Hace unos días fui a la plaza con Perro. Es una plaza de 4 manzanas e íbamos cruzando por la diagonal, cuando de atrás alguien pidió permiso para pasar. Instintivamente me iba a correr pero primero me di vuelta a mirar, y era una pareja grande, unos 35 años, en una de esas bicicletas de alquiler que son dobles, lado a lado, con algunos fierros soldados para formar el aparato. En cualquier caso, claramente desubicada por esperar que las personas (la gran mayoría chicos de 6 años o menos) se corrieran para que ellos pasaran, pero además en infracción por el simple hecho de que eran mayores de 12 años. No tenían nada, pero nada que hacer andando en bicicleta en la vereda, mucho menos en una plaza llena de chicos, en un armatoste de casi 2 metros de ancho. Por supuesto, no me corrí. Entonces me toparon con la bicicleta. Ni vale la pena relatar el intercambio que siguió porque es más de lo mismo de siempre: ignorancia, patoterismo, amenazas, violencia, inoperancia. ¿"Respeto"? Hace rato que dejó el chat en Argentina. Antes de que se inventara internet, diría.
No pasaron 40 segundos, que un tipo que iba caminando adelante de mí con su perro tuvo que pegarle un grito a un borrego mal educado, en un autito de esos a pedal, sin supervisión, de unos 6 o 7 años, porque venía a 700 km/h con el autito de mierda y casi atropella al perro. Los padres enseguida vinieron a disculp... no, vinieron a increparlo porque le habló al borrego. Imbéciles. Borregos así, claramente, no salen así de la nada.
Volví de la plaza sintiéndome bastante choto, casi depre. No me daba cuenta de por qué, si no había sido algo tan estresante ni desconocido. Pero por algún motivo, estas dos experiencias, en lugar de sumarse se multiplicaron y me afectaron. Será que se juntan con otras cosas, no sé.
Pero el hecho es que estos son los votantes promedio en Argentina. Con esta lacra se supone que un Milei, un Macri, una Merkel, un Putin, Thatcher, Lenin, Adolfito o quien mierda sea que venga a dirigir este manicomio, tiene que lograr algo constructivo (y no menciono a los peronistas en sus diferentes sabores porque esos vienen a robar, no a gobernar ni mucho menos a hacer algo constructivo). Y estas lacras, además de votar, son votados, porque los políticos no vienen de otro planeta; todos salen del mismo lugar.
Querés cruzar la calle cuando la Ley (arrancando con la 13.893 de hace 75 años) lo indica, seguí esperando. Querés que tus impuestos se usen para algo útil, jodete. Querés que la VTV no sea un reporte de lo que la calle sin mantenimiento le hace a tu auto, a pesar de que cada año pagás 20 veces en arreglos lo que pagás en impuestos supuestamente para mantener la calle transitable, seguí soñando.
No puedo evitar verme afectado por esto. Hay cosas que me afectan desde un punto de vista académico, de puro victimista o dramático que puedo ser, pero el intentar dormir con 10 alarmas diferentes sonando en mi cuadra solamente (a veces 3 simultáneamente), más los escapes y las bocinas de los autos y motos, o el querer cruzar una calle sin jugarme la vida, o caminar por una plaza sin que me atropellen, o el transitar por una calle sin que el pavimento desaparezca, pierda el control del vehículo, y que aparezca de repente haciéndome mierda la suspensión... y mil ejemplos más, no son caprichos ni preferencias: son cosas básicas y por las que además pago.
Todo esto no es, quisiera pensar, mis rezongar diario. Se junta con lo asqueado que me siento con la soledad que me impone la combinación de edad, carácter, un trabajo que no me acerca a otras personas, una vida social limitadísima, y alguna cosa más que se me escapa pero seguro se relaciona con la estupidez general (y de las mujeres argentinas en particular). Este asunto no me molesta solamente por el presente, sino por el prospecto de futuro en el que las cosas siguen, con suerte, igual. Porque a medida que sigo envejeciendo sigo volviéndome menos atractivo, con más panza y un carácter más agrio e intolerante. Y como siempre cuento, hay cosas que yo sé positivamente que a las personas se les hace imposible aguantar de mí pero no pienso cambiarlas, al contrario, porque son correctas. Como la intolerancia a cualquier forma de engaño, algo de lo que la sociedad no debería espantarse sino más bien copiar. Muchas cosas tengo que aprender, pero eso, y algunas cosas más, la sociedad puede y debe aprender de mí. Y si a alguien le parece que peco de arrogante, que se vaya a cagar.
domingo, 9 de marzo de 2025
de pelotas llenas
viernes, 7 de marzo de 2025
más cositas
Parece que nos esperan unos días de lluvia, para recibir como se debe a los incautos que decidieron venir a Mar del Plata por Carnaval. La lluvia me inspira, no cosas lindas necesariamente, pero me inspira. Eso ya es bueno. Después queda en mí filtrar en lo que me concentro y lo que ignoro... más o menos. Tampoco es que me caracterice por dominar lo que mi puto cerebro decide rumiar como un idiota obsesivo, pero algún grado de influencia tengo.
En los últimos años es más y más permanente el pensamiento sobre mi deseo de encontrar pareja y el fracaso de no lograrlo, con todas sus ramificaciones. Pero esa soledad y este escribir tienen un lado muy positivo: la introspección. Hay un millón de cosas que estoy aprendiendo de mí mismo que de otra forma no hubiera descubierto. Para la mayoría ya es demasiado tarde, no voy a poder aplicar las enseñanzas de la vida, pero algunas todavía puedo incorporarlas y beneficiarme.
Algo tan relevante como obvio es la falta de un padre. Sí, mis padres se divorciaron cuando yo tenía 4, creo, y mi padre (esa acepción que uso: mi progenitor) desapareció de mi vida cuando yo tenía 7, yéndose a México, para reaparecer unos 10 años después. Por un par de años me dediqué a conocerlo y, cuando tuve suficiente información, decidí que era mejor apartarlo de mi vida. No es un padre (de ningún calibre) sino apenas un genitor, por lo menos para mí y para mi hermana. Peor aún, no es un gran ser humano: es deshonesto, mentiroso, infiel, no tiene valores a imitar ni me causa ningún tipo de admiración. Ni siquiera tiene un gran carácter. Tiene, sí, dos cosas que aprendí: no decidir con furia, y hablar las cosas. El problema, en este caso, fue que mi familia materna, con la que crecí, tenía grandes dificultades para hacer esas cosas, así que no sé si él resalta por mérito propio, en forma absoluta, o es un mérito relativo que surge por contraste con lo que yo conocía hasta los 17 o 18, cuando fui a vivir con él un par de años. No matter, la semilla quedó y, junto con una novia espectacular que tuve, me abrí camino en las artes místicas de lidiar con las cosas en forma calmada y constructiva. Todavía (y no le veo fin) estoy en ese camino de aprendizaje, y disfruto cada día y cada lección que incorporo, aunque sea parcial o imperfectamente. Todo es crecimiento.
Hay otra consecuencia de la falta de un padre en mi vida, o siquiera de un hombre, alguien que me acompañara y me llevara de la mano, que me indicara derecha o izquierda, que me hablara, que me explicara las cosas, los demás, y cómo conducirme. Escribiendo esta última oración, mi abuelo materno hizo precisamente todo eso; el asunto es que era autoritario en extremo y la diferencia de edad y algunos otros factores conspiraron para que no pudiera transmitirme todo lo que tenía para enseñarme. Por otro lado, mi tío, su hijo, fue un tipo que nunca logró formar pareja, que tomaba un poco mucho y fumaba un poco más que mucho, pero cuando falleció se presentaron a su funeral hombres grandes con Rolex y sobretodos gris oscuro y caros, y lloraron desconsoladamente. Fue una imagen que nunca voy a olvidar. Y sin embargo, creo que si puedo elegir entre una vida más plena y satisfactoria o mis amigos llorando en mi funeral... están ahí, cabeza a cabeza.
Volviendo a las lecciones que me hubiera gustado que me dieran, claramente son una carencia en mi carácter. Hay un montón de cosas que me superan y me siento un idiota. No necesito ser el ninja de las relaciones humanas, con la solución perfecta para cada cuestión. Me gustaría tener simplemente una línea de pensamiento adquirida por el ejemplo, aunque sea el 80% correcta, pero algo de lo que agarrarme para basarme, y después ir desviándome e perfeccionándome a medida que sea necesario. San Martín, Rambo, Yoda, Papá Pitufo, mi abuelo... Todos dejaron su huella, y de cada uno extraigo lo que me sirve, pero el criterio de qué conservar y qué descartar, además de ser una cuestión de resonancia con cada uno, también es una cuestión de criterio, y ese criterio me lo hubiera desarrollado un padre o una figura paterna. En otros términos: además de qué pensar, me falta cómo pensar. Puedo divagar tres días sobre los pro y los contras del aborto, pero si soy honesto, la vida de un ser humano me significa muy poco, casi nada, si me apuran. Eso me lo hubiera enseñado un padre. Creo.
En este punto me surge lo siguiente, que supongo que cruzará también la mente de un potencial lector: mi mamá, ¿no jugó ningún papel en esto? Más o menos, porque era un poco especial también y tenía opiniones particulares, pero además, recordemos, era mujer, y yo acá estoy hablando de mi carencia de una figura paternal en mi vida, no de una figura maternal. Esa la tuve, imperfecta, por supuesto, pero estuvo. Y hablando de imperfecciones...
Mi mamá quedó bastante tocada de su divorcio, al punto de que siempre cuento que hasta los 11 yo no tuve madre sino un manojo de histerias y neurosis con forma de mujer que me llevaba 27 años. A partir de esa edad se calmó, aterrizó en sus cabales y empezó a ocuparse de sus hijos en lugar de sus caprichos. No sé qué le pasó en la cabeza y nunca me animé a preguntarle, pero eso fue lo que se vio desde afuera.
El asunto es que hasta que llegué a esa edad las cosas fueron bastante abruptas. Un ejemplo, que recordé esta mañana, fue cuando tenía unos 8 años y descubrí las computadoras, y me fascinaron. Como cualquier nene, rompí las pelotas dos semanas tratando de encontrar una (estamos hablando de 1980 y algo) y aprender lo que se podía hacer con una y cómo. Finalmente oí del Instituto Sarmiento, en Av. Independencia y Balcarce, donde daban clases de Basic en una Texas Instrument 99/4A. La matrícula era cara y yo estaba dispuesto a vender un riñón con tal de inscribirme. Fui a la pieza de mi mamá y le conté lo que había averiguado, y se tiró al piso de rodillas y empezó a sollozar a los gritos pidiéndome que dejara de insistirle con eso. Y esa es una de miles de episodios similares. Uno termina preguntándose qué es lo que hace mal, qué es lo que es mal. Solamente en los últimos 2 años me permito pensar en esto, desde que murió, porque si lo hacía antes me iba a predisponer mal par con ella, en el trato, pero poder pensar en esto y admitir que mi madre era un poco bastante chota en algunos aspectos me ha liberado, supongo que de la culpa por ser como soy. No sé.
Necesito aire, me voy a pasear a Perro.