La nobleza de mi sobrino más chico me maravilla una y otra vez, al punto de avergonzarme de lo que soy cuando miro en sus ojos chispeantes de vida y alegría y veo mi reflejo marchito, medio envejecido mal. Un poco cansado, también. Un poco pisado, diría alguno que sabe las cosas por las que pasé. No me las doy de víctima, sé que hay gente mucho peor, pero rosa, lo que se dice rosa, no la tuve.
Pero mi sobrino es una de esas criaturas que iluminan la habitación en donde entran. Parece que su alma tuviera una lamparita de 60W en lugar de la normal de 40W. Un poco la edad, seguro, pero es más que eso. A algunos les toca. Tiene la sonrisa tan fácil, y no es nunca mal intencionado. Comparte sin que se lo pidan, y cuando se lo piden te da todo, no solamente la mitad. Si hay algo que me da paz en este mundo es él. Sentarme cerca y mirarlo cuando ve tele, ver cómo disfruta la vida, hasta cómo intuye que lo estoy mirando y empieza a sonreír, sin mirarme, cómplice, compañero, atorrante.
Cómo le duele si lo reto, porque quiere que lo quiera, caerme bien. Todavía le cuesta entender la diferencia entre reto y decepción. Algo que a mí nunca me enseñaron y tuve que aprender de grande; y no es lo mismo. Así que trato de que le quede claro que, no importa lo que pase, yo lo quiero y lo voy a proteger y estar ahí para lo que necesite. Tiene un muy buen padre, así que tan, tan difícil no es el trabajo, pero igual lo quiero encarar si hace falta.
Algo que él no sabe, que es un secreto de todos los que estamos alrededor de él y del hermano, es que uno aprende de ellos tanto como ellos de nosotros. Leer y escribir, matemática, cruzar la calle donde corresponde... eso es lo fácil. Perdonar, compartir, sonreír, esperar, abrazar... eso va y viene en una dinámica que es imposible entre dos adultos. Yo, con la falta de padre y la educación rígida que recibí a cambio, que sobrecompensó no mis carencias, sino los miedos de quienes me tomaron bajo su ala, estoy más que superado con la tarea de ser un buen tío, y si no uso esta oportunidad para entrenarme para la paternidad, sería un imbécil diplomado.
A mi sobrino mayor, que ahora tiene 10, hace un par de días le conté cómo me vomitó encima dos veces en 15 minutos el día lo que lo conocí. De la misma manera, cuando los dos sean mayores, les voy a invitar un buen asado para agradecerles todo lo que me están enseñando.
jueves, 31 de diciembre de 2015
miércoles, 30 de diciembre de 2015
sueño resucitado
Mirando atrás, tratando de entender el significado de los pasos que di en los últimos meses, de ordenarlos y valorarlos dentro del proceso que intenté comenzar, me doy cuenta que todo esto es más importante de lo que pensaba. Que abarca más que cambiar de trabajo y se extiende a cambiar de vida. Y dadas las posibilidades, a elegir qué vida quiero. Ni más ni menos.
Dejar el trabajo en Alemania, dejar Alemania, ir a Italia a aprender italiano, aislarme en Sicilia y dejarme impregnar por ella y por lo tanto purgar mi sistema de toda la mierda que vengo absorbiendo en los últimos 12 años, tomar distancia de mi relación con Novia, tomar distancia incluso del 90% de mis posesiones materiales... lo único que estoy experimentando, y aumenta cada día, es claridad mental. No miro atrás con nostalgia, o con arrepentimiento, o con culpa; no extraño, no lamento, no desprecio.
Por ejemplo, haberme separado de mis muebles, máquina de café, auto, equipo de juegos/video/música, ropa... vaya uno a saber qué más, no me significó más que liberación. No tengo que limpiarlas, ordenarlas, cuidarlas de ningún modo. No ocupan lugar en mi mente y, por eso, en mi vida. Y mi vida, con esa disminución, se enriqueció. Leo más. Miro más. Saco más fotos. Porque sí, no soy un monje, así que es más claro que nunca que hay 3 cosas que me gustan mucho y las voy a soltar solamente si no me queda más remedio: la cámara, la moto y la computadora, que la necesito primordialmente para procesar las fotos, y me facilita mucho el tema de escribir a otros (correo electrónico) y el poder cuidar de en este espacio, entre otras cosas.
Además, haber aprendido un poco de italiano me llena de orgullo. Ahora que estoy en casa, en Mar del Plata, tengo esa sensación que no disfrutaba desde hace más de 20 años, antes de que la muerte de mi abuelo cambiara todo: seguridad. Tengo a mi familia, que son pocos pero están bien, y este fin de semana, en una de esas raras ocasiones en que se alinean los planetas, mis dos mejores amigos estaban acá, siendo que normalmente uno está a 500 y el otro a 3000 km. El de la casa de comidas de acá a la vuelta pregunta por mí, la portera me deja usar su conexión de internet porque sí, el verdulero me corta el peceto como a mí me gusta para que mi mamá me haga las milanesas, como el helado como debe ser (acá iba a insertar un comentario ácido despreciando el helado que se consigue en Alemania, pero me lo guardo), disfruto de las fiestas como se supone que se disfruta cualquier cosa: con familia y amigos. En suma, vivo la vida como sé vivirla, sin pretensiones estúpidas, sin lujos, sin carencias graves. Cada día que pasa me siento más lejos de los últimos 12 años. Cada día me siento más desconectado de todo eso que dejé en mi departamento en Alemania, más confundido a la hora de buscar un motivo para volver a ir allá. Justificar lo injustificable.
Algo que me impactó muchísimo y no vi venir fue los efectos del descenso del trono por parte de la esquizofrénica-demente-paranoica-imbécil-dictadora-traidora-hijademilputas que se engrapó al poder y, salvo por contadísimas excepciones, lo arruinó salvajemente. En el trabajo al que renuncié hace poco, en cada sala de reuniones (que son cientos, porque éramos 27000 empleados repartidos en unos 50 edificios) hay una lámina plastificada donde dice cómo llevar a cabo una discusión productiva. Esta yegua de emperatriz, que por fin logramos bajar institucionalmente, parece que la tomó como referencia para hacer exactamente lo contrario en casa paso del camino. Al lado de su forma de hacer las cosas, la pax romana era una colonia de vacaciones para gente que consideraba a los teletubbies demasiado agresivos. Y no sólo eso: sus medidas económicas, además de tornar al país en un hazmerreír de estabilidad y confiabilidad, convirtieron (por dar un ejemplo) algo tan banal y sobreentendido como pagar un hotel con tarjeta de crédito en un ejercicio de sentirse estúpido, viendo cómo cada centavo pagado acá se traducía en un 50% debitado de mi cuenta en Alemania.
Podría escribir muchas, muchas páginas sobre esto, pero a lo que quiero llegar es a que llegó un punto en que volver a Argentina, a casa, a CASA, a intentarlo acá, a empezar de nuevo, hubiera sido lo más idiota sobre la faz de la tierra. Y de pronto, de un plumazo, literalmente, Argentina volvió a mi horizonte, como un bailarín que se retira después de los aplausos y vuelve al escenario patinando y deteniéndose en el medio con un ¡ta raaaa!. El cepo, chau. Las restricciones a las importaciones, chau. El taladro mental que significaba tenerla en Cadena Nacional con su diarrea oral, chau. De pronto el país está nuevamente en las manos de su dueños: los argentinos, para que hagamos lo que sabemos hacer mejor: cagarlo. Pero dejando de lado la ironía, la gente, y más significativamente, yo, estamos de pronto con esperanza y tenemos ganas de intentarlo y ver si se puede lograr nuevamente lo que nuestros abuelos lograron: salir adelante. Porque en Argentina, como en pocos lados en este planeta, está todo dado para salir adelante.
Y eso significa que vender todo y volver a casa es una posibilidad real, no solamente un deseo que sangra en la cama de un hospital, conectado a un respirador que espera a ser desenchufado. Deja de ser una pesadilla y vuelve a ser un sueño.
Dejar el trabajo en Alemania, dejar Alemania, ir a Italia a aprender italiano, aislarme en Sicilia y dejarme impregnar por ella y por lo tanto purgar mi sistema de toda la mierda que vengo absorbiendo en los últimos 12 años, tomar distancia de mi relación con Novia, tomar distancia incluso del 90% de mis posesiones materiales... lo único que estoy experimentando, y aumenta cada día, es claridad mental. No miro atrás con nostalgia, o con arrepentimiento, o con culpa; no extraño, no lamento, no desprecio.
Por ejemplo, haberme separado de mis muebles, máquina de café, auto, equipo de juegos/video/música, ropa... vaya uno a saber qué más, no me significó más que liberación. No tengo que limpiarlas, ordenarlas, cuidarlas de ningún modo. No ocupan lugar en mi mente y, por eso, en mi vida. Y mi vida, con esa disminución, se enriqueció. Leo más. Miro más. Saco más fotos. Porque sí, no soy un monje, así que es más claro que nunca que hay 3 cosas que me gustan mucho y las voy a soltar solamente si no me queda más remedio: la cámara, la moto y la computadora, que la necesito primordialmente para procesar las fotos, y me facilita mucho el tema de escribir a otros (correo electrónico) y el poder cuidar de en este espacio, entre otras cosas.
Además, haber aprendido un poco de italiano me llena de orgullo. Ahora que estoy en casa, en Mar del Plata, tengo esa sensación que no disfrutaba desde hace más de 20 años, antes de que la muerte de mi abuelo cambiara todo: seguridad. Tengo a mi familia, que son pocos pero están bien, y este fin de semana, en una de esas raras ocasiones en que se alinean los planetas, mis dos mejores amigos estaban acá, siendo que normalmente uno está a 500 y el otro a 3000 km. El de la casa de comidas de acá a la vuelta pregunta por mí, la portera me deja usar su conexión de internet porque sí, el verdulero me corta el peceto como a mí me gusta para que mi mamá me haga las milanesas, como el helado como debe ser (acá iba a insertar un comentario ácido despreciando el helado que se consigue en Alemania, pero me lo guardo), disfruto de las fiestas como se supone que se disfruta cualquier cosa: con familia y amigos. En suma, vivo la vida como sé vivirla, sin pretensiones estúpidas, sin lujos, sin carencias graves. Cada día que pasa me siento más lejos de los últimos 12 años. Cada día me siento más desconectado de todo eso que dejé en mi departamento en Alemania, más confundido a la hora de buscar un motivo para volver a ir allá. Justificar lo injustificable.
Algo que me impactó muchísimo y no vi venir fue los efectos del descenso del trono por parte de la esquizofrénica-demente-paranoica-imbécil-dictadora-traidora-hijademilputas que se engrapó al poder y, salvo por contadísimas excepciones, lo arruinó salvajemente. En el trabajo al que renuncié hace poco, en cada sala de reuniones (que son cientos, porque éramos 27000 empleados repartidos en unos 50 edificios) hay una lámina plastificada donde dice cómo llevar a cabo una discusión productiva. Esta yegua de emperatriz, que por fin logramos bajar institucionalmente, parece que la tomó como referencia para hacer exactamente lo contrario en casa paso del camino. Al lado de su forma de hacer las cosas, la pax romana era una colonia de vacaciones para gente que consideraba a los teletubbies demasiado agresivos. Y no sólo eso: sus medidas económicas, además de tornar al país en un hazmerreír de estabilidad y confiabilidad, convirtieron (por dar un ejemplo) algo tan banal y sobreentendido como pagar un hotel con tarjeta de crédito en un ejercicio de sentirse estúpido, viendo cómo cada centavo pagado acá se traducía en un 50% debitado de mi cuenta en Alemania.
Podría escribir muchas, muchas páginas sobre esto, pero a lo que quiero llegar es a que llegó un punto en que volver a Argentina, a casa, a CASA, a intentarlo acá, a empezar de nuevo, hubiera sido lo más idiota sobre la faz de la tierra. Y de pronto, de un plumazo, literalmente, Argentina volvió a mi horizonte, como un bailarín que se retira después de los aplausos y vuelve al escenario patinando y deteniéndose en el medio con un ¡ta raaaa!. El cepo, chau. Las restricciones a las importaciones, chau. El taladro mental que significaba tenerla en Cadena Nacional con su diarrea oral, chau. De pronto el país está nuevamente en las manos de su dueños: los argentinos, para que hagamos lo que sabemos hacer mejor: cagarlo. Pero dejando de lado la ironía, la gente, y más significativamente, yo, estamos de pronto con esperanza y tenemos ganas de intentarlo y ver si se puede lograr nuevamente lo que nuestros abuelos lograron: salir adelante. Porque en Argentina, como en pocos lados en este planeta, está todo dado para salir adelante.
Y eso significa que vender todo y volver a casa es una posibilidad real, no solamente un deseo que sangra en la cama de un hospital, conectado a un respirador que espera a ser desenchufado. Deja de ser una pesadilla y vuelve a ser un sueño.
martes, 22 de diciembre de 2015
vida inteligente
El teléfono, por supuesto.
Los aros.
El corte de pelo.
El gorro.
El tatuaje.
El cigarrillo.
El pantalón.
Las zapatillas con la lengüeta afuera del pantalón.
Parece una receta de cocina, si no fuera porque es casi una vulgaridad no echar mano a estos elementos para buscar atención, expresar personalidad; como los que creen que tienen que contestar 7 preguntas para que el vendedor pueda llegar al café que están dispuestos a aceptar. ¿Descafeinado? ¿grande, mediano o chico? ¿con vainilla o caramelo? ¿con o sin leche? ¿normal, descremada o de soja? ¿para tomar acá o para llevar? ¿azúcar o edulcorante? Y entonces sí, un feca. Lejos quedaron los tiempos en que entrábamos al bar con un amigo y le hacíamos la v (con el dedo índice y el mayor) y la c (con el índice y el pulgar) al negro (digo, al señor por demás pigmentado, eventualmente del NOA) de la barra y voilà. Ahora somos todos imbéciles y tenemos que hablar con el "barista". Esmarfon en mano, por supuesto. Y sin mirarnos.
Dependiendo del día y el lugar, esto puede verse entre chicos de secundaria, padres e hijos saliendo "juntos" (pero muy separados), o simplemente gente sentada en el tren o el colectivo.
El programa ese SETI podría dar vuelta los telescopios y empezar a ver si encontramos vida inteligente acá, en este planeta.
Los aros.
El corte de pelo.
El gorro.
El tatuaje.
El cigarrillo.
El pantalón.
Las zapatillas con la lengüeta afuera del pantalón.
Parece una receta de cocina, si no fuera porque es casi una vulgaridad no echar mano a estos elementos para buscar atención, expresar personalidad; como los que creen que tienen que contestar 7 preguntas para que el vendedor pueda llegar al café que están dispuestos a aceptar. ¿Descafeinado? ¿grande, mediano o chico? ¿con vainilla o caramelo? ¿con o sin leche? ¿normal, descremada o de soja? ¿para tomar acá o para llevar? ¿azúcar o edulcorante? Y entonces sí, un feca. Lejos quedaron los tiempos en que entrábamos al bar con un amigo y le hacíamos la v (con el dedo índice y el mayor) y la c (con el índice y el pulgar) al negro (digo, al señor por demás pigmentado, eventualmente del NOA) de la barra y voilà. Ahora somos todos imbéciles y tenemos que hablar con el "barista". Esmarfon en mano, por supuesto. Y sin mirarnos.
Dependiendo del día y el lugar, esto puede verse entre chicos de secundaria, padres e hijos saliendo "juntos" (pero muy separados), o simplemente gente sentada en el tren o el colectivo.
El programa ese SETI podría dar vuelta los telescopios y empezar a ver si encontramos vida inteligente acá, en este planeta.
lunes, 14 de diciembre de 2015
11 000 metros
¡Ja! Siempre quise escribir desde un avión, como que le da un toque de clase al asunto, como cuando en las películas donde BondJamesBond va de una capital europea a otra. Le dan la información de la misión en Londres, se encuentra con el contacto en Praga, el malo se aloja en un hotel en París, se persiguen en Roma...
En mi caso, la historia es más modesta y consiste en ir a pasar la navidad a casa, y este Airbus 340-600 en la ruta IB6841 aterriza en Buenos Aires en un par de horas. Normalmente, viajar a casa implica embutirse en lo que podría resumidamente describirse como un potro de tortura, donde el espacio disponible es más honesto catalogarlo como "hendidura", el asiento (diseñado por el estudio MeCagoEnLaAnatomía) es solamente un poquito más duro que el mármol, y aunque el constructor lo define como "reclinable" yo lo definiría como "hijo de puta". Pero esta vez mis estimados amigos de Iberia me ofrecieron, por €500, un cambio de clase a business. Para los que no viajan mucho esto es para cortarte el hipo, pero no es así. Veamos: el pasaje en turista cuesta €1000 y comprende ida y vuelta de un tramo relativamente corto dentro de Europa hasta Madrid, unas dos horas, y uno larguísimo intercontinental de 12 horas. Un asiento de business ocupa el espacio físico de 5 asientos de turista, y el precio lo refleja. Digamos que de esos €1000, €80 son por cada tramo dentro de Europa, y €420 por cada tramos intercontinental. Ahora bien, el cambio que compré es solamente para el tramo Madrid-Buenos Aires, nada más. Los otros tres tramos se quedan como están. O sea que si bien el asiento en business cuesta 5 veces más que el de turista, me debería haber costado €1680 adicionales, no €500. O sea que obtuve un producto caro a un buen precio.
Pero la pregunta queda: ¿lo vale? Y acá es donde me remito a lo de "para los que no viajan mucho" por un lado, y el factor adicional que tiene el hecho de bajarse del avión sin sentirse que las articulaciones están llenas de arena, que la única forma de volver a mover la espalda es con un transplante de espina vertebral, o que las piernas tienen enrollado un colchón de agua cada una. En mi caso, como todavía tengo que depositar mis huesos por cinco horas y media en el Tiendaleón a Mar del Plata, se agradece sobremanera.
También hay aspectos prácticos y otros más subjetivos. En el primer grupo está el hecho de poder usar la sala VIP, que incluye internet, comida y otras amenidades. También el registro y embarque prioritario, lo cual generalmente excluye dos cosas: juntarse con la plebe y hacer cola. También el equipaje sale primero, lo cual en Ezeiza se agradece porque todavía hay que pasar por la aduana, lo cual lleva su tiempito. Y la comida a bordo es mucho más apetecible, aunque a mí me debe faltar sangre azul porque la de turista me la mando tranquilamente y la disfruto mucho. El asiento tiene una función de masaje, se reclina a 180° (te queda una camita de 1,90 m), te dan auriculares que no solamente te permite entender algo de los diálogos de la película, sino que además son con cancelación de ruido, las azafatas se toman su tiempo para atenderte, etc. Entre los aspectos más subjetivos está el que te tratan bastante mejor, hay un aire de exclusividad, aunque a mí eso siempre me hace sentir un poco incómodo. Por un lado no siento que me lo merezco, y por el otro no siento que los demás no se lo merezcan. Pero supongo que le están hablando a mi tarjeta de crédito, aunque también es obvio que atender a los 44 pasajeros relajados en el tercio delantero del avión es más satisfactorio que atender a los otros 340 hacinados en los otros 2 tercios.
En fin, parece que se viene el desayuno. Estamos en el sur de Brasil, legando a Misiones y, por lo que parece en el mapa, a punto de sobrevolar las cataratas, pero con la capa de nubes me parece que no va a poder ser esta vez. Ay, qué vida.
En mi caso, la historia es más modesta y consiste en ir a pasar la navidad a casa, y este Airbus 340-600 en la ruta IB6841 aterriza en Buenos Aires en un par de horas. Normalmente, viajar a casa implica embutirse en lo que podría resumidamente describirse como un potro de tortura, donde el espacio disponible es más honesto catalogarlo como "hendidura", el asiento (diseñado por el estudio MeCagoEnLaAnatomía) es solamente un poquito más duro que el mármol, y aunque el constructor lo define como "reclinable" yo lo definiría como "hijo de puta". Pero esta vez mis estimados amigos de Iberia me ofrecieron, por €500, un cambio de clase a business. Para los que no viajan mucho esto es para cortarte el hipo, pero no es así. Veamos: el pasaje en turista cuesta €1000 y comprende ida y vuelta de un tramo relativamente corto dentro de Europa hasta Madrid, unas dos horas, y uno larguísimo intercontinental de 12 horas. Un asiento de business ocupa el espacio físico de 5 asientos de turista, y el precio lo refleja. Digamos que de esos €1000, €80 son por cada tramo dentro de Europa, y €420 por cada tramos intercontinental. Ahora bien, el cambio que compré es solamente para el tramo Madrid-Buenos Aires, nada más. Los otros tres tramos se quedan como están. O sea que si bien el asiento en business cuesta 5 veces más que el de turista, me debería haber costado €1680 adicionales, no €500. O sea que obtuve un producto caro a un buen precio.
Pero la pregunta queda: ¿lo vale? Y acá es donde me remito a lo de "para los que no viajan mucho" por un lado, y el factor adicional que tiene el hecho de bajarse del avión sin sentirse que las articulaciones están llenas de arena, que la única forma de volver a mover la espalda es con un transplante de espina vertebral, o que las piernas tienen enrollado un colchón de agua cada una. En mi caso, como todavía tengo que depositar mis huesos por cinco horas y media en el Tiendaleón a Mar del Plata, se agradece sobremanera.
También hay aspectos prácticos y otros más subjetivos. En el primer grupo está el hecho de poder usar la sala VIP, que incluye internet, comida y otras amenidades. También el registro y embarque prioritario, lo cual generalmente excluye dos cosas: juntarse con la plebe y hacer cola. También el equipaje sale primero, lo cual en Ezeiza se agradece porque todavía hay que pasar por la aduana, lo cual lleva su tiempito. Y la comida a bordo es mucho más apetecible, aunque a mí me debe faltar sangre azul porque la de turista me la mando tranquilamente y la disfruto mucho. El asiento tiene una función de masaje, se reclina a 180° (te queda una camita de 1,90 m), te dan auriculares que no solamente te permite entender algo de los diálogos de la película, sino que además son con cancelación de ruido, las azafatas se toman su tiempo para atenderte, etc. Entre los aspectos más subjetivos está el que te tratan bastante mejor, hay un aire de exclusividad, aunque a mí eso siempre me hace sentir un poco incómodo. Por un lado no siento que me lo merezco, y por el otro no siento que los demás no se lo merezcan. Pero supongo que le están hablando a mi tarjeta de crédito, aunque también es obvio que atender a los 44 pasajeros relajados en el tercio delantero del avión es más satisfactorio que atender a los otros 340 hacinados en los otros 2 tercios.
En fin, parece que se viene el desayuno. Estamos en el sur de Brasil, legando a Misiones y, por lo que parece en el mapa, a punto de sobrevolar las cataratas, pero con la capa de nubes me parece que no va a poder ser esta vez. Ay, qué vida.
lunes, 23 de noviembre de 2015
un día cualquiera
Alicudi, girada 90° a la izquierda. Agua. Mar, para ser específicos. Música, o lo que se conoce como "italiano": la vecina de enfrente diciéndole gritándole a los hijos que se despierten para ir a la escuela. Ah... sí... ahora me acuerdo: estoy en Cefalù. Sonrío: empieza un nuevo día. Son las 7.
Me levanto y voy casi corriendo hasta el balconcito de mi dormitorio y miro enfrente; más de una vez casi me paso de largo y voy a parar al agua. Y sí, no era un sueño, es Alicudi, la más septentrional del archipiélago de las Islas Eolias. La más chiquita y modesta, la menos habitada o visitada. El que me alquiló el departamento me dijo que cuando se ven las islas a la mañana muy claramente, el agua del mar no está tan transparente, y viceversa: si no se ven las islas es porque va a ser un día espectacular para bucear. Y en ocho semanas no le erró nunca la predicción.
Así parado en ropa interior y con medio cuerpo afuera, a la derecha veo el faro y el sol saliendo sobre el muelle del puerto nuevo. A veces hago fotos, a veces miro y me regodeo de placer, a veces tengo hambre y compiti, los deberes para el curso de italiano.
Bajo a ducharme. La ducha es más chiquita que una cabina de teléfono así que para lavarme los pies tengo que contorsionarme. Es lo único que no me gusta de este departamento. Pasado el trámite, me visto, agarro la mochila con la carpeta de italiano y salgo.
Un gato se ha tomado la confianza de dormir en el asiento de la moto, así que cada mañana la encuentro llena de pelos blancos. Mientras no me arañe nada lo dejo, pero si encuentro algo rajuñado ese gato va a ser Purina Gati. Igual lo saludo, pero de puro formal. No me cae bien; nunca me contesta, gracias si me mira de vez en cuando. Una vez ya lo saqué carpiendo porque encontré huellas de sus patas sobre el tanque.
Voy a la derecha hasta el principio de la calle, donde una señora ya grande barre un poco y el marido fuma y mira tele. Nunca los vi haciendo otra cosa. Y siempre con la puerta abierta. De ahí a la izquierda, camino 20 metros y doblo a la derecha, hago 10 metros y voy a la izquierda, a subir a la Piazza del Duomo. Este callejoncito es el más lindo, con un empedrado con un motivo romboidal y los balcones con ropa y sábanas colgadas que parecen que estuvieran ahí de decoración, como una planta de plástico. Y los faroles de alumbrado. Y las Vespa con los gatos durmiendo en el reposapies.
En la piazza queda el café de Yesica y Pablo, donde me cobran lo mismo que a los locales, o sea, el precio de la barra. Vincenzo, el mozo, ya sabe lo que quiero y apenas me ve doblar la esquina me grita ciao ragazzo! y corre a preparármelo: un cappuccino y una espiral con uva o al cioccolatto, porque la sfogliatella napolitana es más difícil de encontrar. Me siento a hacer los deberes de la escuela de italiano, que generalmente me llevan 15 ó 20 minutos, y como el curso recién empieza a las 9 uso el rato para leer un libro, aunque a veces Vincenzo me da charla mientras acomoda los sobrecitos de azúcar. Critica a los alemanes y más aun a los franceses, me aconseja a dónde ir con la moto, a dónde no, charlamos de la vida en Cefalù, la gente... en fin, lo normal.
Mientras tanto, en las mesas de alrededor los muchachos (el más joven hace mucho que se jubiló) analizan la vida y discuten si los ángeles tienen ombligo. Los turistas, a medida que agosto pasa al olvido, son cada vez menos frecuentes. O duermen hasta más tarde =P
Después me voy a la escuela. En 3 minutos cruzo el centro viejo y veo a los gatos en trance religioso mirando las carretillas de los pescadores llenas de mercadería pescada esa madrugada. Es alucinante ver a los sicilianos gritando sus ofertas a los cuatro vientos. También hay un par de horticultores con sus APE haciendo lo mismo, aunque sin la procesión de gatos. Van por el centro y sus clientes se asoman por los balcones y les bajan una especie de canasto atado a una soga con algo de dinero. El vendedor estaciona, prepara el pedido, toma el dinero y pone el vuelto y la mercadería en el canasto y la señora desde el balcón lo iza.
Los repartidores también pasan como abejas ocupadas, con pan (los de horno a leña son los más preciados), harina, pasticcini, y quién sabe cuántas cosas más. Al mediodía, cuando termina la lección de italiano, llega la dura tarea de decidir qué almorzar. Normalmente engaño al estómago con una arancina siciliana o una porción de pizza, poco pero a propósito, así dejo lugar para el helado de sete veli y vaniglia, no sea que se me arruine la figura.
Las tardes se reparten entre un paseo en moto por el interior de la isla, recolectando clavos con las cubiertas y fotos increíbles, o yendo a la playa, o a pasear sin rumbo fijo, a menudo con la cámara.
A la noche, si hay con quién, voy a un restaurante. Si no hay compañía, voy a un restaurante. Muy raras las veces que cocino o me arreglo con algo simple, aunque las hay. Pero más que nada me gusta relajarme y dejarme sorprender por lo que el cocinero de turno quiera preparar. Si estoy solo me relajo con un libro mientras espero la comida o el postre. El tiramisú lleva las de ganar.
A veces me junto con algunos compañeros a algún pueblo cerca para variar, pero Cefalù tiene oferta de sobra. Antes de ir a dormir no puedo evitar asomarme al balcón un rato, como para charlar con el mar, o asegurarme que todavía está ahí y hacerle prometerme que va a estar ahí a la mañana. Me acuesto con una sonrisa, y así me duermo.
Me levanto y voy casi corriendo hasta el balconcito de mi dormitorio y miro enfrente; más de una vez casi me paso de largo y voy a parar al agua. Y sí, no era un sueño, es Alicudi, la más septentrional del archipiélago de las Islas Eolias. La más chiquita y modesta, la menos habitada o visitada. El que me alquiló el departamento me dijo que cuando se ven las islas a la mañana muy claramente, el agua del mar no está tan transparente, y viceversa: si no se ven las islas es porque va a ser un día espectacular para bucear. Y en ocho semanas no le erró nunca la predicción.
Así parado en ropa interior y con medio cuerpo afuera, a la derecha veo el faro y el sol saliendo sobre el muelle del puerto nuevo. A veces hago fotos, a veces miro y me regodeo de placer, a veces tengo hambre y compiti, los deberes para el curso de italiano.
Bajo a ducharme. La ducha es más chiquita que una cabina de teléfono así que para lavarme los pies tengo que contorsionarme. Es lo único que no me gusta de este departamento. Pasado el trámite, me visto, agarro la mochila con la carpeta de italiano y salgo.
Un gato se ha tomado la confianza de dormir en el asiento de la moto, así que cada mañana la encuentro llena de pelos blancos. Mientras no me arañe nada lo dejo, pero si encuentro algo rajuñado ese gato va a ser Purina Gati. Igual lo saludo, pero de puro formal. No me cae bien; nunca me contesta, gracias si me mira de vez en cuando. Una vez ya lo saqué carpiendo porque encontré huellas de sus patas sobre el tanque.
Voy a la derecha hasta el principio de la calle, donde una señora ya grande barre un poco y el marido fuma y mira tele. Nunca los vi haciendo otra cosa. Y siempre con la puerta abierta. De ahí a la izquierda, camino 20 metros y doblo a la derecha, hago 10 metros y voy a la izquierda, a subir a la Piazza del Duomo. Este callejoncito es el más lindo, con un empedrado con un motivo romboidal y los balcones con ropa y sábanas colgadas que parecen que estuvieran ahí de decoración, como una planta de plástico. Y los faroles de alumbrado. Y las Vespa con los gatos durmiendo en el reposapies.
En la piazza queda el café de Yesica y Pablo, donde me cobran lo mismo que a los locales, o sea, el precio de la barra. Vincenzo, el mozo, ya sabe lo que quiero y apenas me ve doblar la esquina me grita ciao ragazzo! y corre a preparármelo: un cappuccino y una espiral con uva o al cioccolatto, porque la sfogliatella napolitana es más difícil de encontrar. Me siento a hacer los deberes de la escuela de italiano, que generalmente me llevan 15 ó 20 minutos, y como el curso recién empieza a las 9 uso el rato para leer un libro, aunque a veces Vincenzo me da charla mientras acomoda los sobrecitos de azúcar. Critica a los alemanes y más aun a los franceses, me aconseja a dónde ir con la moto, a dónde no, charlamos de la vida en Cefalù, la gente... en fin, lo normal.
Mientras tanto, en las mesas de alrededor los muchachos (el más joven hace mucho que se jubiló) analizan la vida y discuten si los ángeles tienen ombligo. Los turistas, a medida que agosto pasa al olvido, son cada vez menos frecuentes. O duermen hasta más tarde =P
Después me voy a la escuela. En 3 minutos cruzo el centro viejo y veo a los gatos en trance religioso mirando las carretillas de los pescadores llenas de mercadería pescada esa madrugada. Es alucinante ver a los sicilianos gritando sus ofertas a los cuatro vientos. También hay un par de horticultores con sus APE haciendo lo mismo, aunque sin la procesión de gatos. Van por el centro y sus clientes se asoman por los balcones y les bajan una especie de canasto atado a una soga con algo de dinero. El vendedor estaciona, prepara el pedido, toma el dinero y pone el vuelto y la mercadería en el canasto y la señora desde el balcón lo iza.
Los repartidores también pasan como abejas ocupadas, con pan (los de horno a leña son los más preciados), harina, pasticcini, y quién sabe cuántas cosas más. Al mediodía, cuando termina la lección de italiano, llega la dura tarea de decidir qué almorzar. Normalmente engaño al estómago con una arancina siciliana o una porción de pizza, poco pero a propósito, así dejo lugar para el helado de sete veli y vaniglia, no sea que se me arruine la figura.
Las tardes se reparten entre un paseo en moto por el interior de la isla, recolectando clavos con las cubiertas y fotos increíbles, o yendo a la playa, o a pasear sin rumbo fijo, a menudo con la cámara.
A la noche, si hay con quién, voy a un restaurante. Si no hay compañía, voy a un restaurante. Muy raras las veces que cocino o me arreglo con algo simple, aunque las hay. Pero más que nada me gusta relajarme y dejarme sorprender por lo que el cocinero de turno quiera preparar. Si estoy solo me relajo con un libro mientras espero la comida o el postre. El tiramisú lleva las de ganar.
A veces me junto con algunos compañeros a algún pueblo cerca para variar, pero Cefalù tiene oferta de sobra. Antes de ir a dormir no puedo evitar asomarme al balcón un rato, como para charlar con el mar, o asegurarme que todavía está ahí y hacerle prometerme que va a estar ahí a la mañana. Me acuesto con una sonrisa, y así me duermo.
sábado, 14 de noviembre de 2015
"No facciamo cose brutte"
me dijo el mozo cuando le elogié el cappuccino. Y tenía razón.
Un físico hace un par de años comentó que el universo no sólo es más complicado de lo que imaginamos; es más complicado de lo que podemos imaginar. Sicilia, en lo que a mi respecta, no solo es más linda de lo que esperaba: es más linda de lo que podía esperar. Creo que, técnicamente, estoy enamorado de Sicilia. No me quiero ir. Que no quiero ir a Alemania no es ninguna novedad y no hace falta ni mencionarlo, pero esta vez simplemente no quiero irme de Sicilia. Como si tener un boleto con punto de partida en Sicilia y punto de arribo en cualquier otro lado fuera un certificado médico de demencia, un no-hay-vuelta-atrás, un dejalo-que-no-tiene-remedio. Está cucú. Alejate, a ver si es contagioso.
Pero voy a volver. No puedo no volver. Sencillamente no puedo. No sería vida, sería esclavitud.
Si tuviera más habilidad con las palabras podría usarlas para expresar cuánto estoy disfrutando Sicilia, cuánto me significa y me gusta estar acá. Pero versos, canciones, suspiros, sonidos u olores apenas alcanzar a representar aspectos de Sicilia; todas esas cosas se quedan cortas. Lo que sí domino, me atrevo a proponer, son las imágenes. Así que acá van algunas de reciente horneada:
Un físico hace un par de años comentó que el universo no sólo es más complicado de lo que imaginamos; es más complicado de lo que podemos imaginar. Sicilia, en lo que a mi respecta, no solo es más linda de lo que esperaba: es más linda de lo que podía esperar. Creo que, técnicamente, estoy enamorado de Sicilia. No me quiero ir. Que no quiero ir a Alemania no es ninguna novedad y no hace falta ni mencionarlo, pero esta vez simplemente no quiero irme de Sicilia. Como si tener un boleto con punto de partida en Sicilia y punto de arribo en cualquier otro lado fuera un certificado médico de demencia, un no-hay-vuelta-atrás, un dejalo-que-no-tiene-remedio. Está cucú. Alejate, a ver si es contagioso.
Pero voy a volver. No puedo no volver. Sencillamente no puedo. No sería vida, sería esclavitud.
Si tuviera más habilidad con las palabras podría usarlas para expresar cuánto estoy disfrutando Sicilia, cuánto me significa y me gusta estar acá. Pero versos, canciones, suspiros, sonidos u olores apenas alcanzar a representar aspectos de Sicilia; todas esas cosas se quedan cortas. Lo que sí domino, me atrevo a proponer, son las imágenes. Así que acá van algunas de reciente horneada:
ventana al mar, de mi primer departamento en Cefalù
atardecer en Cefalù
detalle de una pared
fuente en Castelbuono
Castelbuono desde el Castello
callejón en Palermo
Chiesa di San Domenico, Palermo
noche en Cefalù
sábanas colgadas frente a un farol
Agrigento
Scala dei Turchi
atardecer en Marsala
volviendo de Corleone
después de la lluvia, Cefalù
viejito paseando en Cefalù
postales
trapos secándose
miércoles, 11 de noviembre de 2015
CH
Estoy asquerosamente enfermo, con un poco de fiebre, dolor de garganta, cansancio y qué sé yo qué más. Así que me voy a limitar a citar a Christopher Hitchens por algo que viene muy a mano en este momento y que debería ser tatuado en la metafórica base del cerebro de todos:
Lo único que se me ocurre agregar es ser buen hijo.
Me voy a cenar.
He says he doesn’t need the supernatural to find purpose in the universe, but seeks a life “that partakes even in a little friendship, love, irony, humour, parenthood, literature, and music, and the chance to take part in battles for the liberation of others.” (Hitch-22, p.331)Así, en inglés. Y es tan precioso y escrito por alguien con un dominio tan sobresaliente del idioma, que no voy a tratar de traducirlo.
Lo único que se me ocurre agregar es ser buen hijo.
Me voy a cenar.
lunes, 9 de noviembre de 2015
mi día de la marmota
Hay una película un poco vieja (1993) que en castellano la titularon "Hechizo del tiempo" o a veces (y más fielmente al título original en inglés) "El día de la marmota", protagonizada espectacularmente por Bill Murray. Me salteo una sinopsis porque seguramente todo el mundo la vio y el que no... ¡debería! En fin, el otro día estaba tratando de explicarle a alguien qué es lo que estoy haciendo con mi vida en este momento y me vino a la cabeza esa película. Pensándolo un poco, es perfecto, casi como que busqué que me pasara. De hecho me acuerdo que cuando la vi pensé en cuánto me gustaría que a mí me pasara algo así: estar varado en un lugar, de una manera preso pero al mismo tiempo libre, en una forma totalmente distinta a lo que uno cree que es la libertad, esas situaciones donde uno acepta las circunstancias con filosofía y hace lo mejor que se puede, o se rinde y se pierde una oportunidad espectacular.
La diferencia con Phil, el protagonista, es que yo buscaba esto, así que despojado de los delirios de grandeza con que él comienza, no me tomé una licencia de las reglas que dictan que todo tiene consecuencias y me dediqué de lleno a lo que vine a hacer: curarme, reencontrarme, tranquilizarme, indemnizarme, dedicarme a mí mismo en lugar de usarme y al final tratar de dejar atrás lo que me hizo daño y solamente llevarme lo que me agregó. O sea, progresar. Y estoy teniendo éxitos.
Hoy salí a disfrutar del sol un poco a pie y otro poco caminando, y terminé en la playa de Castel di Tusa, 25 km al este de Cefalù, con la moto descansando a la sombra y yo con las patas desparramadas y leyendo un libro. Las cubiertas están para tirar y como desempleado no quiero reventarme €300, así que para estirarlas un poco estoy manejando como una ancianita yendo a la iglesia el domingo, que se traduce en un placer total y en la avergonzante experiencia de que me pase hasta el heladero.
Así que tirado así como estaba se me cruzaron un par de cosas por la cabeza que, si no hubiera logrado aprender a apreciar los buenos momentos de la vida, hubieran pasado sin pena ni gloria. A saber:
- encontré partes de mis orígenes, en Lipari, para ser exactos. Me estremece de pensarlo. De todos los lugares del mundo con los que me gustaría sentirme identificado, de los que me gustaría ser parte, donde me gustaría que me enterraran (y no solamente por antojo sino por pertenencia), Lipari es más lindo que todo el resto, por afano.
- manejé con mi moto en París. Ya lo sé, es una tontería, pero París es una ciudad alucinante, y ahora que lo pienso, lo mismo con Roma. Me di una vuelta alrededor del Coliseo de puro alucinante que es pensar en lo significativa que es esa ciudad para nuestra civilización, y en lo afortunado que soy en poder haber hecho algo así. Lo de París, sin embargo, me quedó más marcado y me acuerdo la sonrisa de oreja a oreja y la cara de estúpido que tenía cuando lo hice. Me acuerdo que estaba tan atontado mirando la torre Eiffel por encima del tablero de la moto, que la bocina del auto de atrás me sacó de mi trance y me hizo darme cuenta que el semáforo se había puesto verde.
- mi sobrino me vomitó encima. Así es, el cretino tenía apenas unos meses y fui a casa a pasar las fiestas. Mi hermana me lo pasó con la advertencia de que recién había comido y no lo inclinara (como si me hubiera pasado una pecera). Dicho y hecho. Subimos, me cambié la remera, lo tomé otra vez a upa, y otra vez me vomitó. Alguna vez aspiro a devolverle el favor, pero por ahora tiene nada más que 10 años y temo que no va a apreciar el chiste.
- anduve a 292 km/h en moto. Manejé un auto de €200 000. Conocí, charlé, interrogué, compartí un café (a solas, todo para mí) con el cerebro detrás de un auto de dos millones de euros. Metí mi nariz en el múltiple de admisión de un auto de Fórmula 1 durante el primer encendido, en donde se hacen. Piloteé un avión. Nadé en Oslo con un frío que cuando salí del agua hubiera sido de lo más desafiante identificarme como hombre.
- compartí una cena en una terraza al mar en una colina en Sicilia, durante el atardecer, con un músico-terapeuta alemán y una directora de escuela suiza, ambos dos seres humanos que en muy poco tiempo se han ganado mi cariño y aprecio intelectual y humano, que parecen disfrutar de mi compañía, y con los que me dí el gusto de discutir dónde reside, si la hay, el alma. Todo mientras compartíamos aceitunas, vino, pan fresco, pescado a la sartén en aceite de oliva, limón y hierbas. Y pasticcini de postre. Y había estrellas fugaces. Y las islas Eolias deseándonos las buenas noches.
No solamente la estoy pasando bien; también estoy disfrutando los momentos que pasé, que me dice un pajarito que es incluso más importante.
La diferencia con Phil, el protagonista, es que yo buscaba esto, así que despojado de los delirios de grandeza con que él comienza, no me tomé una licencia de las reglas que dictan que todo tiene consecuencias y me dediqué de lleno a lo que vine a hacer: curarme, reencontrarme, tranquilizarme, indemnizarme, dedicarme a mí mismo en lugar de usarme y al final tratar de dejar atrás lo que me hizo daño y solamente llevarme lo que me agregó. O sea, progresar. Y estoy teniendo éxitos.
Hoy salí a disfrutar del sol un poco a pie y otro poco caminando, y terminé en la playa de Castel di Tusa, 25 km al este de Cefalù, con la moto descansando a la sombra y yo con las patas desparramadas y leyendo un libro. Las cubiertas están para tirar y como desempleado no quiero reventarme €300, así que para estirarlas un poco estoy manejando como una ancianita yendo a la iglesia el domingo, que se traduce en un placer total y en la avergonzante experiencia de que me pase hasta el heladero.
Así que tirado así como estaba se me cruzaron un par de cosas por la cabeza que, si no hubiera logrado aprender a apreciar los buenos momentos de la vida, hubieran pasado sin pena ni gloria. A saber:
- encontré partes de mis orígenes, en Lipari, para ser exactos. Me estremece de pensarlo. De todos los lugares del mundo con los que me gustaría sentirme identificado, de los que me gustaría ser parte, donde me gustaría que me enterraran (y no solamente por antojo sino por pertenencia), Lipari es más lindo que todo el resto, por afano.
- manejé con mi moto en París. Ya lo sé, es una tontería, pero París es una ciudad alucinante, y ahora que lo pienso, lo mismo con Roma. Me di una vuelta alrededor del Coliseo de puro alucinante que es pensar en lo significativa que es esa ciudad para nuestra civilización, y en lo afortunado que soy en poder haber hecho algo así. Lo de París, sin embargo, me quedó más marcado y me acuerdo la sonrisa de oreja a oreja y la cara de estúpido que tenía cuando lo hice. Me acuerdo que estaba tan atontado mirando la torre Eiffel por encima del tablero de la moto, que la bocina del auto de atrás me sacó de mi trance y me hizo darme cuenta que el semáforo se había puesto verde.
- mi sobrino me vomitó encima. Así es, el cretino tenía apenas unos meses y fui a casa a pasar las fiestas. Mi hermana me lo pasó con la advertencia de que recién había comido y no lo inclinara (como si me hubiera pasado una pecera). Dicho y hecho. Subimos, me cambié la remera, lo tomé otra vez a upa, y otra vez me vomitó. Alguna vez aspiro a devolverle el favor, pero por ahora tiene nada más que 10 años y temo que no va a apreciar el chiste.
- anduve a 292 km/h en moto. Manejé un auto de €200 000. Conocí, charlé, interrogué, compartí un café (a solas, todo para mí) con el cerebro detrás de un auto de dos millones de euros. Metí mi nariz en el múltiple de admisión de un auto de Fórmula 1 durante el primer encendido, en donde se hacen. Piloteé un avión. Nadé en Oslo con un frío que cuando salí del agua hubiera sido de lo más desafiante identificarme como hombre.
- compartí una cena en una terraza al mar en una colina en Sicilia, durante el atardecer, con un músico-terapeuta alemán y una directora de escuela suiza, ambos dos seres humanos que en muy poco tiempo se han ganado mi cariño y aprecio intelectual y humano, que parecen disfrutar de mi compañía, y con los que me dí el gusto de discutir dónde reside, si la hay, el alma. Todo mientras compartíamos aceitunas, vino, pan fresco, pescado a la sartén en aceite de oliva, limón y hierbas. Y pasticcini de postre. Y había estrellas fugaces. Y las islas Eolias deseándonos las buenas noches.
No solamente la estoy pasando bien; también estoy disfrutando los momentos que pasé, que me dice un pajarito que es incluso más importante.
domingo, 8 de noviembre de 2015
reflejos
son las 3 y algo de la tarde. Estoy sentado en la cama con la compu en la falda. El sol se refleja en el mar y entra por entre las rendijas de la puerta del balcón y se proyecta en el techo. El reflejo juega, se difracta y se entremezcla con la textura de la pared mientras las olas hacen el wuuush wuuush rítmico que erosiona el cansancio y las tensiones de cualquier alma.
Vengo de la piazza del duomo, me acabo de tomar un helado de sete veli y vaniglia. Cefalù disfruta un otoño que muchas otras ciudades llamarían verano, y los privilegiados que por una razón u otra nos resistimos a irnos, lo aceptamos con los brazos abiertos, con la cámara en mano y con la campera en la mochila, porque que a la noche refresca, refresca. Muchos hoteles, cafés y restaurantes, negocios de recuerdos para turistas y botes de excursiones ya se despidieron por este año y cerraron. Sus dueños están limpiando y frotándose las manos en anticipo de un descanso en algún lado del norte de Italia o en donde sea que sus parientes estén desperdigados, emigrados hace algunas décadas a lugares donde el encanto de Sicilia no haga tanto honor a eso de "la otra cara de la moneda".
Después de 9 semanas acá, en pocos días me voy. Falta poco para mi cumple y lo quiero pasar con gente que me quiere, aunque algunos den por sentado que lo sé y no se ocupen demasiado de recordármelo. El miércoles por la noche probablemente me tomo el barco de Palermo que arriba a Nápoles el jueves a la mañana. La idea es manejar unos 500 km a Arezzo, una ciudad en Toscana, y pernoctar, y así descansado y tranquilo hacer el tramo a Múnich. Por ahí estiro la cosa y hago escala en Bolzano o algo así, pero la idea es básicamente estar en Múnich el fin de semana. Veremos.
Los reflejos en el techo siguen bailando en el cielo raso de mi habitación. Me siento muy, pero muy afortunado de poder disfrutar de estar acá, y no puedo dejar de preguntarme si una persona de esas millonarias de las que todos leímos en alguna publicación estúpida, se pueden detener a pensar en estas cosas chiquitas que nos ofrece la existencia. Me refiero a alguien que se levanta un domingo y tiene que decidir si saca la Ferrari 328 GTB u hoy tiene ganas de algo más moderno y le echa el ojo a las llaves de su 458 Spider. Esa persona ¿disfruta de los reflejos del sol en el agua?
Vengo de la piazza del duomo, me acabo de tomar un helado de sete veli y vaniglia. Cefalù disfruta un otoño que muchas otras ciudades llamarían verano, y los privilegiados que por una razón u otra nos resistimos a irnos, lo aceptamos con los brazos abiertos, con la cámara en mano y con la campera en la mochila, porque que a la noche refresca, refresca. Muchos hoteles, cafés y restaurantes, negocios de recuerdos para turistas y botes de excursiones ya se despidieron por este año y cerraron. Sus dueños están limpiando y frotándose las manos en anticipo de un descanso en algún lado del norte de Italia o en donde sea que sus parientes estén desperdigados, emigrados hace algunas décadas a lugares donde el encanto de Sicilia no haga tanto honor a eso de "la otra cara de la moneda".
Después de 9 semanas acá, en pocos días me voy. Falta poco para mi cumple y lo quiero pasar con gente que me quiere, aunque algunos den por sentado que lo sé y no se ocupen demasiado de recordármelo. El miércoles por la noche probablemente me tomo el barco de Palermo que arriba a Nápoles el jueves a la mañana. La idea es manejar unos 500 km a Arezzo, una ciudad en Toscana, y pernoctar, y así descansado y tranquilo hacer el tramo a Múnich. Por ahí estiro la cosa y hago escala en Bolzano o algo así, pero la idea es básicamente estar en Múnich el fin de semana. Veremos.
Los reflejos en el techo siguen bailando en el cielo raso de mi habitación. Me siento muy, pero muy afortunado de poder disfrutar de estar acá, y no puedo dejar de preguntarme si una persona de esas millonarias de las que todos leímos en alguna publicación estúpida, se pueden detener a pensar en estas cosas chiquitas que nos ofrece la existencia. Me refiero a alguien que se levanta un domingo y tiene que decidir si saca la Ferrari 328 GTB u hoy tiene ganas de algo más moderno y le echa el ojo a las llaves de su 458 Spider. Esa persona ¿disfruta de los reflejos del sol en el agua?
sábado, 7 de noviembre de 2015
si creyera en un dios
Para los que creen en un dios benevolente, piadoso y en general semejante a un pastor, existen momentos en los cuales su fe se ve puesta a prueba. En general pasa cuando un chico muere de cáncer, o hay una inundación y la gente pierde quizás todas sus posesiones, o cualquier otra cosa que no coincide con esa imagen que tienen de un dios que atesora de alguna manera su rebaño.
También puede pasar lo contrario, que gente no religiosa viva situaciones que escapan a la lógica que en general gobierna su vida, que desafían las probabilidades que uno está dispuesto a aceptar. Salir caminando de un accidente de avión, por ejemplo. O encontrar el amor. O ver un atardecer en el mar Adriático. Cosas que obligan a cualquier mente no necia a preguntarse si no hay algo, alguien, detrás de todo eso.
Yo me ubico en el segundo grupo. Estaba en el primero, y después de pasar por una escuela católica me pasé al segundo. Y a medida que progreso intelectual, moral y espiritualmente, me estoy dejando de hacer esas preguntas de una manera literal, sino más bien romántica. Retórica. Per codere.
Además, siendo la religión algo sembrado en nuestra psique a una edad tan temprana, no es algo que se borre así nomás, y las dudas perduran, en una dirección u otra. Pasarme al segundo grupo me pareció primero ser un objetivo, pero en realidad, ahora lo veo, fue solo un hito, un mojón, un paso adelante. Y tuvo varias ventajas, como que dejé de culpar a alguien de mis tragedias. Comencé a tomar las riendas de mi vida, al ver que el único responsable de ese porcentaje de cosas que dependen de mí era, ni más ni menos, yo. Lo cual, obviamente, cuando la cago me deja con muy pocas excusas; pero que es liberador, es liberador.
Por ejemplo, en lugar de recurrir a libros escritos por gente que nunca tuvo acceso a cosas hoy tan elementales como un diccionario (ni hablar de educación) y que creía que la lluvia o un resfrío eran castigos divinos, me entretengo con una enciclopedia (de papel, en serio, no como otras jijipedias que proliferan), o con un libro de algún tema o autor respetable, que me aporten intelectualmente.
Con la marea de cosas que se publican hoy en día es muy difícil separar la paja del trigo, e incluso después del tedioso asunto de determinar qué leer entre una jungla de aplicaciones para el teléfono, publicidad disfrazada de artículos serios, periodistas que se creen escritores, gente con teclado y procesador de texto que se cree que es lo que hace falta para escribir (como si un pincel y un tacho de pintura fueran todo lo que se necesita para pintar la Monalisa), todavía queda el desafío de encontrarlo. Físicamente. Porque incluso en las librerías hay que excavar como un arqueólogo que más que pedazos de jarrones rotos quiere una pedazo de historia.
Y en fin, acá estoy, leyendo "The God Delusion", de Richard Dawkins.
Modestamente, lo recomiendo.
También puede pasar lo contrario, que gente no religiosa viva situaciones que escapan a la lógica que en general gobierna su vida, que desafían las probabilidades que uno está dispuesto a aceptar. Salir caminando de un accidente de avión, por ejemplo. O encontrar el amor. O ver un atardecer en el mar Adriático. Cosas que obligan a cualquier mente no necia a preguntarse si no hay algo, alguien, detrás de todo eso.
Yo me ubico en el segundo grupo. Estaba en el primero, y después de pasar por una escuela católica me pasé al segundo. Y a medida que progreso intelectual, moral y espiritualmente, me estoy dejando de hacer esas preguntas de una manera literal, sino más bien romántica. Retórica. Per codere.
Además, siendo la religión algo sembrado en nuestra psique a una edad tan temprana, no es algo que se borre así nomás, y las dudas perduran, en una dirección u otra. Pasarme al segundo grupo me pareció primero ser un objetivo, pero en realidad, ahora lo veo, fue solo un hito, un mojón, un paso adelante. Y tuvo varias ventajas, como que dejé de culpar a alguien de mis tragedias. Comencé a tomar las riendas de mi vida, al ver que el único responsable de ese porcentaje de cosas que dependen de mí era, ni más ni menos, yo. Lo cual, obviamente, cuando la cago me deja con muy pocas excusas; pero que es liberador, es liberador.
Por ejemplo, en lugar de recurrir a libros escritos por gente que nunca tuvo acceso a cosas hoy tan elementales como un diccionario (ni hablar de educación) y que creía que la lluvia o un resfrío eran castigos divinos, me entretengo con una enciclopedia (de papel, en serio, no como otras jijipedias que proliferan), o con un libro de algún tema o autor respetable, que me aporten intelectualmente.
Con la marea de cosas que se publican hoy en día es muy difícil separar la paja del trigo, e incluso después del tedioso asunto de determinar qué leer entre una jungla de aplicaciones para el teléfono, publicidad disfrazada de artículos serios, periodistas que se creen escritores, gente con teclado y procesador de texto que se cree que es lo que hace falta para escribir (como si un pincel y un tacho de pintura fueran todo lo que se necesita para pintar la Monalisa), todavía queda el desafío de encontrarlo. Físicamente. Porque incluso en las librerías hay que excavar como un arqueólogo que más que pedazos de jarrones rotos quiere una pedazo de historia.
Y en fin, acá estoy, leyendo "The God Delusion", de Richard Dawkins.
Modestamente, lo recomiendo.
martes, 3 de noviembre de 2015
notas...
...de mis últimas semanas desde que llegué a Sicilia.
Leí hace no mucho que un esclavo no sueña con la libertad, sueña con ser amo. De la misma forma, no puedo ver Italia sino a través de las cicatrices que me dejó el vivir en Alemania por más de una década, pero eso no me ciega de disfrutarla por lo que es estar acá, sin estar constantemente reviviendo lo que pasé allá. Llevo, al momento, 45 países visitados (debo alguna historieta al respecto). Sicilia es lo más hermoso que me puedo imaginar: la gente, la comida, los olores, los amaneceres, los atardeceres, los días, las noches, el sol, la lluvia, el idioma, las calles, las rutas, las ciudades, los pueblos... podría seguir listando cosas como idiota por páginas y páginas.
Estoy caminando más lento; pausado, casi. Cada paso es una oportunidad de disfrutar el suelo que piso, lo que estoy haciendo, el aire que estoy respirando, los sonidos que me llegan. Y son sonidos lindos.
Sonreír con los ojos. Esta mañana, alguien a quien respeto mucho me dijo que en las cinco semanas que hace que me conoce, hoy fue la primera vez que me ve sonreír con los ojos.
Me encontré. El viernes me corté el pelo y cuando volví a casa y me miré en el espejo del baño, me vi. A mí. Al Martín que conozco y extrañaba. Hay personas que tienen que retirarse a un rincón tranquilo para iniciar ese camino de introspección que todos necesitamos en diferentes aspectos, para poder conocerse mejor. En mi caso, ese camino ya lo recorrí hace mucho; lo que necesitaba era reencontrarme. Y acá estoy, parece, reencontrado. Estoy mejor.
No estoy tan agresivo. Soy una persona agresiva, de eso no hay discusión. Si la situación apremia, mi respuesta es agresiva. Pero como me conozco, si me puedo tomar un momento para reflexionar, puedo esperar a que se me pase el primer impulso y reaccionar más inteligentemente. Ya que no puedo cambiar mi naturaleza, aprendo a arar con los bueyes que tengo, o sea. Pero el ambiente influye, relaja, estimula. Para un lado o para el otro. Si uno no espera lo peor, no reacciona lo peor. Así que estoy como más paz-y-amor.
Camino más lento. =)
Leí hace no mucho que un esclavo no sueña con la libertad, sueña con ser amo. De la misma forma, no puedo ver Italia sino a través de las cicatrices que me dejó el vivir en Alemania por más de una década, pero eso no me ciega de disfrutarla por lo que es estar acá, sin estar constantemente reviviendo lo que pasé allá. Llevo, al momento, 45 países visitados (debo alguna historieta al respecto). Sicilia es lo más hermoso que me puedo imaginar: la gente, la comida, los olores, los amaneceres, los atardeceres, los días, las noches, el sol, la lluvia, el idioma, las calles, las rutas, las ciudades, los pueblos... podría seguir listando cosas como idiota por páginas y páginas.
Estoy caminando más lento; pausado, casi. Cada paso es una oportunidad de disfrutar el suelo que piso, lo que estoy haciendo, el aire que estoy respirando, los sonidos que me llegan. Y son sonidos lindos.
Sonreír con los ojos. Esta mañana, alguien a quien respeto mucho me dijo que en las cinco semanas que hace que me conoce, hoy fue la primera vez que me ve sonreír con los ojos.
Me encontré. El viernes me corté el pelo y cuando volví a casa y me miré en el espejo del baño, me vi. A mí. Al Martín que conozco y extrañaba. Hay personas que tienen que retirarse a un rincón tranquilo para iniciar ese camino de introspección que todos necesitamos en diferentes aspectos, para poder conocerse mejor. En mi caso, ese camino ya lo recorrí hace mucho; lo que necesitaba era reencontrarme. Y acá estoy, parece, reencontrado. Estoy mejor.
No estoy tan agresivo. Soy una persona agresiva, de eso no hay discusión. Si la situación apremia, mi respuesta es agresiva. Pero como me conozco, si me puedo tomar un momento para reflexionar, puedo esperar a que se me pase el primer impulso y reaccionar más inteligentemente. Ya que no puedo cambiar mi naturaleza, aprendo a arar con los bueyes que tengo, o sea. Pero el ambiente influye, relaja, estimula. Para un lado o para el otro. Si uno no espera lo peor, no reacciona lo peor. Así que estoy como más paz-y-amor.
Camino más lento. =)
martes, 25 de agosto de 2015
pasando la página
Renuncié a mi trabajo hace unos días, y necesitaba primero hablarlo oficialmente con mi jefe antes de comentarlo, por una cuestión de respeto hacia
él y hacia la cadena de mando. No hay un factor único sino una combinación de principalmente 3:
- los alemanes: no me extiendo en esto.
- Novia se va. Se recibe de doctora y se va a su país, tal y como me dijo hace casi 2 años cuando nos conocimos, así que no hay sorpresas ni malentendidos.
- el laburo, que se ha vuelto político, arrogante y aburrido.
Ninguno de estos factores es decisivo por sí solo, e incluso dos de ellos tampoco alcanzarían:
- los alemanes son lo que son y si uno se rodea de buena yerba, como en mi caso, se sobrevive. Es desagradable, pero se sobrelleva.
- tampoco lo de Novia es la muerte, podría quedarme acá por unos meses y pelearla; incluso ella estaría interesada en hacer un poco de experiencia en otro hospital o consultorio.
- lo del trabajo se lleva; en otro lado tendrán otras mierdas. El paraíso no existe.
Pero a estos aspectos negativos se combinaron otros que me tiran a irme a otro lado, como que mi situación económica me lo permite, obviamente, y hasta podría tirar por años sin laburar. No es mi intención, de hecho me provoca vómitos pensar en semejante vida sin trabajar o producir, pero alcancé ese punto.
Algo muy importante es que necesito parar. Hace unos años anduve muy, muy mal. Me agarré una depresión galopante, con varias situaciones donde estuve demasiado cerca de apagar el interruptor; llegué a estirar la mano. No se lo deseo a nadie. Hace 2 años y algo, casualmente (o no) cuando me prestaron una moto en Argentina, la marea empezó a cambiar y mejoré. Empecé a ver la luz al final del túnel y logré empezar a disfrutar la vida otra vez, después de 5 años de oscuridad. Si alguna vez conociste a alguien con depresión (espero que no), sabrás de lo que hablo. Largué los medicamentos, largué a mi novia, bajé las horas de trabajo... En fin, la cuestión es que necesito darle el golpe final a esto y darme tiempo para reconstruirme, como esas sopas deshidratadas. Necesito estar conmigo, hacer lo que me gusta, vaguear un poco, crear, reír, llorar.
Es por todo esto que me voy a tomar 6-8 meses libres, empezando por un curso de idioma italiano en Sicilia en septiembre y octubre. Después me voy en moto a Grecia, Turquía, etc. No tengo la ruta planeada. Y en diciembre voy a casa. En enero al sur, por ejemplo a San Martín de los Andes a visitar a Bigotes, un conocido. En febrero no sé, ya veremos cómo va. Probablemente ya me empiece a picar lo de buscar trabajo.
- los alemanes: no me extiendo en esto.
- Novia se va. Se recibe de doctora y se va a su país, tal y como me dijo hace casi 2 años cuando nos conocimos, así que no hay sorpresas ni malentendidos.
- el laburo, que se ha vuelto político, arrogante y aburrido.
Ninguno de estos factores es decisivo por sí solo, e incluso dos de ellos tampoco alcanzarían:
- los alemanes son lo que son y si uno se rodea de buena yerba, como en mi caso, se sobrevive. Es desagradable, pero se sobrelleva.
- tampoco lo de Novia es la muerte, podría quedarme acá por unos meses y pelearla; incluso ella estaría interesada en hacer un poco de experiencia en otro hospital o consultorio.
- lo del trabajo se lleva; en otro lado tendrán otras mierdas. El paraíso no existe.
Pero a estos aspectos negativos se combinaron otros que me tiran a irme a otro lado, como que mi situación económica me lo permite, obviamente, y hasta podría tirar por años sin laburar. No es mi intención, de hecho me provoca vómitos pensar en semejante vida sin trabajar o producir, pero alcancé ese punto.
Algo muy importante es que necesito parar. Hace unos años anduve muy, muy mal. Me agarré una depresión galopante, con varias situaciones donde estuve demasiado cerca de apagar el interruptor; llegué a estirar la mano. No se lo deseo a nadie. Hace 2 años y algo, casualmente (o no) cuando me prestaron una moto en Argentina, la marea empezó a cambiar y mejoré. Empecé a ver la luz al final del túnel y logré empezar a disfrutar la vida otra vez, después de 5 años de oscuridad. Si alguna vez conociste a alguien con depresión (espero que no), sabrás de lo que hablo. Largué los medicamentos, largué a mi novia, bajé las horas de trabajo... En fin, la cuestión es que necesito darle el golpe final a esto y darme tiempo para reconstruirme, como esas sopas deshidratadas. Necesito estar conmigo, hacer lo que me gusta, vaguear un poco, crear, reír, llorar.
Es por todo esto que me voy a tomar 6-8 meses libres, empezando por un curso de idioma italiano en Sicilia en septiembre y octubre. Después me voy en moto a Grecia, Turquía, etc. No tengo la ruta planeada. Y en diciembre voy a casa. En enero al sur, por ejemplo a San Martín de los Andes a visitar a Bigotes, un conocido. En febrero no sé, ya veremos cómo va. Probablemente ya me empiece a picar lo de buscar trabajo.
lunes, 27 de julio de 2015
mi pieza
La mesita de luz con la madera toda rayada, la carpeta de croché donde se apoya el velador que ya se cayó tantas veces que debe ser el décimo que tengo, y con una pantalla con la carta de navegación del puerto de Houston, Texas, que ya casi no se nota lo que es de vieja que está.
La alfombra que cubre un parqué virgen, ni siquiera pulido y nunca pisado, original de la obra.
La ventana de madera pintada de blanco, con vidrio casi de pared a pared y de piso a techo, y la cortina que siempre huele limpia. La persiana que después de varios intentos por fin cierra bien y no deja pasar la luz a la mañana.
El barco en miniatura en la vitrina, colgado sobre mi cama. Y la red para atrapar los malos sueños, que me compré en Mar de las Pampas. Y la cápsula de la sonoboya que me encanta tener, monumento a las cosas inútiles que uno guarda. El ropero embutido de tres puertas que ya no tiene el borde ese que no sé cómo se llama, y que da la sensación que uno puede meter lo que sea y nunca se llena.
La biblioteca con mis libros de la universidad y la versión arcaica de internet que es la enciclopedia Larousse. Y los trofeos de mis pocos logros deportivos.
El ruido del tránsito, las bocinas, los perros que ladran, los árboles movidos por el viento. Los autos estacionados, la gente que pasa, el sol reflejado en el piso del balcón. El benteveo que cantaba a la mañana pero ya hace mucho que no lo escucho.
Y la estrella indiscutida, el cero de mis coordenadas: mi cama. Es de madera, con una chapita de bronce de un lado que dice "timonel", y cerca de la cabecera otra con un velerito. Tiene punteras de metal para que no se dañe y muchas, muchas marcas y rayones por haber jugado con ella desde chico. El colchón que tiene ahora lo compré hace unos 15 años y ha visto muy poco uso, por eso que sigue ahí a pesar de ser tan viejo. Es de muy buena calidad, con resortes, relativamente duro. Mi cama tiene más de 30 años conmigo y es donde más seguro me siento en este mundo, donde nada ni nadie me toca y puedo estar solo con mis pensamientos. Donde siempre, siempre me encuentro a mí mismo. Si me acuesto sobre la panza y tengo la persiana abierta hasta la mitad, puedo chusmear la gente que pasa, los autos, los árboles...
La alfombra que cubre un parqué virgen, ni siquiera pulido y nunca pisado, original de la obra.
La ventana de madera pintada de blanco, con vidrio casi de pared a pared y de piso a techo, y la cortina que siempre huele limpia. La persiana que después de varios intentos por fin cierra bien y no deja pasar la luz a la mañana.
El barco en miniatura en la vitrina, colgado sobre mi cama. Y la red para atrapar los malos sueños, que me compré en Mar de las Pampas. Y la cápsula de la sonoboya que me encanta tener, monumento a las cosas inútiles que uno guarda. El ropero embutido de tres puertas que ya no tiene el borde ese que no sé cómo se llama, y que da la sensación que uno puede meter lo que sea y nunca se llena.
La biblioteca con mis libros de la universidad y la versión arcaica de internet que es la enciclopedia Larousse. Y los trofeos de mis pocos logros deportivos.
El ruido del tránsito, las bocinas, los perros que ladran, los árboles movidos por el viento. Los autos estacionados, la gente que pasa, el sol reflejado en el piso del balcón. El benteveo que cantaba a la mañana pero ya hace mucho que no lo escucho.
Y la estrella indiscutida, el cero de mis coordenadas: mi cama. Es de madera, con una chapita de bronce de un lado que dice "timonel", y cerca de la cabecera otra con un velerito. Tiene punteras de metal para que no se dañe y muchas, muchas marcas y rayones por haber jugado con ella desde chico. El colchón que tiene ahora lo compré hace unos 15 años y ha visto muy poco uso, por eso que sigue ahí a pesar de ser tan viejo. Es de muy buena calidad, con resortes, relativamente duro. Mi cama tiene más de 30 años conmigo y es donde más seguro me siento en este mundo, donde nada ni nadie me toca y puedo estar solo con mis pensamientos. Donde siempre, siempre me encuentro a mí mismo. Si me acuesto sobre la panza y tengo la persiana abierta hasta la mitad, puedo chusmear la gente que pasa, los autos, los árboles...
viernes, 17 de julio de 2015
500/1000
Mirando las estadísticas, la esperanza de vida de una persona hoy en día es un número bastante cómodo si lo escribimos en meses: 1000. Lo que representa 83 años y 4 meses. Unos 30435 días, o 739 500 horas.
Todo eso de los cuales, hoy, 17 de julio de 2015, me comí la mitad. Así es: estadísticamente hablando, la primera mitad de mi vida acaba de pasar y empiezo con la segunda y última. No hay extensiones, ni vales, ni créditos dobles. Nada.
No tengo ni la más pálida idea de cuándo exactamente, ni dónde o por qué voy a morir, pero sí sé que tengo un gran poder en mis manos para disfrutar lo que me queda y hacer lo mejor de ese tiempo. La primera mitad fue mucho aprender, mucha educación, mucho estudio, mucho llegar a una estabilidad económica, mucho sembrar; y aunque eso no termina nunca, hay un punto donde uno tiene que ponerse un compromiso personal de dejar de pelear por seguir ascendiendo en la escala que sea, y empezar a tomarse más tiempo para disfrutar lo que ya logró juntar en el bolsillo, sea económico, emocional, de habilidades, de cosas que uno siempre tiene en el tintero (ese libro, ese viaje, ese beso)...
Quisiera estar más inspirado y escribir algo más contundente, pero el hecho es que este día me asusta. Es como cualquier otro, si no fuera porque... no lo es. De veras marca una distinción clara, un cambio de responsabilidades. Siempre me dediqué a sembrar, por supuesto que al mismo tiempo tratando de disfrutar la vida. Como cuando uno se compra una casa a crédito y trata de pagarla lo antes posible, pero sin dejar de comer y darse algún que otro gusto. Pero ahora se invierten las prioridades: las dos cosas siguen coexistiendo pero el cosechar de pronto se me hace más importante. Sigo sembrando, pero más para mantener lo ganado que para ganar más. Miro más para adentro de mi casa que para adentro de la de otro, preocupándome de lo que otros han conseguido. No es que lo haya hecho demasiado, pero creo que es un instinto usar a otros como referencia de nuestro desempeño, más allá de que haya o no envidia o buenas intenciones.
En fin, 500 meses. Me voy a andar en moto y esta noche cena con amigos.
Todo eso de los cuales, hoy, 17 de julio de 2015, me comí la mitad. Así es: estadísticamente hablando, la primera mitad de mi vida acaba de pasar y empiezo con la segunda y última. No hay extensiones, ni vales, ni créditos dobles. Nada.
No tengo ni la más pálida idea de cuándo exactamente, ni dónde o por qué voy a morir, pero sí sé que tengo un gran poder en mis manos para disfrutar lo que me queda y hacer lo mejor de ese tiempo. La primera mitad fue mucho aprender, mucha educación, mucho estudio, mucho llegar a una estabilidad económica, mucho sembrar; y aunque eso no termina nunca, hay un punto donde uno tiene que ponerse un compromiso personal de dejar de pelear por seguir ascendiendo en la escala que sea, y empezar a tomarse más tiempo para disfrutar lo que ya logró juntar en el bolsillo, sea económico, emocional, de habilidades, de cosas que uno siempre tiene en el tintero (ese libro, ese viaje, ese beso)...
Quisiera estar más inspirado y escribir algo más contundente, pero el hecho es que este día me asusta. Es como cualquier otro, si no fuera porque... no lo es. De veras marca una distinción clara, un cambio de responsabilidades. Siempre me dediqué a sembrar, por supuesto que al mismo tiempo tratando de disfrutar la vida. Como cuando uno se compra una casa a crédito y trata de pagarla lo antes posible, pero sin dejar de comer y darse algún que otro gusto. Pero ahora se invierten las prioridades: las dos cosas siguen coexistiendo pero el cosechar de pronto se me hace más importante. Sigo sembrando, pero más para mantener lo ganado que para ganar más. Miro más para adentro de mi casa que para adentro de la de otro, preocupándome de lo que otros han conseguido. No es que lo haya hecho demasiado, pero creo que es un instinto usar a otros como referencia de nuestro desempeño, más allá de que haya o no envidia o buenas intenciones.
En fin, 500 meses. Me voy a andar en moto y esta noche cena con amigos.
viernes, 10 de julio de 2015
1987 Honda VF700C Supermagna
Desde la primera vez que la vi en algún rincón de Buenos Aires allá por 1994, la Honda Supermagna del '87/'88 se me incrustó en el corazón como una tachuela en la rueda un sábado a la noche cuando todos los talleres ya están cerrados. Así que pasé por una Kawasaki 440 Ltd de 1981 que la tuve unos 25 000 km, una Magna "común" de 1985 (25 000 km), una Suzuki Bandit GS600F de 2003 (36 000 km), una BMW R1200 RT de 2007 (7000 miserables y temblorosos km) y finalmente una Kawasaki 1400GTR de 2008 que todavía hoy, después de unos hermosos 97 000 km, acapara mis sonrisas.
Cada año, con la ñata contra el vidrio, miro en los anuncios la Supermagna. Cada año, el adulto y el niño en mí se pelean y el adulto ganó. Hasta ahora. Porque en febrero, con 60 cm de nieve, alquilé una camioneta y me fui de Múnich a Holanda y compré no una sino dos Supermagnas en un estado pasable por menos (€1600 cada una) de lo que en Alemania cuesta una en buen estado (unos €4000). La idea era vender una acá apenas llegara, para amortizar los costos extra como el registro, la homologación, el servicio, etc. Entre pitos y flautas la erogación total fue de €4600.
Anoche, por fin, vendí la roja por €2600.Y la anécdota es de lo mejor. Un tipo con acento de extranjero me llamó el fin de semana y arreglamos que la visitaba ayer a la tarde. Me tocó el timbre, bajé, y me encontré con tres sujetos de dudosa apariencia que como primera reacción pensé que con suerte solamente me iban a violar. Pero a medida que me acerqué a saludarlos y empezamos a charlar, me di cuenta de que era solamente la facha típica de motero y se confirmaba una vez más eso de "no juzgues un libro por la tapa". Después de la negociación, y mientras firmábamos el contrato de compra-venta y todo eso, me comentaron que eran arqueólogos húngaros que estaban trabajando en un yacimiento del siglo XI en Núremberg, a 160 km al norte de Múnich. ¡Arqueólogos! Y yo con miedo de que me robaran. Qué vergüenza.
Pero volviendo a lo de las motos, si ahora vendo la azul, que como está en mejor estado creo que le puedo sacar unos €2800, me queda una ganancia de €800. Y eso contando que este año me saqué uno de esos gustos que tenía atascados en la garganta y que solamente se podía hacer con un poco de plata de sobra, o mejor dicho, plata que podría haber usado para algo más útil, pero decidí darle rienda suelta a mi niño interior.
Ahora tengo una sonrisa, una moto azul que me fascina, y la esperanza de terminar este negocio/sueño con un final feliz.
domingo, 3 de mayo de 2015
arbolitos naranjas y azules
Claro, es fácil criticar. El asunto es proponer soluciones o alternativas. Una crítica constructiva, digamos. Señalar lo que se puede mejorar, y cómo.
A ver...
- motos o autos sin luces (y no me refiero a luces apagadas, sino directamente a falta de lámparas que funcionen), sin espejos, sin VTV, sin seguro, etc.
- conductores sin casco (no estoy de acuerdo que el casco sea obligatorio, pero ese es otro tema) o cinturón de seguridad.
- motos con más de 2 ocupantes, a veces con chicos, a veces hasta 5.
- motos o autos con escapes ruidosos (no sé si hay una ley al respecto en Argentina)...
- motos estacionadas en la vereda. Hay lugares donde realmente se transforma en un slalom circular por la vereda, entre motos, árboles, estanterías de negocios, mesas y sillas de bares, bolsas de basura, kioscos de diarios, caca de perro (aunque mucho, mucho menos que hace unos años), baldosas flojas y quién sabe qué más. Las motos se pueden estacionar en la vereda siempre y cuando no molesten a la circulación de la gente. Hay zonas donde esto funciona bien, en veredas muy anchas o lugares poco transitados. Hay zonas donde depende. Y hay zonas donde definitivamente hay que ser descerebrado para poner una moto. No es ilegal ser idiota, pero sí es ilegal estacionar ahí.
- en algunos barrios, sobre todo en los más exclusivos y donde casualmente casi no hay autos estacionados en la calle, muchos lo dejan estacionado en la entrada de un garaje, bloqueando la vereda. Esto es inaceptable. O metés el auto, y lo estacionás como y donde se debe. Sobre todo cuando en la mayoría de los casos hay solamente un par de autos en toda la cuadra. Aunque suene utópico, sería lindo que naciera de cada uno rechazar la opción de cagarse en el prójimo, pero cuando alguien la elige, que la Ley respalde al peatón que simplemente quiere usar la vereda nada más y nada menos que para lo que fue construida: transitar. Bajarse a la calle es no solamente una molestia: es peligroso y uno pone en un compromiso a los conductores que vienen circulando. Y ni hablar de cuando viene caminando una persona ya mayor o un chico.
En temporada alta, por lo menos en Mar del Plata es imposible hacer 500 metros sin cruzarse un policía. De casa al centro seguro veo a 10, y son 8 cuadras. Armados, con chaleco antibalas y gorrita. Mirando la luna, escribiendo en el celular, tomando mate. Les falta formación y motivación. Son lo que se dice inoperantes, arbolitos naranjas y azules. Viéndolos parece que la Ley fuera una sugerencia que queda a criterio personal hacer cumplir.
El agente (¿o habrá que decir agentas y agentos?...) de Policía es un empleado público con la máxima responsabilidad, y la primera línea de prevención y formación, el que despliega y hace realidad la capacidad del Estado para velar por las Leyes. Si ellos aflojan, la sociedad se afloja. No puede funcionar. Y si esto empieza con tonterías relativamente insignificantes y fáciles de solucionar, atajándolas a tiempo antes de que deriven en cuestiones más serias, no hay excusa para no intentarlo. Lo opuesto ya lo intentamos y a todas luces es evidente que no va.
¿Y qué hacer? Pues eso, controlar. Que los policías se muevan, que se ganen el sueldo. Sí, ya sé, no es mucho, pero no tiene ninguna desventaja usar el tiempo que tienen en sus manos para hacer cumplir la ley.
Alguno que entienda más del tema sabrá elucubrar un esquema en donde se determine con qué severidad ir aplicando las multas, si hay que dar avisos o advertencias antes de labrar actas, etc. Pero definitivamente el margen de acción es enorme. Ventaja añadida para el policía: si está ocupado, el turno se le pasa más rápido y no se le hace tan tedioso. No es que se aburran, pero definitivamente atender estos signos tempranos de relajación de las reglas, plantando en el ciudadano el concepto y las ventajas de vivir en un Estado de Derecho, es una inversión con un retorno gigante.
- motos o autos sin luces (y no me refiero a luces apagadas, sino directamente a falta de lámparas que funcionen), sin espejos, sin VTV, sin seguro, etc.
- conductores sin casco (no estoy de acuerdo que el casco sea obligatorio, pero ese es otro tema) o cinturón de seguridad.
- motos con más de 2 ocupantes, a veces con chicos, a veces hasta 5.
- motos o autos con escapes ruidosos (no sé si hay una ley al respecto en Argentina)...
- motos estacionadas en la vereda. Hay lugares donde realmente se transforma en un slalom circular por la vereda, entre motos, árboles, estanterías de negocios, mesas y sillas de bares, bolsas de basura, kioscos de diarios, caca de perro (aunque mucho, mucho menos que hace unos años), baldosas flojas y quién sabe qué más. Las motos se pueden estacionar en la vereda siempre y cuando no molesten a la circulación de la gente. Hay zonas donde esto funciona bien, en veredas muy anchas o lugares poco transitados. Hay zonas donde depende. Y hay zonas donde definitivamente hay que ser descerebrado para poner una moto. No es ilegal ser idiota, pero sí es ilegal estacionar ahí.
- en algunos barrios, sobre todo en los más exclusivos y donde casualmente casi no hay autos estacionados en la calle, muchos lo dejan estacionado en la entrada de un garaje, bloqueando la vereda. Esto es inaceptable. O metés el auto, y lo estacionás como y donde se debe. Sobre todo cuando en la mayoría de los casos hay solamente un par de autos en toda la cuadra. Aunque suene utópico, sería lindo que naciera de cada uno rechazar la opción de cagarse en el prójimo, pero cuando alguien la elige, que la Ley respalde al peatón que simplemente quiere usar la vereda nada más y nada menos que para lo que fue construida: transitar. Bajarse a la calle es no solamente una molestia: es peligroso y uno pone en un compromiso a los conductores que vienen circulando. Y ni hablar de cuando viene caminando una persona ya mayor o un chico.
En temporada alta, por lo menos en Mar del Plata es imposible hacer 500 metros sin cruzarse un policía. De casa al centro seguro veo a 10, y son 8 cuadras. Armados, con chaleco antibalas y gorrita. Mirando la luna, escribiendo en el celular, tomando mate. Les falta formación y motivación. Son lo que se dice inoperantes, arbolitos naranjas y azules. Viéndolos parece que la Ley fuera una sugerencia que queda a criterio personal hacer cumplir.
El agente (¿o habrá que decir agentas y agentos?...) de Policía es un empleado público con la máxima responsabilidad, y la primera línea de prevención y formación, el que despliega y hace realidad la capacidad del Estado para velar por las Leyes. Si ellos aflojan, la sociedad se afloja. No puede funcionar. Y si esto empieza con tonterías relativamente insignificantes y fáciles de solucionar, atajándolas a tiempo antes de que deriven en cuestiones más serias, no hay excusa para no intentarlo. Lo opuesto ya lo intentamos y a todas luces es evidente que no va.
¿Y qué hacer? Pues eso, controlar. Que los policías se muevan, que se ganen el sueldo. Sí, ya sé, no es mucho, pero no tiene ninguna desventaja usar el tiempo que tienen en sus manos para hacer cumplir la ley.
Alguno que entienda más del tema sabrá elucubrar un esquema en donde se determine con qué severidad ir aplicando las multas, si hay que dar avisos o advertencias antes de labrar actas, etc. Pero definitivamente el margen de acción es enorme. Ventaja añadida para el policía: si está ocupado, el turno se le pasa más rápido y no se le hace tan tedioso. No es que se aburran, pero definitivamente atender estos signos tempranos de relajación de las reglas, plantando en el ciudadano el concepto y las ventajas de vivir en un Estado de Derecho, es una inversión con un retorno gigante.
sábado, 18 de abril de 2015
el pececito de Einstein
Como quien no quiere la cosa, hace 497 meses, la vida me amaneció en este planeta, y 18 años más tarde me preguntó: "¿qué querés hacer en la vida?". Contesté: "feliz". La vida sonrió de un lado, y cuando terminé la facultad, con la tinta todavía fresca en el título de ingeniero, me mandó de viaje a un lugar donde el mercurio se asoma por encima del 0° apenas un par de meses al año. Hice una maestría y seguí mi camino en otro lugar, apenas más cerca del ecuador, donde pensé que tenía futuro.
De eso hace 11 años. Hace 8 y medio que terminé el doctorado y trabajo en una empresa grande. Muy grande. Si uno mira los números, la ficha técnica, pipí cucú. Pero si uno mira las ojeras en mi alma, no tan pipí cucú. Es un desafío en el que fallé. Sobrevivir es fácil; vivir: imposible. Hay bienestar económico, estado de derecho, seguridad social y estabilidad.
Y una soledad galopante.
Peor, de hecho, por eso de que "mejor solo que mal acompañado". Ojalá lo hubiera captado mejor, hubiera reaccionado. Tampoco es que hubiera podido hacer mucho, y siempre es fácil poner el dedo en el problema y ponerse a filosofar soluciones cuando uno mira en retrospectiva. Tampoco es que acepté todo ciegamente o sin tener idea en lo que me metía: algo sabía, algo olí, y mi táctica fue tratar de ser positivo y sacar el mejor partido de la situación. Tan estúpida la idea no es, sobretodo sabiendo lo feo que la están pasando otros en este planeta. Y pensé que más o menos la peloteaba, que estaba incorporando lo bueno y lidiando con lo malo. Hasta que me agarró la depresión. Ahí se pudrió todo y me tomó 5 años (y contando) encontrar, no las respuestas, sino las preguntas que necesitaban ser contestadas. Y así pude pegar un par de golpes de timón que han ayudado mucho, como separarme de mi pareja, reducir las horas de trabajo, y más que nada saber diferenciar cuándo vale la pena gastar la energía en algo.
Y ahora que lo importante se empieza a distinguir de lo irrelevante, empiezo a sentir la frustración de no haber tenido ningún éxito laboral desde que estoy en esta empresa. Como si de pronto me hubiera vuelto estúpido, holgazán e irresponsable. Así que la primera reacción es negar todo eso y ver a qué le puedo echar la culpa. Veamos.
El idioma. Esto es algo innegable; no puedo, ni siquiera para salvar apariencias de modestia, negar que el idioma es una barrera más que un puente cuando uno está en el ambiente laboral. Una vez que comprendo un problema soy muy bueno en analizarlo y proponer soluciones factibles. Pero siempre estoy en mayor o menor medida en una especie de mundo paralelo, con pocos lazos con la realidad de la mayoría de los que trabajan al lado mío. Esto requiere esfuerzo de los dos lados, y si bien los alemanitos no son famosos por tender manos, tengo que reconocer que en el trabajo siempre me han dado un changüí al respecto, repitiéndome las cosas 14 veces si hizo falta. Fue más cansancio y frustración de mi parte lo que se puso en el camino. Pero ese cansancio y frustración vienen del día a día de lidiar con ellos, que no te deja muchas ganas de seguir tratando. No se puede, como algunos jefes pretenden, "dejar los problemas afuera", como si el empleado no fuera el mismo ser humano que va al supermercado o maneja por la calle y los ve haciendo las cosas que hacen.
La cultura laboral. En mi experiencia, en Alemania el empleado parece tener mucha más libertad de acción, con más confianza depositada, y más confianza devuelta. El alemán promedio tiene un sentido de responsabilidad con lo que hace que se traduce en empleados que requieren menos supervisión. Yo no estoy acostumbrado, aun con tantos años acá; soy como un buen segundo al mando, alguien muy capaz de seguir la dirección trazada por otro y tengo empuje, creatividad e inteligencia. Pero tomar decisiones a nivel estratégico sigue siendo un desafío para mí; me da miedo embarrarla y me bloqueo. Análisis parálisis.
Y así, sumado a otros factores como la depresión o los desafíos de ser un inmigrante en una sociedad que funciona como tal en base a convertir a sus individuos en ladrillos, hacen que mi autoestima no esté... cómo decirlo... en buenas condiciones. Una mierda, bah.
Einstein dijo algo que me gustaría creer, como para poder pensar que no soy tan inútil, sino que simplemente pertenezco a otro costal:
Ahora voy a buscar ese costal. A los casi 500 meses de vida es un desafío tan grande como a los 18 años, pero tengo que reconocer que este desafío me gusta tanto como el de aquel entonces =)
De eso hace 11 años. Hace 8 y medio que terminé el doctorado y trabajo en una empresa grande. Muy grande. Si uno mira los números, la ficha técnica, pipí cucú. Pero si uno mira las ojeras en mi alma, no tan pipí cucú. Es un desafío en el que fallé. Sobrevivir es fácil; vivir: imposible. Hay bienestar económico, estado de derecho, seguridad social y estabilidad.
Y una soledad galopante.
Peor, de hecho, por eso de que "mejor solo que mal acompañado". Ojalá lo hubiera captado mejor, hubiera reaccionado. Tampoco es que hubiera podido hacer mucho, y siempre es fácil poner el dedo en el problema y ponerse a filosofar soluciones cuando uno mira en retrospectiva. Tampoco es que acepté todo ciegamente o sin tener idea en lo que me metía: algo sabía, algo olí, y mi táctica fue tratar de ser positivo y sacar el mejor partido de la situación. Tan estúpida la idea no es, sobretodo sabiendo lo feo que la están pasando otros en este planeta. Y pensé que más o menos la peloteaba, que estaba incorporando lo bueno y lidiando con lo malo. Hasta que me agarró la depresión. Ahí se pudrió todo y me tomó 5 años (y contando) encontrar, no las respuestas, sino las preguntas que necesitaban ser contestadas. Y así pude pegar un par de golpes de timón que han ayudado mucho, como separarme de mi pareja, reducir las horas de trabajo, y más que nada saber diferenciar cuándo vale la pena gastar la energía en algo.
Y ahora que lo importante se empieza a distinguir de lo irrelevante, empiezo a sentir la frustración de no haber tenido ningún éxito laboral desde que estoy en esta empresa. Como si de pronto me hubiera vuelto estúpido, holgazán e irresponsable. Así que la primera reacción es negar todo eso y ver a qué le puedo echar la culpa. Veamos.
El idioma. Esto es algo innegable; no puedo, ni siquiera para salvar apariencias de modestia, negar que el idioma es una barrera más que un puente cuando uno está en el ambiente laboral. Una vez que comprendo un problema soy muy bueno en analizarlo y proponer soluciones factibles. Pero siempre estoy en mayor o menor medida en una especie de mundo paralelo, con pocos lazos con la realidad de la mayoría de los que trabajan al lado mío. Esto requiere esfuerzo de los dos lados, y si bien los alemanitos no son famosos por tender manos, tengo que reconocer que en el trabajo siempre me han dado un changüí al respecto, repitiéndome las cosas 14 veces si hizo falta. Fue más cansancio y frustración de mi parte lo que se puso en el camino. Pero ese cansancio y frustración vienen del día a día de lidiar con ellos, que no te deja muchas ganas de seguir tratando. No se puede, como algunos jefes pretenden, "dejar los problemas afuera", como si el empleado no fuera el mismo ser humano que va al supermercado o maneja por la calle y los ve haciendo las cosas que hacen.
La cultura laboral. En mi experiencia, en Alemania el empleado parece tener mucha más libertad de acción, con más confianza depositada, y más confianza devuelta. El alemán promedio tiene un sentido de responsabilidad con lo que hace que se traduce en empleados que requieren menos supervisión. Yo no estoy acostumbrado, aun con tantos años acá; soy como un buen segundo al mando, alguien muy capaz de seguir la dirección trazada por otro y tengo empuje, creatividad e inteligencia. Pero tomar decisiones a nivel estratégico sigue siendo un desafío para mí; me da miedo embarrarla y me bloqueo. Análisis parálisis.
Y así, sumado a otros factores como la depresión o los desafíos de ser un inmigrante en una sociedad que funciona como tal en base a convertir a sus individuos en ladrillos, hacen que mi autoestima no esté... cómo decirlo... en buenas condiciones. Una mierda, bah.
Einstein dijo algo que me gustaría creer, como para poder pensar que no soy tan inútil, sino que simplemente pertenezco a otro costal:
Ahora voy a buscar ese costal. A los casi 500 meses de vida es un desafío tan grande como a los 18 años, pero tengo que reconocer que este desafío me gusta tanto como el de aquel entonces =)
miércoles, 1 de abril de 2015
una cortita
Hace varias semanas que no escribo nada, por más excusas que motivos, pero acabo de leer algo que me conmovió mucho y quería compartirlo porque expresa muy bien un sentimiento muy fuerte que tengo y que empecé a poner en práctica en los últimos dos años.
A ver: es de un chico que caminó de una punta a otra de China, 4000 km, en un año, y cuando le preguntaron qué cambiaría si lo hiciera de nuevo, sabiendo todo lo que sabe ahora, contestó esto:
A ver: es de un chico que caminó de una punta a otra de China, 4000 km, en un año, y cuando le preguntaron qué cambiaría si lo hiciera de nuevo, sabiendo todo lo que sabe ahora, contestó esto:
I would definitely try to be more relaxed about it. I would try not to get into senseless arguments with people, and I would make sure I am not hurting anybody. Sounds easy, but sometimes it’s not.
Definitivamente intentaría ser más relajado al respecto. Trataría de no tener tantas discusiones inútiles con la gente, y me aseguraría de no herir a nadie. Suena fácil, pero no siempre lo es.Una belleza. Tan simple y tan difícil de implementar, pero tan satisfactorio cuando se logra.
martes, 13 de enero de 2015
una de Buenos Aires
Maldita Buenos Aires, siempre la misma guacha. Me muestra sus mejores secretos cuando voy de paso a las duchas.
La Renga, Los Redondos, Fito, Soda, Charly, Calamaro... uno atrás del otro confabulados para ponerme nostálgico y hacerme disfrutar.
Hay lugares que nos tragan enteros y escupen nuestro huesos como una lechuza a un ratón. Hay otros que nos reciben con los brazos abiertos, nos abrazan, nos dejan llorar en su hombro aunque le dejemos el lamparón de mocos y lágrimas en la ropa, y nos hornean algo rico para el camino. Cómo te voy a extrañar.
Ahora entiendo al Guasón, que se sonríe sin poder evitarlo. Pero a diferencia de él, yo siento una paz interior que otros lados no me proveen. Estoy con la panza contenta después de un flan mixto (o sea, con un poco de dulce de leche y un poco de crema chantilly) y para mantener a un servidor funcionando hasta que despegue el IB6842, un capuchino. Estoy sentado contra la ventana disfrutando lo que, como dijo un amigo muy poco inglés, en Argentina crece de los árboles: los culos. En realidad no es que esté mirando eso, lo uso más bien como una etiqueta para algo mucho mejor y único hasta donde yo sé: las argentinas. Son esa mezcla de latinas y europeas (de todas sus latitudes) que responde más al concepto moderno de belleza pero ciñéndose al encanto de esas razas que evolucionaron bajo el sol, como las africanas, pero sin ser negras. Tienen curvas y elegancia. Encanto y distancia. Belleza y misterio. Te dan envidia porque tan desinformadas van de su poder y lo llevan como quien no quiere la cosa. Cómo me gustaría gritarles "¡gracias!" pero se asustarían =)
En fin, los 35° pronosticados para hoy se hicieron presentes pero no agobiaron tanto. Será que no está tan húmedo, será que estoy de un humor espectacular. Será que Bs As está que mata. Hasta la gente está más civilizada cuando maneja. Estoy en Tucumán y San Martín mirando cómo los autos se resisten a parar en el cruce y bloquearlo. Se dejan pasar, en general dejan pasar a los peatones, prácticamente no tocan la bocina... un asco, bah. Antes iban como vacas tratando de escapar del corral, ahora hacen fila. No entiendo qué pasó, pero me alegro.
Y los edificios. Me acuerdo que cuando vivía acá hace 20 años había edificios hermosos pero muy venidos a bajo. Ahora la mayoría están remozados, lindos, recuperados, funcionando como si fueran tesoros, que lo son. En la Fundación OSDE hay exposiciones (ayer de un pintor/fotógrafo argentino), el frente del edificio del ANSES es una obra de arte en casi perfecto estado, el Banco Nación y Central son una belleza inimaginable para los estándares de hoy en día, y hay suficientes edificios lindos para repartirlos por 10 ciudades y cada una de ellas por sí sola sería un destino turístico ejemplar.
Infinita Buenos Aires.
Hay lugares que nos tragan enteros y escupen nuestro huesos como una lechuza a un ratón. Hay otros que nos reciben con los brazos abiertos, nos abrazan, nos dejan llorar en su hombro aunque le dejemos el lamparón de mocos y lágrimas en la ropa, y nos hornean algo rico para el camino. Cómo te voy a extrañar.
Ahora entiendo al Guasón, que se sonríe sin poder evitarlo. Pero a diferencia de él, yo siento una paz interior que otros lados no me proveen. Estoy con la panza contenta después de un flan mixto (o sea, con un poco de dulce de leche y un poco de crema chantilly) y para mantener a un servidor funcionando hasta que despegue el IB6842, un capuchino. Estoy sentado contra la ventana disfrutando lo que, como dijo un amigo muy poco inglés, en Argentina crece de los árboles: los culos. En realidad no es que esté mirando eso, lo uso más bien como una etiqueta para algo mucho mejor y único hasta donde yo sé: las argentinas. Son esa mezcla de latinas y europeas (de todas sus latitudes) que responde más al concepto moderno de belleza pero ciñéndose al encanto de esas razas que evolucionaron bajo el sol, como las africanas, pero sin ser negras. Tienen curvas y elegancia. Encanto y distancia. Belleza y misterio. Te dan envidia porque tan desinformadas van de su poder y lo llevan como quien no quiere la cosa. Cómo me gustaría gritarles "¡gracias!" pero se asustarían =)
En fin, los 35° pronosticados para hoy se hicieron presentes pero no agobiaron tanto. Será que no está tan húmedo, será que estoy de un humor espectacular. Será que Bs As está que mata. Hasta la gente está más civilizada cuando maneja. Estoy en Tucumán y San Martín mirando cómo los autos se resisten a parar en el cruce y bloquearlo. Se dejan pasar, en general dejan pasar a los peatones, prácticamente no tocan la bocina... un asco, bah. Antes iban como vacas tratando de escapar del corral, ahora hacen fila. No entiendo qué pasó, pero me alegro.
Y los edificios. Me acuerdo que cuando vivía acá hace 20 años había edificios hermosos pero muy venidos a bajo. Ahora la mayoría están remozados, lindos, recuperados, funcionando como si fueran tesoros, que lo son. En la Fundación OSDE hay exposiciones (ayer de un pintor/fotógrafo argentino), el frente del edificio del ANSES es una obra de arte en casi perfecto estado, el Banco Nación y Central son una belleza inimaginable para los estándares de hoy en día, y hay suficientes edificios lindos para repartirlos por 10 ciudades y cada una de ellas por sí sola sería un destino turístico ejemplar.
Infinita Buenos Aires.
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