sábado, 16 de febrero de 2019

oficio vs. arte

En contraposición a lo que los departamentos de engaño marketing de los fabricantes de cámaras quieren hacernos creer, la herramienta es simplemente de lo que se sirve el artista para plasmar su visión. Esto vale para muchas disciplinas. La mayoría de nosotros, con una computadora cara, procesador de textos y corrector incluido, retirados a la Isla de los Estados, no podría aspirar a teclear lo que Borges podía escribir con un lápiz en una servilleta mientras se duchaba. Al momento de disparar el obturador estamos en el ojo de la tormenta creativa: al final del proceso de preparar una imagen y al principio del proceso de ajustarla a lo que vimos con nuestra mente.
La cámara ve lo que ven nuestros ojos, y en el editor nos acercamos con mayor o menor éxito a lo que vio nuestra mente, alentada por el corazón cuando resonó con algún elemento de la imagen. Ser partícipe de este proceso es un honor reservado para pocos; hay que tener los medios económicos para el equipo adecuado, la habilidad para usarlo, el interés por la disciplina y el tiempo para practicarla. De todo eso, el dinero para adquirir el equipo es lo más fácil. Le sigue en dificultad aprender a usar el equipo e interactuar con algunas de las clases de sujetos a fotografiar: personas, perros, agua, estrellas, esas cosas.  Es el equivalente a saber usar un teclado y ser capaz de meter 50 palabras por minutos. Es lo que se llama oficio. En la fotografía también engloba entender qué herramientas ponen a nuestra disposición los programas de edición, y qué efecto tiene cada una.
Y ahí entra en escena el arte. Como el escritor necesita saber qué escribir, y el cómo es anecdótico, el fotógrafo tiene que tener algo para transmitir, una visión propia con la que elaborar un mensaje y transmitírselo al que mira la imagen. Es una máxima de la fotografía que una foto se compone con tres elementos: la luz (en mi opinión, lo más importante), la composición y el sujeto. El sujeto más interesante del universo se torna insípido sin la luz adecuada y una composición que lo ubique frente a los ojos y la mente del observador.
Llegado el caso, uno puede tomar cualquier actividad y practicarla con cierta dosis de sistema o método (el oficio) y cierta dosis de arte; con el primero uno cumple con la tarea, con la segunda le imprime alma o firma personal. Los alemanes se inclinan por el oficio, buscando la perfección técnica a tal punto que le quita el valor artístico a cualquier disciplina. Los italianos, en el polo opuesto, convierten cualquier oficio en arte.
Cuando terminé el doctorado y entré a trabajar diseñando partes de autos de Fórmula 1, de a poco fui perdiendo cualquier motivación que tenía por dejar mi impronta en lo que hacía y me conformé, es decir, pasé como por la punta de esas máquinas para hacer churros o esas mangas de repostería con el pico en forma de estrella. Fui entendiendo que no trabajaba en una empresa que fabricaba autos y motos, con un departamento de marketing que los comercializaba, sino que trabajaba para el departamento de marketing directamente: ellos escribían cheques que nosotros, los estupiditos ingenieros, teníamos que hacer efectivo. De nuestra parte no solamente no había contribución posible, sino que además el único avance relevante era el de disminuir los costos. Paralelamente, y aún hoy no sé si hubo correlación o causalidad, perdí cualquier chispa residual a manos de la depresión. Literalmente, me apagué. Después de años de un desempeño altísimo en el mundo académico, por fin llegué a la industria para darme cuenta de que era un artista, un creador, no una maquinita de calcular. Necesito crear. Necesito poner mi impronta, dejar huella, poner y exponer el alma.
Al mismo tiempo empecé con la fotografía, y a medida que me sumergía más y más en el oficio vi que podía usarlo para mi arte y mi necesidad de expresarme y construir un legado, un body of work (como sea que se diga en castellano), un grupo de imágenes que cumplan con dos cosas:
- despertar un sentimiento en el observador similar a lo que yo sentí cuando viví ese momento que plasmé en una foto,
- transmitir una idea de lo que anida en mi alma, al estudiar la agregación de esas situaciones que resonaron tanto en mí como como para apuntarles con la cámara y movilizar todo mi oficio y mi arte al servicio de inmortalizar el momento, decisivo o no (con perdón de Henri Cartier-Bresson).


Este es un ejemplo de a lo que aspiro, momentos que considero un lujo el haber estado para presenciarlos y una suerte haber tenido la posibilidad de plasmarlos para el recuerdo.
Lamentablemente, parece que la ingeniería no es el camino que suponía ni tampoco, ahora lo entiendo, el que ansiaba. Realmente no me ofrece los canales que necesito para expresarme, no me da margen para crear y decir lo que tengo y que grita por salir y ser escuchado, aunque sea oído. Quizás un Pagani o algún otro genio estarían en desacuerdo, pero también es cierto que Pagani no es ingeniero; para ser exactos, no le gustan los ingenieros.
Así que ahora que largó mi proyecto de cabañas y no hay más cavilaciones sobre si lo hago o no, voy a devanarme los sesos para ver cómo monetizar mi arte en el contexto que ofrece mi pobre país. Si no, pues será cuestión de emigrar otra vez.

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