miércoles, 20 de noviembre de 2024

cosas culturosas

En la película El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, Aragorn le pregunta a Éowyn a qué teme, y ella responde: "A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aun el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre."

Hace ya un par de semanas que leí este pasaje y quisiera rescatarlo ahora para esbozar una metáfora sobre mi situación, cómo no.
En Argentina, en 16 de los últimos 20 años (como mínimo), se ha cultivado una masa de votantes cautivos que nada tienen que ver con construir ciudadanos. Se los soborna con cuentas de colores y se los arría con palabras tan grandes como huecas en el mejor de los casos, porque al desgastarse esa estrategia pasaron a erosionarles la poca dignidad que les quedaba metiéndoles desde el vamos un montón de estupideces que sus opositores, los que preferimos usar el cerebro, diplomáticamente bautizamos como ideología. En realidad, es mierda, pura y simple. Estos degenerados, además, para asegurarse su supervivencia en el poder, también los premian por reproducirse.
El resultado es que hoy tenemos una parte de la población que ha alcanzado la masa crítica, con la cual dominan el teatro de operaciones. Siempre, en toda sociedad y durante toda la historia humana o de cualquier criatura que viva en manada, hubo gente que quedaba al margen de las ventajas que una manada organizada podía ofrecer. Los parias, los que duermen abajo de un puente, los que se drogan, los que odian a todos por falta de oportunidades, reales o imaginarias. Excepto que la sociedad, en nuestro humano caso, tenía la resiliencia y los medios para absorber tanto el ocuparse de este grupo de gente como para resistir la pérdida de recursos humanos que esto significaba.
Cuando digo que alcanzaron una masa crítica, me refiero al hecho de que entra más agua al bote de la que podemos sacar. Hay más personas en la marginalidad que contribuyentes formados cívicamente. Casi nadie podría nombrar los tres poderes del Estado, la importancia de su independencia, o cómo se elige a sus miembros. La meritocracia es, según ellos, un pecado, una forma más (de muchas) de dominación para mantenerlos subyugados y suplicantes de migajas, a las que se les da acceso a discreción. Vaya ironía.
Donde me cayó la ficha estos días es en el hecho de que no importa lo que yo haga, quedarme es puro masoquismo. Sí, tiene ventajas, como el hecho de estar en casa, el poco esfuerzo que significa hablar con los demás por el hecho de compartir mi idioma, las comidas, y vaya uno a saber qué más porque cada vez que se me ocurre algo, la pausa hasta que se me ocurre el siguiente ítem en la lista es más larga. La criptonita disruptiva de todo esto es ese sueño que tengo de tener una novia argentina, que le diga pitufos a los pitufos, que pronuncie la ll y la y como yo y que sepa lo que es una milanesa. Pero eso implicaría que las probabilidades de que sepa la diferencia entre una mujer y un hombre, o que entienda que los derechos y las obligaciones son las dos caras de una misma moneda, con la miríada de consecuencias que eso conlleva, raya el delirio de mi parte. Pero ya he escrito sobre esto demasiadas veces. Y para la mierda que me sirvió.
Así que, como Éowyn, el prospecto es quedarme acá explotando mi emprendimiento, ganando algo más que lo suficiente para mantener mi nivel de vida, que no es mal ni por asomo, y más teniendo en cuenta el contexto, pero marchitándome como humano. Ese nivel de la pirámide de Maslow donde uno ya tienen asegurado techo, comida y un mínimo de comodidad y empieza a pensar en cosas culturosas, viajes edificantes y proyectos a largo plazo... no sé, no lo veo. Quisiera cultivar un poco el físico, mejorar mi italiano y cementar mi francés, o seguir aprendiendo a tocar el piano, pero... para qué. Qué me agrega eso en este contexto, es un misterio. Se me fueron las ganas. Tengo los medios para hacer todo eso y más y no puedo justificar la inversión de tiempo y plata para algo que no tiene ninguna resonancia en la sociedad donde vivo. Un descuento en el supermercado es la noticia de la semana, y que la policía haya desbaratado una banda de pedofilia con 70 menores rescatados (algunos de menos de 5 años de edad), o el Putin de turno amenazando con tirar bombas nucleares en Europa, apenas si levantó una ceja.

lunes, 18 de noviembre de 2024

out of sight

La estupidez humana es infinita, teorizaba Einstein comparándola con su falta de certeza acerca de si el universo era así mismo infinito o no. En el caso de los argentinos, la estupidez parece tender al infinito a una velocidad más rápida que la del promedio de la humanidad.
A menos de 200 m de dónde vivo hay 4 escuelas y una plaza. A esa plaza voy prácticamente todos los días, a veces, como a principios de esta semana, en el horario en que los chicos salen de clases. Así fue como vi un pareja de padres, cada uno en su bicicleta, con un hijo de unos 6-8 años sentado sobre el manubrio, mirando para atrás. Sintetizando, un chicle en el piso o un pocito o una junta entre 2 baldosas, y esos nenes iban a, con suerte, matarse, y con mala suerte, quedar cuadripléjicos cuando peguen contra el piso con la nuca. Todo cortesía de sus propios padres.
Realmente preferiría llegar al punto donde me doy cuenta de que el problema soy yo. Ese punto donde la gente empieza a decirte que te quejás siempre de lo mismo, que no podés estar despotricando todo el tiempo, etc. Esas cosas en sí son estupideces, porque que sea repetido no quiere decir que sea incorrecto, pero sí que uno puede tomar la decisión de construir algún tipo de cascarita, desarrollar más resistencia, incluso resignarse, con lo malo que es eso. Pero bueno, llamémosle como sea al hecho de entender las limitaciones de un entorno y decidir si queremos seguir ahí o mandar todo a la mierda y mudarnos. Algo así hice con mi emprendimiento de alojamiento turístico, donde los que me contactan por Instagram aprietan en el enlace que los lleva a WhatsApp, generando un mensaje automático que dice "Hola, quisiera más información de..."; así, esa frase exacta. Se supone que el que consulta debería escribir qué mierda quiere saber (ubicación, pileta o no, etc.), pero sobre todo en qué fechas quiere venir y cuántos huéspedes serían. No. Es demasiado pedir. El 80% no escribe nada. Fucking idiotas. Me avergüenza admitir que después de meses, y por cuestiones tanto de dinero como de paz mental, decidí no digo nadar con la corriente, sino correrme. Simplemente tengo un texto que copio y pego donde los saludo y pido explícitamente los datos de lo que quieren saber. Los trato como lo que son: estupiditos incapaces de aprobar la materia de Plastilina en la guardería. Me resigné a que lo máximo a lo que puedo aspirar es a su dinero, no a que entiendan un moco de la vida. Que paguen, vengan y se vayan. Y yo sigo con mi vida y mis aspiraciones frustradas de irme a la cama dejando el mundo mejor de lo que estaba cuando me levanté.
Pero fuera de ese contexto acotado, donde esencialmente tengo el control de la mayoría de (sino todas) las variables, es muy difícil extrapolar ese sistema, sobre todo cuando parece que la estupidez en Argentina es, efectivamente, infinita; la inteligencia, la agudeza mental y ni hablar de la social, no se cultivan. Son cuestiones reservadas a los masoquistas como yo. La ética y la moral se ventean mucho en los cafés y los noticiosos, pero realmente no se cultivan, más bien parece que se evitan con una habilidad que impresiona.
En los últimos 70 años se ha criado una horda de incultos votantes y en 16 de los últimos 20 años esto se ha llevado a su máxima expresión. La gente lee menos, comprende menos de lo poco que lee, y no le interesa nada más que lo que salga de feisbuc, ístagram, tuiter y compañía. Cuando caminan por la calle, pasean al perro, van a la playa, están con sus seres queridos (a los que ya no les conocen la cara), andando en góndola por los canales de Venecia o manejando un colectivo; todo pasó a segundo plano la nada, y quedó atrás del celular. Out of sight, out of mind. And heart. Un asco. Y como en Argentina uno necesita escapar de la realidad, de ese amontonamiento de organismos impositivos, de estafadores, de irrespetuosos y de gritones, el celular y sus maravillas están ahí, en la palma de la mano. Linda receta.

sábado, 2 de noviembre de 2024

morir dos veces

Cuando vengo a un café, alterno entre leer y escribir, en función de mi estado mental. Puedo agarrar El Intruso, de Frederick Forsyth, o traerme la compu. Ese libro en particular normalmente lo leo en casa, y en el café la lectura consiste en libros de fotografía, pero esos se me terminaron (llegan dos por correo la semana que viene) y este es demasiado interesante para tomárselo con calma. Voy por la mitad de esta autobiografía de Forsyth y todavía no cumplió 30, y es increíble todo lo que vivió. "Unputdownable", escribió una vez un crítico pretencioso. Como si hubiera de otros. Pero le va a este libro. De hecho, cuando salía de casa era lo único que llevaba en la mochila, hasta que llamé el ascensor y me di cuenta de que realmente tengo mucho en la cabeza y quisiera plasmarlo, así que volví, metí la compu y acá estoy.
Estoy medio medio, y la razón número uno es la soledad, combinada con esta chica que veo (y, para ser honestos, que vengo a ver) en el café, y que no hace más que poner contraste entre lo que deseo para mi vida y dónde estoy. La frustración que me produce el hecho de que exista lo que busco pero en un paquete con fecha de fabricación demasiado reciente, es difícil de racionalizar y digerir sin más. Es como que le pone cara al concepto inmaterial de lo que quiero, confirma que sí existe, que no estoy loco con mis exigencias y expectativas, y hace que sea más fácil pensar en eso y, en consecuencia, también en lo que me falta. Y eso no puedo digerirlo. Me rehúso. Significaría darme por vencido y eso hace mal al alma, más, creo, que las batallas por conseguirlo. Para complicarla, en mi cabeza enseguida empiezan a aparecer las ideas de que soy horrible, que no me lo merezco, que nunca voy a ser feliz, que no tengo nada para ofrecer, y todas esas delicias de la tríada que forman mi mente hiperanalítica, mi autoestima de mosquito y su mejor amiga, la depre.

Dicen que morimos dos veces: una cuando exhalamos nuestro último aliento, y la otra cuando somos olvidados. Yo ya fui olvidado, y por ahora estoy acá sentado, respirando. Lamento escribir algo así de dramático, realmente pensaba que iba a estar más animado, pero esta semana fue algo frustrante y triste en algunos aspectos. Fue el segundo cumpleaños de mi mamá desde que no está, y se me disparó la tristeza hablando con Hermana. Pero lo que más me afecta, creo, es la camarera. Me siento como la marea y ella es mi luna: vengo a desayunar y el tono de su saludo determina cómo mi ánimo por varias horas. Me siento estúpido. Preferiría ser supermaduro y simplemente reconocer lo que significa en su correcta dimensión y seguir con mi vida. ¡Ja! No can do.
La situación me hace acordar a cuando tenía unos 12 o 13 años y empecé a nadar, algo así como un año después de mi operación de columna, y conocí a Paola. Tenía mi edad o unos meses, quizás un año, de diferencia. Me embobé. Era la edad perfecta para eso y no tenía con quién hablarlo, alguien que me orientara, que me ayudara a canalizar y desarrollar lo que me provocaba física, mental y emocionalmente, de una manera saludable y menos obsesiva, más edificante. En retrospectiva, creo que fue perfectamente normal, uno de esos metejones de verano y ya. En mi defensa, yo era un coctel de hormonas y esa chica tenía un cuerpo extraordinario. Lamentablemente, era un excelente exponente del cliché que postula que lo que tenía de linda le faltaba de neuronas. Hoy trabaja atendiendo una zapatería (del padre, si no recuerdo mal) y el cuerpo que tenía se lo arruinó corriendo maratones.
Algo que adquirí en aquella época fue escribir. Agarré un cuadernito, como nos mostraban en casi cada puta película donde había un adolescente, y comencé a registrar pensamientos, vivencias, miedos, deseos y "enamoramientos". Eran mediados de los '80 y no había blogs, Instagram o siquiera internet, hasta donde puedo recordar. Apenas podíamos jugar al Pac Man en un monitor monocromo de fósforo verde o naranja. El hábito de escribir se consolidó finalmente con este blog, y se apuntala tanto en los sentimientos que me abruman como la necesidad de plasmarlos a modo de catarsis, moldeado, enriquecido, inspirado por todo lo que leo tanto de Borges como de Forsyth o de quien se me cruce y que tenga un poco de estilo esmerado. Me encanta, y mientras me dé la vista, el mundo tendrá que aguantar mis textos.

Ahora sí, me voy a comprar salmón, que necesito DHA y todavía no estoy del todo muerto.

domingo, 27 de octubre de 2024

mientras tanto, en Ciudad Gótica...

A veces me acuerdo de Giuseppe y de Vincenzo. Ellos no se conocen, pero podrían ser hermanitos. Los dos andan por los 40 años de edad, desde hace más de 10 que tienen pocos pelos y usan el mismo corte y la misma barba de una semana, tienen un hijo y son italianos, como sus nombres sugieren. Giuseppe es de Sorrento pero de chiquito vive en Múnich porque los padres emigraron. Vincenzo es de Cefalù y ahí vive.
Giuseppe tiene un café un poquito más grande que una cabina de teléfonos, a metros del FIZ, el edificio principal de donde salen todas las ideas estrafalarias de BMW con las que venden sus productos, que hace décadas que dejaron de ser autos. Claudia, la pareja, no me acuerdo qué hace pero creo que era administrativa o algo así en una oficina. Una vez viajamos juntos a algún lugar cerca de Florencia, me parece, y pasamos por Verona a la vuelta, también, y el pobre nos hizo de intérpretes todo el viaje. Fuimos en un BMW serie 7 que me prestaron del trabajo y la pasamos bomba, tanto por el tremendo auto alemán como por el simple hecho de estar en Italia. Flor de combinación.
Vincenzo tiene una inmobiliaria en Cefalù y atiende en general a turistas que van a pasar un par de semanas o algo más en busca de mejorar su italiano y comer lo mejor que el planeta Tierra tiene para ofrecer. No recuerdo bien cómo llegué a él, creo que fue por una amiga en común, pero en mi memoria le guardo cariño y agradecimiento por lo que me ayudó cuando fui, no solamente consiguiéndome hospedaje, sino también por un montón de consejos y contactos para todo tipo de cosas que necesité, como el cambio de aceite de la moto y una cochera para el invierno, o restaurantes, o yo qué sé qué más, pero recuerdo que estábamos permanentemente en contacto.
Esta mañana pensaba en Vincenzo, y buscándolo entre mis contactos me lo confundí por un segundo con Giuseppe, y creo que por primera vez reparé en lo parecidos que son físicamente, y mientras pensaba en qué escribir también me di cuenta de las semejanzas en otros aspectos. El motivo por el que pensé en Vincenzo fue que, como todas las mañanas, pienso en mí con tristeza por lo solo que estoy, y cómo él y Giuseppe llevan una vida más... llena, supongo. No puedo decir que tengan una vida mejor, aunque realmente lo creo, pero ya sabemos que uno suele creer que el pasto es más verde del otro lado. Uno ve los logros del otro sin haber visto la maratón que corrió y lo que dejó en el camino para llegar a donde está. Como sea, ahí están ambos, con su pareja e hijo/s. Y yo no. Es muy difícil no entristecerme, sentir el fracaso y, no digo arrepentirme de mi vida, porque ha sido hermosa en muchos aspectos y todavía lo es, pero el no poder compartirla se siente horrible y me pregunto qué hacer, a dónde ir. No me gusta nada la idea de estar así indefinidamente.
A modo de premio consuelo no puedo evitar pensar en recorrer otra vez la SS113 que va todo por la costa hacia el este hasta Acquedolci, antes de sumergirse en las montañas y pasar por tanto pueblito uno tras otro, que ya rompe las pelotas andar frenando y terminaba agarrando el último pedazo de la E90 a Messina. La cosa que nunca fui a Torre Faro, en la punta noreste de la isla de Sicilia. Raro. Cuando estudiaba italiano en Cefalù entraba a clases a las 9, y como toda la vida me desperté a las 6-7 de la mañana, tenía tiempo de agarrar la moto, hacer 20 o 30 km hacia el este por la costa, volver, desayunar en la Piazza del Duomo un reglamentario cappuccino + sfogliatella, y 9 menos 5 estar en la escuela para no perderme el hermoso espectáculo de ver a Joanna llegar. No hay alma que pueda llenarse de eso. Y preferiría no tirar la toalla sin antes volver ahí.

sábado, 26 de octubre de 2024

sospecha de negligecia

Estoy arriesgando recaer en la depre. Algo voy a tener que inventarme. No creo sobrevivir una segunda vuelta. Tampoco quiero.

Hace unos días salió una noticia en un diario importante en Argentina, contando cómo un descerebrado salió en moto con esposa, nene de 3 años y bebé de 6 meses. Doblando una esquina, el nene de 3 años se cayó y un camión de recolección de residuos le pasó por encima. Panqueque y mermelada de nene. El fiscal de turno, lúcido, el hombre, acusó al chofer del camión recolector por homicidio culposo, como se hace en estos casos, e hizo arrestar al padre del nene por "sospecha de negligencia". ¿Qué le habrá hecho sospechar eso, me pregunto? ¿Y la madre? ¿Ella no está bajo sospecha de negligencia, que dejó a su hijo de 3 años subirse a una moto (o lo subió ella misma) y se subió con un bebé en brazos? Un bebé que si se le cae de una altura de 20 cm en el piso del comedor de su casa, se rompe, y ella lo subió a un metro y monedas del pavimento y lo puso a 40 km/h sin otra defensa que su piel de bebé, famosa entre los fabricantes de chalecos antibalas por su resistencia a la abrasión y los golpes, ¿no?
"Sospecha de negligencia"
...

 

domingo, 20 de octubre de 2024

frases célebres

Lo que no te mata te hace más fuerte.
Andá a la RPMQTRP. Hay cosas que te muerden el alma incicatrizablemente. Te gangrenan, te roban un pedazo de tu ser, te quiebran de tal forma que no hay manera de volver a ser el de antes.

Se dice el pecado pero no el pecador.
¿Por? ¿Qué calibre de idiota hay que ser para creer en semejante pavada? "La información, sin fuente, no es nada", insistía mi profe de estadística. Me pareció exagerado. No lo era, en lo más mínimo. Y las cosas necesitan contexto, y a veces la misma exacta acción hecha por dos personas diferentes arroja un resultado completamente distinto.

Tenés que ser más tolerante.
¿En serio? ¿Te parece? Decime: ¿qué solucionaría? De solucionar, me refiero, no de pasarla uno mejor. Porque yo lo veo al revés: hay que ser menos tolerante. Hay que empezar a reputear de arriba abajo a los que se paran en el medio de la vereda tapando el único hueco para que circulen los demás, los que en el café ponen el volumen del aviso de mensajito de WhatsApp a lo Rolling Stones en River, los que estacionan en la senda peatonal, los que dejar la puerta del ascensor abierta para atender al sodero, los que no levantan la caca del perro, los que andan con la moto en la plaza. Hay idiotas para hacer dulce, así que la responsabilidad darwiniana es que se la hagamos difícil: que sufran, se estresen y queden estériles. En lo posible antes de que se reproduzcan. Lo cual me recuerda a la película Appleseed, la parte en que el Consejo de Ancianos explica que como no pueden moralmente dañar a los seres humanos, tienen un agente esterilizante almacenado en un D-Tank listo para usar. En realidad, pienso que esta película me inspira de alguna manera. Ojo: esto no es para nada una variante de Mein Kampf o una perversión así, sino más bien una admisión de que Thanos, o yendo a su fuente de inspiración, el economista británico del siglo XVIII, pastor Thomas Malthus, algo de lógica tenía, no solamente delirios de grandeza y un me-cago-en-el-prójimo todavía más grande que el de los argentinos.

Si esperaste tanto, podés esperar un poco más.
Nop, en lo más mínimo. De hecho, justamente porque ya esperé tanto es que estoy repodrido, así que metele pata.

¿Y qué te molesta?
¿Vos de veraz pensás que me molesta esta estupidez en particular que acabás de hacer? ¿Y que vos sos el que determina cuánto puede molestarme? Pedazo de aborto fallido imbécil, excelente propaganda andante de anticonceptivos. Lo que me molesta es la seña inequívoca que acabás de publicar al que preste un poco de atención, de que te cagás soberanamente en el prójimo, y resulta que basura como vos sobra. Así que hacenos un favor y enterrate.

Estas cosas la he ido escribiendo en los últimos 8 meses. Es como que se me iban viniendo a la cabeza pero era todo demasiado poco y repetido para hacer un texto que valiera la pena, y he ido puliéndolo con la intención de hacerlo mejor y más rico y constructivo, y lo logré, pero en algunos aspectos es peor, más fuerte, más "blanco y negro" y menos gris. Pero no puedo evitarlo, así veo las cosas, es parte integral de mi personalidad. Un amigo que quise mucho y murió muy joven, más joven de lo que yo soy ahora, tristemente, decía que si uno no sabía explicar algo era porque no sabía ese algo. Esa muletilla de "cómo te explico" era totalmente inválida para él. Creo que tenía razón. Y lo extraño muchísimo. No pienso seguido en él; supongo que como mecanismo de defensa y para no ponerme triste.
Hoy es un día hermoso. El servicio meteorológico decía que iba a hacer 26°, aunque en este momento (un poquito pasadas las 4 de la tarde) haga algo menos, y hay un sol hermoso. Yo estoy en un café escribiendo en la computadora. Me siento muy triste, muy depre, aunque no mal, por lo menos no ahora. Ayer sí, mucho. Horrible. Toda la semana, en realidad. Fue muy duro. Fui a la playa con perro para ver si lograba levantar el ánimo pero mucho no ayudó. Lo de siempre: la soledad, exacerbada por la falta, también, de amigos o vida social en general. Anoche fui a comer con Hermana, cuñado y sobrinos y eso me hizo bien, pero me fui a acostar y estaba solo, y me desperté y, salvo por los 25 kg de pelos en forma de pastor australiano, seguía solo. Él es la mejor forma de estar solo, no cabe duda, pero necesito una mano, una cintura, un abrazo. Y a Perro los abrazos lo incomodan.
Estos días me cayó la ficha de que la camarera agrega contraste a mi situación, porque es todo lo que busco en una mujer que apenas conozco, pero demasiado joven. Permanentemente me recuerda lo que adoro del cortejo y el irse conociendo, pero no puedo agregarle nada, no puedo pretender avanzar, ir hacia algo. Tengo que disfrutar su existencia los 5 minutos diarios que la veo, y después levantarme e irme. Muy, muy choto. Solamente puedo rezar a un dios en el que no creo, para que la próxima, la que tiene las mismas cualidades pero no doblo en edad, esté a la vuelta de la esquina y nos encontremos. Me saca la respiración pensar en esa posibilidad. Ojalá supiera qué mierda hacer para ayudarla a llegar.

miércoles, 16 de octubre de 2024

c) el resto, no

Estoy un poco cansado de estar mal.
Cuando era chico, creía que los aviones iban de un lugar a otro por envión: en la pista tomaban carrera con tracción en sus ruedas, como un auto, y así juntaban velocidad y podían volar hasta su destino. No me imaginaba que tenían motores que los impulsaban durante el vuelo. También pensaba que cuando alguno moría en una película, el actor daba su vida por el arte. Empecé a sospechar que había algo raro en el asunto cuando vi al mismo actor en otra película. No me quedaba claro si la película donde se moría fue filmada antes o después de la otra. La cosa terminó de confundirme cuando vi al mismo actor morir en dos películas distintas. A esa edad, el mundo me era nuevo y el pensar me era nuevo. Después cumplí 4 y aprendí a) que lo que yo pienso puede o no coincidir con la realidad y b) dedicándole un minuto de razonamiento y observación puede ahorrar mucha confusión.
Hace pocos años (ella decía que me lo venía diciendo desde hace más tiempo) mi mamá me dijo que mi problema principal radica en que espero que los demás actúen como yo: con criterio, con respeto, con inteligencia. No le creí, principalmente, porque pinta una imagen demasiado buena de mí, que yo, con mi legendaria autoestima, no comparto. Ahora admito a regañadientes que tenía algo de razón. Así que c) la gente, de ser posible, mantiene sus neuronas 0 km durante toda su vida.
Sin ir más lejos, hoy pasé por un taller de Kawasaki porque necesito un retén de suspensión. Con la moto estacionada afuera, el flaco la mira desde su escritorio y lo primero que dice es "no, de eso no hay nada de repuestos". Evidentemente no tiene idea de que Kawasaki, igual que cualquier fabricante, usa en lo posible las mismas partes para la mayor cantidad posible de modelos, con el doble objetivo de abaratar costos y simplificar la logística. Por eso, hay por lo menos 5 modelos (ZX10, ZX12, ZX14, Versys 1000 y la mía, una 1400GTR) que usan la parte que necesito. Tres modelos de esa lista están en venta en Argentina y hay partes a cagar para venderme.
Yendo un poco más atrás, fui a la carnicería el sábado y había tantas personas adentro, que dos de ellas estaban haciendo fila afuera. Me puse último. Un minuto más tarde llegó un infante de unos 25-30 años y en lugar de ponerse atrás de mí, se puso frente a la puerta, bloqueando espectacularmente el paso. Salió gente y el tipo ahí, nervioso, evidentemente apurado. Cuando solamente quedo yo afuera con él, sale una persona y el tipo se manda y entra. Le consulté si no le molestaría ir en orden de llegada, y empezó a cuestionarme por qué no entraba, hasta decirme idiota. Así que, por respetar la prioridad de atención y no respirarle a la gente en la nuca, soy idiota. Cuando caminaba a casa con mi kilo de carne picada, le dí varias vueltas al asunto pero no logré entender el nivel de imbecilidad que hay que sufrir para ver la vida de esa manera, al punto que uno cree que puede insultar al prójimo en lugar de sentirse mínimamente tentado a evaluar su propia desconexión de la realidad.
Puedo seguir con un millón de ejemplos de los últimos días solamente. Ayer alguien me preguntó "¿cómo andás?" y no me sale el "bien" por defecto, no me sale mentir, salvo que sea un desconocido y sé que pregunta automáticamente, pro forma. Así que le puse cara de no-bien, a lo cual me replicó que siempre tengo algo de qué quejarme. O sea, no tiene la más mínima idea de que mi auto no funciona (el turbo), la moto necesita un retén de suspensión nuevo, el techo de mi casa filtra agua, mi perro tiene una pata funcionando al 40% en el mejor de los casos, mi vida social no existe, NADIE (excepto mi hermana) piensa en mí con un mínimo de cariño y no sé cómo cambiar eso; pero esta persona se sintió en posición de evaluar si todo está bien en mi vida y si tengo que mentir al respecto. Para qué mierda pregunta, digo yo...
Pero volviendo a mis relaciones y lo que me cuesta, no ya llevarme con la gente, sino siquiera soportarlos, es peor de lo que dejo entrever: intento diferentes formas y fallo asquerosamente una y otra vez. Hace rato que llegué a la conclusión de que la habilidad de llevarse con los demás reposa casi exclusivamente en comerse las faltas de respeto, aguantarse los insultos, los prejuicios y los abusos sin decir ni pío. Y eso no me sale, y cuando lo intento, solamente se pone peor; la gente no sabe hasta dónde pueden pisar, y cuando puse algún límite, incluso de la mejor manera, fueron ellos los que reaccionaron a lo bestia. Como si pedir las cosas bien los irritara, más allá de si lo pedido es razonable o delirante. Pensándolo bien, creo que los debe irritar bastante que no pierda los estribos; y eso, el buen temperamento, es algo que cultivo, y a un precio muy alto, porque admiro a los que pueden articular lo que piensan sin irse por las ramas, ofender gratuitamente o gastar más calorías de lo necesario.
Profesionalmente no soy ni la mitad del genio que todo el mundo piensa, y no logro juntar ganas para hacer nada. Estoy realmente tan bajo de energía que no puedo encarar casi nada. Me agota la idea de hacer algo, ni hablar de ir y hacer algo. Tengo 50 años, estoy potable físicamente, pero no tengo fuerza para hacer nada y, si encontrara algo, no encuentro el motivo para hacerlo. Porque lo que más me interesa es encontrar el amor de mi vida, vivir en pareja, y soy un imbécil que simplemente no puede. No puedo llevarme bien con casi nadie. La estupidez que se cultiva en Argentina me había pasado desapercibida cuando vivía acá, no sabía que la sociedad podía ser mejor que esto salvo por tirar la basura en el tachito y cosas así, y ahora que volví a Argentina con ese conocimiento, ¿cómo lo desaprendo? ¿Como me olvido lo que podríamos hacer con un puto minuto de pensar antes de actuar? No se puede.
Y cuando me preguntan si estoy bien, aunque el retén no hubiera que cambiarlo, y el turbo del auto funcionara perfecto y el techo no filtrara agua, todavía están Putin, Kim Jong Un, Maduro, el lacra de la fila en la carnicería y 4000 millones más de idiotas que se cagan en su prójimo. No, no estoy bien. Y si ellos no estuvieran, yo igual no tengo novia y esa soledad me tiene dolorosamente harto. Vivo a la sombra de ese hecho concreto y todo lo malo es el doble y todo lo bueno, la mitad.

sábado, 12 de octubre de 2024

más del doble

Tengo más de medio siglo y me gusta una nena de 22, así que como me da mucha vergüenza, y a pesar de ello, voy a hacer lo único que puedo para no sentirme tan así: racionalizarlo. Veamos...
En mi defensa, es una de las pocas veces en que preferiría que la persona que me gusta fuera más vieja en lugar de más joven. No solamente me evitaría o disminuiría el estigma social, sino que realmente sería más cómodo evitar el exceso de paternalismo que siento. Un poco de eso forma parte de una relación, por más saludable que querramos tildarla, y si me preguntan, también quiero que mi novia a veces sea un poco maternalista, me trate como idiota, como a un nene chiquito que necesita un poco de consuelo. Hay momentos para aprender o corregir, y hay momentos para ser malcriados, pelotudos, y además disfrutarlo. Mientras no se joda al prójimo... También, al tener más edad, tendría más experiencia con el mundo, la vida, los prejuicios, la inocencia y todo un espectro de cosas que simplemente tenés que pasarlas para evolucionar, o tenés que tener muy, muy buenos padres, que no abundan.
También en mi defensa, esta chica asomó la cabeza por encima de esa categoría en que los hombres ponemos a las mujeres apenas verlas: la de "cacho de carne", objeto sexual o lo que en inglés muy delicadamente llaman piece of ass. Esta categoría, sostengo, es el resultado de una colaboración destructiva de ambos sexos, un círculo vicioso que hace que los hombres presten atención y las mujeres, siempre ávidas de eso, cultiven el asunto de mostrar el culo. Bastan 5 minutos en Instagram para ver de lo que hablo. Al final, las que tienen substancia sobresalen, como es el caso de esta chica, de forma casi mágica. Es un espectáculo hermoso, algo que no abunda, como un jardín de lavandas en el sur de Francia, un patio con ropa tendida en el centro viejo de una ciudad en el sur de Italia. Cuando sonríe también es mágico, porque algo en lo que sí tiene experiencia es en tomar distancia de los hombres, que constantemente confunden su amabilidad y simpatía con una puerta abierta para hacerse los galanes. A lo que iba cuando empecé este párrafo: nunca me interesó su culo, y una vez se lo miré porque una compañera de ella me contó que un cliente una vez se lo fotografió y lo echaron del café, y ahí me di cuenta de que nunca se lo había mirado. Así que lo hice, y sigo sin tener interés u opinión sobre el asunto. Cae justo en la categoría de "suficientemente bueno" como para tildar la planilla de requisitos y seguir con el siguiente ítem de la lista.
Más en mi defensa (¿perseguido, yo?). Conozco otra camarera, algo más grande (25) incluso, y hasta más linda en cierta forma, pero que no me atrae como lo hace esta chica. Uno de los factores decisivos es que esa tiene la pedorrísima costumbre de poner fotos de ella mostrando sus atributos físicos, que no son pocos, pero clarísimamente buscando esa atención de la que hablaba, por los medios que hagan falta. A veces hasta se pone unas calzas ajustadas hasta las amígdalas para ir a trabajar; totalmente innecesario y hasta diría exagerado. Chocante. Es una persona hermosa, pero esa actitud le va a traer problemas. Creo que una vez o dos le pregunté por qué hacía eso, pero no es capaz de admitir que está buscando roña al pedo, con excusas estúpidas. Mi teoría es que sabe lo que está haciendo, pero no las consecuencias (no en su entera magnitud) y simplemente disfruta la atención sin pensar en el resto del asunto. Me da pena.
Finalmente, lo inevitable. En una sociedad donde fuera más "normal" semejante diferencia de edad, me le tiraría encima sin pensarlo, pero en esta, onda que me siento un poco como me dijo la verdulera, aunque ella sea un reloj descompuesto, que acierta la hora dos veces por día: un degenerado, un viejo verde, un cerdo. Sin embargo, cuando la miro, y sobre todo cuando me habla y me sonríe, tiene ese efecto que las mujeres no logran comprender: que desarma al más recio de los hombres. Tiene magia en los ojos y proyecta una luz hermosa. Es una flor en un jardín de cardos. Me gustaría abrazarla, oler su pelo y consolarla por lo que le está pasando, de lo que apenas conozco uno o dos síntomas y ninguna de las causas. Quisiera lo que quiero de la vida: que me necesite y me abrace y apoye su cabeza en mi hombro y encontremos refugio el uno en el otro. Tampoco es que estoy en esa onda de que de pronto las canciones de amor toman sentido y todo eso, pero dependiendo el día tiene una o dos estrellas Michelin.
Creo que existe la solución: bajo por un par de horas al planeta Miller, a orillas del agujero negro Gargantua en la película Interstellar, donde cada hora en la superficie son 7 años en la Tierra.
Así como están las cosas, me limito a tomar mi café y dejarla en paz, intercalando algún comentario de vez en cuando y tragándome el resto. Por lo que observo, ella no tiene ni el más mínimo interés particular en mí más allá de Perro, y sin él yo sería otro cliente potable. No tengo nada en contra de eso. Estoy tristemente acostumbrado. Tengo el gusto en la boca de haber sido ignorado el 90% de las veces que me gustó una mujer, y como no supe qué hacer, tengo práctica (un doctorado, podría decirse) en esto de tomar mis sentimientos, hacerlos una pelota muy apretada, encapsularlos y enterrarlos en mi alma hasta que me olvido de dónde los puse. Empezó cuando escuchaba a mis padres discutir y mi hermana y yo nos metíamos abajo de la mesa de la cocina o nos íbamos a la pieza a jugar.
Pero me hace volver a mi tragedia fundamental, que, sin ánimo de dramatizar, está peligrosamente cerca de poder ser calificada de Shakespeariana: estoy solo y, peor, nadie me soporta. Yo no me soporto. Perro, pobrecito, me soporta, pero él está genéticamente diseñado para eso; 20.000 años de trabajo de selección lo condenan a mí.

miércoles, 9 de octubre de 2024

la verdulera

La edad de piedra, la de bronce, la edad media... en unos siglos se van a referir a este guiso como "la edad de cristal". Por qué mierda se llaman así esas otras edades, ni idea, pero esta, por las boludas. Queda más elegante en los... libros (?) de historia poner "cristal" que "boludas". Pero desde la liberación femenina parece que en lugar de empezar a cosechar nuevas camadas de minas capaces de tomar responsabilidades y decisiones racionales, observar objetivamente la realidad y leerla medianamente bien, estamos acumulando proporciones crecientes de rayadas pseudo- (y auto) traumatizadas, víctimas profesionales paranoicas. Una pista de esto desató la epifanía hace unos días, cuando estaba en la plaza y el perro (cachorro) de un amigo, jugando como juegan los cachorros, le apoyó los dientes a un nene en el brazo. Los nenes, como muchos experimentamos, reaccionan como se les enseña. Si se caen y se golpean un poco, y uno se ríe con alegría y los felicita, se ríen también. Si uno corre a los gritos de "¡ay mi nene!", también gritan y lloran del susto más que del dolor. El susto que uno les provoca y que de otra manero ellos no pueden juzgar. Asignan valor y reacciones a las cosas en función de lo que uno les enseña. Es lo más natural.
Desde chiquito me chocó eso de que "las mujeres y los chicos primero". Lo escuché por primera vez, creo, cuando encontraron el Titanic allá por 1985 y salió un documental atrás del otro. Entendí que el valor de una vida humana se mide en potencial, no en edad o lo que tiene entre las piernas. Por eso la vida de alguien joven, a igualdad de todo lo demás, es más valiosa que la de alguien más viejo. Las mujeres, por otro lado, traen vida al mundo. Desde la antigüedad se las protege porque generan la próxima camada de soldados, pero hoy en día pasan dos cosas: las personas viven más, con lo que las mujeres llegan a la menopausia y así pierden esa ventaja, y en muchos casos han renunciado a esa función, ayudadas por la pastilla y otros métodos, como el aborto.
También me resultaba indescifrable por qué un hombre, por ser hombre, tenía que cederle el asiento a una mujer, por ser mujer. Siempre vi a los demás como personas, con iguales derechos y capacidades, desventajas y obligaciones, y en el único contexto en que me pongo sexista es en aquellas actividades que involucren... sexo. Surprise. Las diferencias biológicas, psicológicas, físicas y demás entre un hombre y una mujer se me hacían tan naturales como las que hay entre un hombre y otro, o entre un oso y un gorrión, para el caso. Algunos tiene más fuerza, otros corren más rápido, otros son más inteligentes, o extrovertidos, u observadores, o cantan o pintan mejor. Todos tenemos las mismas responsabilidades frente a los demás: escuchar en una conversación, ser honestos, no ser aprovechadores. Cosas así. Creo que si hay una palabra que condensa todo eso es respeto.
Algo que me revienta es el argumento de la reciprocidad, eso de "respetame porque yo te respeto". El respeto no se devuelve, se gana. O no. Hay personas que respetan aunque el otro no lo merezca. Y el ser humano no merece respeto por el solo hecho de tener pulso. Si sos un imbécil, morite. Pero morite allá, donde no molestes tirado en el medio del camino, o donde el olor de tu cadáver no apeste. Por mi parte, no te voy a faltar el respeto, aunque seas un imbécil: no voy a robar o dañar tus cosas, no voy a malgastar tu tiempo, no voy a maltratarte, voy a dejarte pasar primero cuando la Ley así lo estipule.
Aborrezco a una mujer que hace lo que el marido dice porque el marido lo dice, esas descerebradas que renuncian a sus ondas beta por la comodidad, cosa que, salvando las clases altas, era de lo más común desde el comienzo de la era industrial hasta la liberación femenina. Antes de la revolución industrial, todos se deslomaban en sus respectivas tareas. Después de la liberación femenina, la expectativa era que asumieran roles similares a los que cumplían los hombres. Nunca, ni en las clases de mi facultad de ingeniería ni en mi trabajo como ingeniero, tuve motivos para verlas de otra manera. Ahora veo que era una burbuja. Las mujeres, en lugar de aprovechar las tremendas ventajas que les ofrecía esta sociedad construida por, justamente, hombres, se lanzaron a llorar porque sus quejas sobre sus miserias no eran escuchadas. Y no son escuchadas porque no existen, o, para ser exactos e incluir el contexto, no existen más de lo que existen para los hombres, y en la mayoría de los casos, menos. Bastante menos. Hoy se bajan los niveles de exigencia para que entren en profesiones donde hombres de contextura chica o débil no pueden acceder, y por buenas razones, como la de bombero o albañil. Incluso en una oficina se les paga lo mismo o más (tienen licencias por infinidad de cosas, y bien que las aprovechan), pero a la hora de cambiar el bidón de 20 lt del dispensador de agua brillan por su ausencia. Podés encontrar los cadáveres deshidratados 3 semanas después pero el de ninguna con las uñas rotas. A la hora de las obligaciones son todas damiselas en apuros, y a la mierda la igualdad. Y sucedió otra cosa: todos esos lloriqueos de estas desagradecidas sobre el yugo del ama de casa, se fueron a la mierda el día que los hombres empezamos a hacer esas tareas y nos dimos cuenta de que son una boludez y que atender una casa es una cuestión de organización y 45 minutos al día. No más.
En fin, el otro día voy a la verdulería y le comento a la verdulera (unos 45 años de edad, divorciada) que hay una camarera en un café al que suelo ir, que tendrá poco más de 20 años y es muy bonita, y me gustaría sacarle fotos. Su reacción: llamarme (no recuerdo la palabra exacta) "degenerado", "violador", "asqueroso" o algo así. Y no lo dijo en chiste. Incluso fue a la parte de atrás del negocio y le comentó a la hija, que reaccionó con alguna de esas palabras de la lista. Cuando le expliqué, sin ninguna obligación y sin que me haya preguntado (de hecho, ni siquiera había duda en su cerebro bonsai), que me dedico a la fotografía y hablaba de un retrato, y fue quedando cada vez más arrinconada en su propio error, recurrió a lo único que parecen poder recurrir las idiotas de este calibre: victimizarse. Aparentemente la "pone mal" hablar de estas cosas. Mirá vos, para insultar no tuviste problema, para abandonar tu neurona a la deriva y quedar a mucha, pero mucha distancia de la realidad tampoco, pero para pedir disculpas... mmmnop, ahí ya es demasiado. Ahí plantás bandera. ¿Dónde escuché eso antes?
El tiempo ayuda, ¿no? Veamos... Al día siguiente fui a comprar limones y me atendió el hijo. Ella se asomó, me miró con cara de pocos amigos y me tiró un "buen día". Yo me quedé mirándola, esperando lo único aceptable después del episodio del día anterior: que cualquier cosa que saliera de su boca empezara con "perdón", "disculpame" o alguna variante de eso, sin diluir, sin disfrazar, sin eufemismos. Ya estamos grandes y la cosa se pudrió demasiado para darle más espacio a que siga pudriéndose. ¿Su reacción? Se quejó con la hija de que yo soy grosero por no saludar. Esa misma hija a la que le envenenó la cabeza con sus traumas, estimo que más originados en sus malas elecciones que en lo que la vida realmente le tiró en el camino. Y así sigue la historia, reinventándose en la próxima generación.
Creo que esto ya lo mencioné, pero vale la pena hacerlo de nuevo y 500 veces más: esta locura de culpar a los hombres porque llueve en Madagascar tiene dos grupos perjudicados y uno beneficiado. Empezando por atrás, el grupo beneficiado es el de esos pocos hombres que efectivamente son una mierda, y habría que enterrarlos en la arena hasta los tobillos, cabeza abajo. Los que abusan de su poder, ya sea físico, jerárquico, político o en lo que sea que se origine. Pero hay tanto ruido generado por estos temas, somos todos supuestamente tan culpables, que a los realmente culpables cuesta más individualizarlos y poner en su verdadera dimensión la mierda que hacen. Difícilmente se encuentre una buena solución a un problema mal diagnosticado. Un detalle que la sociedad parece no entender es que los hombres también somos víctimas de estos tipos; simplemente a) no se habla de ello y b) vemos cómo seguir con nuestra vida, sin hacer berrinches.
Los dos grupos perjudicados son, primero y principal, y el más numeroso, el de la gran mayoría de los hombres, esos que salen a trabajar temprano para poder proveer para su familia, los que no tocarían a otra persona (mujer u hombre) con una ramita, los que construyen todo lo que nos ofrece la vida moderna: electricidad, agua potable, casas, y esencialmente toda la infraestructura de la que tanto disfrutamos. A estos tipos se ha empezado a culpar por existir, por atreverse a respirar, forzando una animosidad sin ninguna consecuencia buena. El segundo grupo, órdenes de magnitud menor pero al que le cagan soberanamente la existencia, es el de las pobres mujeres que realmente sufren una situación a manos de alguno de los hijos de puta que mencioné primero, los beneficiados, pero que cuando gritan pidiendo ayuda se ahoga entre los de esas mil idiotas gritando "¡micromachismo!" o "me autopercibo cacerola hermafrodita" y se piden un chai latte doble expresso con leche de almendras extra hot but not too hot a las 11 de la mañana (porque no tienen otra cosa que hacer ni con su día ni con su vida), mientras cortan una calle y bailan cantando "¡patriarcado!". Ojalá fuera chiste.
Un tercer grupo perjudicado, y este va creciendo, es el de los hombres víctimas de actos de violencia, a los que incluso la mismísima Ley ha etiquetado como "víctimas de segunda", no tan importantes como las "verdaderas víctimas", las mujeres. Por enésima vez me remito al inciso 11 del artículo 80 del Código Penal argentino.
Se aburrió Perro. Mejor me voy a la plaza.

jueves, 26 de septiembre de 2024

la última 2025

Normalmente empiezo críptico y sobre el final del texto cierro el círculo que aclara el título. En el medio me permito divagar, dejarme llevar por alguna tangente, hasta perderme. Me gusta mucho ese estilo. Hoy voy derecho a los fideos.
Una 2025 es una batería de esas tipo botón, de 20 mm de diámetro y 2,5 mm de espesor; por eso el nombre. Una 2032 tiene el mismo diámetro y 3,2 mm de espesor. Y así.
Mi moto no tiene llave en el sentido tradicional, ni cerradura donde embocarla para poder ponerla en marcha. Lo que si tiene es un llavero de proximidad y el correspondiente sensor enterrado en toda la electrónica de la moto. Sin eso, la moto es esencialmente un pisapapeles algo caro. Tengo dos de esos llaveros y llevan una 2025 para poder transmitir el código a la moto cuando se les pregunta y así poder usarla (como moto, no como pisapapeles). Siempre tengo uno en uso y el otro guardado, con una batería nueva pero sin conectar, con un papel o algo que mantenga el circuito interrumpido. Cuando el que está en uso deja de funcionar, y hasta que tengo tiempo de ir a comprar una batería nueva, uso el que tenía guardado y así voy alternando el uso de uno u otro llavero. Este ciclo dura unos 3 años, pareciera que independientemente de cuánto uso la moto. Y esto justamente pasó ayer, que tuve que abrir ambos llaveros, sacar la batería del que estaba en uso y ya no funciona, y activar el otro. Mi intención es ir hoy a comprar lo que creo va a ser la última 2025, porque nunca vi otro aparato que use una de esas, sino que suelen ser las mucho más comunes 2032.
Pero, ¿por qué la última? Porque no creo que vaya a quedarme otros 3 años con la moto. Cada vez tiene menos sentido. La moto cumple muchas funciones en mi vida. Unas de las menos relevantes es que me transporta cuando tengo que ir a algún lado y el auto tiene algún problema. Pero también hay taxis, y sirven también en invierno y puedo llevar más cosas conmigo. Y son más baratos.
Otra cosa que hace es darme placer, pero para disfrutar de ese placer tengo que dejar otro: Perro, y si bien es un placer distinto, como comer o tener sexo, que no se reemplazan mutuamente, moto y Perro sí se superponen un poquito. La moto también es muy difícil de mantener en Argentina, y con los años esto se agrava. Siendo realista, es una locura tenerla en este contexto. Y ni hablar de los macacos que andan por ahí pertrechados con una licencia de conducir y demasiados cientos de kilos autopropulsados. Estoy sentado en un café que queda en una esquina, y en la hora que llevo acá no pasó un solo auto que merezca menos de 3 multas: doblar sin usar la luz de giro, no ceder el paso a los peatones, no usar cinturón de seguridad, no respetar la prioridad del cruce, profundidad del dibujo en las cubiertas, los rompe niebla encendidos (son casi las 9 de la mañana), etc.
Por estas cosas que menciono y alguna que seguro se me escapa, las posibilidades que tengo de disfrutar de la moto son, con toda la furia y el delirio, el 10% de lo que eran en Europa. La macana es que ese 10%, o siquiera el 1% de placer que me da, es tan importante para mí, que incluso a pesar de no contar con nada que se parezca a Kesselberg todavía me ilumina el alma. Y de esas cosas no me sobran.
Así que acá estamos. Por un lado, el 99% del tiempo es una idiotez tener la moto, pero por el otro, cuando se alinean los planetas es muy necesario y dificilísimo imaginarme la vida sin una moto tan estúpidamente potente.
Como la camarera del café donde estoy. Tengo como mínimo el doble de edad y es idiota sopesar la idea de salir con ella, y sin embargo disfruto mucho mirándola y, hasta donde se pueda, interactuando con ella. Además de linda y fina, es dulce y me presenta el desafío de ganarme su confianza y la eventual sonrisa. Me devuelve la fe en las mujeres. Falta encontrar una que haya terminado la salita de 4.