viernes, 14 de febrero de 2025

algunas cositas

Ser invulnerable, y saber empuñar ese poder. Ese es mi deseo.

Pero no tiene nada que ver con lo de hoy. No. Lo de hoy es una reincidencia mía: la falta de amor. La soledad. La falta de objetivos, y de sentido. El hecho de que escriba esto hoy en particular, 14 de febrero, es una absoluta coincidencia. Para el que no me crea, que mire alguno de los 495 escritos pasados. Probablemente más de la mitad hagan referencia a este tema o lo abordan directamente.
Estoy durmiendo espantosamente desde hace unos meses. Estoy bien de salud, de dinero, de techo, diría que de todo lo que está en el primer escalón de la pirámide de Maslow y gran parte del segundo. De ahí para arriba, nada, zip, niente. Demasiado niente. Y, por supuesto, no sé manejarlo. Me encanta escuchar esos imbéciles diciendo que uno tiene que estar bien con sí mismo y no necesitar a alguien. Genial. Pulgar para arriba. No, no... dos pulgares para arriba. En teoría. Porque sí, en general estoy de acuerdo; en realidad estoy de acuerdo en que uno tiene que estar bien con sí mismo, pero de ahí a que funcionemos bien unitariamente... nop. Lo que sostengo, basado en mi experiencia y observando a los demás, es que una pareja hace lo malo la mitad y lo bueno el doble. Lo dije mil veces y lo repetiré 10.000 más. Lo vale.
Pero acá estoy, rascándome solo la espalda, sin una respiración que escuchar para dormirme, sin cómplice, sin compañera, sin motivos, sin sentido las canciones, sin encontrar manos mutuas y jardines lentos ("1964", Borges). Por una u otra razón, no encuentro nada de eso.
Y se va cristalizando la idea de que una razón soy yo. Estoy demasiado dañado. No es una cuestión de exigencias, como muchos creen. El problema, los problemas que tengo, incluyen miedo a ser usado, al abandono... y ahora que lo pienso, a poco más. ¿Querés dormir del lado derecho de la cama? Tuyo. Ah, ¿los días impares del lado derecho y los días pares del izquierdo? Nou problem. ¿Cine con tus amigas? Que te diviertas. ¿El asiento de la ventanilla en el avión? Tuyo. ¿Cortarle el pasto al jardín de la casa de tus padres? Mostrame dónde está el enchufe. Te cocino, te cuido y te mimo. Te espero en la parada del colectivo, te llevo a Amalfi, te busco el aro que te olvidaste en el hotel. Charlemos. Envejezcamos juntos. De la mano.
Cuando era chico, basado, admito, exclusivamente en lo que me contaba mi hermana de sus compañeras de colegio (porque los dos íbamos a colegios de hombres y de mujeres exclusivamente), la mayoría de las mujeres tenían cierto pudor y las promiscuas eran una muy identificable minoría. Era obvio quién era quién. Hoy, o me engañó mi hermana, o las cosas cambiaron. Mucho. Basta con abrir cualquier "red social". Y una cosa yo todavía no había aprendido: la amplia mayoría son repelotudas. Pero pelotudas con esmero, de esas que en un campeonato de pelotudez, no les aceptan inscribirse. Por pelotudas. Da bronca (por si no se nota). Acabo de ver una chica ("chica"... unos 35 años) con su hijo y lo que me pareció su exesposo, desayunando y teniendo una serie de actitudes tan nobles y moderadas, que no hizo más que agregar contraste a la situación de lo pelotudas que son las argentinas. Si no lo fueran, esta chica no hubiera destacado como lo hizo. Y de ese repertorio de pelotudas que ofrece Mar del Plata, Argentina, se supone que tengo que encontrar una que no lo sea. Y no sé cómo. Y estoy a punto de rendirme, con dos posibles corolarios: o me quedo solo, o me voy a otro lado a buscar lo que necesito. Ninguna de las dos opciones me parece aceptable, más bien bastante deprimentes, sobre todo la primera. Fuck.
Pasa el tiempo y mis reservas respecto a las mujeres que encuentro en el camino se cementan cada vez más. También estoy empezando a separar la paja del trigo cuando pienso que no voy a encontrar a la adecuada por mi culpa. O sea, deja de ser un fustigarme sin piedad para pasar a ser algo más constructivo, de lo que puedo, si no cambiarlo, aunque sea sacar conclusiones útiles. En realidad el objetivo sí es eventualmente cambiar lo que pueda, pero también quedarme con lo que no quiero cambiar, porque me doy cuenta de que es mi esencia y no es bueno ir contra la naturaleza de uno. Algo que aprendí es a articular mis emociones, explicar cómo me siento y por qué. Algo que aprendí a dejar como está, y de hecho a cultivarlo, es el ser cuidadoso con mi paz, mi intimidad, mi círculo personal, ese metro cuadrado donde estoy emocionalmente parado, y al que no le guste... Ya está, ahí terminó la oración. No es asunto mío, y lo aplico recíprocamente. Me da mucha paz que cuando alguien rechaza mi compañía, aceptar que está en todo su derecho. Es parte del respeto, y es no hacerse la cabeza con cosas que uno ni conoce las razones, ni puede controlar.
Todo esto, lamentablemente, es para una fase más avanzada en una relación, digamos la que viene después de decir "hola". La macana, como vengo recalcando, es que no me cruzo siquiera con mujeres. Mi trabajo no lo fomenta, ni ninguna otra parte de mi vida, salvo cuando llevo a Perro a la plaza, pero esa es una dosis homeopática de mujeres comparada con... no sé, ir a clases de zumba (que no voy a hacer) o alguna cosas así. Fuck. (sí, otra vez)

martes, 11 de febrero de 2025

ir a desayunar

Inexplicablemente, paso por períodos en que adoro la intimidad de desayunar en casa y la ceremonia de la preparación, y otros en que quiero salir cada mañana a algún café. Hacerlo en casa es una derrota, u otro clavo en el ataúd de mi vida social. Y según veo, soy bastante rompepelotas con lo que quiero o lo que no tolero cuando me siento en un lugar en el que pago por lo que me sirven y por estar.
Por sobre todo valoro la tranquilidad del lugar. Aborrezco a los imbéciles desubicados con sus putos celulares metiendo mensajes, musiquita, campanazos, radio o videos. En realidad, cualquier cosa que salga de esos aparatitos, o que le metan, incluso, porque idiotas así casualmente se ponen a mandar mensajes o a hablar y entran en un trance donde no existe el prójimo y se dan manija solos, elevando la voz a niveles de cancha en lugar de... café. Fangio, en un reportaje hecho en su auto mientras manejaba por Buenos Aires, se rehusaba a contestarle a su entrevistador más que cuando estaba detenido en los semáforos en rojo, porque explicaba que manejar es muy difícil, y conversar distrae. Fangio. Imaginate el resto de nosotros. Cuando cedemos nuestra atención al aparatito, poco queda para lo demás, sobre todo para nuestros prójimos; estemos donde estemos.
Lo otro que valoro es el servicio profesional. Amable viene después, pero primero tiene que ser eficiente y respetuoso. Si le sumamos alguna sonrisa, mejor todavía. Y si la camarera es linda, bingo.
El lugar tiene que ser agradable y estar cuidado. Los únicos que pueden darse el lujo de saltearse esto son los bares de pueblo en lugares como Italia o Francia, con sus dueños detrás de la barra que duermen con el cigarrillo en la boca y que no se acuerdan de la última vez que cambiaron una mesa, si es que alguna vez pasó. Esos lugares que vas 20 años más tarde y está el mismo tipo con el codo en el mismo lugar, la barba un poco más larga. Fuera de eso, espero un lugar con diseño, personalidad, cuidado y limpio. Los inteligentes ponen mesas de 3 patas, los tarados insisten con las de 4 y encima no las ajustan. ¿El precio? Me lo paso por fondo de la raya. Tengo un presupuesto, así que si es caro pero lo vale, voy menos seguido y listo, asunto resuelto.
La mercadería tiene que ser buena. Tiene que ser un poema de Neruda o de Borges, de hecho. El café, las tostadas con su queso crema y sus mermeladas, las tortas, la pastelería, lo que sea... tiene que ser todo una explosión de sabor, un orgasmo gastronómico. Algo que me deje pensando en lo patéticamente inútil que soy en la cocina, y sonriendo por eso, resignado pero feliz por el descubrimiento.
Algo que vengo estudiando últimamente es por qué algunos lugares me atraen más que otros, y la respuesta no se hizo esperar ni se escondió mucho: necesito sentirme valorado. No espero que me tiren la alfombra roja ni me besen los pies, simplemente que me aprecien un poco como cliente que esencialmente, salvo un café más caliente, un poquito más de queso crema, no rompe las pelotas, ni su perro. Nos sentamos en un rincón, yo leo un libro, Perro le da vueltas al tema del yuan-dólar o a si la moral es relativa o absoluta o a los últimos descubrimientos del JWT. No me suena el teléfono, no trato de llamar la atención, pago y dejo buena propina, y listo. Me pasó recientemente que en un lugar al que suelo ir tipo 8, 8 y media, fui temprano, apenas abrieron (a las 7) y pusieron música de rock pesado y a mucho volumen. Les pedí que lo bajaran y no les interesó, así que me levanté y me fui. El lugar estaba vacío y suele estar vacío a esa hora, creo que precisamente por eso, porque hace años, cuando tenía otro dueño y funcionaba de otra manera, la gente iba más temprano. Ahora, por dueño tiene un flaco de 30 y pico de años que mientras el lugar no se incendie, mucho más no le importa. Ejemplo: hay una mesa que le falta el taco de goma a una de las patas desde hace un año y medio; un puto taco de goma. La mesa parece la rampa de despegue del Kuznetsov. No matter.
Así que si la cosa sigue así con las reservas en mis cabañas (la semana que viene están libres, después empieza de nuevo a venir la gente), quizás aproveche y me pegue una vuelta por BsAs. Necesito viajar e ir a desayunar a lugares desconocidos, donde los defectos no le llamen tanto la atención a mi cerebro desesperado por paz, donde pago y pasa lo que espero que pase por el hecho de que tomen mi dinero. Una cosa rarísima en Argentina, parece.

lunes, 10 de febrero de 2025

palomas

Esto lo escuché alguna vez sobre los peronistas, aunque después supe que fue dicho en algún momento sobre los idiotas en general y luego cada quien lo aplica al interlocutor a su gusto: "Debatir con un idiota es como jugar al ajedrez con una paloma: va a tirar las piezas, cagar en el tablero y después irse con sus amigos a celebrar victoria."

Y esto lo leí por ahí y coincido plenamente. Lo escribió un filósofo y pastor alemán disidente que murió en un campo de concentración alemán en 1945. Supongo que lo escribió en alemán (aunque hablaba muy bien el inglés), pero el texto que encontré estaba en inglés. Así que mandé una traducción automática que quedó bastante buena, pero la adapté para que exprese un poco de mi sentimiento al respecto de este tema:

"Es una comparación ingeniosa, pero, según el teólogo Dietrich Bonhoeffer, también es muy preocupante. Para Bonhoeffer, la estupidez es mucho más dañina que la maldad. En la vida existen personas malas: asesinos, deshonestos, etc. Pero no son la mayor amenaza. Porque cuando se identifica algo como malvado, el bien puede unirse para defenderse y luchar contra eso. Cuando sabemos que alguien es malo, sabemos cómo tomar una posición. Como expresó Bonhoeffer: “La maldad siempre lleva en sí misma el germen de su propia ruina.”
La estupidez, sin embargo, es un problema diferente, y no podemos combatirla con tanta facilidad por dos razones. La primera es que, como sociedad, somos mucho más tolerantes con ella. No tomamos la estupidez con demasiada seriedad ni atacamos a alguien por no saber algo. La segunda razón es que la persona estúpida es escurridiza. Como una paloma jugando al ajedrez, no está abierta ni al razonamiento ni al debate.
Por eso, para Bonhoeffer, la estupidez es mucho más peligrosa, porque a menudo es un arma, el arma, que las personas malas pueden utilizar. A estas personas les resulta difícil tomar el poder por sí mismas, necesitan que las personas estúpidas hagan el trabajo por ellas. Una persona estúpida puede ser guiada, manipulada y dirigida para hacer muchas cosas. La historia nos enseña que ser estúpido no significa que no puedas tener poder.
La maldad es un titiritero, y no ama nada tanto como a un idiota poderoso."

Este análisis no es estrictamente sobre el dicho anterior de la paloma sino sobre el tema de qué es peor, más dañino: la estupidez o la maldad. Mi pensamiento es que la maldad uno la puede contener si la identifica a tiempo, pero sobre todo es moralmente más justificable tomar medidas drásticas contra gente mala, pero la gente estúpida suele verse como más inimputable: le das un garrotazo a un estúpido y te mira con ojos de carnero degollado, y es una mirada sincera. Sencillamente no sabe qué hizo mal. Y sin embargo, el daño que cada uno puede ocasionar, como bien argumentó Bonhoeffer, es como mínimo equiparable en magnitud.

Los espartanos no se andaban con vueltas: si un miembro de la sociedad era débil mental o físicamente, lo descartaban, al punto de dejar un bebé recién nacido toda la noche afuera para ver si sobrevivía. Si bien esto es más mito que realidad, y la selección de los recién nacidos no era exclusiva de Esparta sino más bien relativamente común en el mundo antiguo, el hecho es que era una cuestión de supervivencia, con el beneficio añadido de que presionaba la selección de los más aptos. Sin pretender llegar a esos extremos, hoy en día se ha no solamente interrumpido cualquier proceso de selección, sino que además se ha impuesto el "proteger" a los más débiles. Nos guste o no, se pueda tildar de "ético" o de "moral" o no, esto tiene una y sólo una conclusión: la raza humana va a deteriorarse. Cuando uso el término "débil" no estoy refiriéndome a discapacitados de nacimiento, sino a personas física y mentalmente intactas que, por su crianza, su entorno, y la manipulación de otros, no crecen y se desarrollan como miembros productivos de la sociedad, sino todo lo contrario: se transforman en lastre. La sociedad gasta recursos no en el bienestar común, sino en reparar el constante daño que causan esas personas a las que no se las preparó para hacerse cargo de sí mismas y, al contrario, se les enseño a gritar "¡injusticia!", sirviendo así a un titiritero inescrupuloso.
Cuando la meritocracia se publicita como algo dañino, y los bobos que nunca pisaron una biblioteca aplauden, el andamiaje que lleva al progreso, no solamente tecnológico (carente de valor en sí mismo), sino moral, social y de bienestar de todos, se va desintegrando y eventualmente todos pasamos a peor vida.

miércoles, 15 de enero de 2025

un poco lelo

Hace días que quiero escribir sobre esto pero es difícil llegar al estado mental que necesito. Seguro lo he mencionado y seguro si alguien en este universo me lee, lo habrá deducido: no encajo. O estoy mal yo o está mal este planeta, pero en los dos rincones donde pasé un tiempo significativo algo me calló soberanamente mal y se siente como lo que en Fórmula 1 le decían show stopper.
Hay cosas que realmente podría pasar por alto. No sé... que si los argentinos son impuntuales. Me puedo relajar con eso, acostumbrarme (después de todo, crecí acá y debería pasar inadvertido). Por supuesto que podría armar un buen argumento de por qué eso es malo y no debería, ni yo ni nadie, aceptar ese comportamiento, que es mucho más que una falta de respeto, etc. Muchos más ejemplos de cosas que podría, haciendo mucha fuerza, tratar de ser menos sensible, no se me ocurren. En cambio, me vienen a la mente muchos más de los otros, los que invaden nuestra existencia y de a poquito nos la cagan. Ejemplo: los escapes de las motos, las alarmas, los insultos. Es raro que pase una noche en silencio. No me refiero a que todo tiene que cesar a las 8 de la noche: digo a medianoche, cuando ya el 99% de la gente intenta y necesita descansar. No es opcional, al día siguiente tenemos que poder ir a trabajar sin estar como un muerto viviente, o tenemos que arrancar temprano con un viaje, o cuidar de alguien o atender un asunto. O, el averno lo permita, queremos leer un libro, tener una conversación sin andar a los gritos, o ver una película, aunque todas estas cosas son secundarias comparadas con un sueño reparador. Eso, en mi cuadra, y estimo que en cada metro cuadrado urbanizado del país, es un lujo inalcanzable. Es horrible la situación. Y tener el atrevimiento de protestar al respecto a quienes contribuyen con el ruido lo único que genera es quejas, insultos, amenazas y hasta violencia.
Hace unos días un imbécil estacionó su auto frente a la cochera de una casa a pocos metros de donde vivo. Estaba perfectamente ubicado desde el cordón de la vereda hasta el frente municipal donde se ubicaba la reja de entrada a su propiedad, y pasó ahí toda la noche. Como peatón, no había posibilidad de pasar, había que bajar a la calle y arriesgarse a ser pisado por los autos que pasaban. Cuando pasé, se me ocurrió caminar por el capot (lo que en Argentina le llamamos a lo que tapa el alojamiento del motor; creo que en México y otros países le dicen "cofre"), o pincharle (o como mínimo desinflarle) las cuatro ruedas, o cosas así. Si hubiera tenido un equipo completo de rugby, los 15 jugadores, les hubiera pedido que lo dieran vuelta. En retrospectiva, analizándolo fríamente, hubiera sido justo, proporcional y necesario, rozando con el deber cívico. El que dejó el auto ahí se cagó soberanamente en todos los que tuvieron que bajar a la calle durante las 12 horas que estuvo, y como por lo menos en mi ciudad no hay ni policía ni departamento de tránsito, uno no puede ir por los canales formales que en otros lados sí están a disposición de los ciudadanos. No voy a decir nada sobre lo que hice o dejé de hacer, pero digamos que no pasé de largo. El gran problema en Argentina es que es sabido que uno puede hacer casi cualquier cosa sin sufrir ninguna consecuencia, y eso es exactamente lo que hay que cambiar.
Comentando esto con una amiga lo primero que le salió fue decirme que cómo iba a hacer eso, que a ver si alguien en la casa me ve y sale, y otras opciones más apocalípticas. Esta es la respuesta estándar que obtengo cuando señalo actitudes como las del que dejó ese auto, y el cómo creo que habría que actuar para contribuir a desanimar esas actitudes. El argentino, sin embargo, a sus muchas virtudes suma el que es muy de lavarse las manos, de no meterse. Todos tienen la solución pero pocos están dispuestos a asumir los costos, y no me refiero a los riesgos, sino a los costos. Jugársela, enfrentar a los que se cagan en el prójimo y hacerles la vida miserable. Muchas veces me han felicitado por levantar la caca de mi perro, pero ¿de qué sirve? Los dos estamos de acuerdo en lo que hay que hacer y lo hago, no veo el fruto posible de la felicitación. En cambio, lo que hay que hacer es tirarle la caca por la cabeza a los que la dejan. Eso sí cambiaría algo. Lo he hecho (y he tenido que salir corriendo), y lo seguiré haciendo. ¿O qué? ¿No saben lo que tienen que hacer? Lo saben, y se cagan en el prójimo. Contra ese hay que ir, no a favor de alguien que ya está de nuestro lado.
Estas cosas se aprenden cuando uno quiere criar un perro para que sea un buen miembro de la sociedad. Es el abc de la educación: premiar comportamientos que uno quiere ver repetidos, castigar los que uno no quiere ver repetidos. Si el comportamiento que uno quiere ver repetido ya está incorporado, no hace falta premiarlo más, ya se lo educó. Mejor concentrar los recursos en desanimar los que uno no quiere que el perro siga haciendo. Es tentador asumir que los humanos somos iguales, pero no es así: los humanos somos una mierda comparados con los perros.
Todo esto me lleva a un punto que es en realidad el motivo de sentarme hoy a escribir: la diferencia entre mi forma de pensar no está en las cosas que yo creo que están bien o mal, sino en lo que estoy dispuesto a hacer al respecto. Mis reacciones no son el problema, las reacciones de los demás lo son. Las que no tienen, su inacción. Su falta de determinación a lidiar con las cosas, poner manos a la obra, ensuciarse, y al final del día mejorar un poquito el mundo. No. Prefieren resignar sus derechos fundamentales, que justamente ayer escuchaba que, por lo menos según un filósofo del siglo XVII llamado John Locke, son tres: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Yo sabía que tantas horas en Instagram algún día darían frutos.
Esta diferencia entre mi predisposición a asumir conflictos con tal de mejorar las cosas, y la actitud de los demás de no complicarse la vida (cada una de estas dos opciones con su respectivo precio), es fundamental y es lo que genera que la gente me eche miradas raras, como si yo fuera el problema. El precio de la opción que yo elegí es que tengo más conflictos, pero lo vale y los resultados están a la vista en países donde hacen ese mismo esfuerzo. El precio que pagamos en Argentina por este superávit de inoperantes y cómodos también está a la vista, pero no lo ven. O peor: no quieren verlo. Ya hace 30 años un amigo me dijo que si Argentina tuviera más tipos como yo, esto estaría infinitamente mejor. Ahora lo veo. Soy un poco lelo para absorber cumplidos.
Todo esto también es la base de por qué no consigo novia, junto con otro par de cosas. Pero eso lo dejo para otro día.

viernes, 10 de enero de 2025

¿prioridad de paso o no?

A veces uso ChatGPT para buscar el origen, la etimología o la definición de alguna palabra y sus diferentes acepciones (como las de cinismo o ignorar) o para clarificar cuestiones filosóficas, o simplemente para cotejar ideas, aunque más no sea con una máquina sin ideas propias pero muy educada y con mucha más información de la que uno pueda llegar a absorber en su vida. Por ejemplo, siempre me chocó la famosa frase "respetame porque yo te respeto". Ya despotriqué (cómo no) antes sobre esto así que no me voy a extender ahora sobre el asunto, pero el corolario es que mi incomodidad con esa proposición de comerciar respeto estaba bien fundada. ChatGPT no es la última palabra, tiende a confundir fechas y cosas así, pero la (¿lo?) encuentro muy útil para conversar con una especie de espejo con una biblioteca vasta a su disposición y herramientas de análisis. Google sería el remedio a la ignorancia porque es una biblioteca monstruosa; ChatGPT es mucho más, pero no sólo en la forma en que uno puede formular lo que busca, con lenguaje coloquial y hasta con errores gramaticales, sino que, a diferencia de Google, que se limita a mostrarnos lo que encontró y uno tiene que analizarlo, ChatGPT analiza los resultados y saca conclusiones. Así, ChatGPT permite conversar interactivamente sobre las cosas e ir profundizando; no solamente regurgita lo que sabe, lo que "le dijeron", lo que "escuchó por ahí".
En fin, todo esto para lo del respeto. Al haberme educado un poco sobre el tema, ahora estoy más convencido que nunca de que los argentinos son unos imbéciles absolutos que no reconocerían el respeto aunque les pisara un testículo o una teta.
Hace unos días fui al Bosque Peralta Ramos, acá en Mar del Plata. Mi ruta es tomar la avenida Mario Bravo en dirección sureste, y al llegar a Las Margaritas doblar a la derecha para entrar en el Bosque. Las Margaritas es una calle de doble mano. En lugar de "calle", quizás "cinta asfáltica" sería una mejor descripción, porque no hay vereda ni línea demarcatoria ni un pomo. Pero ahí está, uno va y viene. Y como estamos en Argentina, uno va o viene por su derecha. O por lo menos eso dice la Ley.
Iba, entonces, por esa Mario Bravo y cuando voy a doblar en Las Margaritas, veo un camión descompuesto y detenido en una posición como que salía de Las Margaritas para incorporarse en Mario Bravo. Los autos detrás del camión, en lugar de esperar a que pasaran los que veníamos entrando al Bosque, se tiraban en contramano a salir, obligando a los que veníamos legalmente por la mano que nos correspondía, a dar marcha atrás. Un espectáculo tan paupérrimo y detestable que hoy, una semana después, se ha cementado en mi cabeza como el símbolo de todo lo que está mal con este pobre país indigestado de imbéciles. Como decía mi padrino de tesis en la carrera de grado: somos un hato de tontos voluntariosos, lo último que se necesita para progresar. En aquel momento entendí lo que dijo pero no fui consciente del espectro de cosas a las que se aplica ese principio. En mi cabeza, en mi corazón... en mi pasaporte, hace una semana algo terminó, nada empezó.
Bajo esta nueva luz empecé a ver cosas a las que hasta ahora estaba negado, como cuando uno empieza a entender el significado del llanto de un bebé o del repentino silencio en la selva. Algo pasa, algo que no consideramos, que nadie nos aclaró, y que de pronto aparece deletreado con toda claridad a cualquiera de nuestros sentidos. Ya no puedo desverlo, como dicen en inglés (unsee). Servimos para poco, y lo que lo hace imperdonable: por decisión propia. Preferimos esto a encarar el pequeño sacrificio de adoptar ciertas normas absolutamente gratuitas y sencillas que no traen más que ventajas. Las vemos por la tele, las conversamos cuando volvemos de vacaciones del extranjero y nos llamaron la atención como rarezas, las recordamos de nuestros abuelos (en el imaginario colectivo, porque en lo personal dudo que jamás las hayamos tenido, salvo en casos muy puntuales y nada representativos). Pero de adoptarlas no se hace cargo nadie. Demasiado trabajo. Patético.
Esta epifanía le metió un tiro en la nuca a cualquier esperanza de que esto vaya a mejorar, Milei o Cristina, Perón, Menem o Yrigoyen. O Merkel, para el caso. Esto simplemente no va a ningún lado más que al inodoro, y ni siquiera ahí va a llegar, porque hasta para eso nos joden las riquezas naturales. Una crisis tipo 1ra Guerra Mundial, algo bien darwiniano y sin miramientos, es lo mínimo que hace falta para eliminar el lastre que hemos venido sembrando, cultivando y regando con tanto énfasis como ceguera. Tengo cero ilusión de poder salir un día de mi casa y cruzar la única bocacalle que me separa de la cochera de mi moto, sin mirar si vienen autos ni sufrir ese salto de adrenalina de tener que defender mi derecho a cruzar de forma segura y conforme a la Ley 24.449, art. 41 inciso e, con la modificación de que detenerse sea extendido a la "intención" de un peatón de cruzar, cosa que Leyes como la alemana o la sueca sí hacen. La Ley argentina, así como está, a pesar de que en principio debería funcionar como las otras, en la realidad fomenta el ignorar la prioridad del peatón y lo deja librado al criterio y la buena voluntad de los conductores. Una soberana idiotez, tanto en la teoría como en la práctica.