domingo, 14 de abril de 2024

revolcarse en la vida

Es moda, o pérdida, o absoluta estupidez pensar que la parte física es la esencia de una relación de pareja. Sin embargo, y sin sorpresa, esa es la opinión predominante. Como despotricaba Omar Alfanno en Amores como el nuestro, de sábanas mojadas hablan las canciones. Pareciera que todo se reduce a una buena revolcada y eso es todo el compromiso e inversión a los que las personas están dispuestas. De construir, ni pío. De conocer al otro, de abrirse, de darle la llave a nuestras peores facetas y arriesgarnos al rechazo, nada. Lo peor, para mí, por lo menos, con mi medio siglo, es el ejército de pelotudas (que ya vienen un poco idiotas de fábrica) queriendo demostrarse a sí mismas, a las amigas, al ex y a la sociedad lo deseables que todavía son, pero que no lo son, aunque ellas lo saben y no lo quieren asumir. La infección de la autopercepción vs realidad no se limita al género, al punto que hoy, a 90 años, el tango Cambalache recobra vigencia y "lo mismo un burro que un gran profesor" se reescribe (sin rimar, lo sé) como que vale lo mismo la opinión de alguien que invierte años y se rompe el lomo, los ojos y el coco estudiando un tema, que la de un mocoso de 34 años con el pelo verde, pollera y un teclado, que mientras todavía está en 2do año de alguna "carrera" de la facultad de sociales se pone a regurgitar estupideces ajenas; y esa descripción de lo que es el mocoso es exhaustiva aunque no hable del cerebro, no por falta de detallismo, sino por falta de cerebro.
Hay una chica en la plaza, con 2 perras tipo salchicha pero sobredimensionadas. Nada sobre lo que detenerse a hablar, pero la cara y los ojos de la chica, sí. Así que eso es lo que hice, y muy amablemente lo primero que hizo fue aclararme que se separó del "padre" de las perras y los problemas de pago de alimento (literalmente, porque es para las perras) y cosas así. El cuerpo todavía es una incógnita porque la muy desconsiderada no usa ropa aunque sea un poquito ajustada. Con eso en cuenta, el otro día me la encontré casi en la puerta de la casa así que hicimos unos metros con una charla ligera pero agradable, que tuve que interrumpir porque yo iba en una dirección y ella en otra. Para mi satisfacción, pareció algo decepcionada de no seguir conversando y me dijo que otro día me contaba lo que sea que me estaba contando. Admito que no estoy seguro de si me olvidé o si no le estaba prestando atención.
Al margen de cómo siga esta historia en particular, un lujo al que puedo acceder yo en mi especial situación laboral y financiera es el tiempo. Tengo tiempo para leer (que lo hago, y mucho), para aprender a tocar el piano (cosa que no estoy haciendo), estar con Perro y cultivar nuestra relación y mi carácter, y varias otras cosas que uno normalmente tiene que esperar a estar bastante viejo, cachuzo y jubilado para encarar. Y con ese tiempo libre viene la contemplación y, combinada con buenos libros, se suceden las observaciones de las cosas de la vida y algunas conclusiones útiles y no tan útiles. Lo que viene no sé bien en qué categoría cae, pero es esta: en lugar de tanto revolcarse en la cama, como busca la mayoría, parece, yo busco revolcarme en la vida. A tal punto, y he tenido el placer de tener ese tipo de compañía, aunque sea parcialmente y por períodos no lo suficientemente largos, que hoy me he vuelto más exigente. Las marcas de agua que esas personas han dejado en diferentes aspectos me mostraron a lo que uno puede aspirar, y resignarme a menos se me ha vuelto aparentemente imposible. Lo cual, dicho en términos clínicos, es una reverenda cagada, y más considerando que me vine de Europa, efectivamente el centro o por lo menos la cuna de la civilización occidental, y Argentina, apenas un apéndice irrelevante del Polo Sur, lleno de pingüinos y otras criaturas en mi opinión no tan inteligentes y definitivamente muy faltos de criterio, como los argentinos.
Revolcarme por la vida: salir a caminar, charlar, sentarnos en algún café y contarnos nuestros pensamientos, miedos, necesidades, gustos y anécdotas, hacer planes juntos, viajar, dormirnos juntos, mirar una peli, y sí, tener sexo. Casi en ese orden.

martes, 2 de abril de 2024

volviendo a casa

A pesar de haber amputado el 80% de la estadía en Buenos Aires, el hecho es que pasé 36 horas (desde el jueves a la mañana hasta el viernes a la tarde) fuera de Mar del Plata sin Perro, que lo dejé con una amiga que además cuida perros, o una cuida perros que además nos estamos haciendo amigos. Ella también tiene su mundo interior algo resquebrajado y Perro (no un perro: Perro) por supuesto hizo su magia, así que en lugar de ir a buscarlo cuando llegué, me aguanté hasta el domingo. Más o menos. Porque como se fue con la pareja a Sierra de los Padres, fui con la moto (otra muy buena terapia) hasta allá a verlo/s. Me quedé un par de horas solamente y me volví para almorzar en familia, y ya más a la tarde sí lo recuperé definitivamente.
Recapitulando, se lo llevé el miércoles a la noche y supuestamente me lo tenía que dar el lunes a la tarde, una vez que dejara el paquete en Ezeiza y volviera, pero como las cosas resultaron tan pedorramente pedorras, yo también necesitaba mucho de la magia de Perro. Como sea, esas 86 horas fueron el período más largo que estuve sin verlo en los últimos 4 años y un mes, desde que se lo dejé 9 días a mi mamá cuando me fui a dar una vuelta por El Calafate.
El tema de estar sin Perro en casa fue totalmente raro. Me podía mover sin que él me mirara fijo a ver si iba a atreverme a salir sin llevarlo. Podía ir al baño solo, un lujo con el que no contaba desde hacía 6 años, cuando lo traje a mi vida. Podía estirar las piernas abajo del escritorio mientras usaba la computadora. O pasar de la cocina al lavadero sin llevarme puesto el plato de agua. No tenía que salir a las 11 de la noche a dar la última vuelta. Podía manejar como se me daba la gana, doblando y frenando a lo bestia, como debe ser ;) También podía pasar de la cocina a las habitaciones sin tener cuidado de pisarlo, porque le gusta acostarse exactamente en el medio del paso. Incluso pude ir a dar una vuelta en moto y a tomar un café, sin la culpa de abandonarlo en el medio del Sahara por un mes, sin agua o comida; o por lo menos eso es lo que leo en sus ojos cada vez que salgo sin él. Y sin embargo...
¿En serio tengo que explicarlo? Es que me vine a un café con la compu, me puse a escribir, disfruté de mi desayuno, seguí escribiendo, miré con cara de orto al gordo nefasto que se viene a ver videítos a todo volumen en su teléfono, seguí escribiendo, le hice mimos a perro, escribí un poco más, y llegué a este punto donde de pronto se me hizo tan obvio que si un improbable lector llegó hasta acá, no creo que haga falta deletrearle lo idiotamente chata que es la vida sin Perro. No es que no pueda vivirla, ni que no valga la pena, o que le falte sentido, o que sea lo que le da alegría al asunto; es que Perro es un amplificador de cosas lindas y un reductor de cosas feas. Con él, salir a caminar pasa de ser un simple ejercicio saludable a ser toda una aventura, a reírse de cosas que antes ni siquiera veía, y alegrarle la vida a todos los que nos cruzamos. Mezcla de payaso, ángel y bebote, no puedo pedir mejor compañero.

Tema mujeres, o novia: puedo decir que en Buenos Aires hay mujeres extraordinariamente lindas, igual que en Mar del Plata y más, pero además con un poco más de mundo, no tan pueblerinas desubicadas. Ahora cómo hago, es la pregunta, para engancharme con una... no sabo. Pero por lo menos eso quedó establecido, cosa que antes no sabía. Algo es algo. No sé si voy a poder aprovechar ese conocimiento, pero ahora sé que están, que existen.

sábado, 30 de marzo de 2024

querida Buenos Aires

Jueves ida, a llevar a un amigo y pasar unos días con él, y viernes vuelta en lugar de lunes vuelta. Es que aparentemente soy un prick, un asshole y un dick. Esas son las que me acuerdo.
Vino un conocido/amigo/ex-compañero de trabajo a visitarme. Es de Luxemburgo y ahora vive ahí, pero nos conocimos en Múnich mientras trabajábamos en F1. Hace unos 10-12 años el contacto casi murió, aunque de vez en cuando nos mandamos algún mensaje por WhatsApp.
El año pasado se mudó de Oxford, donde estuvo trabajando para el equipo de Mercedes, a su Luxemburgo natal, y esa mudanza fomentó algo más de charla, incluidos audios de hasta 15 minutos. Es un tipo muy agradable y una persona normal enseguida se siente cómoda con él. Una persona normal. Yo, no. Algo, en algún lugar de este laberinto mental tamaño sistema solar que tengo por cabeza me decía que prestara atención. Freud decía que "the more perfect a person is on the outside, the more demons they have on the inside". Y aunque Freud, al que le debemos muchos avances en el tema de la salud mental, no es santo de mi devoción, en mi opinión eso que dijo es un mantra.
Volviendo a mi visitante, vino hace 10 días y se queda hasta este lunes. Nos pasamos una linda semana en mi ciudad, tomando café y en general rascándonos, visitando algún museo, muchos restaurantes y paseando con Perro. Para cerrar, organicé que pasáramos los últimos 4 días en Buenos Aires, la imperdible. Tigre, Teatro Colón, the lot.
El jueves al mediodía, entrando con el auto a Buenos Aires, a punto de cruzar el Riachuelo, se le ocurrió agarrar mi celular para guiarme. Le expliqué que no era necesario, que viví en BsAs varios años y, en una ciudad o conglomerado de 15 millones de habitantes y una superficie más de 5 veces mayor a la de Luxemburgo, el lugar al que íbamos a pernoctar quedaba a 26 metros del departamento de un amigo de la universidad y debo haber ido 200 veces a esa dirección. No lo aceptó. No quería que nos perdiéramos, aparentemente. La realidad es que desde el primer momento, desde que se bajó del LH510, empezó una campaña creciente de críticas a mi persona y algo focalizadas en mi manejo. Que soy agresivo cuando voy en auto (y cuando respiro) no lo discuto; al contrario, me disculpo y trato de bajar el ritmo para no incomodar a mi pasajero. Pero entonces empezó a criticar la distancia a la que dejaba mi costado del auto a la columna de la cochera donde lo guardo. Y la distancia de su lado al auto de al lado. Y al auto de adelante cuando lo dejaba en la calle. Y si ponía el guiño muy sobre la esquina donde iba a doblar, o con demasiada anticipación. Y aparentemente el ángulo de mi espalda (demasiado inclinado hacia adelante, resultó) no era el correcto, e indicaba unívocamente mi agresividad. El hecho de que me encanta inclinarme hacia adelante, que lo hago para ver mejor por los espejos, y que me relaja la espalda donde, además de concentrarse mis muchas tensiones, tengo una operación que me salvó de una vida en silla de ruedas y sin coger, no es relevante. Él me vio manejando 3 segundos y desculó todo lo que hay para saber sobre mí. A la gente le gusta tener de qué agarrarse (y defenderlo a capa y espada) mucho más de lo que les interesa saber la verdad sobre las cosas. Me incluyo, y lo evito todo lo que puedo.
Volviendo a las críticas, las toleré. No me interesa. Me jode que no confíe y se relaje, me rompe las bolas con tanta crítica y comentario sobre cada vez que respiro y me gustaría que se deje llevar y ya, pero si no puede lo comprendo, y tolero que me rompa las pelotas. Más que manejar todo lo tranquilo que me sea posible, no puedo hacer.
Así que mientras me advertía de cada auto cambiando de carril (que en la autopista entrando a BsAs es un millón de veces por minuto), los perros sueltos, las hebras de pasto y las salidas o desviaciones, le pedí que no lo hiciera más, que yo sabía a dónde íbamos y no había ni de qué preocuparse, ni necesidad de indicaciones. Además, hacía rato que no entraba en Buenos Aires y quería demostrarme que podía llegar a donde iba sin ayuda. Que siguiera el navegador, si quería, que me monitoreara, pero que no me diera indicaciones. El sistema de tránsito en Argentina es mucho más tolerante que el europeo cuando uno comete errores. Allá uno se pasa una salida y termina en otro país, acá simplemente das la vuelta en algún lado y perdiste 10 minutos, nada más.
Pero no hubo caso. Le pedí mi teléfono y dijo que no. Extendí la mano para que me lo diera, y lo alejó. Lo que me resultó rarísimo fue que le estaba pidiendo que me diera mi teléfono, no el de él o el aparato de un tercero. Mi teléfono. Así que lo tomé. Se enojó, empezó a decirme cosas muy floreadas y a los gritos. Le pedí que no me insulte y le aclaré que yo no era las cosas que me estaba diciendo, y que prefería que no siguiera en esa línea de comportamiento. Un momento ideal para callarse y repensar el asunto, incluso para que pidiera disculpas por irse de boca. Pero no: prefirió redoblar la apuesta. Ahí me quedó claro lo que piensa realmente de mí y me callé la boca.
Acá me conviene aclarar dos cosas.
La primera, que situaciones así se reducen a que la mayoría de nosotros nos enfrentamos a la decisión entre recular de lo que dijimos y redoblarlo. La gente cree que es su opinión, no que la opinión y uno son dos cosas diferentes. Una vez exteriorizada esa opinión, sienten que estarían perdiendo algo (no sé qué) dando marcha atrás, a tal punto que el pensamiento crítico se les apaga, si es que alguna vez estuvo encendido.
La otra aclaración tiene que ver con el enojo y lo que hace que digamos. La mayor parte de la gente, cuando se enoja, recurre a los insultos, a herir, a atacar a la otra persona. Se sale de lo que efectivamente piensa del otro y abre un cajón donde guarda cosas hirientes, y las blande sin miramientos. Hay (habemos) otros que cuando nos enojamos no recurrimos a ese cajón (que lo tenemos, pero elegimos no abrirlo), aunque podemos llegar a abrir el cajón de cosas que sí pensamos, que sí opinamos de la otra persona y las creemos verdaderas y reales y descriptivas de lo que son o hacen, pero que en condiciones normales no mencionamos porque pueden resultar hirientes, porque no aportan a la interacción o, simplemente, porque no vienen al caso. Eso de andar (hablando mal y pronto) revolviendo mierda para ganar una discusión, mencionando alguna ofensa de hace 7 años y que encima ya se resolvió con una disculpa, una corrección y hasta una compensación, no porta nada. Solamente abre heridas y es un perfecto ejemplo de lo que se diría tóxico. Gracias a una rubia novia que tuve hace 15 años, aprendí a ser mejor que eso. Realmente lo aprendí; no es arrogancia ni voy a recurrir a falsa modestia. Ella me lo enseñó y yo fui lo suficientemente piola de prestar atención, y no ha hecho más que rendir frutos. A costa de haber sido vapuleado muchas veces, esta última incluida, puedo jactarme de no haber herido a otro ser humano gratuitamente refregándole cosas que no vienen al caso o que no reflejan lo que verdaderamente opino de esa persona. Un corolario de esta actitud es que nunca me arrepiento de algo que dije, sino a lo sumo de haberlo dicho. Pero si lo digo, el contenido es real y lo puedo conversar, no necesito desdecirme. Enorme diferencia.
Una tercera cosa que aclarar, una yapa, típico de mí, que me acuerdo de cosas a medida que escribo otras: en 2010 (de los detalles me acuerdo por haberlo charlado anoche con un amigo que lo conoce) fuimos a Italia, a Milán, en un viaje de trabajo. A la vuelta, llegando a Múnich, no recuerdo cuál de los dos iba manejando, él tenía dolor de cabeza y a mí se me ocurrió encender la radio y explotó (él, no la radio). No recuerdo si me insultó, pero me trató bastante para la mierda de alguna manera. Unos días más tarde, algo ayudado por el hecho de que lo evité en la oficina, lo admitió y me pidió disculpas. Ese episodio me vino a la cabeza cuando me dijo que venía a Argentina a visitarme por 12 días, disparó algunas alertas y despertó mi escepticismo.
Total, que llegamos al departamento (sin ayuda del navegador, quisiera destacar) que había reservado, me fui a caminar un rato, me lo crucé un par de veces entrando o saliendo, y cuando verifiqué mi sospecha de que no iba a haber vuelta atrás, decidí irme. No es que no consideré disculparme, sino que de todo corazón no logré descular qué hice tan mal para semejante explosión y abuso verbal. El tema es que la estadía estaba arruinada y no soy tan frío o maduro o lo que sea para seguir compartiendo un lugar con él y lograr disfrutar mi tiempo en Buenos Aires, y no me iba a gastar plata que no tengo en alquilar otro alojamiento, además de que no tenía sentido. Así que disfruté de una cena, una noche de pésimo sueño, un hermoso desayuno acompañado por la mujer más mujer que he visto en meses (aunque sentada en otra mesa, que no supo que existo, y que llegó con el novio, marido o lo que fuera el cerdo cochino ese), junté mis cosas, me subí al auto y me volví a casa, no sin antes dejarle pesos para que se mueva y coma, y organizarle el traslado al aeropuerto el lunes. También le mandé un mensaje explicándole cómo manejarse y que me contacte si necesita algo, y buen viaje.
Buena vida, macho, te envidio muchas cosas menos a vos.

sábado, 9 de marzo de 2024

R 1100RT

En algún momento entre 1995 y 1997, pasé caminando por el que probablemente fuera el único concesionario de motos BMW en Argentina, obviamente en Buenos Aires. Estaba sobre la Av. Libertador, en alguna esquina cerca de Av. Callao, si no me equivoco. En la vidriera de la calle lateral (¿Rodriguez Peña?) había una R 1100RT plateada, que bien podría haber sido un X-Wing, para el efecto que tuvo. Yo iba con un amigo que vivía cerca del Cementerio de la Recoleta. En aquella época uno salía a caminar de noche sin demasiados resquemores a ser asaltado o peor, y con este amigo en particular solíamos hacer justamente eso y charlar del universo. Era tarde, pasamos por el concesionario y vi la moto. Con la ñata contra el vidrio, como cantaría Edmundo Rivero en el Cafetín de Buenos Aires de Discépolo, sentencié con toda la convicción de la que fui capaz que NUNCA iba a tener una de esas, ni nada que se le parezca, para el caso. Esas indulgencias de la vida eran para otra clase de personas, hombres de otro calibre.
A ese amigo hoy no lo veo más. Era tremendamente inteligente pero, como todos, en realidad, inteligentes o no, también era su peor enemigo. Y un enemigo tan inteligente hacía mucho daño. El tema es que con su ejemplo y su influencia me llevaba hacia una senda que al día de hoy me alegro de no haber transitado. Ya es suficiente con mi forma distorsionada de ver la vida, y no hubiera sido bueno dejarme influenciar por la de él. Pero otro amigo, uno contemporáneo, me decía el otro día lo difícil que debe ser para alguien como yo conseguir pareja. Relacionarse conmigo es en general difícil, entre otras cosas porque pienso demasiado, contemplo los aspectos de la vida desde muchos puntos de vista y muchas posibilidades, soy analítico, inteligente y observador. Por eso, es raro que alguien me mencione una posibilidad que no haya considerado. Pasa, por supuesto, pero no es la regla. Y él conjeturaba que si le sumamos mis experiencias (viajes, idiomas, estudios, trabajo, culturas...) es muy complicado encontrar a alguien a mi altura. Y que esté buena. Olvidate.
Por esto y mucho más, hace unos meses tomé una decisión: me iba a resignar a no encontrar novia. Una soberana mierda, pero pensé que si lo aceptaba, si de alguna manera llegaba al punto en que perdía, deponía, toda esperanza, iba a poder disfrutar del resto de los aspectos de la (por lo demás excelente) vida que tengo. Con sus bemoles, sus altos y bajos, pero flor de vida que tengo. Tengo mis dos piernas, ambos brazos, desde la última vez que me senté a escribir sigo sin tumores detectados, el cerebro (a su manera) funciona, tengo techo, comida y, en general, salvo lo que tenga que ver con sexo, la pirámide de Maslow está bastante cubierta. No todo, pero más que suficiente, diría, por lo menos teniendo en cuenta el contexto, es decir, el hecho de que vivo en Argentina, que con todas mis observaciones y quejas, no es Sierra Leona.
Volviendo a mi decisión, sabía que no iba a ser fácil. En los últimos años, cuando veía una mujer linda en la calle o en otra mesa en un café, por poner un ejemplo, primero me temblaban las rodillas, se me daba vuelta el estómago, empezaba con una letanía de escenarios posibles para hablarle, mientras simultáneamente una vocecita dentro de mi cabeza me decía que no tenía caso mirarla, que era inútil, no había nada que hacer. Ni era lo suficientemente bueno para ella, ni sabría cómo encararla. Hoy en día, con el mismo libreto pero cada vez más claro y fuerte, esa vocecita me dice que eso no está en las cartas. No importa lo que me esfuerce, lo bueno que sea, las virtudes que cultive y los defectos que me mate por corregir, no soy merecedor de una mujer de calidad. Cuando salí con una novia linda por fuera y por dentro, creo que en mi cabeza la actitud era la de aprovechar mientras dure, porque el destino iba a corregir el desvío de las cosas y devolverlas a su cauce natural y justo. Tuve una novia que tranquilamente podía ser la hermana linda de Alice Eve, y cuando fui descubriendo y asumiendo el hecho de que era muy, pero muy puta, y en mí no había ni iba a haber forma de digerirlo, a pesar del dolor del descubrimiento sentí también alivio por lo que significaba casi como la respuesta a un misterio: el de por qué había conseguido semejante belleza a mi lado. Al día de hoy, veo alguna mujer más linda que ella cada 5 años, con suerte. Realmente extraordinaria, que lamentablemente usaba su vagina como un banco de donación de esperma. Al día de hoy, también, no logro digerirlo, y me gustaría cortarles el pito a todos los que se masturbaron con ella. Porque resulta, también, que era una maravillosa persona. Pero esa es otra historia.
La cosa es que, si bien estoy embarcado en este proceso de asumir las cartas que tengo y no dar cabida a delirios de amor, no es fácil, y sigo sufriendo cuando veo una mujer que me gusta. Se ha hecho algo más llevadero, pero no estoy seguro de si voy a llegar a buen puerto. Tengo miedo de que se me dispare por otro lado, de volverme demasiado cínico, o pesimista, o cosas así. No sé el precio de lo que elegí, pero no me imagino que va a ser agradable. Lo que me empuja a seguir es esta especie de táctica de aceptar que no voy a encontrar algo y por eso no gastar enormes recursos en buscarlo. Choto, estoy de acuerdo, pero no sé qué otra cosa hacer.

martes, 5 de marzo de 2024

admiración

Hay momentos, muchos, por suerte, en que me siento muy feliz con mi vida. Despertarme a la mañana y que antes de poder abrir las pestañas esté perro respirándome en la cara y haciéndome reír con sus boberías, tener cuatro clases de queso en la heladera, mermeladas de tres gustos diferentes, techo, electricidad, calefacción, estar sin tumores (detectados) y cosas así, son invaluables y las aprecio en su dimensión.
Había escrito este párrafo en la entrada anterior, justo antes de la última oración, pero quiero elaborar sobre el tema. Así como la dejé, esa entrada quedó quizás un poco pesimista, pero espero que esta aclaración la redima. Y a mí.
Es que no quiero dejar la impresión de ser un desagradecido con la vida. No lo soy. En lo peor de la depresión, cuando tomar conscientemente la primera bocanada de aire del día dolía del esfuerzo, la resignación de que tenía todo un día por delante y el montón de humanos que lo componían no conseguían voltear mi voluntad de vivir. En algún rincón tenía algo enterrado tan profundo que la depresión no llegó a arañar: mis ganas de vivir. De alguna manera, pensaba que en algún momento la depresión iba a pasar y esa chispa iba a provocar la llama que me iba a devolver a la vida. Por suerte fue así. Agradezco a los dioses del abismo que me arrastraron, o por lo menos a esa parte de mí, a su seno, fuera del alcance de la depresión, y me liberaron cuando pasó lo peor. Si suena ominoso, cataclísmico, es porque lo es. No hubo nada en mi vida con más consecuencias que la depresión. Nacer, podría argumentarse, y lo será morir. Pero en el medio de esas dos cosas: la depresión, sin dudas. Por lo menos hasta ahora. Y por mucha diferencia. El segundo puesto sería el descubrimiento de la moto, aunque muy, pero muy por debajo.
Algo que ha cambiado mi vida para mejor, y creo que yo estoy haciendo lo mismo por ella, es la señora que limpia en mi trabajo. Por empezar, le pago más del doble de lo que pagan en el centro de Mar del Plata y como mínimo el 50% más de lo que pagan mis vecinos. La trato con respeto, la escucho, le aconsejo (porque me lo pide). La historia de vida de esta señora es estremecedora.
Por empezar, cuando no había completado tercer grado, el padre la sacó, y ella y a las hermanas, de la escuela y la mandó a limpiar casas, donde la dejaban encerrada para irse a la playa mientras ella trabajaba. No pudo terminar de aprender a leer. Tuvo su primer (de 9) hijo a los 13 años y una pareja que la golpeaba. Y esa es la parte que me contó; supongo que la historia es más intensa pero no creo que disfrute publicándola. Con la pareja que está ahora vivía en lo de la madre de él, con quien el hijo hace un par de semana se peleó y los echó; la mayoría de sus cosas (ropa, muebles, enseres) quedó en esa casa y la mujer les hizo una denuncia que derivó en una orden de restricción. Después lograron que el juez les permitiera ir a llevarse sus cosas, pero fue la nuera (novia de uno de sus hijos) y la mujer llamó a la policía y terminó presa, y esta señora tuvo que ir a la comisaría a declarar. Además, ahora duerme en una casa con la consuegra (la mamá de la que fue presa) y como son demasiados, tuvo que comprarse una carpa usada y duerme afuera, en el terreno, porque no da para llamarlo jardín.
Es decir, esta mujer se toma un taxi (si pudiera pagarlo) y viajaría parada. Sé que no es motivo para alegrarse, por más que mi abuela materna siempre insistía en que uno tenía que hacerlo si había gente que estaba peor, pero sí me impulsó a apreciar la vida que tengo, con todos los lujos y privilegios, principalmente gracias a mi familia que pudo mandarme a un buen colegio y después pude ir a la universidad. Aunque me haya pagado la carrera yo, y la mitad de la carrera haya estado bajo mi techo (alquilado), la otra mitad, sin la cual no hubiera completado mis estudios, me la dieron ellos. Eso fue decisivo. Sin eso, nada. A tal punto estaba tranquilo con mi situación, que pude concentrarme en los estudios, sacarme buenas notas, y con eso empecé mi periplo de becas y títulos, idiomas y experiencias alucinantes que hoy, por más que no consiga ni una pobre boluda que me dé pelota y se enamore de mí, me hacen el bicho interesante que soy. Lo difícil no me lo sacó, pero la peloteo. Esa parte parece ser más tarea de Perro, pobrecito.
Para cerrar, hoy justamente estaba hablando con una amiga del tema de los efectos de tener perro: si bien me ha enseñado a ser más gentil, también me polarizó. Perro no entiendo folletos explicativos o instrucciones; entiende amor y comandos claros y hambre y sueño y todos mis sentimientos. Y me quiere a morir, como yo a él. Y entonces, los humanos, con su mierda y sus segundas intenciones, al lado de la honestidad de un perro, por más que no sea perfecto, quedan horriblemente mal parados. El Nimitz contra un kayak. Así nomás. Eso tiene el efecto de que no me hago ningún problema en ruthlessly edit the people in my life, como leí alguna vez. Se refería a editar la lista de gente en mi círculo interno y no a las personas en sí, obviamente, que no se pueden cambiar sino que eso tiene que venir de ellas. Ya no pierdo tiempo y esfuerzo intentando acomodarme a gente de mierda sino que directamente los paso. Todos los que quiero me provocan una dosis más o menos importante de admiración, y sin ese componente, no me interesan en mi vida. Al principio fue duro, hoy todavía un poco me cuesta y hasta me siento mal en ocasiones, pero vivo mucho mejor, con un círculo social más chico pero mucho más valioso.

sábado, 2 de marzo de 2024

libros

En la versión de 1995 de Sabrina, con Harrison Ford y Julia Ormond, hay un personaje, el padre de Sabrina Fairchild, del que nunca sabemos el nombre de pila y se lo conoce simplemente como el Sr. Fairchild. Representado por John Wood, aparece quizás 60 segundos en la pantalla, posiblemente ni eso. Este hombre está en la película para dos cosas: ser la roca a la que Sabrina puede volver y de la que sujetarse, y dar un ejemplo de vida digna a todo el que mire, no solamente a su hija. Con diferencias, me hace acordar a mi abuelo.
El Sr. Fairchild lee, lee libros, muchos libros. Fue su sueño en la vida: poder descansar y dedicarse a leer libros. No voy a hacerme el que responde a un fatalismo poético, pero a mí también me gusta muchísimo leer. Es un entretenimiento, por supuesto, pero es, principalmente, creo, un lugar a donde ir con la mente a descansar, no del trabajo sino de la realidad. Un lugar a donde escapar; ese sería entonces un mejor verbo. Uno se enfrasca en una historia ajena y disfruta las vivencias de otros, sin riesgos, decepciones, costos o arrepentimientos. No importa lo que uno empatice con un personaje, siempre se puede cerrar el libro y salir a caminar. Con perro, obviamente.
En mi caso, al haber agotado la mayor parte de los libros de fotografía en venta en Mar del Plata y varias otras ciudades a ambos lados del Atlántico, encontré otra veta en libros que en lugar de hablar del arte en sí, tratan sobre sus protagonistas, los fotógrafos: un Henry Cartier-Bresson, Robert Doisneau, Brassaï y otros, y se enfocan ya sea en su obra como en su biografía. Y esto último me llevó a empezar a comprar libros que incluyen minibiografías de muchos grandes fotógrafos y apenas un par de fotos famosas de cada uno. Una vez que terminé también con ese tipo de libros, tuve un pequeño impasse y, después de un par de meses, en un acto de desesperación llegué a mis últimas dos adquisiciones: un libro de fotos de nada menos que Buenos Aires, con texto de nada menos que Borges, y otro con minibiografías esta vez de grandes escritores, fotografiados por grandes fotógrafos. En este último me desayuné, por ejemplo, que Doisneau era medio queso sacando retratos. Quién lo hubiera dicho.
En este nicho de vida que me encuentro, trabajando pocas horas por semana y ganando lo suficiente y un poco más, tengo tiempo libre al punto de que me siento entre culpable y ocioso. Sé que puedo hacer cosas más productivas con ese tiempo, pero mientras tanto lo disfruto muchísimo leyendo libros, tomando café y paseando con Perro. Tengo también tiempo para pensar, aunque el material que me presenta la realidad es bastante pedorro: guerra en Israel/Franja de Gaza, guerra en Ucrania, los personajes involucrados, el estado de destrucción de Argentina, perpetrado por los degenerados peronistas, el desmoronamiento de la moral de la gente, mi soledad, mis muchas dificultades para tolerar a los humanos, para encontrar pareja, para aceptarme, para dormir. Mientras tanto envejezco, y más lejos parece estar la posibilidad de tener una novia como a mí me guste (sin detenerme en eso ahora), o de volver a disfrutar de viajes en moto por lugares alucinantes como los Alpes.
Y extraño a mi abuelo.

jueves, 22 de febrero de 2024

de putas y beneficio personal

 


En 1694-95, el pintor Luca Giordano hizo una obra sobre la historia del Rey Salomón y su famosa decisión. Muy resumida, la historia dice que dos prostitutas se peleaban por un bebé; ambas decían que era suyo. El rey pidió una espada y dijo que iba a cortar el bebé a la mitad y darle un pedazo una a cada una, a lo que una de las mujeres reaccionó gritando que le diera el bebé a la otra, pero que no lo mate. La otra, mientras tanto, decía "está bien, ni para ti, ni para mí". El rey guardó la espada y le dio el bebé a la mujer que le había implorado, justificando su decisión en que una madre haría todo por su hijo, incluso perderlo, con tal de que estuviera bien.
Nuestro nuevo presidente está intentando, por medios subóptimos, estoy seguro, mejorar la situación del país. Mientras tanto, la prostituta, al no estar en el poder, prefiere partir a la Argentina al medio con tal que otro no tenga éxito. Me siento tentado a escribir que lo más triste es que nunca quiso que a la Argentina le fuera bien, sino que simplemente la usó para beneficio personal. Pero no es cierto. No es diferente a casi la mitad de la población argentina, que desde hace ya casi 80 años piensan que lo mejor para un peronista es otro peronista, o que primero el movimiento. Sí, ya sé que el inciso 8 de Las 20 estupideces peronistas dice otra cosa, pero ese "bidecálogo" dice muchas cosas y, entre imbecilidades, delirios, mentiras, atrocidades y palabras que no significan absolutamente nada, uno no puede evitar hacer sus propias interpretaciones, sobre todo después de 80 años de ver cómo las han interpretado, aplicado, burlado, ignorado o utilizado a piacere, sin otra ética que el beneficio personal.
Solamente pido que, en algún puto momento antes de que mi vida cumpla su ciclo, Dios (o algo así) y la Patria se lo demanden.

sábado, 17 de febrero de 2024

anatomía de mi desconexión

Caso de estudio: tengo novia, y hace un tiempo, 2-3 años, que estamos juntos. Ya pasamos la etapa más pasional y el embelesamiento va dándole lugar al amor perenne. Compañera de trabajo nueva, o de natación, o empezó a ir a la plaza con el perro. Alguien a quien veo regularmente. Atractiva. Inteligente. Disponible. Y atraída por mí, y me lo deja saber.
Uno sabe lo que está bien y lo que está mal, de eso no hace falta hablar. Somos grandecitos y sería insultar la inteligencia de mi hipotético lector.
Pero mis sentimientos... esos están tan accesibles como el centro de la tierra. Que está en otro sistema solar. En una galaxia muy, muy lejana. Surgida en otro universo.
Rebobinando un poco, siendo muy analítico, podría ver que el asunto está estratificado y analizarlo por capas: la primera es la de la simple atracción, esa que te genera ganas de reventarla contra la mesada de la cocina. Simple, previsible, manejable para los que, como me gusta pensar, somos más evolucionados que una bacteria. La siguiente capa es la de atracción mutua, genuina, la misma que sentí al principio por esa novia hipotética con la que empecé este ejercicio. La capa que le sigue es la que aún, quisiera pensar, tengo con novia y que se gestó a las pocas semanas de empezar a salir y ver que era realmente una chica a tener en cuenta para mi futuro. La última capa, que tengo ahora con esa novia y a la que aspiro a largo plazo, esa obviamente está bien a salvo en el castillo de nuestra relación, en la cima de una montaña que crece con el tiempo y las vivencias juntos. Y ahora cae esta terrorista y me tiemblan los cimientos de mi estructura. ¿Qué hago? ¿Qué hacer?
Así que vuelvo a lo de los sentimientos. Lo sexual lo manejo, eso no es misterio. Sé reconocer cuando siento atracción sexual por alguien pero no hay trasfondo, substancia, más allá de eso. Pero lo que le sigue, si se desarrolla en el tiempo, es lo que pone a prueba mi compromiso en la relación que tengo. Uno empieza a preguntarse si lo nuevo no será mejor que lo "viejo". Influye el misterio, lo desconocido. Inevitablemente, la cabeza teje y construye hipótesis y es injusto porque es una comparación entre realidad y fantasía. Pero además de injusto es inevitable. Lo que queda, entonces, es ver lo que uno siente. Porque por más subjetivo que sea, es lo que importa. Creo que, por más filosóficos que seamos, por más ánimos de justicia y todo eso, lo que uno quiere es ser feliz por sobre ser sabio u objetivo. Lo que uno siente es inapelable.
Ahí es donde cagué. Resulta que desde que tengo memoria no logro, más que en contadísimas ocasiones, acceder a esa habitación de la casa que es mi cabeza. Como si no tuviera la llave, no sé. En ocasiones muy contadas y excepcionales he logrado espiar por la cerradura, casi sin quererlo. Pero la generalidad de las veces me es un misterio saber qué siento, y en una situación de prueba como la que describí, no sabría qué hacer.
Por un lado, no confío en mi juicio subjetivo. Simplemente no logro decidir internamente qué quiero más. Termino apelando a métricas para ver si puedo inclinar la balanza para un lado o para el otro, pero parece soldada. Por otro lado, la depresión pone un velo sobre esos sentimientos que sé que están ahí, aunque no logre escucharlos.
En la madrugada, o cuando estoy (más) sensible, o en un estado emocional especial que no sabría describir (si supiera, lo cultivaría)... no sé, en situaciones muy especiales, donde no me siento amenazado, o si me siento particularmente en paz, logro breves momentos de visión y claridad acerca de lo que siento y quiero y necesito. Es absolutamente hermoso. Pero se me escapan, son prácticamente aleatorios, algo así como los eclipses para un mono. Es frustrante. Y como desde hace mucho me reprimo, todo el tiempo, me es difícil apagar ese chip que me implantaron cuando era chico donde todo lo que sentía era feo o malo. Sentía el dolor y la tristeza de las peleas de mis padres y el divorcio en que desencadenó el proceso y no sabía qué estaba pasando y nadie me lo explicaba, o cuando expresaba algo de lo que sentía me decían que estaba mal. Mi abuelo insistía en que los hombres no lloran, por decir algo, aunque hay ejemplos mucho más sofisticados y hasta difíciles de identificar. Como sea, eso de sentir lo que uno siente, valga la redundancia, es una habilidad que nunca cultivé, al contrario: me instruyeron para que me olvide de eso. No hacía falta, mejor no.

miércoles, 14 de febrero de 2024

San Valentín

Cuenta ChatGPT que el 14 de febrero las personas "expresan su amor y aprecio hacia sus seres queridos, especialmente parejas románticas, a través de"... gastar plata. Desde mi cínico punto de vista, gastan dinero para hacer algún gesto de lo que se supone que sienten desde el 15 de febrero del año pasado, hasta hasta el 13 de febrero de este.
¿Yo? Me vine a tomar un café con Perro, mi ser humano preferido, como hago casi todos los días. Es nuestra salida, nuestro momento juntos, ese momento que empieza... que empezó hace casi 6 años, un 15 de marzo de 2018, cuando fui a una granja 30 km al sureste de Múnich y lo conocí a él y a sus 7 hermanos. Si hubiera sabido lo que este saco de pelos iba a hacer conmigo, no me hubiera vuelto a Múnich para volver 3 semanas más tarde a buscarlo; me hubiera quedado ahí, acampando afuera, durmiendo en el piso, si hubiera hecho falta, besando la tierra y agradeciendo cada minuto a partir de entonces, como lo hago ahora. Cada día lo quiero más y mejor, cada día me enseña cómo superarme, cómo priorizar mis sentimientos, cómo uso mi tiempo y cómo tratarlo a él y a los demás. Y además aprendí que lo quiero un poquito menos que mañana. Lo sé y me regodeo en el sentimiento.
Me despierto de una noche de mierda, llena de pesadillas, transpirado, con dolor de cabeza, puteando todas las alarmas y los argentinitos que las pusieron... y lo veo a él y se me dibuja una sonrisa inevitable. Me alegro de que empiece mi día porque lo voy a vivir con él. TODAS las mañanas, y en las ocasiones en que duermo una siesta, también a la tarde. Me siento el tipo más afortunado del universo. Ya ni me interesa si me lo merezco: lo agradezco, lo aprovecho, le doy todo el cariño que puedo, y listo. Lo miro mientras duerme, e gasto lo que haga falta en darle el mejor alimento posible, dejo de andar en moto para pasar más tiempo con él, salimos a caminar juntos, juego con él, dejo lo que esté haciendo cuando me pide mimos, y 32 mil etcéteras todos-los-putos-días, no solamente el 14 de febrero.
Él es el primer y hasta ahora único motivo por el que creo que el universo no me tiene tanto asco. Sentí algo parecido con alguna novia, pero fue una trampa. Quizás la trampa esta vez sea el tiempo, pero por lo menos en esta ocasión está en el contrato.
Hace una semana fue su cumpleaños número 6. Pero la fecha más relevante para mí es el 4 de abril, porque ese día me lo llevé a casa. Lo secuestré, diríamos, y es válido. Realmente, en retrospectiva, así fue, pero él fue el último de la camada en irse de la casa. La dueña, muy inteligente, organizó para que todos, los 8 cachorros, se fueran el mismo día, para que no pasaran una noche solos.
Hoy es el día de los enamorados, dicen los que venden cosas de esas que una secretaria elige. No me consta si en el invento previeron amores platónicos; calculo que les da lo mismo con tal de vender, pero yo lo festejo con el ser que, fuera de mi familia, es la relación más larga y hermosa que he tenido. Agradezco cada segundo. Les deseo una relación de pareja que sea la décima parte de linda que esta que encontré yo con Perro. Me lo deseo a mi también.

domingo, 11 de febrero de 2024

oh, boy

Hice otro descubrimiento.
Estaba hablando con una amiga en la plaza mientras caminábamos, y una vieja de mierda insistió en hacernos saber con su cara lo imperdonable de nuestra existencia, o mejor dicho, de la existencia de nuestros perros. Por lo cual la puteé un poco. No explícitamente, pero no dejé dudas ni lugar a ambigüedades sobre lo idiotamente repugnable que era su actitud.
Como sea, esta amiga me retó porque según ella fui agresivo. En realidad lo de amiga le queda grande, es una persona que no conozco ni hace mucho ni muy profundo, pero me cae muy bien. Le cuida las 3 perras a otra chica que conozco, y en un par de meses le voy a dejar a Perro por unos días porque me voy a Buenos Aires, así que nos vemos en la plaza para que él y ella se hagan amigos. Tenemos buenas charlas, y si ella tuviera 20 o 25 años menos (debe andar en los 60) seguro me gustaría como mujer. Así como está, me gusta como persona y listo.
El tema es que me pegó su crítica. No estoy de acuerdo. De hecho, si de algo me arrepiento es de haber sido benévolo, suave con mi reacción. Vieja de mierda, tendría que haberla tirado en un tanque con ácido. Como si faltaran viejas con cara de ojete y perros alucinantes como el mío. La puta que la parió. Pero bueno, me quedé pensando en por qué me afectó tanto su opinión de mí, y me di cuenta de que no es que me preocupe tanto lo que ella piense, y además lo puedo charlar e intentar aclarar, sino que en mi cabeza se formó la siguiente cadena: si ella, que me conoce poco, piensa eso, otra, que sí me interese romántica y sexualmente, puede caer en el mismo error y formarse la misma opinión y con eso se evaporarían mis ya bastante flacas posibilidades de gustarle. Y no me sobran candidatas ni me faltan defectos, como para andar tirando las pocas que me surjan por defectos que no tengo. En retrospectiva, ahora que lo escribo se me acaba de ocurrir que lo que quiso decirme ese amigo hace unas semanas cuando me criticó de baboso, es otro ejemplo de esto, si bien eso fue distinto porque él sí me conoce, o debería conocerme, y lo que me dijo me afecta porque me desilusiona. Pero el miedo a que una mujer que pueda gustarme también llegue a esa conclusión, existe. Mmmm...
En fin, otra ramificación de mi falta de autoestima. Y van 782 millones, novecient..