martes, 3 de julio de 2012

3ra parte: Rosslare - Westport

Desembarcar en Irlanda no fue tan traumático como en Inglaterra porque el asunto de manejar por la izquierda ya lo tenía dominado. Después de un par de sustos, me adapté al tema y no pensé mucho más en eso. Me habían dicho que si uno para a cargar combustible o algo así hay que prestar atención al reiniciar la marcha porque son los momentos en que uno hace las cosas de forma un poco automática, así que con ese consejo siempre en la cabeza evité posibles desastres. Mi prioridad número 1, 2 y 3 cuando viajo en moto es volver entero.


Después del cruce el tema era, otra vez, llegar al hotel a una hora decente. La habitación la reservé en un B&B en Tramore, para lo cual había dos posibles rutas: una 30 km más larga que la otra, pero la más corta tenía un transbordador incluido. Elegí la del transbordador, supongo que inspirado por el bigotudo de Camel. (que no les pase como a mí, que cada vez que empiezo a ver viejas propagandas argentinas me largo a llorar como un bebé)
Tramore resultó un lugar pintoresco aunque simple, sin más atractivo turístico que sus playas, pero me dio la oportunidad de darme uno de esos gustos que venía arrastrando desde hacía rato: probar el fish & chips... ¡rico! sobre todo con vinagre (sí, vinagre) y sal.

fish & chips

El desayuno fue el acostumbrado full Irish breakfast con todo, hasta milanesas de mamut creo que le puso la señora que me lo hizo. La doña era muy simpática y la habitación muy linda, pero le pregunté por la punta de un acantilado medio famoso y me dijo que era una caminata de media hora ida y vuelta, y me llevó 40 minutos solamente llegar hasta ahí, y había un alambrado porque el dueño del campo que da acceso al acantilado tiene las bolas por el piso de que los turistas le hagan un chiquero. Así que me volví otros 40 minutos puteando a la vieja por lo bajo. Dejé el hotel y me fui bordeando la costa. Hacía frío pero había un solcito lindísimo, perfecto para andar en moto porque uno puede ponerse el equipo completo y no sufrir el calor.
En algún momento y sin haberlo planificado pasé por Kinsale, una ciudad que en algún momento y por un tiempo fue colonia española, según me contó un tal Michael que andaba con su BMW R80 dando su vuelta dominguera. Resulta que los irlandeses, en un intento de sacarse a los ingleses de encima llamaron a los españoles para pedirles ayuda. En fin...
Lo que vino después fue una de esas rutas que quedan para siempre en la memoria. Se combinan la falta de otros vehículos, el clima, el estado emocional, la sensación de ser uno con la máquina, y qué sé yo cuántas cosas más. Fue después de pasar Glengariff, en la N71 yendo al Parque Nacional Kilarney: el Paso Caha. No es muy alto, apenas llegará a los 300 metros de altura. Tampoco está en muy buen estado, como casi todas las rutas en Irlanda. No es una cosa deslumbrante comparado con algunos pasos en los Alpes como el Passo dello Stelvio en la SS38 en Italia, o el Flüelapass en Suiza. Pero tenía 3 túneles pintorescos, por decir algún adjetivo, y un no-sé-qué y me gustó, y me quedó una sonrisa muy grande por un buen rato.
La segunda parte del día la pasé manejando por la costa suroeste de Irlanda ya hacia el norte, al hotelcito que me iba a alojar por esa noche y que fue uno de los dos que los elegí simplemente porque me quedaban de camino y no tanto por reputación o lo pintoresco que era. De hecho, este fue el único día que tuve lluvia de veras, pero duró solamente una media hora hasta que llegué al hotel que, efectivamente, estaba en el medio de la nada, allá donde la espalda pierde el nombre. Pero a pesar de lo básico y apartado del hotelcito, tenía una habitación linda, nueva, barata, y la cena en el bar de la planta baja fue excelente. Creo que comí una pechuga de pollo con papas fritas; lo más interesante fue la charla con los dos tipos que había, uno el típico borracho inofensivo, y el otro un guía de montaña que hizo el cerro Fitz Roy, en la Patagonia.
Así terminó mi domingo.
El lunes el cielo estaba despejado y tenía pensado ir a Loop Head, una península donde hay un faro y un acantilado bestial. Antes de llegar a ese faro tuve que tomarme otro transbordador (Tarber-Killimer) más para evitarme manejar 30 km hasta el final de una bahía y pasar por Limerick, una ciudad que me avisaron que no vale la pena para nada. Después de dejar el bajar del transbordador seguí por la costa, con paisajes como este...

 acantilados, de camino a Loop Head

Aunque no llovía, a medida que me iba acercando a la península se iba poniendo cada vez más nublado y sobre todo ventoso, y con el asfalto en estado más bien básico fue un desafío. Un descuido, en moto, significa caerse y la ayuda más cercana puede estar a muchos, muchos kilómetros. El faro y más que nada el acantilado valieron la pena el esfuerzo.

la mole de acantilado en Loop Head
(que tendría unos 100 metros de alto)

A partir de ahí y todo el resto del día el clima mejoró muchísimo y cuando pasé por Galway decidí parar y relajarme un rato porque iba un poco adelantado respecto a lo que pensé que me iba a llevar el viaje a Westport, mi destino del día y donde iba a pasar la noche. Galway es una ciudad muy linda y movida, con gente joven, un río bien cuidado que la cruza y muy lindos lugares para sacar fotos.
Cuando dejé la ciudad tuve otro de esos momentos Zen con la moto por la N59, desde Kylemore Abbey hasta Westport. A pesar de que por momentos la ruta estaba húmeda por alguna llovizna más temprano, y de que las ondulaciones del asfalto eran de terror, de alguna manera hice clic y me entusiasmé. Si no fuera porque ya eran las 7 de la tarde hubiera vuelto y lo hubiera hecho de nuevo. Fueron 40 gloriosos kilómetros.
En cuanto llegué a Westport dejé mis porquerías en la habitación y me fui a comer algo. La señora del hotel me recomendó no ir a la ciudad (derecha) sino al puerto (izquierda), más precisamente a The Helm, un bar/restaurante donde van los locales, lo cual generalmente es garantía de calidad a buenos precios. Me senté en una esquina, de frente al bar y como de espalda a la entrada. Pedí algo relativamente liviano porque vi que de postre había chis queic y quería probarla. Cuando terminé de comer esperé. Y esperé.
Y esperé...
Después de media hora, un tipo pasa y me pregunta si todo estaba bien (por supuesto que a la primera no le entendí y me tuvo que repetir la pregunta). Le conté que la comida estuvo muy buena, pero que hacía rato que quería pedir el postre y nadie me daba ni la hora. Se disculpó muy amablemente y me tomó mi orden. A los 30 segundos volvió con cara sombría, y me explicó que teníamos una crisis. Así es, la casa no tiene más chis queic. Pero en concepto de indemnización, me preguntó si aceptaría un plato con un poco de cada uno de los otros postres en la carta, y esto es lo que vino:


 - una torta que realmente no sé lo que era pero estaba riquísima
- helado de vainilla
- profiteroles
- una especie de brownie relleno de chocolate y bañado en una crema de chocolate, pa' que te quede claro

Y en un inglés/irlandés que apenas alcancé a pescar me preguntó si tomaba, a lo que contesté que no. Como si le hubiera hablado a la pared, desapareció y volvió con esto...


Digamos que dormí muuuuy bien.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jejeje, el somnífero irlandés por antonomasía. Y los postresitos están de morirse.

Martín dijo...

y no falló =)

Irantzu dijo...

Se pasó la foto con las olas. Se pasó no más!

Martín dijo...

¿te gustó a vos también? Ese amigo que visité en Dublín me pidió una copia sin reducir y la mandó a imprimir en tamaño afiche. La verdad que no fue difícil: en un lugar como Irlanda se te cae la cámara y sale una linda foto.