viernes, 3 de mayo de 2024

las sábanas se lavan

Sigo con mi mente completamente enfocada en las decisiones y sus consecuencias, y lo que puedo hacer para intentar descubrir qué tengo que cambiar de mi vida a ver si despego de una vez en lo personal. En lo profesional no puedo quejarme mucho: logré cosas que no estaban siquiera planeadas, apenas soñadas, y las logré a los 30 años. Después vino la depresión y me cortó las piernas a la altura del tórax. Considerando que no me maté, creo que mis logros, sin ser apabullantes, son más que aceptables.
En lo personal, en cambio, hago agua, como me dijo una persona que pensé que era mi amigo. Digo eso porque soy un firme creyente de que una condición necesaria, aunque no suficiente, para ser amigo de alguien, es hacer críticas constructivas. Si uno dice algo para herir los sentimientos o sacarse la bronca o bajarle la caña... esa persona no la quiero de "amiga". No es buena, punto. Así que: ex-amigo, falso amigo, fallido intento de amigo. Pero sí hago agua en lo personal, y en forma bíblica, onda puteada de Noé, si coincidiéramos en tiempo. Con o sin razón (yo creo que con) me he alejado de mucha, mucha gente. La gente, y no pierdo oportunidad de aclararlo, a mis ojos es estúpida y dañina. Cuando alguien se muestra optimista respecto a la humanidad, creo que lo hace por delirio, ignorancia, o más probablemente una peligrosa mezcla de ambas. Sin ir más lejos, mi primera novia en Alemania era un absoluto ángel, tanto visual como humanamente, y todos y cada uno de los que componemos esta mitad masculina de la humanidad se la cogerían sin más miramientos que los que le dedicarían a un perro antes de acariciarlo y 10 segundo más tarde se olvidaron de que existía. Excepto yo, casualmente. Esto, tristemente, no es una opinión o una experiencia aislada de la que extrapolé consecuencias catastróficas: es un hecho. Y para alguien con una coraza de talco como la mía, la cicatriz es imborrable. LPM.
No puedo ignorar lo que pasó con este muchacho de Luxemburgo, o con otros casos similares, donde hicieron algo que yo considero inaceptable en el contexto de una amistad y sentí que tuve que cortar la relación. En principio, uno puede pensar que es porque me ofendí, pero no es así. En general, analizando cada caso, lo que me hicieron no fue suficientemente grave. El problema, en realidad, es que respondía a un patrón que, si dejaba pasar el hecho puntual, iba a llevar inexorablemente a algo más grande, más grave. Lo suficientemente grave. No hay que saber diseñar los motores Raptor para deducir que esto viene de mi historia con mi padre biológico. No sé si tuve expectativas ridículas o la realidad es una mierda, pero por más diplomáticamente que quiera expresarlo, tipo "debe ser un poco de cada una", me inclino por la segunda: el tipo no es padre, punto. Ni mío, ni de nadie. Simplemente no tiene el chip. Y eso, sumado a los editoriales de mi abuela materna y todo el veneno que escupió, me hizo demasiado daño como para que me quedaran ganas de que me pase de nuevo, incluso en mucha menor magnitud. Lo de quemarse con leche y la vaca, o sea. Seguramente un terapeuta me mandaría a trabajar en un tambo, pero lo que yo sostengo, basado en todas mis experiencias y en cada puta vez que salí de mi zona de confort con los humanos, no cambió. Al contrario, se reforzó. Quisiera pensar que por prejuicios míos y mi visión sesgada, pero a) no tengo forma de distinguirlo y b) mmmnop. Sistemáticamente, sin excepción, cada vez que le di a alguien una segunda oportunidad, pareciera que la tomaron como un desafío a ver si podían hacer algo más brutal que la primera vez, como me pasó con el ganso caro este de Luxemburgo, o el que me cagó buena parte de mi futuro cuando se ofendió porque le corregí la ortografía y me destruyó el proyecto de hacer salidas en moto por Europa con clientes argentinos. Es una verdadera lástima, pero tengo que recordarme que en el gran esquema de las cosas no tengo pocos amigos, y todos son muy pero muy potables. Excepcionales seres humanos, de hecho, que me han tolerado cosas que no sé si yo toleraría, es decir, no son mis amigos porque no han visto mi lado choto, sino que lo son habiéndolo visto. Gigante diferencia. Y esto se lo adjudico a mi "método" de selección, tan brutal, intolerante, lleno de traumas y prejuicios pero aparentemente tan efectivo, evolucionado para prácticamente eliminar los falsos positivos. Estoy seguro de que eso implica muchos más falsos negativos, pero repito, no tengo pocos amigos.
Como sea, me he distanciado de mucha gente, y eso me lleva a pensar en lo pedorro que soy. Ahora que lo escribo (y muy en parte es por esto justamente que escribo, para ayudarme a poner los patitos en fila en mi cabeza), quizás no, quizás está bien que sea así. De nuevo, no puedo distinguirlo.
Después de esta vuelta por el análisis de la situación, el hecho es que me gustaría ser más... elástico. No sé si esa es la palabra, porque creo que justamente lo que envidio de los demás, su elasticidad, es también lo que creo que lleva a esta raza, la humana, a ser un montón de imbéciles. Si no hay un empujón de parte del entorno, por qué evolucionar, por qué ponerse límites y objetivos. Como ejemplo: Argentina. Cómo vamos a mejorar, si toleramos las idioteces más grandes, las me-cago-olímpicamente-en-el-prójimo más creativas y repugnantes, mientras que al mismo tiempo esperamos que nuestros políticos sean impecables.
No sé qué hacer. No aprendí cómo vivir, no tuve una madre muy piola en este sentido y mi padre no puede usarse de ejemplo más que de lo que no hay que hacer. Mi tío murió solo, quiero decir soltero, y eso es precisamente lo que yo no quiero para mí. Lo lloraron, sí, hombres adultos, con sobretodos y relojes caros, lo cual habla muy bien de él como persona, pero creo que se perdió de algo hermoso como es el cultivar una relación con una mujer. Quizás me equivoco, lo sabré en unos años.
Mientras tanto, ya hace unos meses decidí dejar, o incluso promover, que Perro se suba a la cama a la mañana y se acueste al lado de mí. Es el único contacto físico que tengo y él, de a poco, va relajándose y disfrutándolo. He logrado muchas cosas en mi relación con él, es decir, cosas buenas en mí que él detecta y sabe que puede relajarse, y las atesoro. Podría escribir un libro sobre eso, pero temo que tendría que contar cosas de las que me arrepiento mucho y mi único consuelo es que, dicen, los perros viven en el presente, así que me concentro en eso. Estos 24 kg de pelos me están haciendo lo que mi historia no pudo, a hasta me programó para lo contrario: convertirme en algo que valga la pena, y yo soy tan inteligente como para aprovecharlo. Se nota incluso en mi relación con mis sobrinos, que a esta edad todavía son un poco como un perro. A seguir trabajando en eso, que es el emprendimiento más importante de mi vida.

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