de la oreja.

domingo, 9 de marzo de 2025

de pelotas llenas

Hace unos días fui a la plaza con Perro. Es una plaza de 4 manzanas e íbamos cruzando por la diagonal, cuando de atrás alguien pidió permiso para pasar. Instintivamente me iba a correr pero primero me di vuelta a mirar, y era una pareja grande, de unos 35 años, en una de esas bicicletas de alquiler que son dobles, lado a lado, con algunos tubos soldados para formar el aparato. En cualquier caso, claramente desubicados por esperar que las personas (la gran mayoría chicos de 6 años o menos) se corrieran para que ellos pasaran, pero además en infracción por el simple hecho de que eran mayores de 12 años. No tenían nada, pero nada que hacer andando en bicicleta en la vereda, mucho menos en una plaza llena de chicos, en un armatoste de casi 2 metros de ancho. Por supuesto, no me corrí. Entonces me toparon con la bicicleta. Ni vale la pena relatar el intercambio que siguió porque es más de lo mismo de siempre: ignorancia, patoterismo, amenazas, violencia, inoperancia. ¿"Respeto"? Hace rato que dejó el chat en Argentina. Antes de que se inventara internet, diría.
No pasaron 40 segundos, que un tipo que iba caminando delante de mí con su perro tuvo que pegarle un grito a un borrego mal educado, en un autito de esos a pedal, sin supervisión, de unos 6 o 7 años, porque venía a 700 km/h con el autito de mierda y casi atropella al perro. Los padres enseguida vinieron a disculp... no, vinieron a increparlo porque le habló al borrego. Imbéciles. Borregos así, claramente, no salen así de la nada.
Volví de la plaza sintiéndome bastante choto, casi depre. No me daba cuenta de por qué, si no había sido algo tan estresante ni desconocido. Pero por algún motivo, estas dos experiencias, en lugar de sumarse se multiplicaron y me afectaron. Será que se juntan con otras cosas, no sé.
Pero el hecho es que estos son los votantes promedio en Argentina. Con esta lacra se supone que un Milei, un Macri, una Merkel, un Putin, Thatcher, Lenin, Adolfito o quien mierda sea que venga a dirigir este manicomio, tiene que lograr algo constructivo (y no menciono a los peronistas en sus diferentes sabores porque esos vienen a robar, no a gobernar ni mucho menos a hacer algo constructivo). Y estas lacras, además de votar, son votados, porque los políticos no vienen de otro planeta; todos salen del mismo lugar.
Querés cruzar la calle cuando la Ley (arrancando con la 13.893 de hace 75 años) lo indica, seguí esperando. Querés que tus impuestos se usen para algo útil, jodete. Querés que la VTV no sea un reporte de lo que la calle sin mantenimiento le hace a tu auto, a pesar de que cada año pagás 20 veces en arreglos lo que pagás en impuestos supuestamente para mantener la calle transitable, seguí soñando.
No puedo evitar verme afectado por esto. Hay cosas que me afectan desde un punto de vista académico, de puro victimista o dramático que puedo ser, pero el intentar dormir con 10 alarmas diferentes sonando en mi cuadra solamente (a veces 3 simultáneamente), más los escapes y las bocinas de los autos y motos, o el querer cruzar una calle sin jugarme la vida, o caminar por una plaza sin que me atropellen, o el transitar por una calle sin que el pavimento desaparezca, pierda el control del vehículo, y que aparezca de repente haciéndome mierda la suspensión... y mil ejemplos más, no son caprichos ni preferencias: son cosas básicas y por las que además pago.
Todo esto no es, quisiera pensar, mis rezongar diario. Se junta con lo asqueado que me siento con la soledad que me impone la combinación de edad, carácter, un trabajo que no me acerca a otras personas, una vida social limitadísima, y alguna cosa más que se me escapa pero seguro se relaciona con la estupidez general (y de las mujeres argentinas en particular). Este asunto no me molesta solamente por el presente, sino por el prospecto de futuro en el que las cosas siguen, con suerte, igual. Porque a medida que sigo envejeciendo sigo volviéndome menos atractivo, con más panza y un carácter más agrio e intolerante. Y como siempre cuento, hay cosas que yo sé positivamente que a las personas se les hace imposible aguantar de mí pero no pienso cambiarlas, al contrario, porque son correctas. Como la intolerancia a cualquier forma de engaño, algo de lo que la sociedad no debería espantarse sino más bien copiar. Muchas cosas tengo que aprender, pero eso, y algunas cosas más, la sociedad puede y debe aprender de mí. Y si a alguien le parece que peco de arrogante, que se vaya a cagar.

viernes, 7 de marzo de 2025

más cositas

Parece que nos esperan unos días de lluvia, para recibir como se debe a los incautos que decidieron venir a Mar del Plata por Carnaval. La lluvia me inspira, no cosas lindas necesariamente, pero me inspira. Eso ya es bueno. Después queda en mí filtrar en lo que me concentro y lo que ignoro... más o menos. Tampoco es que me caracterice por dominar lo que mi puto cerebro decide rumiar como un idiota obsesivo, pero algún grado de influencia tengo.
En los últimos años es más y más permanente el pensamiento sobre mi deseo de encontrar pareja y el fracaso de no lograrlo, con todas sus ramificaciones. Pero esa soledad y este escribir tienen un lado muy positivo: la introspección. Hay un millón de cosas que estoy aprendiendo de mí mismo que de otra forma no hubiera descubierto. Para la mayoría ya es demasiado tarde, no voy a poder aplicar las enseñanzas de la vida, pero algunas todavía puedo incorporarlas y beneficiarme.
Algo tan relevante como obvio es la falta de un padre. Sí, mis padres se divorciaron cuando yo tenía 4, creo, y mi padre (esa acepción que uso: mi progenitor) desapareció de mi vida cuando yo tenía 7, yéndose a México, para reaparecer unos 10 años después. Por un par de años me dediqué a conocerlo y, cuando tuve suficiente información, decidí que era mejor apartarlo de mi vida. No es un padre (de ningún calibre) sino apenas un genitor, por lo menos para mí y para mi hermana. Peor aún, no es un gran ser humano: es deshonesto, mentiroso, infiel, no tiene valores a imitar ni me causa ningún tipo de admiración. Ni siquiera tiene un gran carácter. Tiene, sí, dos cosas que aprendí: no decidir con furia, y hablar las cosas. El problema, en este caso, fue que mi familia materna, con la que crecí, tenía grandes dificultades para hacer esas cosas, así que no sé si él resalta por mérito propio, en forma absoluta, o es un mérito relativo que surge por contraste con lo que yo conocía hasta los 17 o 18, cuando fui a vivir con él un par de años. No matter, la semilla quedó y, junto con una novia espectacular que tuve, me abrí camino en las artes místicas de lidiar con las cosas en forma calmada y constructiva. Todavía (y no le veo fin) estoy en ese camino de aprendizaje, y disfruto cada día y cada lección que incorporo, aunque sea parcial o imperfectamente. Todo es crecimiento.
Hay otra consecuencia de la falta de un padre en mi vida, o siquiera de un hombre, alguien que me acompañara y me llevara de la mano, que me indicara derecha o izquierda, que me hablara, que me explicara las cosas, los demás, y cómo conducirme. Escribiendo esta última oración, mi abuelo materno hizo precisamente todo eso; el asunto es que era autoritario en extremo y la diferencia de edad y algunos otros factores conspiraron para que no pudiera transmitirme todo lo que tenía para enseñarme. Por otro lado, mi tío, su hijo, fue un tipo que nunca logró formar pareja, que tomaba un poco mucho y fumaba un poco más que mucho, pero cuando falleció se presentaron a su funeral hombres grandes con Rolex y sobretodos gris oscuro y caros, y lloraron desconsoladamente. Fue una imagen que nunca voy a olvidar. Y sin embargo, creo que si puedo elegir entre una vida más plena y satisfactoria o mis amigos llorando en mi funeral... están ahí, cabeza a cabeza.
Volviendo a las lecciones que me hubiera gustado que me dieran, claramente son una carencia en mi carácter. Hay un montón de cosas que me superan y me siento un idiota. No necesito ser el ninja de las relaciones humanas, con la solución perfecta para cada cuestión. Me gustaría tener simplemente una línea de pensamiento adquirida por el ejemplo, aunque sea el 80% correcta, pero algo de lo que agarrarme para basarme, y después ir desviándome e perfeccionándome a medida que sea necesario. San Martín, Rambo, Yoda, Papá Pitufo, mi abuelo... Todos dejaron su huella, y de cada uno extraigo lo que me sirve, pero el criterio de qué conservar y qué descartar, además de ser una cuestión de resonancia con cada uno, también es una cuestión de criterio, y ese criterio me lo hubiera desarrollado un padre o una figura paterna. En otros términos: además de qué pensar, me falta cómo pensar. Puedo divagar tres días sobre los pro y los contras del aborto, pero si soy honesto, la vida de un ser humano me significa muy poco, casi nada, si me apuran. Eso me lo hubiera enseñado un padre. Creo.
En este punto me surge lo siguiente, que supongo que cruzará también la mente de un potencial lector: mi mamá, ¿no jugó ningún papel en esto? Más o menos, porque era un poco especial también y tenía opiniones particulares, pero además, recordemos, era mujer, y yo acá estoy hablando de mi carencia de una figura paternal en mi vida, no de una figura maternal. Esa la tuve, imperfecta, por supuesto, pero estuvo. Y hablando de imperfecciones...
Mi mamá quedó bastante tocada de su divorcio, al punto de que siempre cuento que hasta los 11 yo no tuve madre sino un manojo de histerias y neurosis con forma de mujer que me llevaba 27 años. A partir de esa edad se calmó, aterrizó en sus cabales y empezó a ocuparse de sus hijos en lugar de sus caprichos. No sé qué le pasó en la cabeza y nunca me animé a preguntarle, pero eso fue lo que se vio desde afuera.
El asunto es que hasta que llegué a esa edad las cosas fueron bastante abruptas. Un ejemplo, que recordé esta mañana, fue cuando tenía unos 8 años y descubrí las computadoras, y me fascinaron. Como cualquier nene, rompí las pelotas dos semanas tratando de encontrar una (estamos hablando de 1980 y algo) y aprender lo que se podía hacer con una y cómo. Finalmente oí del Instituto Sarmiento, en Av. Independencia y Balcarce, donde daban clases de Basic en una Texas Instrument 99/4A. La matrícula era cara y yo estaba dispuesto a vender un riñón con tal de inscribirme. Fui a la pieza de mi mamá y le conté lo que había averiguado, y se tiró al piso de rodillas y empezó a sollozar a los gritos pidiéndome que dejara de insistirle con eso. Y esa es una de miles de episodios similares. Uno termina preguntándose qué es lo que hace mal, qué es lo que es mal. Solamente en los últimos 2 años me permito pensar en esto, desde que murió, porque si lo hacía antes me iba a predisponer mal par con ella, en el trato, pero poder pensar en esto y admitir que mi madre era un poco bastante chota en algunos aspectos me ha liberado, supongo que de la culpa por ser como soy. No sé.
Necesito aire, me voy a pasear a Perro.