jueves, 30 de mayo de 2024

inmortalidad II y +

Ayer me desperté y me di cuenta de una cosa respecto a qué pasa después de "morir", si es que las comillas corresponden, o sea, si es que en realidad la muerte no es el fin total, sino el comienzo de otra cosa, otra etapa: si desculáramos qué es lo que llamamos muerte y supiéramos que significa lo que escribí recién, la tasa de suicidios se iría a la estratósfera. Ponele que haya alguno un poquito disconforme con la vida, no con su vida, sino la forma en que estamos en este planeta. Hasta que SpaceX no esté bien aceitada y funcionando, como para mudarse a Marte, la única alternativa es el corchazo, a los demás o a uno mismo. Matar a todos los demás requiere ser bastante trastornado y muchas más municiones o tecnología, mientras que el suicidio es, en comparación, trivial. Pero hay que estar muuuuy seguro de que la muerte no es definitiva, y de eso apenas unos pocos cerebros lavados han hecho uso. Los suicidios de gente deprimida o en situaciones extremas ("te matás o te quemamos a tu familia", cosas así) no cuentan como convencimiento de que las cosas serán mejores en la otra vida.
En fin, no creo que esto sea lo último que escribo sobre el tema, pero ahora sí, paso a lo que me trajo hoy acá, a este teclado.

Hay un mecanismo que se activa cuando un hombre conoce a una mujer. Es algo que, en las 458 entradas que tengo en este blog, debo haber mencionado alguna vez, aunque ni me acuerdo ni lo encuentro.
Cuando un hombre se encuentra con una mujer por primera vez, hay una pregunta que debe contestar: le daría, o no le daría. Sí, estoy hablando de la cochinada, de sexo, de empomarla, acostarse con ella, hacerse cosas chanchas y pecaminosas. Acá prácticamente no hay grises; es digital, es o no. Y no queda para después, sino que se dilucida enseguida, en medio segundo si es verano, en 5 segundos si es invierno. Esta cuestión debe ser resuelta inmediatamente, primero que nada, antes que el nombre, la edad, orientación sexual, religión... lo que sea. Una vez solucionado eso, que en nuestra mente la ubicamos en una u otra vereda de esa calle, es raro que cruce, salvo años de no verse y en el interín haya habido cosas como cirugías, ejercicios, accidentes de tránsito y cosas así. Esto podrá sonar choto, pero no estoy juzgando, estoy describiendo. Es así, punto. Es como ponerse a juzgar vs describir la prioridad que asignan las mujeres a las capacidades de un hombre como proveedor: es así, punto. Si hoy en día, con las posibilidades de uno y otro sexo para generar ingresos, no debería ser así y sin embargo lo es y está mal, no interesa. Es así.
Ahora que aclaré, espero, eso, conviene aclarar también que los factores que cuentan para el atractivo sexual y el nivel que tienen que alcanzar varían de hombre a hombre. La edad cuenta mucho, la belleza (por más subjetiva que sea), la inteligencia; cosas como el humor o la capacidad económica prácticamente son irrelevantes.
Y aclarado eso también, acá viene, por fin, lo que a mí respecta: no solamente considero muchos y extraños factores para sentirme atraído por una mujer, sino que aparentemente tengo niveles mínimos demasiado altos, y para cagarla todavía más, tengo algo muy pasado de moda y poco apreciado: principios. Estos se evidencian en el hecho de que me rehúso a coger por coger. Sí, está buenísimo y hay días en que mis hormonas vuelan, como las de cualquiera, supongo, pero me niego a dejarme dominar por ellas, y humillarme a mí mismo y a una ella por algo que sé positivamente que no es lo que busco con otra persona. Es parte de lo que busco, pero no lo que busco.
Otra cosa que no funciona conmigo es la de encarar una mina, eso de invitarla a salir así medio de la nada. Me gusta muchísimo más compartir tiempo con ella por cuestiones de trabajo o estudios o cosas así, traernos cerca, conocerla un poco, hablar de y pasar por todas esas cosas que una aplicación como Tinder mata de cuajo, incluso evitar el sexo por un tiempo, un par de meses, idealmente, para que no nos embobemos y podamos prestar atención a lo importante. Como aprendí con una novia, realmente los islandeses no están tan equivocados en eso de comprobar si lo sexual funciona, pero lamentablemente el método que usan es demasiado prosaico, funcional, desprovisto de dignidad, y además es lisa y llanamente malo, porque sin la confianza que trae el conocer al otro, la disposición a abrirse y entregarse y dar son ínfimas. Nulas, más bien. Es muy cierto que el buen sexo no garantiza una buena relación, pero el mal sexo garantiza una mala. Triste o no, es así. Por lo menos para los hombres. Y si no, se van a buscarlo a otro lado, con lo que disiento completamente. En eso puedo generalizar, pero cuando se trata de qué hacen las mujeres ante esa situación, ni idea. Tengo demasiadas opiniones encontradas como para generalizar también ahí.
Justamente ayer veía un canal de YouTube donde una pareja joven con un contenido más anecdótico y entretenido que lo educativo que ellos piensan que es, entrevistaba a una puta que vende videos explícitos de ella masturbándose, entre otras cosas, por una de esas plataformas de suscripción. Muy inteligente, la chica, coherente, firme en sus opiniones y fundamentada, pero cometía el típico error de pensar que porque algo es explicable, está bien. Uno puede pagar impuestos, aceptar tarjeta de crédito, no ofenderse si lo llaman por su nombre; pero todo eso no opaca el hecho de que es promiscua (comentó que su marca sin tener sexo con un hombre fue de 4 citas, y que jamás estuvo en una relación "cerrada"), se está prostituyendo, y esencialmente no vale nada. Como dijo muy bien alguien: todas las prostitutas son baratas, porque el ser humano no tiene precio. Aunque hay que admitir que esta, como muchas otras (demasiadas), tiene el mérito de que se las arregló para ponerse un número: cero.
Y eso es lo que hace la vida tan difícil para alguien con mis coágulos que gustan de moverse ante cualquier estímulo y cagarme la existencia. Coágulos de los que ya hablé mucho en el pasado y no quiero tocar. Perros durmiendo y eso. Eso y la loca que soporté unos meses antes de venirme de Alemania. Me dejó muy poco resto para aguantar pelotudeces, y los argentinos abusan de la cuota de pelotudez a la que un ser humano puede acomodarse. La mía es chica, sí, ya de fábrica, achicada por la intolerancia que se me cultivó viviendo entre los alemanes... pero los argentinos abusan, y las argentinas está muy, pero muy confundidas respecto a sus derechos y obligaciones. Es cansador.

sábado, 18 de mayo de 2024

inmortalidad

Tengo un problemita nada original: no entiendo la muerte. O quizás no entiendo la vida. No sé. Ni siquiera sé lo que no entiendo. Como ingeniero, estar al tanto de lo que uno sabe y lo que no sabe es espectacular; tampoco hay demasiado problema con no saber lo que uno sabe, esos conocimientos que uno no se dio cuenta de que adquirió pero ahí están cuando los necesita. La peor situación se da cuando uno no está al tanto de lo que no sabe, ahí es cuando se arma lío, cuando se está en la obscuridad. Pero, una vez más, me estoy desviando. O no tanto. A ver...
¿Qué pasa cuando nos morimos? Ok, el cuerpo deja de respirar y de latir. Eso es común a todas las muertes, es el criterio para decir "este ya es fiambre". Pero ¿qué pasa con uno? Si me muero, ¿qué pasa conmigo, con mi... conciencia, o lo que sea yo? Y ahí está el problema. ¿Qué soy yo? ¿Qué somos? ¿Un cuerpo? ¿Células ordenadas por la evolución?
En este punto creo que corresponde aclarar que no creo en cuentos de hadas, viejos barbudos sentados en una nube preocupados por nuestros valores morales, ni nada de eso. La religión, el concepto de creer en semejantes paradigmas sin ninguna prueba de nada (la fe, en definitiva) me da, como mínimo, vergüenza. Apagar el intelecto y rendirnos a charlatanes que tienen menos idea que nosotros sobre las cosas, me parece un desperdicio de neuronas; es el equivalente a usar un Huayra para ir al súper. Dicho eso, queda claro que más allá de la evolución, tenemos que haber salido de algún lado y las probabilidades son muy pero muy ínfimas, y sin embargo acá estamos. También son ínfimas las probabilidades de sacarse la lotería y un montón de gente lo hace. Entiendo que hay órdenes de magnitud de diferencia entre esos dos asuntos, pero nada más. O sí; no lo sé. No lo sé.
El universo es vasto y las leyes de la física apenas empezamos a entenderlas. El entrelazamiento cuántico es lo más fascinante que he escuchado y no tenemos la más remota idea de cómo funciona, cómo usarlo, nada. Así que yo, con lo inconforme que estoy con la idea de dejar de existir, tanto por la pena como por la dificultad que tengo para entender el asunto, tengo algunas teorías. Y sí, ya escuché la explicación esa de que "¿te acordás cómo era antes de que nacieras? Buenos, después de morirte es lo mismo". No me conforma. No porque esté en desacuerdo, sino porque me frustra la simplicidad de la resignación, del fatalismo, y también del conformismo. Prefiero tener alternativas, aunque parezcan más un consuelo que una posibilidad.
Es así: el cuerpo físico este que tenemos es un contenedor, un carguero de nuestra... alma, por llamar de alguna manera a nuestra esencia, eso que somos una vez quitado todo lo superfluo, sin entrar en discusiones de qué es superfluo, de si existimos inmaterialmente y todo eso. Parto de la base, del dogma, que sí, pero asumiendo que puedo estar equivocado, y ahí se me viene abajo toda esta discusión. Pero tengo que arrancar de algún lado imposible de probar, y, por lo tanto, de refutar. En función de eso, nuestra alma, al momento de la concepción (la cochinada más un par de semanas, que es lo que tarda el Michael Phelps de los espermatozoides en llegar al óvulo) queda atrapada en ese contenedor físico y ahí queda hasta que palmamos, donde se libera.
Ok, se libera, pero... ¿a dónde? Confieso que ni puta idea. Y eso, en lugar de frustrarme, me fascina. Eso es lo que me da esperanza y me aliviana la tristeza. Eso también abre la posibilidad a que exista un creador, según yo muy poco relacionado con las propuestas de cualquier miserable religión de las que he escuchado e, incluso, de las que se le pueden ocurrir a un mísero ser humano. Y eso también me encanta. A la puta que lo parió a las religiones, ese invento nuestro para compensar la ignorancia, no mejores (en realidad, mucho peores) que la pavada que me inventé yo y que intenté condensar en estos párrafos.
¿Problemas con mi teoría? Varios. Por empezar, cuándo empezó todo, o mejor dicho, cómo. Y quién lo creó. Y por qué así y no de otra forma. O por qué a secas. Y si fue creado, por quién, y quién lo creó a ese creador, y así sucesivamente. Es inevitable caer en esa fenomenal crítica a las religiones cuando insisten en que existe un dios creador y con eso solucionamos el "de dónde salimos", sin justificación de de dónde salió ese creador. También influye mucho la imposibilidad de nuestro cerebro de lidiar con el concepto de infinito, aplicado a cualquier cosa. ¿Es infinito en universo? ¿Y el tiempo? Uffff...
Otro problema de mi proposición, si fuera cierta, es por qué quedamos atrapados en un cuerpo, y por qué el cuerpo humano, y qué pasa con, por ejemplo, los perros. O las hormigas. O un virus. Y enseguida surge esta pregunta ¿qué es la vida?, que ChatGPT & Co resumen muy bien: ni puta idea. No la podemos definir. Cada definición que los científicos han intentado formular se puede descalabrar con algún ejemplo que muestra que la definición es incompleta (falsos negativos), o demasiado abarcativa (falsos positivos), y simplemente vaga (ambos), por lo menos acorde a nuestro entendimiento intuitivo pero aparentemente informulable de lo que es un ser vivo.
Paro acá porque da para llenar una estantería y una habitación acolchada.

miércoles, 15 de mayo de 2024

de princesas

Creo que, de a poco, a ritmo tectónico, digamos, estoy empezando a entender la magnitud de mi problema para encontrar pareja, los factores que juegan en mi contra y, peor, lo difícil de solucionar esas cuestiones, por más identificadas que las tenga.
Para la edad que tengo, hace demasiados años que cumplí con los objetivos que me había planteado para mi vida: títulos universitarios, seguridad económica, bienestar, salud, relaciones profundas, aunque fueran pocas. De la corta lista de cosas que me están faltando, la número uno es, ya lo dije 800 veces (hoy), una relación de pareja. Una novia. Un huesito que roer. Una compañera, una amiga. Mi amor, mi cómplice y todo (gracias, Mario Benedetti). La falta de esto no se reduce a celebrar el 14 de febrero mirando Rambo VIII solo en la computadora y cenando pizza a domicilio; me frustra y me deja demasiado tiempo para mirar todas las porquerías de la vida y macerarlas en mi cabeza hasta el cansancio. Hasta que me arruinan el hígado, los músculos del cuello, el día, el mes, el año, la década. La vida. Soy el cochino autor de mi desgracia.
Lo hablaba anoche con un amigo en similares, no idénticas, circunstancias. Mi trabajo no implica interactuar con gente más que el jardinero (no es mi tipo), la señora que limpia (menos), y mis clientes, que vienen de otras ciudades y en la gran mayoría de los casos en pareja. No voy a clases de nada (idiomas, corte y confección, cerámica...), no vivo en una residencia estudiantil o algo por el estilo, no voy a un gimnasio ni hago actividades grupales mixtas como salir a correr, escalada, fotografía (¿en Mar del Plata?), etc. Realmente, no sé qué hacer para torcer esto de alguna manera, para tener algún aspecto en mi vida que involucre conocer gente. Cuando terminó la pandemia, corrí a la Dante a inscribirme a un curso de... italiano, obviamente, y era un geriátrico. Yo era, por década y media, el más joven de los 14 asistentes: un señor y 12 señoras que hace rato que se jubiló la más joven de ellas. Como coto de caza, mejor inscribirme a un curso para aprender a tocar el piano por correo.
Mis ideas románticas tampoco tienen cabida, parece, y menos si se combinan con mi timidez, inseguridad o lo que sea. Desde adolescente apelé a atraer a una mujer compartiendo algo (clases en la facultad, pileta, clases de italiano en Sicilia, paseos de perro) y lograr acercarme lentamente al tiempo que iba conociéndola, hasta que finalmente la atracción era innegable. Me cuesta horrores considerar la posibilidad de gustarle a una mujer, y siempre quise estar seguro antes de dar un paso en falso, algo de lo que no se vuelve, como besarla. Y siempre me salió bien. Pero ahora no tengo, literalmente, mercado. No conozco mujeres. Así de simple. Se siente como si fuera un ladrón de autos en Venecia.
La situación del país no ayuda. Estamos todos con los pelos de punta, estresados y eso se suma a la epidemia de estupidez que propagó el mal llamado feminismo, con su guerra mal dirigida contra un objetivo inexistente.
La mujer argentina parece ser particularmente afectable por este problema, sumado (sospecho también que hay, como mínimo, una correlación, sino una relación causa-efecto) a su neurosis y aires de princesa. Se me hace muy difícil refutar lo que proponen algunos sobre que las mujeres implementan el feminismo como una especie de buffet, donde se atribuyen el derecho a decidir qué aspectos adoptar y cuáles rechazar (ella vota, maneja y trabaja, pero él paga). Este nivel de deshonestidad y estupidez, de dolo, a cualquier hombre con un mínimo de dignidad se le hace muy cuesta arriba pasar por alto. Hace tiempo que juego con la idea de que la sociedad argentina cultiva a la mitad de su población para ser de esa forma, plantándose en princesa (inútil, indefensa y cara), al mismo tiempo que le otorga privilegios y expectativas de pleitesía que son absolutamente inmerecidos e injustificables. Generaciones y generaciones de mujeres convencidas de que sus pedos huelen a Chanel n°5 y lo tuyo es mío y lo mío es mío.
Reexaminando a mis abuelos maternos, cosecha 1912 él y 1918 ella, de la pareja, ella era muchísimo más machista que él. A primera vista, mi abuelo era machista pero asumía todos los aspectos del asunto. Mi abuela, no, y cultivaba todos los aspectos negativos. Mi abuelo, en realidad, además de que respetaba a las mujeres (demasiado, para mi gusto, porque las creía intocables) antes de llegar a ser un asco de machista, en lo que creía era en una especie de división de poderes, como en el Estado. Son innumerables los sábados que íbamos a visitarlos y él estaba con un delantal y la enceradora, por dar un ejemplo. Y me lo dijo explícitamente en algún momento, cuando yo todavía no sabía dividir números de 3 cifras. Creía genuinamente que la mujer tiene su lugar en la pareja, en el trabajo, en la vida, y otro tanto el hombre. Esa era su visión. La de mi abuela, la de poder decir y hacer cualquier cosa y llevársela de arriba porque si alguno le pedía explicaciones, mi abuelo iba a saltar a defenderla. Crió dos hijos y llevó adelante un hogar... mmmmsé, con mucama. El cuadro que pinto es algo exagerado, porque cuando se casaron realmente no tenían ni para una aspirina, pero al poco tiempo ya estaban más que bien gracias a que mi abuelo se mataba trabajando, cumpliendo con creces su autoasignado rol de proveedor. Esto era hace casi 100 años.
Hoy, las argentinas tienen la expectativa de conseguir un tipo con todas las ventajas de mi abuelo, habiendo pulido cuanto pito se les antojó y sin aportar nada más que honrarnos con su presencia. Un asco. No sé si es mi amargura por mi persistente soltería, pero cada vez más tengo la sensación de que este es un juego del que no vale la pena tomar parte. Me entrené para ser un "mal jugador", lo cual implica cada vez más ser un buen ser humano, un buen hombre, no un galán que sabe leer entre líneas, que conoce las reglas y "lo que les gusta". No me interesa. Quiero empezar con una conexión genuina con una mujer, no con sus cavidades. Quiero cogerme su cerebro y que me coja el mío. Lo demás llega solo. Yo tengo el temple para poner el sexo a fuego lento mientras la voy conociendo, pero ellas (las santas, las vírgenes, las princesas) parece que no. Rompe las pelotas, esto. Y saca las ganas de invertir tiempo y esfuerzo, al punto de que la mitad del tiempo salgo con pantalones elastizados, remeras viejas, zapatillas sucias y calzones con agujeros. Qué vergüenza.

viernes, 10 de mayo de 2024

lenguados

Entre Japón y Guam hay una cadena de volcanes, algunos submarinos y otros que asoman en forma de islas, que mide unos 1200 km, conocida como arco de las Marianas. Esos volcanes submarinos tienen en sus chimeneas unas condiciones de vida espantosas, con concentraciones altísimas de azufre y un pH tan bajo que equivale al del ácido sulfúrico. La primera suposición inocente de los científicos fue que nada podía sobrevivir en semejantes condiciones. La realidad es que no solamente sobreviven, sino que se ha desarrollado todo un ecosistema de criaturas especializadas. La mayoría se trata de cangrejos, langostinos, mejillones, gusanos y bacterias, pero hay una especie de lenguado, de unos 10 cm de largo, que prospera en ese lugar donde los demás organismos simplemente se disolverían. Me imagino que, para ellos, ese ambiente es lo que hay y no hace falta buscar más allá. Les provee con comida y una cama calentita. De hecho, se han medido temperaturas del agua de hasta 180°C. Té de lenguado, digamos, pero ahí están, sin ninguna intención de mudarse.
Y sin embargo, estos bichos son unos maricones comparados con el Chrysomallon squamiferum, caracol volcánico, para los amigos, que vive también en lugares volcánicos pero a más profundidad, a partir de los 2500 metros, donde no llega la luz del sol, y mucho más cerca de los respiraderos de los volcanes, donde el agua alcanza los 400°C. No es de extrañar que si ponemos uno de estos bichitos en una pileta con condiciones "normales" (las que nos gustarían a nosotros los humanos), simplemente se mueren. No podrían sobrevivir, y si pudieran respondernos, seguramente nos dirían que no quisieran vivir en las condiciones "extremas" que sería esa pileta apta para humanos.
Esta mañana, apenas me desperté, saqué un turno para ir al banco a hacer un trámite en cuanto abriera, a las 10 en punto. Lo saqué por medio de la aplicación del banco, y cuando terminé me insistió en que fuera puntual, etc. Llegué al banco a las 9:58 y había una fila de unas 60 personas esperando afuera. Cuando abrió la sucursal, me acerqué a un señor (que de "señor" no tenía nada, pero a esto me voy a referir más adelante) que me dijo que los turnos no aplican, que haga la cola, y que si no me gustaba que le reclame al banco. Esta y otras cuestiones que estoy viviendo últimamente, quizás demasiado pegadas como para ejercitar un mínimo de resiliencia, son las que me están pudriendo.
Es un ASCO como tratan a las personas en Argentina, los argentinos y, en inescapable consecuencia, las empresas. Y nótese que no dije "clientes" o "usuarios" sino personas, porque esto ya no es una cuestión de maltratar clientes o darles un mal servicio, es un nivel inhumano. Tienen poco personal, nos roban nuestro tiempo, y encima nos mienten descaradamente. No contentos con eso, nos tratan como BASURA. Son una porquería. Ese "señor" de seguridad que me trató tan despectivamente, no debería estar en contacto con el público. Tampoco debería figurar en la aplicación del banco la posibilidad de sacar turno si este va a ser tan inmundamente ignorado.
Conclusión: no pude hacerme atender (no tengo 2 horas para compensar por la estupidez, ineficiencia, descaro y mentiras del banco o de la institución que sea) y me fui a mi casa frustrado y maltratado. Una empleada, que en otra oportunidad me atendió, estaba sentada en su escritorio a un par de metros y vio todo y no tuvo la gentileza de acercarse y ofrecerme una solución, una disculpa, o algo. Así que todavía tengo mi problema por el que fui al banco y se negaron a atenderme y cumplir con el turno que me dieron. Me hicieron sentir como basura, como si yo hubiera hecho algo mal, o querido colarme, o pretendido alfombra roja. Por lo menos tengo la buena conciencia (algo de lo que ellos parecen carecer completamente) de haber mantenido la compostura y no decir algo ofensivo, que bien ganado lo tenía ese guardia y todos ellos en general.
No terminó ahí. La cereza en el postre fue llamar a la línea atención al "usuario" (como la llaman ellos, siendo que somos clientes) para tener que navegar por no menos de 7 números (opciones) para que me atienda un ser humano, y al final (no al principio, sino al final, cuando ya parecía que me iban a atender) pedirme la "clave xxxx", algo que ni la madre del dueño del banco sabe ni oyó nombrar jamás. Es una tomada de pelo gigante. Pero a esta altura, ya no me extraña. Tampoco me extrañaría que el e-mail que les envié con todo esto rebote y hotmail me informe en un par de minutos que la casilla no existe o es de esas que no reciben mensajes. Divino.
Y esto es Argentina, un cardúmen de lenguados que prefieren vivir en ácido sulfúrico hirviendo, comiendo carroña de pobres distraídos, sin animarse a asomar la cabeza de su propia estupidez; un hato de imbéciles que no saben ni deletrear la palabra respeto, que no tienen palabra, que apenas saben escribir, que no conocen sus derechos y las obligaciones asociadas, que no aprendieron a proteger al prójimo no digo por decencia, pero aunque sea por un sentido de comunidad, de quid pro quo, de conveniencia. De hecho, para los que ya lo degustamos, es el único sistema que resulta en beneficio de todos. Pero a los argentinos les es completamente ajeno, tanto que, como cualquier cuestión desconocida puesta a consideración, luchan contra ello. Sin obligación, sin indicación o pedido de nadie; de puro imbéciles, no más.
Cómo quisiera que este escrito fuera un berrinche por lo que pasó esta mañana, necesidad de ventear la frustración, o simplemente ser un mal llevado, un loco o un idiota. No. Es el resultado de varias como esta que me pasaron esta semana y llega un punto donde uno empieza a preguntarse, como dijo Tato en su monólogo 2000, si en realidad no nos merecemos esto.
Y me está haciendo mal.

viernes, 3 de mayo de 2024

las sábanas se lavan

Sigo con mi mente completamente enfocada en las decisiones y sus consecuencias, y lo que puedo hacer para intentar descubrir qué tengo que cambiar de mi vida a ver si despego de una vez en lo personal. En lo profesional no puedo quejarme mucho: logré cosas que no estaban siquiera planeadas, apenas soñadas, y las logré a los 30 años. Después vino la depresión y me cortó las piernas a la altura del tórax. Considerando que no me maté, creo que mis logros, sin ser apabullantes, son más que aceptables.
En lo personal, en cambio, hago agua, como me dijo una persona que pensé que era mi amigo. Digo eso porque soy un firme creyente de que una condición necesaria, aunque no suficiente, para ser amigo de alguien, es hacer críticas constructivas. Si uno dice algo para herir los sentimientos o sacarse la bronca o bajarle la caña... esa persona no la quiero de "amiga". No es buena, punto. Así que: ex-amigo, falso amigo, fallido intento de amigo. Pero sí hago agua en lo personal, y en forma bíblica, onda puteada de Noé, si coincidiéramos en tiempo. Con o sin razón (yo creo que con) me he alejado de mucha, mucha gente. La gente, y no pierdo oportunidad de aclararlo, a mis ojos es estúpida y dañina. Cuando alguien se muestra optimista respecto a la humanidad, creo que lo hace por delirio, ignorancia, o más probablemente una peligrosa mezcla de ambas. Sin ir más lejos, mi primera novia en Alemania era un absoluto ángel, tanto visual como humanamente, y todos y cada uno de los que componemos esta mitad masculina de la humanidad se la cogerían sin más miramientos que los que le dedicarían a un perro antes de acariciarlo y 10 segundo más tarde se olvidaron de que existía. Excepto yo, casualmente. Esto, tristemente, no es una opinión o una experiencia aislada de la que extrapolé consecuencias catastróficas: es un hecho. Y para alguien con una coraza de talco como la mía, la cicatriz es imborrable. LPM.
No puedo ignorar lo que pasó con este muchacho de Luxemburgo, o con otros casos similares, donde hicieron algo que yo considero inaceptable en el contexto de una amistad y sentí que tuve que cortar la relación. En principio, uno puede pensar que es porque me ofendí, pero no es así. En general, analizando cada caso, lo que me hicieron no fue suficientemente grave. El problema, en realidad, es que respondía a un patrón que, si dejaba pasar el hecho puntual, iba a llevar inexorablemente a algo más grande, más grave. Lo suficientemente grave. No hay que saber diseñar los motores Raptor para deducir que esto viene de mi historia con mi padre biológico. No sé si tuve expectativas ridículas o la realidad es una mierda, pero por más diplomáticamente que quiera expresarlo, tipo "debe ser un poco de cada una", me inclino por la segunda: el tipo no es padre, punto. Ni mío, ni de nadie. Simplemente no tiene el chip. Y eso, sumado a los editoriales de mi abuela materna y todo el veneno que escupió, me hizo demasiado daño como para que me quedaran ganas de que me pase de nuevo, incluso en mucha menor magnitud. Lo de quemarse con leche y la vaca, o sea. Seguramente un terapeuta me mandaría a trabajar en un tambo, pero lo que yo sostengo, basado en todas mis experiencias y en cada puta vez que salí de mi zona de confort con los humanos, no cambió. Al contrario, se reforzó. Quisiera pensar que por prejuicios míos y mi visión sesgada, pero a) no tengo forma de distinguirlo y b) mmmnop. Sistemáticamente, sin excepción, cada vez que le di a alguien una segunda oportunidad, pareciera que la tomaron como un desafío a ver si podían hacer algo más brutal que la primera vez, como me pasó con el ganso caro este de Luxemburgo, o el que me cagó buena parte de mi futuro cuando se ofendió porque le corregí la ortografía y me destruyó el proyecto de hacer salidas en moto por Europa con clientes argentinos. Es una verdadera lástima, pero tengo que recordarme que en el gran esquema de las cosas no tengo pocos amigos, y todos son muy pero muy potables. Excepcionales seres humanos, de hecho, que me han tolerado cosas que no sé si yo toleraría, es decir, no son mis amigos porque no han visto mi lado choto, sino que lo son habiéndolo visto. Gigante diferencia. Y esto se lo adjudico a mi "método" de selección, tan brutal, intolerante, lleno de traumas y prejuicios pero aparentemente tan efectivo, evolucionado para prácticamente eliminar los falsos positivos. Estoy seguro de que eso implica muchos más falsos negativos, pero repito, no tengo pocos amigos.
Como sea, me he distanciado de mucha gente, y eso me lleva a pensar en lo pedorro que soy. Ahora que lo escribo (y muy en parte es por esto justamente que escribo, para ayudarme a poner los patitos en fila en mi cabeza), quizás no, quizás está bien que sea así. De nuevo, no puedo distinguirlo.
Después de esta vuelta por el análisis de la situación, el hecho es que me gustaría ser más... elástico. No sé si esa es la palabra, porque creo que justamente lo que envidio de los demás, su elasticidad, es también lo que creo que lleva a esta raza, la humana, a ser un montón de imbéciles. Si no hay un empujón de parte del entorno, por qué evolucionar, por qué ponerse límites y objetivos. Como ejemplo: Argentina. Cómo vamos a mejorar, si toleramos las idioteces más grandes, las me-cago-olímpicamente-en-el-prójimo más creativas y repugnantes, mientras que al mismo tiempo esperamos que nuestros políticos sean impecables.
No sé qué hacer. No aprendí cómo vivir, no tuve una madre muy piola en este sentido y mi padre no puede usarse de ejemplo más que de lo que no hay que hacer. Mi tío murió solo, quiero decir soltero, y eso es precisamente lo que yo no quiero para mí. Lo lloraron, sí, hombres adultos, con sobretodos y relojes caros, lo cual habla muy bien de él como persona, pero creo que se perdió de algo hermoso como es el cultivar una relación con una mujer. Quizás me equivoco, lo sabré en unos años.
Mientras tanto, ya hace unos meses decidí dejar, o incluso promover, que Perro se suba a la cama a la mañana y se acueste al lado de mí. Es el único contacto físico que tengo y él, de a poco, va relajándose y disfrutándolo. He logrado muchas cosas en mi relación con él, es decir, cosas buenas en mí que él detecta y sabe que puede relajarse, y las atesoro. Podría escribir un libro sobre eso, pero temo que tendría que contar cosas de las que me arrepiento mucho y mi único consuelo es que, dicen, los perros viven en el presente, así que me concentro en eso. Estos 24 kg de pelos me están haciendo lo que mi historia no pudo, a hasta me programó para lo contrario: convertirme en algo que valga la pena, y yo soy tan inteligente como para aprovecharlo. Se nota incluso en mi relación con mis sobrinos, que a esta edad todavía son un poco como un perro. A seguir trabajando en eso, que es el emprendimiento más importante de mi vida.