Sé perfectamente que ya empecé una entrada diciendo que estaba desganado, pero acá vamos de nuevo. Razones múltiples, todas lamentables. El mayor lujo material que tengo es el poder apagar todo a mi alrededor relacionado con el trabajo y vivir de mis ahorros mientras mi mente busca la salida de esta situación. Tampoco es que sea muy complicado en este momento eso de apagar, porque históricamente mayo y junio son una tumba en lo que respecta a mi trabajo.
El hecho es que me falta inspiración para mover el culo y encarar cosas. Algo tan tonto como lijar y pintar los zócalos de una parte de casa para ir mejorando de a poco la estética, se me presenta como un proyecto titánico e inabarcable. Sé que no lo es, que voy a disfrutar hacerlo y que incluso voy a sentirme muy satisfecho al terminar. Simplemente me pregunto "¿para qué?". Me sobra el tiempo, no es algo complicado ni cansador, nada más no tengo la motivación. No para eso, ni para nada.
Mantengo una estricta disciplina en lo que concierne a alimentación e higiene, porque sé que esas pequeñas ceremonias diarias nos dan una estructura que nos sostienen, por lo menos en parte. También mantengo horarios de descanso, sin quedarme despierto hasta tarde ni levantándome a cualquier hora. Pero la esencia del asunto subyace y persiste.
Como siempre que escribo acá, estoy en un café y miro por la ventana y me surge otra fuente de razones para sentirme así: los argentinos. Mirar a la calle es ver una manga de imbéciles (el adjetivo que fue escalando en la clasificación de los argentinos hasta llegar a ser el #1, el que más fielmente los califica) intentando matar y matarse, o por lo menos cagar y cagarse en el prójimo. Sistemáticamente. Eso te saca las ganas de aportar tu granito de arena a la sociedad, porque esta no es una sociedad, es una disociación de imbéciles. Ni siquiera puedo decir algo duro como que están compitiendo a ver quién es más imbécil, porque eso implicaría que reconocen la existencia del prójimo, y no me consta, no en el sentido civilizado de la palabra. Sí, salen a donar una frazada que les sobra cuando hay inundaciones en algún lado, salen a festejar colgándose de un poste de alumbrado cuando Argentina sale campeona de fútbol, pero lo que verdaderamente implica hacer el trabajo chiquito y constante de ser ciudadano... ese no, ni siquiera sabrían de lo que estoy hablando.
Esta tarde caminaba por la plaza y vi un corazón dibujado en el piso, medio lavado por la lluvia de anoche, con el nombre de dos tortolitos y la flecha de algún cupido ya atropellado. Pensaba en cómo, cuando yo era chico, escribíamos el nombre de nuestro flechazo del momento abajo del nuestro en el cuaderno de historia o geografía mientras el pobre profesor intentaba encausar nuestras neuronas. Parejas antes que nosotros lo habrán escrito en la piedra del adoquinado frente a su casa, y hoy en día será en el celular, en alguna publicación de una red social. La tinta habrá cambiado, pero el sentimiento no. Ahora que logré identificar qué es lo que busco, me imagino, no sin exceso de inocencia, que todos, consciente o inconscientemente, buscamos lo mismo. Algunos con algo más de miedos, otros más kamikaze, más obstinados, más descuidados. Algunos tienen más suerte y encuentran algo que se parezca más a lo ideal, o lo encuentran más pronto. Otros se resignan a que lo que encuentran es lo más a lo que pueden aspirar y lo toman, otros se resignan a que no lo van a encontrar y adoptan una actitud cínica, de vale todo, y bajan su moral para aunque sea tener esa parte del estar con otro ser humano. Otros ni lo buscan, ni saben que existe, o lo rechazan porque nunca lo vivieron en casa y les asusta lo desconocido.
Mencioné más de una vez lo mucho que extraño la relación que tuve con una exnovia, la complicidad, el humor y la ironía que compartíamos, y el hecho de que ese prefijo de dos letras se debe al hecho de que era fría, y eso fue decisivo para mí. Ayer tuve, en menos de un minuto, un dos claros ejemplos de lo que me faltó con ella y que, cuando me cayó la ficha (gracias a esa dentista polaca) no tuve otra alternativa que terminar la relación, y que todavía hoy me entristece tener que haberlo hecho, aunque sin sombra de arrepentimiento; en las mismas condiciones lo haría de nuevo. Volviendo al presente, había una pareja en otra mesa del café donde estábamos y había estado observándolos un rato, sobre todo a ella, por cómo miraba a su novio y sonreía cuando él hablaba. En un punto ambos se pararon, ella para ir al baño y él para pagar, y cuando ella pasó por atrás de él le dio una palmada en la cola. Un momento más tarde (aparentemente sólo fue a enjuagarse los dedos o algo así) volvió del baño y él ya estaba sentado. Ella, todavía parada, le tomó la cabeza con las manos, la puso contra su pecho y apoyó la suya encima. Los dos se quedaron quietos, suspendidos en el momento, saboreándolo. Yo también. Me alegré tanto de ver algo así, y pensé una vez más en lo bien que hice en separarme de aquella chica, con todo lo bueno que tenía. Es que sin eso no puedo, directamente no puedo. Y no quiero.