Hace días que quiero escribir sobre esto pero es difícil llegar al estado mental que necesito. Seguro lo he mencionado y seguro si alguien en este universo me lee, lo habrá deducido: no encajo. O estoy mal yo o está mal este planeta, pero en los dos rincones donde pasé un tiempo significativo algo me calló soberanamente mal y se siente como lo que en Fórmula 1 le decían show stopper.
Hay cosas que realmente podría pasar por alto. No sé... que si los argentinos son impuntuales. Me puedo relajar con eso, acostumbrarme (después de todo, crecí acá y debería pasar inadvertido). Por supuesto que podría armar un buen argumento de por qué eso es malo y no debería, ni yo ni nadie, aceptar ese comportamiento, que es mucho más que una falta de respeto, etc. Muchos más ejemplos de cosas que podría, haciendo mucha fuerza, tratar de ser menos sensible, no se me ocurren. En cambio, me vienen a la mente muchos más de los otros, los que invaden nuestra existencia y de a poquito nos la cagan. Ejemplo: los escapes de las motos, las alarmas, los insultos. Es raro que pase una noche en silencio. No me refiero a que todo tiene que cesar a las 8 de la noche: digo a medianoche, cuando ya el 99% de la gente intenta y necesita descansar. No es opcional, al día siguiente tenemos que poder ir a trabajar sin estar como un muerto viviente, o tenemos que arrancar temprano con un viaje, o cuidar de alguien o atender un asunto. O, el averno lo permita, queremos leer un libro, tener una conversación sin andar a los gritos, o ver una película, aunque todas estas cosas son secundarias comparadas con un sueño reparador. Eso, en mi cuadra, y estimo que en cada metro cuadrado urbanizado del país, es un lujo inalcanzable. Es horrible la situación. Y tener el atrevimiento de protestar al respecto a quienes contribuyen con el ruido lo único que genera es quejas, insultos, amenazas y hasta violencia.
Hace unos días un imbécil estacionó su auto frente a la cochera de una casa a pocos metros de donde vivo. Estaba perfectamente ubicado desde el cordón de la vereda hasta el frente municipal donde se ubicaba la reja de entrada a su propiedad, y pasó ahí toda la noche. Como peatón, no había posibilidad de pasar, había que bajar a la calle y arriesgarse a ser pisado por los autos que pasaban. Cuando pasé, se me ocurrió caminar por el capot (lo que en Argentina le llamamos a lo que tapa el alojamiento del motor; creo que en México y otros países le dicen "cofre"), o pincharle (o como mínimo desinflarle) las cuatro ruedas, o cosas así. Si hubiera tenido un equipo completo de rugby, los 15 jugadores, les hubiera pedido que lo dieran vuelta. En retrospectiva, analizándolo fríamente, hubiera sido justo, proporcional y necesario, rozando con el deber cívico. El que dejó el auto ahí se cagó soberanamente en todos los que tuvieron que bajar a la calle durante las 12 horas que estuvo, y como por lo menos en mi ciudad no hay ni policía ni departamento de tránsito, uno no puede ir por los canales formales que en otros lados sí están a disposición de los ciudadanos. No voy a decir nada sobre lo que hice o dejé de hacer, pero digamos que no pasé de largo. El gran problema en Argentina es que es sabido que uno puede hacer casi cualquier cosa sin sufrir ninguna consecuencia, y eso es exactamente lo que hay que cambiar.
Comentando esto con una amiga lo primero que le salió fue decirme que cómo iba a hacer eso, que a ver si alguien en la casa me ve y sale, y otras opciones más apocalípticas. Esta es la respuesta estándar que obtengo cuando señalo actitudes como las del que dejó ese auto, y el cómo creo que habría que actuar para contribuir a desanimar esas actitudes. El argentino, sin embargo, a sus muchas virtudes suma el que es muy de lavarse las manos, de no meterse. Todos tienen la solución pero pocos están dispuestos a asumir los costos, y no me refiero a los riesgos, sino a los costos. Jugársela, enfrentar a los que se cagan en el prójimo y hacerles la vida miserable. Muchas veces me han felicitado por levantar la caca de mi perro, pero ¿de qué sirve? Los dos estamos de acuerdo en lo que hay que hacer y lo hago, no veo el fruto posible de la felicitación. En cambio, lo que hay que hacer es tirarle la caca por la cabeza a los que la dejan. Eso sí cambiaría algo. Lo he hecho (y he tenido que salir corriendo), y lo seguiré haciendo. ¿O qué? ¿No saben lo que tienen que hacer? Lo saben, y se cagan en el prójimo. Contra ese hay que ir, no a favor de alguien que ya está de nuestro lado.
Estas cosas se aprenden cuando uno quiere criar un perro para que sea un buen miembro de la sociedad. Es el abc de la educación: premiar comportamientos que uno quiere ver repetidos, castigar los que uno no quiere ver repetidos. Si el comportamiento que uno quiere ver repetido ya está incorporado, no hace falta premiarlo más, ya se lo educó. Mejor concentrar los recursos en desanimar los que uno no quiere que el perro siga haciendo. Es tentador asumir que los humanos somos iguales, pero no es así: los humanos somos una mierda comparados con los perros.
Todo esto me lleva a un punto que es en realidad el motivo de sentarme hoy a escribir: la diferencia entre mi forma de pensar no está en las cosas que yo creo que están bien o mal, sino en lo que estoy dispuesto a hacer al respecto. Mis reacciones no son el problema, las reacciones de los demás lo son. Las que no tienen, su inacción. Su falta de determinación a lidiar con las cosas, poner manos a la obra, ensuciarse, y al final del día mejorar un poquito el mundo. No. Prefieren resignar sus derechos fundamentales, que justamente ayer escuchaba que, por lo menos según un filósofo del siglo XVII llamado John Locke, son tres: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Yo sabía que tantas horas en Instagram algún día darían frutos.
Esta diferencia entre mi predisposición a asumir conflictos con tal de mejorar las cosas, y la actitud de los demás de no complicarse la vida (cada una de estas dos opciones con su respectivo precio), es fundamental y es lo que genera que la gente me eche miradas raras, como si yo fuera el problema. El precio de la opción que yo elegí es que tengo más conflictos, pero lo vale y los resultados están a la vista en países donde hacen ese mismo esfuerzo. El precio que pagamos en Argentina por este superávit de inoperantes y cómodos también está a la vista, pero no lo ven. O peor: no quieren verlo. Ya hace 30 años un amigo me dijo que si Argentina tuviera más tipos como yo, esto estaría infinitamente mejor. Ahora lo veo. Soy un poco lelo para absorber cumplidos.
Todo esto también es la base de por qué no consigo novia, junto con otro par de cosas. Pero eso lo dejo para otro día.
miércoles, 15 de enero de 2025
un poco lelo
viernes, 10 de enero de 2025
¿prioridad de paso o no?
A veces uso ChatGPT para buscar el origen, la etimología o la definición de alguna palabra y sus diferentes acepciones (como las de cinismo o ignorar) o para clarificar cuestiones filosóficas, o simplemente para cotejar ideas, aunque más no sea con una máquina sin ideas propias pero muy educada y con mucha más información de la que uno pueda llegar a absorber en su vida. Por ejemplo, siempre me chocó la famosa frase "respetame porque yo te respeto". Ya despotriqué (cómo no) antes sobre esto así que no me voy a extender ahora sobre el asunto, pero el corolario es que mi incomodidad con esa proposición de comerciar respeto estaba bien fundada. ChatGPT no es la última palabra, tiende a confundir fechas y cosas así, pero la (¿lo?) encuentro muy útil para conversar con una especie de espejo con una biblioteca vasta a su disposición y herramientas de análisis. Google sería el remedio a la ignorancia porque es una biblioteca monstruosa; ChatGPT es mucho más, pero no sólo en la forma en que uno puede formular lo que busca, con lenguaje coloquial y hasta con errores gramaticales, sino que, a diferencia de Google, que se limita a mostrarnos lo que encontró y uno tiene que analizarlo, ChatGPT analiza los resultados y saca conclusiones. Así, ChatGPT permite conversar interactivamente sobre las cosas e ir profundizando; no solamente regurgita lo que sabe, lo que "le dijeron", lo que "escuchó por ahí".
En fin, todo esto para lo del respeto. Al haberme educado un poco sobre el tema, ahora estoy más convencido que nunca de que los argentinos son unos imbéciles absolutos que no reconocerían el respeto aunque les pisara un testículo o una teta.
Hace unos días fui al Bosque Peralta Ramos, acá en Mar del Plata. Mi ruta es tomar la avenida Mario Bravo en dirección sureste, y al llegar a Las Margaritas doblar a la derecha para entrar en el Bosque. Las Margaritas es una calle de doble mano. En lugar de "calle", quizás "cinta asfáltica" sería una mejor descripción, porque no hay vereda ni línea demarcatoria ni un pomo. Pero ahí está, uno va y viene. Y como estamos en Argentina, uno va o viene por su derecha. O por lo menos eso dice la Ley.
Iba, entonces, por esa Mario Bravo y cuando voy a doblar en Las Margaritas, veo un camión descompuesto y detenido en una posición como que salía de Las Margaritas para incorporarse en Mario Bravo. Los autos detrás del camión, en lugar de esperar a que pasaran los que veníamos entrando al Bosque, se tiraban en contramano a salir, obligando a los que veníamos legalmente por la mano que nos correspondía, a dar marcha atrás. Un espectáculo tan paupérrimo y detestable que hoy, una semana después, se ha cementado en mi cabeza como el símbolo de todo lo que está mal con este pobre país indigestado de imbéciles. Como decía mi padrino de tesis en la carrera de grado: somos un hato de tontos voluntariosos, lo último que se necesita para progresar. En aquel momento entendí lo que dijo pero no fui consciente del espectro de cosas a las que se aplica ese principio. En mi cabeza, en mi corazón... en mi pasaporte, hace una semana algo terminó, nada empezó.
Bajo esta nueva luz empecé a ver cosas a las que hasta ahora estaba negado, como cuando uno empieza a entender el significado del llanto de un bebé o del repentino silencio en la selva. Algo pasa, algo que no consideramos, que nadie nos aclaró, y que de pronto aparece deletreado con toda claridad a cualquiera de nuestros sentidos. Ya no puedo desverlo, como dicen en inglés (unsee). Servimos para poco, y lo que lo hace imperdonable: por decisión propia. Preferimos esto a encarar el pequeño sacrificio de adoptar ciertas normas absolutamente gratuitas y sencillas que no traen más que ventajas. Las vemos por la tele, las conversamos cuando volvemos de vacaciones del extranjero y nos llamaron la atención como rarezas, las recordamos de nuestros abuelos (en el imaginario colectivo, porque en lo personal dudo que jamás las hayamos tenido, salvo en casos muy puntuales y nada representativos). Pero de adoptarlas no se hace cargo nadie. Demasiado trabajo. Patético.
Esta epifanía le metió un tiro en la nuca a cualquier esperanza de que esto vaya a mejorar, Milei o Cristina, Perón, Menem o Yrigoyen. O Merkel, para el caso. Esto simplemente no va a ningún lado más que al inodoro, y ni siquiera ahí va a llegar, porque hasta para eso nos joden las riquezas naturales. Una crisis tipo 1ra Guerra Mundial, algo bien darwiniano y sin miramientos, es lo mínimo que hace falta para eliminar el lastre que hemos venido sembrando, cultivando y regando con tanto énfasis como ceguera. Tengo cero ilusión de poder salir un día de mi casa y cruzar la única bocacalle que me separa de la cochera de mi moto, sin mirar si vienen autos ni sufrir ese salto de adrenalina de tener que defender mi derecho a cruzar de forma segura y conforme a la Ley 24.449, art. 41 inciso e, con la modificación de que detenerse sea extendido a la "intención" de un peatón de cruzar, cosa que Leyes como la alemana o la sueca sí hacen. La Ley argentina, así como está, a pesar de que en principio debería funcionar como las otras, en la realidad fomenta el ignorar la prioridad del peatón y lo deja librado al criterio y la buena voluntad de los conductores. Una soberana idiotez, tanto en la teoría como en la práctica.
domingo, 29 de diciembre de 2024
fu
Lo último que escribí empezaba contando el prospecto de apareamiento de Perro, y que la dueña de la hembra me viene "bicicleteando". También que tenía que ver si iba o no a quedarme con el cachorro que me toca. A ver...
La señora esta es la típica argentina que no ve ninguna relación entre lo que dice y lo que hace. Voy a recorrer el asunto en orden cronológico inverso.
El cruce debería ser en 3 días, el próximo 1ro de enero, según lo que me explicó de que una vez empezado el celo hay que esperar 10 días, cuando es el momento óptimo. Esto lo hablamos hace una semana, cuando la hembra mostró el primer signo. Un par de días después yo ya había investigado el tema de cuántos cachorros me tocan (uno) y me surgieron muchas preguntas, como por ejemplo qué pasa si la camada es de un solo cachorro, o si puedo elegir macho o hembra, pelaje, etc., o me tengo que conformar con lo que ella diga, etc. La letra chica, que le dicen. Las 9 páginas y media de un contrato de 10 páginas, más plantearle el tema de qué opina ella, que tiene dos perras, de cómo cambió la relación con su perra original al agregar la segunda.
Así que el martes le mandé un mensaje comentándole que necesitábamos hablar para aclarar las cuestiones del arreglo, más mis preguntas menos contractuales pero más importantes para mí en lo personal. Me dijo que andaba ocupada con trabajo, así que le dije que podíamos hablar el jueves o el sábado. Hoy es domingo, y no tengo noticias.
Quizás deba mencionar que esta señora se dedica a las transacciones inmobiliarias, es decir, se dedica a tratar con gente, organizar citas para ver propiedades, turnos con escribanos, encuentros entre comprador y vendedor, redactar, hacer llegar y firmar, y aclarar detalles de contratos, y cosas así. Y no puedo lograr que motu proprio mueva el culo y me conteste 3 preguntas boludas que nos sobran 10 minutos para hacerlo. No le estoy pidiendo que venga a mi casa. ¿Le comprarías un departamento? No me mandó un mensaje, no me llamó, no nada.
Para el tercer celo me había dicho que me llamaba, nunca lo hizo, por supuesto. Cuando le pregunté por qué, contestó que con el trabajo se le iba a complicar cuidar de los cachorros. Pero yo no le pregunté por qué no quería cruzarlos: le pregunté por qué no me avisó. No quise antagonizarla así que no insistí en sacar los crayones de colores y hacerle un diagrama para aclararle el tema.
Cuando tuvo el primer celo, me dijo que quería esperar al segundo porque la perra era muy joven. Totalmente entendible, y creo que yo mismo le hubiera sugerido eso. Pero me prometió que para el segundo celo me avisaba y los cruzábamos. Todavía estoy esperando. Unos meses después le pregunté sobre el tema y me dijo que todavía quería seguir esperando. Pero de avisarme, nada. Es tu perra, tenés derecho a manejar el asunto como se te ocurra. Pero no a boludearme diciendo una cosa y haciendo otra.
El segundo tema, más importante, es el de si introduzco un tercero en casa y el efecto en mi relación con Perro. Todos me dicen que sí, que Perro va a estar más feliz, aunque al principio seguramente le moleste el cachorro y todo eso. Me río de sólo pensarlo. Me imagino la cara de mufa y los suspiros de Perro refunfuñando mientras el cachorro le muerde la cola, ni enterado. Pero Perro es Perro, es yo, es un pedazo y una extensión de mi alma. Hace mucho que dejó de ser un perro y pasó a ser Perro.
Veo gente con más de un perro y no veo (quizás obviamente con los lentes de mi propia forma de pensar) una relación tan fuerte entre el dueño y cada uno de los perros. No quiero pasar por el par de años que hacen falta para ir con el perrito por la calle siguiéndome como lo hace Perro, sin desviarse, sin irse atrás de otro perro, sin darle bola a los pesados que le chistan, sin cruzar solo, sin comer mierda de otros perros o algún pedazo de comida que haya tirado algún imbécil. Son muchas variables que con Perro las tenemos resueltas, apenas hace falta mirarnos o alguna señal del cuerpo que sólo nosotros detectamos. Es hermoso, es nuestro búnker emocional, y no tengo problema en llegar a este punto con otro perro, pero no ahora, mientras Perro esté a mi lado. Y Perro va a vivir 50 años más, mínimo.
El tema de la plata que hace falta para mantener un segundo perro fue fácil de resolver y, si bien no es determinante, inclina un poco la balanza. Lo bonito que sea un cachorro y las ganas de estrujar uno sí que son motivos bien, bien estúpidos para andar incorporando algo tan importante como un perro. Y aunque tuviera ganas, Perro cubre todas esas cuestiones con creces.
En conclusión, aunque todavía no lo decidí rotundamente, me inclino por el no. Los 2000 dólares que me tocarían en lugar del cachorro no son algo para despreciar pero tampoco son algo que me vayan a cambiar la vida. Viendo el forreo que siento de parte de esta idiota, cada minuto que pasa tengo menos ganas de contestar el teléfono cuando llame desesperada que lleve a Perro para que hagan la cochinada. Y para ser honesto, la triste realidad es que un big e infantil FUCK YOU es lo que me sale.
A veces me pregunto si soy yo jodido o realmente me paso de paciente con las imbecilidades que hacen los que me rodean. Mis amigos, y mi madre en su momento, insisten con que el problema estriba en que me esfuerzo por respetar a los demás, pero es ridículo esperar lo mismo de ellos. Claro que los que me dicen eso están en Argentina, que piensan que es un esfuerzo, porque los que ven mi comportamiento como lo más normal del mundo viven en países desarrollados, donde el prójimo es más que una figura de un cuento de Blancanieves o algo así. El prójimo es el otro, es cada paso que damos, cada decisión que uno toma, cada interacción con el mundo. Los límites no los ponen los demás, se los pone cada uno a sí mismo. A mí me lo enseñaron como que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás. Se me hacía difícil la semántica de la oración, pero el significado me lo explicaron clarito: no jodas a los demás. Y no es por reciprocidad, es porque no se hace. Punto. Me cago en la reciprocidad. Como si el respeto fuera moneda de cambio. No, el respeto es intrínseco a la condición humana, y los argentinos eso no lo entienden. Ni tampoco les interesa.
En Alemania buscaba entablar conexiones humanas. En Argentina busco respeto. Con toda la tristeza del alma no me queda otra que considerar que soy un ridículo.
martes, 24 de diciembre de 2024
2 o 3
La pregunta que me da vueltas en la cabeza estos días y calculo que por los próximos 4 meses es: seguimos 2 o somos 3.
Perro tiene una "novia" que entró en celo hace un par de días. La dueña nos interceptó en la calle hace dos años, cuando la perra apenas tenía 9 o 10 meses y todavía no había tenido ni el primer celo. Desde entonces me viene bicicleteando con hacerlos tener cría. Ahora va por el 4to y esta vez sí, parece, se alinearon los planetas. Los primeros dos celos definitivamente era demasiado joven, y el tercero la encontró en un momento en que, por trabajo, no podía clavarse 2 o 3 meses en su casa para cuidar a la madre y a la camada como se merecen.
Es costumbre que el dueño del macho, moi, en este caso, se quede con un cachorro. Aparentemente, incluso, puede elegir al cachorro, puede ser macho o hembra, el color que más le guste... lo que sea, siempre y cuando la camada sea suficientemente grande, digamos 3 cachorros o más. Todas estas cosas se hablan de antemano e incluso puede llegarse a redactar un contrato.
Digamos que todo va bien y tenemos una camada de 6 cachorros, por decir algo. ¿Me quedo con uno? El precio de un ejemplar de pastor australiano es significativo, lo sé por experiencia, pero realmente no juega ningún rol en mi decisión de si me quedo con el perro o pido el dinero de la venta. La cosa pasa por aspectos mucho más relevantes, como mis ganas de lidiar con un cachorro que los primeros meses me va a hacer sus necesidades en un departamento con mucho parqué y alfombra, por ejemplo. Otro de los temas que me desvelan, o mejor dicho, el tema que me desvela, es cómo afectaría mi relación con Tobías. La calidad de vida de Tobías, por lo que me dicen los que han tenido perros, mejoraría, porque la clase de compañía que puede darle otro perro no se la puede dar un humano. Tendría con quién estar y jugar y ser perro en los momentos en que yo estoy ocupado o incluso sin ganas (depre, cansado...). En eso siento toda la empatía: con todo lo que él me da, no es una novia, por ejemplo, así que creo que comprendo este punto. Pero lo de nuestra relación... eso es algo sagrado que no quiero tocar en lo más mínimo, y no sé qué pensar. Me gusta ser nosotros dos, ese círculo íntimo e intocable que tenemos, esa relación única. Nos entendemos, él me educa, me saca a pasear, me tiene paciencia, me enseña a ser mejor persona, me acompaña, hace de cualquier salida a comprar 2 manzanas a la verdulería de la otra cuadra una aventura. Se preocupa por mí, me perdona mis arranques, me sigue, me adora. Es mi bolsa de pelos llena de 24 kg de oxitocina. Me da propósito, me calma, me ve el alma y todavía me elige. Y no quiero tocar nada de eso.
sábado, 21 de diciembre de 2024
gifted
Acabo de terminar de ver una peli muy buena, protagonizada por alguien que no daba para sospechar que iba a ser tan profunda: Gifted. Tampoco es que sea una disección del alma humana o un intento de develar los secretos del universo; pero sí un par de rascaditas muy bien logradas a la cáscara de la dignidad humana y las consecuencias de nuestros actos.
Frank Adler (Chris Evans) 6 años antes se hizo cargo de su sobrina de menos de un año cuando su hermana se suicidó, ambas genios matemáticos, igual que la abuela, que aparece a cagarle la vida a la nena para que complete lo que ella misma dejó cuando se casó y tuvo hijos. No digo más del argumento así cada uno puede disfrutarlo.
Como siempre que varias personas miran algo, ven cosas distintas. Algunos (o más probablemente algunas) se fijen en la relación madre-hija y la extensión a madre-nieta. Otras miren a Chris Evans. Yo miré a Frank Adler, un tipo que parece casi inmune a la furia que viene de la frustración. No es que se controle, sino que la siente mucho menos, o por lo menos mucho menos de lo que yo sentiría en similar situación. Al principio pensé que era por deficiencia del actor para transmitir lo que Frank Adler estaba sintiendo, pero a medida que pasaba la película empecé a creer, en complicidad con el escritor y el director, que hay gente que simplemente aprendió mejor que yo a lidiar con esas cosas. Y con la gente estúpida. Y me gustaría aprender yo también a hacer eso. Me gustaría llegar a ese punto que describí, en que uno no es que se traga la bronca, sino que no la siente; cultiva la sabiduría o la filosofía o la actitud con la que mirar las cosas con la perspectiva adecuada, que permite valorar lo que vale la pena de lo que no. En cambio, si nos concentramos en no sentir bronca (o cualquier otro sentimiento negativo), el problema surge cuando uno se pasa de rosca y deja de sentir. Ya aprendí que no se puede ser selectivo con lo que se siente.
Los argentinos, como ya he mencionado alguna vez, no escatiman oportunidad para tener lecciones en autocontrol. Son un hato de imbéciles incivilizados que no hacen más que resaltar lo coherentes que son los alemanes en su inhumanidad, al punto que a veces me pregunto si mi concepción del tema (que asumo que está errada, la pregunta es por cuánto) no es justamente lo que me impide sentirme un poco más a gusto con la vida en sociedad. Los alemanes no sienten, los argentinos no piensan. Ambos desconocen el respeto al prójimo: los primeros respetan las reglas, no al prójimo al que esas reglas protegen, mientras los segundos las ignoran, ya sea porque no saben que existen (lo cual los hace inimputables) o porque se cagan en ellas. Mi frustración, entonces, y la bronca que le sigue, se diferencian únicamente en la escala. En el caso de la falta de educación, culpo a los políticos, y en particular a Pocho y sus secuaces. En el caso de los que se cagan en las reglas y por ende en el prójimo, es una mezcla de estupidez, ignorancia (porque no saben los beneficios que trae) y arrogancia (porque piensan que a ellos siempre les toca primero, y que saben más). A los brutos hay que educarlos, y yo no puedo hacer mucho al respecto más que votar al menos hijo de puta, mientras que a los otros hay que hacerlos alimento para acuario de pececitos de colores. Que sirvan para algo, y de paso salvemos el planeta.
domingo, 15 de diciembre de 2024
anagrama
Aunque en forma apócrifa, se le atribuye al escritor José María Pemán que, al despedirse de Argentina después de una visita, los periodistas le preguntaron su opinión de este país y dijo que "argentino" era un anagrama de "ignorante". Ya sé que es una coincidencia lingüística y no da para mucho análisis; no por lo falso que preferiría que fuera en este caso en particular, sino por el mecanismo en sí de describir una nación en función de los anagramas que puedan formarse a partir del nombre del país en cuestión.
Y sin embargo... Ignorantes, arrogantes y estúpidos son palabras que combinan bien para describir a esa parte de los argentinos que, por cantidad, por proporción, por tesón, determinan demasiado seguido la suerte de este país. Dos ejemplos de las últimas 24 hs:
- voy caminando por la vereda con Perro, y escucho un bocinazo viniendo de la cochera subterránea de un edificio, e inmediatamente sale un auto con una velocidad que no es nada, pero nada exagerado decir que era 5 veces más de cualquier cosa remotamente prudente. Esencialmente, no me mató a mí o a Perro, o a cualquiera que se encontrara pasando por ahí en ese momento, simplemente de casualidad. Al interpelar a la energúmena muy pasada de años que manejaba el Ford Fiesta, me "explicó" que tocó bocina y que yo era un idiota por estar ahí. Recordemos: estar ahí en la vereda, caminando. No voy a insultar la inteligencia de nadie explayándome sobre su conjunción de errores.
- voy caminando por una explanada en la costa, y en algún punto había una pareja con 2 labradores. Uno de ellos se acercó y sin mediar trámite atacó a Perro, por lo que intervine tirándole una patada al agresor y defender a Perro, que no cometió más pecado que pasar a 10 metros y cuando el otro se acercaba, menear la cola. Maldito Perro, tengo que educarlo mejor. ¿Reacción del dueño? Pedirme disculpas en nombre de su perro y de sí mismo por no adiestrarlo como corresponde y por no tenerlo con correa y bozal, ya que el puto labrador es agresivo, por supuesto. O no: me amenazó de muerte (y estoy resumiendo muy burdamente, porque el intercambio fue tan estúpido como inverosímil).
- voy cruzando la calle por la senda peatonal y una moto que venía lejos, en lugar de usar la distancia para frenar, me toca bocina. Cuando por fin llega a donde estoy y me golpea con un espejo, la... me cuesta llamarla "conductora"... no sé, bovina en el asiento del conductor, digamos, me explica que el peatón tiene que esperar arriba de la vereda a que pasen los vehículos. Enojada, naturalmente. Después de todo, soy un tarado que salió por ahí creyéndose el dueño de la calle.
¿Qué hacemos? Porque una solución que encuentro mencionada muy frecuentemente en los comentarios de los diarios en línea cuando publican una noticia como las de arriba, pero donde el agredido no era yo sino un loco incivilizado, o sea, un argentino promedio, es el rifle sanitario. Yo lo veo órdenes de magnitud insuficiente. Me pregunto genuinamente que se perdería del acerbo genético argentino si esos no se reprodujeran. ¿Esterilización quizás sea algo más... vendible, más políticamente correcto? Porque quisiera pensar que Karl Popper (aunque no es del todo seguro que fuera él quien lo dijo) fue demasiado pesimista cuando postuló que "la tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas".
Como sea, este tipo de cosas hacen la vida innecesariamente difícil, poniendo palos en la rueda de gente buena, o que por lo menos no jode; palos que no deberían existir, que deberían controlarse, que debería haber una policía que haga su trabajo. Pero cuando volvía de la playa esta mañana pensando en esto, había, como todos los domingos, policías cortando la calle al tránsito vehicular para que la gente pueda caminar tranquila. Entre ellos, había un policía que no cortó la calle con una valla o con un móvil policial sino con su auto particular, un Renault Megane sin chapa patente trasera (prohibido) y con los vidrios algo así como un 80% obscurecidos (prohibido). ¿Ese policía es el que tiene que hacer cumplir la Ley?
Supongo que en algún idioma el anagrama de "policía" es "inútil".
sábado, 7 de diciembre de 2024
ni rastro
No voy a enseñarle a mi hijo a caminar, ni se va a apoyar en mi cuando dude sobre cómo dar el siguiente paso. Tampoco voy a charlar con mi esposa sobre cómo educarlo.
No voy a festejar mi 32 aniversario de casados. Es simple matemática: no voy a llegar, salvo que viva bien pasada mi esperanza de vida para un argentino que se autopercibe hombre, que en este momento anda en los 76, según dicen los gnomos de Gúguel. Aunque ChatGPT me cuenta que, por mi estilo de vida y algunos otros factores, puedo esperar un extra de 6 o 7 años. Yupi. Pero ni así.
Nadie va a cuidar de mí, ni yo de alguien. Y no estoy pensando en enfermera gratis, sino en amor y cuidado mutuo, hasta el final. Como lo describió el comediante Christopher Titus: quisiera estar en el patio de casa, en la mecedora, sosteniendo su mano, con el suero y sin acordarme de quién soy pero que la amo y me ama, y los dos morir al mismo tiempo.
No voy a contarle a nadie cuando por fin termine un rompecabezas de 6000 piezas, o cuando me duela una muela.
No voy a comprarle un regalo sorpresa para su cumple. O a cocinarle algo rico. O llevarla a algún lugar lindo y especial.
Ni a mi hijo.
No voy a dejarle la última papa frita, o la última porción de pizza, o que ponga la radio que a ella le gusta, porque su felicidad es la mía.
Ni voy a comprar un perro en cuanto sepa que ella está embarazada, para que mi hijo crezca desde el vamos con uno y salga mejor ser humano que yo, y menos roto.
Me gustan mis canas, mis arrugas, mis entradas en el cuero cabelludo, donde antes había pelo. Incluso me banco la pera, uno de mis mayores complejos, y hasta la narizota que tengo y que no para de crecer. Me río de los crujidos matinales de mi cuerpo abusado. De vista, todavía me agrada mi físico, sobretodo comparado con la mayoría de mis coetáneos; aunque algunos me hacen quedar muy, muy mal, pero los aprecio como modelos a seguir. No me gusta, en particular, mi panza, que no es grotesca, pero yo la siento ahí donde antes había piel pegada a los abdominales, sin nada entre medio. Me gusta mi sabiduría, adquirida con mucho esfuerzo y, en los últimos años, en grandes dosis gracias a Perro. Me gustan mi paciencia y mi temple, y mis modales cuando quiero ejercitarlos. Pero hay algo que no me gusta, definitivamente: mi soledad. Por fin, después de más de medio siglo, estoy empezando a aceptarme y hasta a gustarme, y no tengo a quién ofrecérselo.
Estaba bajo la lluvia esperando a que abriera un café que me gusta mucho, pero pasaron 5 minutos de la hora y me enojé y me fui a otro. Típicos argentinos. Mientras caminaba a la otra sucursal se me ocurrió pensar que era el destino enviándome, porque acá, donde estoy sentado ahora, iba a conocer al amor de mi vida. Así estoy de desesperado, ando con mi cabeza imparable creando escenarios donde salgo de este estado. Pero soy demasiado incompetente, las mujeres son demasiado estúpidas, y las circunstancias juegan en contra.
Y debe haberse quedado dormida, porque ya pasaron 40 minutos y ni rastro.
jueves, 28 de noviembre de 2024
cinismo
El significado del cinismo desde la Edad Media es muy diferente del original. Hoy en día tiene una connotación muy negativa porque se usa para señalar la desvergüenza y la falsedad al mentir o defender acciones o doctrinas que son reprobables, o una conducta descarada para hacer cosas indebidas o mentir, generalmente fingiendo desconocimiento o ignorancia. Resumiendo: cinismo malo, malo.
Pero su sentido original era el filosófico como fue concebido en el siglo IV a.C. por Antístenes y Diógenes, y tenía valores muy loables. Según cuentan, guiados por el amor a la naturaleza, los cínicos clásicos atesoraban y practicaban algunas virtudes como:
- parresía o franqueza en el hablar,
- adoxía, o guiarse por la razón sin dejarse influir por modas,
- la falta de linaje aristocrático, noble, etc.,
- autarquía, o la independencia,
- apatheia, o dominio de las pasiones,
- kartería, la fortaleza,
- ataraxia, fin ético que se sustenta en la serenidad.
Hasta hace quizás unas dos semanas, cuando por algún motivo que no recuerdo me crucé con estas definiciones, nunca había escuchado hablar de todo esto. En el colegio no tuve filosofía y las pocas veces que intenté leer algo del tema me resultó un gran somnífero. Así que acá estoy, como Trump, diciendo "lo que la gente no sabe" cuando en realidad es él el que no sabía algo hasta hace hace 10 minutos que lo leyó en el celular mientras iba en auto con chofer.
La cosa es que de esa lista, que me parece espectacular y me tienta a identificarme como cínico, hay dos palabras en particular que describen muy bien mis propios tendencias, dos rasgos que aprecio y cultivo en mí: la apatheia y la ataraxia. El resto, que me parecen igual de valiosas, las encuentro más obvias y comunes a otras filosofías.
En algún lugar leí que la ataraxia era el control sobre nuestras reacciones, y si bien no estoy seguro de que esa sea la definición correcta, en cualquier caso mi objetivo no es el autocontrol: eso lo veo más como un paso intermedio, un recurso transitorio en mi evolución, para minimizar daños. No, mi fin último es que no haya algo que controlar. Ejemplo banal: si voy cruzando la calle como se debe y algún conductor le manda saludos a mi mamá, el autocontrol implicaría que me enfurece pero me la aguanto y sigo caminando, sabiendo que el tipo es un imbécil y si lo interpelo quizás escale la situación y termine mal. Eso hace daño, porque uno no es de teflón, perfectamente resiliente; tragarse la bronca es insalubre. Una mucho mejor situación es que, sabiendo que el tipo es un estupidito que nunca escuchó hablar del código de tránsito, que si escuchó está convencido de que eso es para los demás, no para él, que tiene atribuciones especiales, o que piensa que las reglas están para romperlas, la idea es que no me haga mella, que no me frustre y por lo tanto me enfurezca. La frustración por la situación en Argentina es difícil de superar, pero llegados esos momentos donde cristaliza en nuestra quehacer diario, uno puede tomarlo con ataraxia y seguir su vida sin verse excesivamente afectado, sin tener que andar temblando 10 minutos por toda la adrenalina que no logra reabsorber. Es horrible, y quisiera evitármelo, y creo que el camino es ser más comprensivo con la realidad, aceptar lo que no puedo cambiar, y seguir mi camino.
En cuanto a apatheia, cuando dice "dominio de las pasiones" no creo que se refiera a cosas como reprimirse en una situación de enojo sino a ejercer autoridad sobre pasiones tipo debilidades humanas como la atracción sexual, la envidia, la competitividad y cosas así, situaciones donde incitarían reacciones de nuestra parte basadas en factores subjetivos y nuestra reacción a ellos, en lugar de estar basadas en lo mejor para la situación. Un ejemplo, perdón si es nuevamente banal, sería el de disculpar a alguien por un error simplemente porque se trata de una mujer sexualmente atractiva.
La cosa es que hasta hace muy poco yo no estaba enterado de que el cinismo era una corriente filosófica bastante rescatable y, desde mi punto de vista, hasta perseguible.
Un comentario final sobre la apatheia y la ataraxia: creo que en ambos casos es muy fácil caer en la apatía, y supongo que hasta habrá alguna justificación de que una es la raíz de la otra o algo así. Pero no creo que sean lo mismo. La apatía es la falta de interés, en cambio la apatheia (lograr no dejarse llevar por las pasiones) y la ataraxia (mantener la calma) se apoyan en parte no en la apatía, sino en la empatía, el comprender la naturaleza de las cosas y evitar caer en las trampas del pensamiento corto e instintivo que nos llevan a comportarnos como imbéciles.
Creo.
viernes, 22 de noviembre de 2024
contrastes
Una conocida, de apenas 32 años de edad, fue diagnosticada hace un año con un cáncer muy agresivo en los pulmones, que traducido implicaba trasplante o entierro, como siempre precedido por la mierda de la quimio y todas esas cosas que nunca parecen funcionar. Hace cosa de un mes me enteré de que "apareció" (¿cómo llamarlo, si no?) un donante y recibió los pulmones. Después de apenas una semana, estaba respirando por sí misma. Yo, como ingeniero, y al tanto de lo difícil que es sacar el motor de un vehículo y ponerlo en otro (un puto motor, mucho más simple que cualquier órgano humano o de cualquier organismo), no puedo más que quedarme sin aliento de intentar siquiera pensar en el milagro que significa un trasplante de pulmones. Y creo con toda el alma que es lo mejor a lo que los familiares del donante pueden aspirar una vez resignados a la pérdida de su ser querido: saber que esa muerte significa vida para otros, que gracias a ese dolor otros tienen una nueva oportunidad.
Mientras tanto, ayer me enteré de que un amigo, que además un par de veces le dí trabajo pintando unas paredes de mi casa, se cayó de cabeza de una escalera y falleció en el acto. Una persona joven, 40 y pocos. Todavía no lo digerí. Ni siquiera lo mastiqué, para ser honesto. Esta es una de esas típicas situaciones donde no siento nada. Nada de nada. Si la persona que me lo contó me hubiera contado que se compró un velador nuevo en lugar de esa noticia, me hubiera provocado más reacción. Además de preocuparme, el no sentir nada me hace sentir peor que la muerte de mi amigo. No entiendo.
Esta mañana escuché la noticia de que las obras de reconstrucción de la catedral de Notre Dame en París, después del incendio en abril de 2019, están casi finalizadas y el 7 de diciembre se reinaugura. Mientras tanto, ahí está Putin puliéndoles la punta a sus RS-26 Rubezh, con lo que si no vuela a la mierda la catedral, la Ile de la Cité y todo París, quizás no quede nadie para ir a visitarla.
Creo que esta ya la conté en otro contexto, pero viene al caso para otro enfoque. Cuando me fui a Gotemburgo becado para hacer la maestría, salí por primera vez de Argentina y conocí un montonazo de gente de otros rincones del planeta. Había uno que no me acuerdo el nombre, pero sí que tenía una pinta que rajaba la tierra. Mina que lo veía, mina que se meaba encima. Tremendo. En una salida entre varios nos pusimos a hablar, cómo no, de mujeres, de las suecas en particular y lo lindas que eran. Cada uno daba su opinión en función de sus experiencias en su propio país y las correspondientes comparaciones. Él no hablaba, hasta que alguien le preguntó qué opinaba y cómo se comparaban las francesas con las suecas, a lo que él respondió que, cuando conocía a una mujer, tenía una sola cuestión que responder: escupís o tragás. Ahora bien, yo no sé cuántos hombres piensan así, quisiera pensar que no tantos, pero por ahí me equivoco. Debo aclarar que este franchute fue el único tipo que escuché jamás decir esto en forma así de frontal y sin ambigüedades. Creo que es comprensible que en ciertos contextos uno se pregunte esas cosas, pero no creo que sea ni relevante ni normal que sea la primera pregunta que a uno se le cruce al conocer a una mujer, mucho menos la única. En el otro extremo estamos los (estoy llegando a la conclusión) imbéciles que, cuando conocemos a una mujer, nos preocupamos por qué sueños tiene, qué anhelos, qué ilusiones, y qué está haciendo para materializarlos. Y en lo posible, si vale la pena, que venga en un paquete suculento, pero esto último supeditado a lo primero. Hay intelectos que pueden compensar la falta de tetas, pero no hay tetas que puedan compensar la falta de intelecto. No sé, por ahí soy un ridículo desubicado.
miércoles, 20 de noviembre de 2024
cosas culturosas
En la película El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, Aragorn le pregunta a Éowyn a qué teme, y ella responde: "A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aun el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre."
Hace ya un par de semanas que leí este pasaje y quisiera rescatarlo ahora para esbozar una metáfora sobre mi situación, cómo no.
En Argentina, en 16 de los últimos 20 años (como mínimo), se ha cultivado una masa de votantes cautivos que nada tiene que ver con construir ciudadanos. Se los soborna con cuentas de colores y se los arría con palabras tan grandes como huecas en el mejor de los casos, porque al desgastarse esa estrategia pasaron a erosionarles la poca dignidad que les quedaba metiéndoles desde el vamos un montón de estupideces que sus opositores, los que preferimos usar el cerebro, diplomáticamente bautizamos como ideología. En realidad, es mierda, pura y simple. Estos degenerados, además, para asegurarse su supervivencia en el poder, también los premian por reproducirse.
Siempre, en toda sociedad y durante toda la historia humana o de cualquier criatura que viva en manada, hay individuos que quedan al margen de las ventajas que una manada organizada puede ofrecer. Los parias, los que duermen abajo de un puente, los que se drogan, los que odian a todos por falta de oportunidades, reales o imaginarias. Excepto que la sociedad, en nuestro humano caso, hasta hace un par de décadas tenía la resiliencia y los medios para absorber tanto el ocuparse de este grupo de gente como para resistir la pérdida de recursos humanos que esto significaba. El problema es que, gracias a los degenerados populistas, la parte de la población sin la aptitud
para ejercer un derecho garantizado por la Constitución, como es votar,
ha alcanzado la masa crítica. Me refiero al hecho de que entra más agua al bote de la que podemos sacar. Hay más personas en la marginalidad que contribuyentes formados cívicamente. Casi nadie podría nombrar los tres poderes del Estado, la importancia de su independencia, o cómo se elige a sus miembros. La meritocracia es, según ellos, un pecado, una forma más (de muchas) de dominación para mantenerlos subyugados y suplicantes de migajas, a las que se les da acceso a discreción. Vaya ironía.
Donde me cayó la ficha estos días es en el hecho de que no importa lo que yo haga, quedarme es puro masoquismo. Sí, tiene ventajas, como el hecho de estar en casa, el poco esfuerzo que significa hablar con los demás por el hecho de compartir mi idioma, las comidas, y vaya uno a saber qué más porque cada vez que se me ocurre algo, la pausa hasta que se me ocurre el siguiente ítem en la lista es más larga. La criptonita disruptiva de todo esto es ese sueño que tengo de tener una novia argentina, que le diga pitufos a los pitufos, que pronuncie la ll y la y como yo y que sepa lo que es una milanesa. Pero eso implicaría que las probabilidades de que sepa la diferencia entre una mujer y un hombre, o que entienda que los derechos y las obligaciones son las dos caras de una misma moneda, con la miríada de consecuencias que eso conlleva, raya el delirio de mi parte. Pero ya he escrito sobre esto demasiadas veces. Y para la mierda que me sirvió.
Así que, como Éowyn, el prospecto es quedarme acá explotando mi emprendimiento, ganando algo más que lo suficiente para mantener mi nivel de vida, que no es mal ni por asomo, y más teniendo en cuenta el contexto, pero marchitándome como humano. Ese nivel de la pirámide de Maslow donde uno ya tienen asegurado techo, comida y un mínimo de comodidad y empieza a pensar en cosas culturosas, viajes edificantes y proyectos a largo plazo... no sé, no lo veo. Quisiera cultivar un poco el físico, mejorar mi italiano y cementar mi francés, o seguir aprendiendo a tocar el piano, pero... para qué. Qué me agrega eso en este contexto, es un misterio. Se me fueron las ganas. Tengo los medios para hacer todo eso y más y no puedo justificar la inversión de tiempo y plata para algo que no tiene ninguna resonancia en la sociedad donde vivo. Un descuento en el supermercado es la noticia de la semana, y que la policía haya desbaratado una banda de pedofilia con 70 menores rescatados (algunos de menos de 5 años de edad), o el Putin de turno amenazando con tirar bombas nucleares en Europa, apenas si levantó una ceja.