domingo, 29 de diciembre de 2024

fu

Lo último que escribí empezaba contando el prospecto de apareamiento de Perro, y que la dueña de la hembra me viene "bicicleteando". También que tenía que ver si iba o no a quedarme con el cachorro que me toca. A ver...

La señora esta es la típica argentina que no ve ninguna relación entre lo que dice y lo que hace. Voy a recorrer el asunto en orden cronológico inverso.
El cruce debería ser en 3 días, el próximo 1ro de enero, según lo que me explicó de que una vez empezado el celo hay que esperar 10 días, cuando es el momento óptimo. Esto lo hablamos hace una semana, cuando la hembra mostró el primer signo. Un par de días después yo ya había investigado el tema de cuántos cachorros me tocan (uno) y me surgieron muchas preguntas, como por ejemplo qué pasa si la camada es de un solo cachorro, o si puedo elegir macho o hembra, pelaje, etc., o me tengo que conformar con lo que ella diga, etc. La letra chica, que le dicen. Las 9 páginas y media de un contrato de 10 páginas, más plantearle el tema de qué opina ella, que tiene dos perras, de cómo cambió la relación con su perra original al agregar la segunda.
Así que el martes le mandé un mensaje comentándole que necesitábamos hablar para aclarar las cuestiones del arreglo, más mis preguntas menos contractuales pero más importantes para mí en lo personal. Me dijo que andaba ocupada con trabajo, así que le dije que podíamos hablar el jueves o el sábado. Hoy es domingo, y no tengo noticias.
Quizás deba mencionar que esta señora se dedica a las transacciones inmobiliarias, es decir, se dedica a tratar con gente, organizar citas para ver propiedades, turnos con escribanos, encuentros entre comprador y vendedor, redactar, hacer llegar y firmar, y aclarar detalles de contratos, y cosas así. Y no puedo lograr que motu proprio mueva el culo y me conteste 3 preguntas boludas que nos sobran 10 minutos para hacerlo. No le estoy pidiendo que venga a mi casa. ¿Le comprarías un departamento? No me mandó un mensaje, no me llamó, no nada.
Para el tercer celo me había dicho que me llamaba, nunca lo hizo, por supuesto. Cuando le pregunté por qué, contestó que con el trabajo se le iba a complicar cuidar de los cachorros. Pero yo no le pregunté por qué no quería cruzarlos: le pregunté por qué no me avisó. No quise antagonizarla así que no insistí en sacar los crayones de colores y hacerle un diagrama para aclararle el tema.
Cuando tuvo el primer celo, me dijo que quería esperar al segundo porque la perra era muy joven. Totalmente entendible, y creo que yo mismo le hubiera sugerido eso. Pero me prometió que para el segundo celo me avisaba y los cruzábamos. Todavía estoy esperando. Unos meses después le pregunté sobre el tema y me dijo que todavía quería seguir esperando. Pero de avisarme, nada. Es tu perra, tenés derecho a manejar el asunto como se te ocurra. Pero no a boludearme diciendo una cosa y haciendo otra.

El segundo tema, más importante, es el de si introduzco un tercero en casa y el efecto en mi relación con Perro. Todos me dicen que sí, que Perro va a estar más feliz, aunque al principio seguramente le moleste el cachorro y todo eso. Me río de sólo pensarlo. Me imagino la cara de mufa y los suspiros de Perro refunfuñando mientras el cachorro le muerde la cola, ni enterado. Pero Perro es Perro, es yo, es un pedazo y una extensión de mi alma. Hace mucho que dejó de ser un perro y pasó a ser Perro.
Veo gente con más de un perro y no veo (quizás obviamente con los lentes de mi propia forma de pensar) una relación tan fuerte entre el dueño y cada uno de los perros. No quiero pasar por el par de años que hacen falta para ir con el perrito por la calle siguiéndome como lo hace Perro, sin desviarse, sin irse atrás de otro perro, sin darle bola a los pesados que le chistan, sin cruzar solo, sin comer mierda de otros perros o algún pedazo de comida que haya tirado algún imbécil. Son muchas variables que con Perro las tenemos resueltas, apenas hace falta mirarnos o alguna señal del cuerpo que sólo nosotros detectamos. Es hermoso, es nuestro búnker emocional, y no tengo problema en llegar a este punto con otro perro, pero no ahora, mientras Perro esté a mi lado. Y Perro va a vivir 50 años más, mínimo.
El tema de la plata que hace falta para mantener un segundo perro fue fácil de resolver y, si bien no es determinante, inclina un poco la balanza. Lo bonito que sea un cachorro y las ganas de estrujar uno sí que son motivos bien, bien estúpidos para andar incorporando algo tan importante como un perro. Y aunque tuviera ganas, Perro cubre todas esas cuestiones con creces.

En conclusión, aunque todavía no lo decidí rotundamente, me inclino por el no. Los 2000 dólares que me tocarían en lugar del cachorro no son algo para despreciar pero tampoco son algo que me vayan a cambiar la vida. Viendo el forreo que siento de parte de esta idiota, cada minuto que pasa tengo menos ganas de contestar el teléfono cuando llame desesperada que lleve a Perro para que hagan la cochinada. Y para ser honesto, la triste realidad es que un big e infantil FUCK YOU es lo que me sale.
A veces me pregunto si soy yo jodido o realmente me paso de paciente con las imbecilidades que hacen los que me rodean. Mis amigos, y mi madre en su momento, insisten con que el problema estriba en que me esfuerzo por respetar a los demás, pero es ridículo esperar lo mismo de ellos. Claro que los que me dicen eso están en Argentina, que piensan que es un esfuerzo, porque los que ven mi comportamiento como lo más normal del mundo viven en países desarrollados, donde el prójimo es más que una figura de un cuento de Blancanieves o algo así. El prójimo es el otro, es cada paso que damos, cada decisión que uno toma, cada interacción con el mundo. Los límites no los ponen los demás, se los pone cada uno a sí mismo. A mí me lo enseñaron como que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás. Se me hacía difícil la semántica de la oración, pero el significado me lo explicaron clarito: no jodas a los demás. Y no es por reciprocidad, es porque no se hace. Punto. Me cago en la reciprocidad. Como si el respeto fuera moneda de cambio. No, el respeto es intrínseco a la condición humana, y los argentinos eso no lo entienden. Ni tampoco les interesa.
En Alemania buscaba entablar conexiones humanas. En Argentina busco respeto. Con toda la tristeza del alma no me queda otra que considerar que soy un ridículo.

martes, 24 de diciembre de 2024

2 o 3

La pregunta que me da vueltas en la cabeza estos días y calculo que por los próximos 4 meses es: seguimos 2 o somos 3.

Perro tiene una "novia" que entró en celo hace un par de días. La dueña nos interceptó en la calle hace dos años, cuando la perra apenas tenía 9 o 10 meses y todavía no había tenido ni el primer celo. Desde entonces me viene bicicleteando con hacerlos tener cría. Ahora va por el 4to y esta vez sí, parece, se alinearon los planetas. Los primeros dos celos definitivamente era demasiado joven, y el tercero la encontró en un momento en que, por trabajo, no podía clavarse 2 o 3 meses en su casa para cuidar a la madre y a la camada como se merecen.
Es costumbre que el dueño del macho, moi, en este caso, se quede con un cachorro. Aparentemente, incluso, puede elegir al cachorro, puede ser macho o hembra, el color que más le guste... lo que sea, siempre y cuando la camada sea suficientemente grande, digamos 3 cachorros o más. Todas estas cosas se hablan de antemano e incluso puede llegarse a redactar un contrato.
Digamos que todo va bien y tenemos una camada de 6 cachorros, por decir algo. ¿Me quedo con uno? El precio de un ejemplar de pastor australiano es significativo, lo sé por experiencia, pero realmente no juega ningún rol en mi decisión de si me quedo con el perro o pido el dinero de la venta. La cosa pasa por aspectos mucho más relevantes, como mis ganas de lidiar con un cachorro que los primeros meses me va a hacer sus necesidades en un departamento con mucho parqué y alfombra, por ejemplo. Otro de los temas que me desvelan, o mejor dicho, el tema que me desvela, es cómo afectaría mi relación con Tobías. La calidad de vida de Tobías, por lo que me dicen los que han tenido perros, mejoraría, porque la clase de compañía que puede darle otro perro no se la puede dar un humano. Tendría con quién estar y jugar y ser perro en los momentos en que yo estoy ocupado o incluso sin ganas (depre, cansado...). En eso siento toda la empatía: con todo lo que él me da, no es una novia, por ejemplo, así que creo que comprendo este punto. Pero lo de nuestra relación... eso es algo sagrado que no quiero tocar en lo más mínimo, y no sé qué pensar. Me gusta ser nosotros dos, ese círculo íntimo e intocable que tenemos, esa relación única. Nos entendemos, él me educa, me saca a pasear, me tiene paciencia, me enseña a ser mejor persona, me acompaña, hace de cualquier salida a comprar 2 manzanas a la verdulería de la otra cuadra una aventura. Se preocupa por mí, me perdona mis arranques, me sigue, me adora. Es mi bolsa de pelos llena de 24 kg de oxitocina. Me da propósito, me calma, me ve el alma y todavía me elige. Y no quiero tocar nada de eso.

sábado, 21 de diciembre de 2024

gifted

Acabo de terminar de ver una peli muy buena, protagonizada por alguien que no daba para sospechar que iba a ser tan profunda: Gifted. Tampoco es que sea una disección del alma humana o un intento de develar los secretos del universo; pero sí un par de rascaditas muy bien logradas a la cáscara de la dignidad humana y las consecuencias de nuestros actos.
Frank Adler (Chris Evans) 6 años antes se hizo cargo de su sobrina de menos de un año cuando su hermana se suicidó, ambas genios matemáticos, igual que la abuela, que aparece a cagarle la vida a la nena para que complete lo que ella misma dejó cuando se casó y tuvo hijos. No digo más del argumento así cada uno puede disfrutarlo.
Como siempre que varias personas miran algo, ven cosas distintas. Algunos (o más probablemente algunas) se fijen en la relación madre-hija y la extensión a madre-nieta. Otras miren a Chris Evans. Yo miré a Frank Adler, un tipo que parece casi inmune a la furia que viene de la frustración. No es que se controle, sino que la siente mucho menos, o por lo menos mucho menos de lo que yo sentiría en similar situación. Al principio pensé que era por deficiencia del actor para transmitir lo que Frank Adler estaba sintiendo, pero a medida que pasaba la película empecé a creer, en complicidad con el escritor y el director, que hay gente que simplemente aprendió mejor que yo a lidiar con esas cosas. Y con la gente estúpida. Y me gustaría aprender yo también a hacer eso. Me gustaría llegar a ese punto que describí, en que uno no es que se traga la bronca, sino que no la siente; cultiva la sabiduría o la filosofía o la actitud con la que mirar las cosas con la perspectiva adecuada, que permite valorar lo que vale la pena de lo que no. En cambio, si nos concentramos en no sentir bronca (o cualquier otro sentimiento negativo), el problema surge cuando uno se pasa de rosca y deja de sentir. Ya aprendí que no se puede ser selectivo con lo que se siente.
Los argentinos, como ya he mencionado alguna vez, no escatiman oportunidad para tener lecciones en autocontrol. Son un hato de imbéciles incivilizados que no hacen más que resaltar lo coherentes que son los alemanes en su inhumanidad, al punto que a veces me pregunto si mi concepción del tema (que asumo que está errada, la pregunta es por cuánto) no es justamente lo que me impide sentirme un poco más a gusto con la vida en sociedad. Los alemanes no sienten, los argentinos no piensan. Ambos desconocen el respeto al prójimo: los primeros respetan las reglas, no al prójimo al que esas reglas protegen, mientras los segundos las ignoran, ya sea porque no saben que existen (lo cual los hace inimputables) o porque se cagan en ellas. Mi frustración, entonces, y la bronca que le sigue, se diferencian únicamente en la escala. En el caso de la falta de educación, culpo a los políticos, y en particular a Pocho y sus secuaces. En el caso de los que se cagan en las reglas y por ende en el prójimo, es una mezcla de estupidez, ignorancia (porque no saben los beneficios que trae) y arrogancia (porque piensan que a ellos siempre les toca primero, y que saben más). A los brutos hay que educarlos, y yo no puedo hacer mucho al respecto más que votar al menos hijo de puta, mientras que a los otros hay que hacerlos alimento para acuario de pececitos de colores. Que sirvan para algo, y de paso salvemos el planeta.

domingo, 15 de diciembre de 2024

anagrama

Aunque en forma apócrifa, se le atribuye al escritor José María Pemán que, al despedirse de Argentina después de una visita, los periodistas le preguntaron su opinión de este país y dijo que "argentino" era un anagrama de "ignorante". Ya sé que es una coincidencia lingüística y no da para mucho análisis; no por lo falso que preferiría que fuera en este caso en particular, sino por el mecanismo en sí de describir una nación en función de los anagramas que puedan formarse a partir del nombre del país en cuestión.
Y sin embargo... Ignorantes, arrogantes y estúpidos son palabras que combinan bien para describir a esa parte de los argentinos que, por cantidad, por proporción, por tesón, determinan demasiado seguido la suerte de este país. Dos ejemplos de las últimas 24 hs:
- voy caminando por la vereda con Perro, y escucho un bocinazo viniendo de la cochera subterránea de un edificio, e inmediatamente sale un auto con una velocidad que no es nada, pero nada exagerado decir que era 5 veces más de cualquier cosa remotamente prudente. Esencialmente, no me mató a mí o a Perro, o a cualquiera que se encontrara pasando por ahí en ese momento, simplemente de casualidad. Al interpelar a la energúmena muy pasada de años que manejaba el Ford Fiesta, me "explicó" que tocó bocina y que yo era un idiota por estar ahí. Recordemos: estar ahí en la vereda, caminando. No voy a insultar la inteligencia de nadie explayándome sobre su conjunción de errores.
- voy caminando por una explanada en la costa, y en algún punto había una pareja con 2 labradores. Uno de ellos se acercó y sin mediar trámite atacó a Perro, por lo que intervine tirándole una patada al agresor y defender a Perro, que no cometió más pecado que pasar a 10 metros y cuando el otro se acercaba, menear la cola. Maldito Perro, tengo que educarlo mejor. ¿Reacción del dueño? Pedirme disculpas en nombre de su perro y de sí mismo por no adiestrarlo como corresponde y por no tenerlo con correa y bozal, ya que el puto labrador es agresivo, por supuesto. O no: me amenazó de muerte (y estoy resumiendo muy burdamente, porque el intercambio fue tan estúpido como inverosímil).
- voy cruzando la calle por la senda peatonal y una moto que venía lejos, en lugar de usar la distancia para frenar, me toca bocina. Cuando por fin llega a donde estoy y me golpea con un espejo, la... me cuesta llamarla "conductora"... no sé, bovina en el asiento del conductor, digamos, me explica que el peatón tiene que esperar arriba de la vereda a que pasen los vehículos. Enojada, naturalmente. Después de todo, soy un tarado que salió por ahí creyéndose el dueño de la calle.
¿Qué hacemos? Porque una solución que encuentro mencionada muy frecuentemente en los comentarios de los diarios en línea cuando publican una noticia como las de arriba, pero donde el agredido no era yo sino un loco incivilizado, o sea, un argentino promedio, es el rifle sanitario. Yo lo veo órdenes de magnitud insuficiente. Me pregunto genuinamente que se perdería del acerbo genético argentino si esos no se reprodujeran. ¿Esterilización quizás sea algo más... vendible, más políticamente correcto? Porque quisiera pensar que Karl Popper (aunque no es del todo seguro que fuera él quien lo dijo) fue demasiado pesimista cuando postuló que "la tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas".
Como sea, este tipo de cosas hacen la vida innecesariamente difícil, poniendo palos en la rueda de gente buena, o que por lo menos no jode; palos que no deberían existir, que deberían controlarse, que debería haber una policía que haga su trabajo. Pero cuando volvía de la playa esta mañana pensando en esto, había, como todos los domingos, policías cortando la calle al tránsito vehicular para que la gente pueda caminar tranquila. Entre ellos, había un policía que no cortó la calle con una valla o con un móvil policial sino con su auto particular, un Renault Megane sin chapa patente trasera (prohibido) y con los vidrios algo así como un 80% obscurecidos (prohibido). ¿Ese policía es el que tiene que hacer cumplir la Ley?
Supongo que en algún idioma el anagrama de "policía" es "inútil".

sábado, 7 de diciembre de 2024

ni rastro

No voy a enseñarle a mi hijo a caminar, ni se va a apoyar en mi cuando dude sobre cómo dar el siguiente paso. Tampoco voy a charlar con mi esposa sobre cómo educarlo.

No voy a festejar mi 32 aniversario de casados. Es simple matemática: no voy a llegar, salvo que viva bien pasada mi esperanza de vida para un argentino que se autopercibe hombre, que en este momento anda en los 76, según dicen los gnomos de Gúguel. Aunque ChatGPT me cuenta que, por mi estilo de vida y algunos otros factores, puedo esperar un extra de 6 o 7 años. Yupi. Pero ni así.

Nadie va a cuidar de mí, ni yo de alguien. Y no estoy pensando en enfermera gratis, sino en amor y cuidado mutuo, hasta el final. Como lo describió el comediante Christopher Titus: quisiera estar en el patio de casa, en la mecedora, sosteniendo su mano, con el suero y sin acordarme de quién soy pero que la amo y me ama, y los dos morir al mismo tiempo.

No voy a contarle a nadie cuando por fin termine un rompecabezas de 6000 piezas, o cuando me duela una muela.

No voy a comprarle un regalo sorpresa para su cumple. O a cocinarle algo rico. O llevarla a algún lugar lindo y especial.

Ni a mi hijo.

No voy a dejarle la última papa frita, o la última porción de pizza, o que ponga la radio que a ella le gusta, porque su felicidad es la mía.

Ni voy a comprar un perro en cuanto sepa que ella está embarazada, para que mi hijo crezca desde el vamos con uno y salga mejor ser humano que yo, y menos roto.

Me gustan mis canas, mis arrugas, mis entradas en el cuero cabelludo, donde antes había pelo. Incluso me banco la pera, uno de mis mayores complejos, y hasta la narizota que tengo y que no para de crecer. Me río de los crujidos matinales de mi cuerpo abusado. De vista, todavía me agrada mi físico, sobretodo comparado con la mayoría de mis coetáneos; aunque algunos me hacen quedar muy, muy mal, pero los aprecio como modelos a seguir. No me gusta, en particular, mi panza, que no es grotesca, pero yo la siento ahí donde antes había piel pegada a los abdominales, sin nada entre medio. Me gusta mi sabiduría, adquirida con mucho esfuerzo y, en los últimos años, en grandes dosis gracias a Perro. Me gustan mi paciencia y mi temple, y mis modales cuando quiero ejercitarlos. Pero hay algo que no me gusta, definitivamente: mi soledad. Por fin, después de más de medio siglo, estoy empezando a aceptarme y hasta a gustarme, y no tengo a quién ofrecérselo.

Estaba bajo la lluvia esperando a que abriera un café que me gusta mucho, pero pasaron 5 minutos de la hora y me enojé y me fui a otro. Típicos argentinos. Mientras caminaba a la otra sucursal se me ocurrió pensar que era el destino enviándome, porque acá, donde estoy sentado ahora, iba a conocer al amor de mi vida. Así estoy de desesperado, ando con mi cabeza imparable creando escenarios donde salgo de este estado. Pero soy demasiado incompetente, las mujeres son demasiado estúpidas, y las circunstancias juegan en contra.
Y debe haberse quedado dormida, porque ya pasaron 40 minutos y ni rastro.

jueves, 28 de noviembre de 2024

cinismo

El significado del cinismo desde la Edad Media es muy diferente del original. Hoy en día tiene una connotación muy negativa porque se usa para señalar la desvergüenza y la falsedad al mentir o defender acciones o doctrinas que son reprobables, o una conducta descarada para hacer cosas indebidas o mentir, generalmente fingiendo desconocimiento o ignorancia. Resumiendo: cinismo malo, malo.
Pero su sentido original era el filosófico como fue concebido en el siglo IV a.C. por Antístenes y Diógenes, y tenía valores muy loables. Según cuentan, guiados por el amor a la naturaleza, los cínicos clásicos atesoraban y practicaban algunas virtudes como:
- parresía o franqueza en el hablar,
- adoxía, o guiarse por la razón sin dejarse influir por modas,
- la falta de linaje aristocrático, noble, etc.,
- autarquía, o la independencia,
- apatheia, o dominio de las pasiones,
- kartería, la fortaleza,
- ataraxia, fin ético que se sustenta en la serenidad.
Hasta hace quizás unas dos semanas, cuando por algún motivo que no recuerdo me crucé con estas definiciones, nunca había escuchado hablar de todo esto. En el colegio no tuve filosofía y las pocas veces que intenté leer algo del tema me resultó un gran somnífero. Así que acá estoy, como Trump, diciendo "lo que la gente no sabe" cuando en realidad es él el que no sabía algo hasta hace hace 10 minutos que lo leyó en el celular mientras iba en auto con chofer.
La cosa es que de esa lista, que me parece espectacular y me tienta a identificarme como cínico, hay dos palabras en particular que describen muy bien mis propios tendencias, dos rasgos que aprecio y cultivo en mí: la apatheia y la ataraxia. El resto, que me parecen igual de valiosas, las encuentro más obvias y comunes a otras filosofías.
En algún lugar leí que la ataraxia era el control sobre nuestras reacciones, y si bien no estoy seguro de que esa sea la definición correcta, en cualquier caso mi objetivo no es el autocontrol: eso lo veo más como un paso intermedio, un recurso transitorio en mi evolución, para minimizar daños. No, mi fin último es que no haya algo que controlar. Ejemplo banal: si voy cruzando la calle como se debe y algún conductor le manda saludos a mi mamá, el autocontrol implicaría que me enfurece pero me la aguanto y sigo caminando, sabiendo que el tipo es un imbécil y si lo interpelo quizás escale la situación y termine mal. Eso hace daño, porque uno no es de teflón, perfectamente resiliente; tragarse la bronca es insalubre. Una mucho mejor situación es que, sabiendo que el tipo es un estupidito que nunca escuchó hablar del código de tránsito, que si escuchó está convencido de que eso es para los demás, no para él, que tiene atribuciones especiales, o que piensa que las reglas están para romperlas, la idea es que no me haga mella, que no me frustre y por lo tanto me enfurezca. La frustración por la situación en Argentina es difícil de superar, pero llegados esos momentos donde cristaliza en nuestra quehacer diario, uno puede tomarlo con ataraxia y seguir su vida sin verse excesivamente afectado, sin tener que andar temblando 10 minutos por toda la adrenalina que no logra reabsorber. Es horrible, y quisiera evitármelo, y creo que el camino es ser más comprensivo con la realidad, aceptar lo que no puedo cambiar, y seguir mi camino.
En cuanto a apatheia, cuando dice "dominio de las pasiones" no creo que se refiera a cosas como reprimirse en una situación de enojo sino a ejercer autoridad sobre pasiones tipo debilidades humanas como la atracción sexual, la envidia, la competitividad y cosas así, situaciones donde incitarían reacciones de nuestra parte basadas en factores subjetivos y nuestra reacción a ellos, en lugar de estar basadas en lo mejor para la situación. Un ejemplo, perdón si es nuevamente banal, sería el de disculpar a alguien por un error simplemente porque se trata de una mujer sexualmente atractiva.
La cosa es que hasta hace muy poco yo no estaba enterado de que el cinismo era una corriente filosófica bastante rescatable y, desde mi punto de vista, hasta perseguible.
Un comentario final sobre la apatheia y la ataraxia: creo que en ambos casos es muy fácil caer en la apatía, y supongo que hasta habrá alguna justificación de que una es la raíz de la otra o algo así. Pero no creo que sean lo mismo. La apatía es la falta de interés, en cambio la apatheia (lograr no dejarse llevar por las pasiones) y la ataraxia (mantener la calma) se apoyan en parte no en la apatía, sino en la empatía, el comprender la naturaleza de las cosas y evitar caer en las trampas del pensamiento corto e instintivo que nos llevan a comportarnos como imbéciles.
Creo.

viernes, 22 de noviembre de 2024

contrastes

Una conocida, de apenas 32 años de edad, fue diagnosticada hace un año con un cáncer muy agresivo en los pulmones, que traducido implicaba trasplante o entierro, como siempre precedido por la mierda de la quimio y todas esas cosas que nunca parecen funcionar. Hace cosa de un mes me enteré de que "apareció" (¿cómo llamarlo, si no?) un donante y recibió los pulmones. Después de apenas una semana, estaba respirando por sí misma. Yo, como ingeniero, y al tanto de lo difícil que es sacar el motor de un vehículo y ponerlo en otro (un puto motor, mucho más simple que cualquier órgano humano o de cualquier organismo), no puedo más que quedarme sin aliento de intentar siquiera pensar en el milagro que significa un trasplante de pulmones. Y creo con toda el alma que es lo mejor a lo que los familiares del donante pueden aspirar una vez resignados a la pérdida de su ser querido: saber que esa muerte significa vida para otros, que gracias a ese dolor otros tienen una nueva oportunidad.
Mientras tanto, ayer me enteré de que un amigo, que además un par de veces le dí trabajo pintando unas paredes de mi casa, se cayó de cabeza de una escalera y falleció en el acto. Una persona joven, 40 y pocos. Todavía no lo digerí. Ni siquiera lo mastiqué, para ser honesto. Esta es una de esas típicas situaciones donde no siento nada. Nada de nada. Si la persona que me lo contó me hubiera contado que se compró un velador nuevo en lugar de esa noticia, me hubiera provocado más reacción. Además de preocuparme, el no sentir nada me hace sentir peor que la muerte de mi amigo. No entiendo.

Esta mañana escuché la noticia de que las obras de reconstrucción de la catedral de Notre Dame en París, después del incendio en abril de 2019, están casi finalizadas y el 7 de diciembre se reinaugura. Mientras tanto, ahí está Putin puliéndoles la punta a sus RS-26 Rubezh, con lo que si no vuela a la mierda la catedral, la Ile de la Cité y todo París, quizás no quede nadie para ir a visitarla.

Creo que esta ya la conté en otro contexto, pero viene al caso para otro enfoque. Cuando me fui a Gotemburgo becado para hacer la maestría, salí por primera vez de Argentina y conocí un montonazo de gente de otros rincones del planeta. Había uno que no me acuerdo el nombre, pero sí que tenía una pinta que rajaba la tierra. Mina que lo veía, mina que se meaba encima. Tremendo. En una salida entre varios nos pusimos a hablar, cómo no, de mujeres, de las suecas en particular y lo lindas que eran. Cada uno daba su opinión en función de sus experiencias en su propio país y las correspondientes comparaciones. Él no hablaba, hasta que alguien le preguntó qué opinaba y cómo se comparaban las francesas con las suecas, a lo que él respondió que, cuando conocía a una mujer, tenía una sola cuestión que responder: escupís o tragás. Ahora bien, yo no sé cuántos hombres piensan así, quisiera pensar que no tantos, pero por ahí me equivoco. Debo aclarar que este franchute fue el único tipo que escuché jamás decir esto en forma así de frontal y sin ambigüedades. Creo que es comprensible que en ciertos contextos uno se pregunte esas cosas, pero no creo que sea ni relevante ni normal que sea la primera pregunta que a uno se le cruce al conocer a una mujer, mucho menos la única. En el otro extremo estamos los (estoy llegando a la conclusión) imbéciles que, cuando conocemos a una mujer, nos preocupamos por qué sueños tiene, qué anhelos, qué ilusiones, y qué está haciendo para materializarlos. Y en lo posible, si vale la pena, que venga en un paquete suculento, pero esto último supeditado a lo primero. Hay intelectos que pueden compensar la falta de tetas, pero no hay tetas que puedan compensar la falta de intelecto. No sé, por ahí soy un ridículo desubicado.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

cosas culturosas

En la película El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, Aragorn le pregunta a Éowyn a qué teme, y ella responde: "A una jaula. A vivir encerrada detrás de los barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aun el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre."

Hace ya un par de semanas que leí este pasaje y quisiera rescatarlo ahora para esbozar una metáfora sobre mi situación, cómo no.
En Argentina, en 16 de los últimos 20 años (como mínimo), se ha cultivado una masa de votantes cautivos que nada tiene que ver con construir ciudadanos. Se los soborna con cuentas de colores y se los arría con palabras tan grandes como huecas en el mejor de los casos, porque al desgastarse esa estrategia pasaron a erosionarles la poca dignidad que les quedaba metiéndoles desde el vamos un montón de estupideces que sus opositores, los que preferimos usar el cerebro, diplomáticamente bautizamos como ideología. En realidad, es mierda, pura y simple. Estos degenerados, además, para asegurarse su supervivencia en el poder, también los premian por reproducirse.
Siempre, en toda sociedad y durante toda la historia humana o de cualquier criatura que viva en manada, hay individuos que quedan al margen de las ventajas que una manada organizada puede ofrecer. Los parias, los que duermen abajo de un puente, los que se drogan, los que odian a todos por falta de oportunidades, reales o imaginarias. Excepto que la sociedad, en nuestro humano caso, hasta hace un par de décadas tenía la resiliencia y los medios para absorber tanto el ocuparse de este grupo de gente como para resistir la pérdida de recursos humanos que esto significaba. El problema es que, gracias a los degenerados populistas, la parte de la población sin la aptitud para ejercer un derecho garantizado por la Constitución, como es votar, ha alcanzado la masa crítica. Me refiero al hecho de que entra más agua al bote de la que podemos sacar. Hay más personas en la marginalidad que contribuyentes formados cívicamente. Casi nadie podría nombrar los tres poderes del Estado, la importancia de su independencia, o cómo se elige a sus miembros. La meritocracia es, según ellos, un pecado, una forma más (de muchas) de dominación para mantenerlos subyugados y suplicantes de migajas, a las que se les da acceso a discreción. Vaya ironía.
Donde me cayó la ficha estos días es en el hecho de que no importa lo que yo haga, quedarme es puro masoquismo. Sí, tiene ventajas, como el hecho de estar en casa, el poco esfuerzo que significa hablar con los demás por el hecho de compartir mi idioma, las comidas, y vaya uno a saber qué más porque cada vez que se me ocurre algo, la pausa hasta que se me ocurre el siguiente ítem en la lista es más larga. La criptonita disruptiva de todo esto es ese sueño que tengo de tener una novia argentina, que le diga pitufos a los pitufos, que pronuncie la ll y la y como yo y que sepa lo que es una milanesa. Pero eso implicaría que las probabilidades de que sepa la diferencia entre una mujer y un hombre, o que entienda que los derechos y las obligaciones son las dos caras de una misma moneda, con la miríada de consecuencias que eso conlleva, raya el delirio de mi parte. Pero ya he escrito sobre esto demasiadas veces. Y para la mierda que me sirvió.
Así que, como Éowyn, el prospecto es quedarme acá explotando mi emprendimiento, ganando algo más que lo suficiente para mantener mi nivel de vida, que no es mal ni por asomo, y más teniendo en cuenta el contexto, pero marchitándome como humano. Ese nivel de la pirámide de Maslow donde uno ya tienen asegurado techo, comida y un mínimo de comodidad y empieza a pensar en cosas culturosas, viajes edificantes y proyectos a largo plazo... no sé, no lo veo. Quisiera cultivar un poco el físico, mejorar mi italiano y cementar mi francés, o seguir aprendiendo a tocar el piano, pero... para qué. Qué me agrega eso en este contexto, es un misterio. Se me fueron las ganas. Tengo los medios para hacer todo eso y más y no puedo justificar la inversión de tiempo y plata para algo que no tiene ninguna resonancia en la sociedad donde vivo. Un descuento en el supermercado es la noticia de la semana, y que la policía haya desbaratado una banda de pedofilia con 70 menores rescatados (algunos de menos de 5 años de edad), o el Putin de turno amenazando con tirar bombas nucleares en Europa, apenas si levantó una ceja.

lunes, 18 de noviembre de 2024

out of sight

La estupidez humana es infinita, teorizaba Einstein comparándola con su falta de certeza acerca de si el universo era así mismo infinito o no. En el caso de los argentinos, la estupidez parece tender al infinito a una velocidad más rápida que la del promedio de la humanidad.
A menos de 200 m de dónde vivo hay 4 escuelas y una plaza. A esa plaza voy prácticamente todos los días, a veces, como a principios de esta semana, en el horario en que los chicos salen de clases. Así fue como vi un pareja de padres, cada uno en su bicicleta, con un hijo de unos 6-8 años sentado sobre el manubrio, mirando para atrás. Sintetizando, un chicle en el piso o un pocito o una junta entre 2 baldosas, y esos nenes iban a, con suerte, matarse, y con mala suerte, quedar cuadripléjicos cuando peguen contra el piso con la nuca. Todo cortesía de sus propios padres.
Realmente preferiría llegar al punto donde me doy cuenta de que el problema soy yo. Ese punto donde la gente empieza a decirte que te quejás siempre de lo mismo, que no podés estar despotricando todo el tiempo, etc. Esas cosas en sí son estupideces, porque que sea repetido no quiere decir que sea incorrecto, pero sí que uno puede tomar la decisión de construir algún tipo de cascarita, desarrollar más resistencia, incluso resignarse, con lo malo que es eso. Pero bueno, llamémosle como sea al hecho de entender las limitaciones de un entorno y decidir si queremos seguir ahí o mandar todo a la mierda y mudarnos. Algo así hice con mi emprendimiento de alojamiento turístico, donde los que me contactan por Instagram aprietan en el enlace que los lleva a WhatsApp, generando un mensaje automático que dice "Hola, quisiera más información de..."; así, esa frase exacta. Se supone que el que consulta debería escribir qué mierda quiere saber (ubicación, pileta o no, etc.), pero sobre todo en qué fechas quiere venir y cuántos huéspedes serían. No. Es demasiado pedir. El 80% no escribe nada. Fucking idiotas. Me avergüenza admitir que después de meses, y por cuestiones tanto de dinero como de paz mental, decidí no digo nadar con la corriente, sino correrme. Simplemente tengo un texto que copio y pego donde los saludo y pido explícitamente los datos de lo que quieren saber. Los trato como lo que son: estupiditos incapaces de aprobar la materia de Plastilina en la guardería. Me resigné a que lo máximo a lo que puedo aspirar es a su dinero, no a que entiendan un moco de la vida. Que paguen, vengan y se vayan. Y yo sigo con mi vida y mis aspiraciones frustradas de irme a la cama dejando el mundo mejor de lo que estaba cuando me levanté.
Pero fuera de ese contexto acotado, donde esencialmente tengo el control de la mayoría de (sino todas) las variables, es muy difícil extrapolar ese sistema, sobre todo cuando parece que la estupidez en Argentina es, efectivamente, infinita; la inteligencia, la agudeza mental y ni hablar de la social, no se cultivan. Son cuestiones reservadas a los masoquistas como yo. La ética y la moral se ventean mucho en los cafés y los noticiosos, pero realmente no se cultivan, más bien parece que se evitan con una habilidad que impresiona.
En los últimos 70 años se ha criado una horda de incultos votantes y en 16 de los últimos 20 años esto se ha llevado a su máxima expresión. La gente lee menos, comprende menos de lo poco que lee, y no le interesa nada más que lo que salga de feisbuc, ístagram, tuiter y compañía. Cuando caminan por la calle, pasean al perro, van a la playa, están con sus seres queridos (a los que ya no les conocen la cara), andando en góndola por los canales de Venecia o manejando un colectivo; todo pasó a segundo plano la nada, y quedó atrás del celular. Out of sight, out of mind. And heart. Un asco. Y como en Argentina uno necesita escapar de la realidad, de ese amontonamiento de organismos impositivos, de estafadores, de irrespetuosos y de gritones, el celular y sus maravillas están ahí, en la palma de la mano. Linda receta.

sábado, 2 de noviembre de 2024

morir dos veces

Cuando vengo a un café, alterno entre leer y escribir, en función de mi estado mental. Puedo agarrar El Intruso, de Frederick Forsyth, o traerme la compu. Ese libro en particular normalmente lo leo en casa, y en el café la lectura consiste en libros de fotografía, pero esos se me terminaron (llegan dos por correo la semana que viene) y este es demasiado interesante para tomárselo con calma. Voy por la mitad de esta autobiografía de Forsyth y todavía no cumplió 30, y es increíble todo lo que vivió. "Unputdownable", escribió una vez un crítico pretencioso. Como si hubiera de otros. Pero le va a este libro. De hecho, cuando salía de casa era lo único que llevaba en la mochila, hasta que llamé el ascensor y me di cuenta de que realmente tengo mucho en la cabeza y quisiera plasmarlo, así que volví, metí la compu y acá estoy.
Estoy medio medio, y la razón número uno es la soledad, combinada con esta chica que veo (y, para ser honestos, que vengo a ver) en el café, y que no hace más que poner contraste entre lo que deseo para mi vida y dónde estoy. La frustración que me produce el hecho de que exista lo que busco pero en un paquete con fecha de fabricación demasiado reciente, es difícil de racionalizar y digerir sin más. Es como que le pone cara al concepto inmaterial de lo que quiero, confirma que sí existe, que no estoy loco con mis exigencias y expectativas, y hace que sea más fácil pensar en eso y, en consecuencia, también en lo que me falta. Y eso no puedo digerirlo. Me rehúso. Significaría darme por vencido y eso hace mal al alma, más, creo, que las batallas por conseguirlo. Para complicarla, en mi cabeza enseguida empiezan a aparecer las ideas de que soy horrible, que no me lo merezco, que nunca voy a ser feliz, que no tengo nada para ofrecer, y todas esas delicias de la tríada que forman mi mente hiperanalítica, mi autoestima de mosquito y su mejor amiga, la depre.

Dicen que morimos dos veces: una cuando exhalamos nuestro último aliento, y la otra cuando somos olvidados. Yo ya fui olvidado, y por ahora estoy acá sentado, respirando. Lamento escribir algo así de dramático, realmente pensaba que iba a estar más animado, pero esta semana fue algo frustrante y triste en algunos aspectos. Fue el segundo cumpleaños de mi mamá desde que no está, y se me disparó la tristeza hablando con Hermana. Pero lo que más me afecta, creo, es la camarera. Me siento como la marea y ella es mi luna: vengo a desayunar y el tono de su saludo determina cómo mi ánimo por varias horas. Me siento estúpido. Preferiría ser supermaduro y simplemente reconocer lo que significa en su correcta dimensión y seguir con mi vida. ¡Ja! No can do.
La situación me hace acordar a cuando tenía unos 12 o 13 años y empecé a nadar, algo así como un año después de mi operación de columna, y conocí a Paola. Tenía mi edad o unos meses, quizás un año, de diferencia. Me embobé. Era la edad perfecta para eso y no tenía con quién hablarlo, alguien que me orientara, que me ayudara a canalizar y desarrollar lo que me provocaba física, mental y emocionalmente, de una manera saludable y menos obsesiva, más edificante. En retrospectiva, creo que fue perfectamente normal, uno de esos metejones de verano y ya. En mi defensa, yo era un coctel de hormonas y esa chica tenía un cuerpo extraordinario. Lamentablemente, era un excelente exponente del cliché que postula que lo que tenía de linda le faltaba de neuronas. Hoy trabaja atendiendo una zapatería (del padre, si no recuerdo mal) y el cuerpo que tenía se lo arruinó corriendo maratones.
Algo que adquirí en aquella época fue escribir. Agarré un cuadernito, como nos mostraban en casi cada puta película donde había un adolescente, y comencé a registrar pensamientos, vivencias, miedos, deseos y "enamoramientos". Eran mediados de los '80 y no había blogs, Instagram o siquiera internet, hasta donde puedo recordar. Apenas podíamos jugar al Pac Man en un monitor monocromo de fósforo verde o naranja. El hábito de escribir se consolidó finalmente con este blog, y se apuntala tanto en los sentimientos que me abruman como la necesidad de plasmarlos a modo de catarsis, moldeado, enriquecido, inspirado por todo lo que leo tanto de Borges como de Forsyth o de quien se me cruce y que tenga un poco de estilo esmerado. Me encanta, y mientras me dé la vista, el mundo tendrá que aguantar mis textos.

Ahora sí, me voy a comprar salmón, que necesito DHA y todavía no estoy del todo muerto.

domingo, 27 de octubre de 2024

mientras tanto, en Ciudad Gótica...

A veces me acuerdo de Giuseppe y de Vincenzo. Ellos no se conocen, pero podrían ser hermanitos. Los dos andan por los 40 años de edad, desde hace más de 10 que tienen pocos pelos y usan el mismo corte y la misma barba de una semana, tienen un hijo y son italianos, como sus nombres sugieren. Giuseppe es de Sorrento pero de chiquito vive en Múnich porque los padres emigraron. Vincenzo es de Cefalù y ahí vive.
Giuseppe tiene un café un poquito más grande que una cabina de teléfonos, a metros del FIZ, el edificio principal de donde salen todas las ideas estrafalarias de BMW con las que venden sus productos, que hace décadas que dejaron de ser autos. Claudia, la pareja, no me acuerdo qué hace pero creo que era administrativa o algo así en una oficina. Una vez viajamos juntos a algún lugar cerca de Florencia, me parece, y pasamos por Verona a la vuelta, también, y el pobre nos hizo de intérpretes todo el viaje. Fuimos en un BMW serie 7 que me prestaron del trabajo y la pasamos bomba, tanto por el tremendo auto alemán como por el simple hecho de estar en Italia. Flor de combinación.
Vincenzo tiene una inmobiliaria en Cefalù y atiende en general a turistas que van a pasar un par de semanas o algo más en busca de mejorar su italiano y comer lo mejor que el planeta Tierra tiene para ofrecer. No recuerdo bien cómo llegué a él, creo que fue por una amiga en común, pero en mi memoria le guardo cariño y agradecimiento por lo que me ayudó cuando fui, no solamente consiguiéndome hospedaje, sino también por un montón de consejos y contactos para todo tipo de cosas que necesité, como el cambio de aceite de la moto y una cochera para el invierno, o restaurantes, o yo qué sé qué más, pero recuerdo que estábamos permanentemente en contacto.
Esta mañana pensaba en Vincenzo, y buscándolo entre mis contactos me lo confundí por un segundo con Giuseppe, y creo que por primera vez reparé en lo parecidos que son físicamente, y mientras pensaba en qué escribir también me di cuenta de las semejanzas en otros aspectos. El motivo por el que pensé en Vincenzo fue que, como todas las mañanas, pienso en mí con tristeza por lo solo que estoy, y cómo él y Giuseppe llevan una vida más... llena, supongo. No puedo decir que tengan una vida mejor, aunque realmente lo creo, pero ya sabemos que uno suele creer que el pasto es más verde del otro lado. Uno ve los logros del otro sin haber visto la maratón que corrió y lo que dejó en el camino para llegar a donde está. Como sea, ahí están ambos, con su pareja e hijo/s. Y yo no. Es muy difícil no entristecerme, sentir el fracaso y, no digo arrepentirme de mi vida, porque ha sido hermosa en muchos aspectos y todavía lo es, pero el no poder compartirla se siente horrible y me pregunto qué hacer, a dónde ir. No me gusta nada la idea de estar así indefinidamente.
A modo de premio consuelo no puedo evitar pensar en recorrer otra vez la SS113 que va todo por la costa hacia el este hasta Acquedolci, antes de sumergirse en las montañas y pasar por tanto pueblito uno tras otro, que ya rompe las pelotas andar frenando y terminaba agarrando el último pedazo de la E90 a Messina. La cosa que nunca fui a Torre Faro, en la punta noreste de la isla de Sicilia. Raro. Cuando estudiaba italiano en Cefalù entraba a clases a las 9, y como toda la vida me desperté a las 6-7 de la mañana, tenía tiempo de agarrar la moto, hacer 20 o 30 km hacia el este por la costa, volver, desayunar en la Piazza del Duomo un reglamentario cappuccino + sfogliatella, y 9 menos 5 estar en la escuela para no perderme el hermoso espectáculo de ver a Joanna llegar. No hay alma que pueda llenarse de eso. Y preferiría no tirar la toalla sin antes volver ahí.

sábado, 26 de octubre de 2024

sospecha de negligecia

Estoy arriesgando recaer en la depre. Algo voy a tener que inventarme. No creo sobrevivir una segunda vuelta. Tampoco quiero.

Hace unos días salió una noticia en un diario importante en Argentina, contando cómo un descerebrado salió en moto con esposa, nene de 3 años y bebé de 6 meses. Doblando una esquina, el nene de 3 años se cayó y un camión de recolección de residuos le pasó por encima. Panqueque y mermelada de nene. El fiscal de turno, lúcido, el hombre, acusó al chofer del camión recolector por homicidio culposo, como se hace en estos casos, e hizo arrestar al padre del nene por "sospecha de negligencia". ¿Qué le habrá hecho sospechar eso, me pregunto? ¿Y la madre? ¿Ella no está bajo sospecha de negligencia, que dejó a su hijo de 3 años subirse a una moto (o lo subió ella misma) y se subió con un bebé en brazos? Un bebé que si se le cae de una altura de 20 cm en el piso del comedor de su casa, se rompe, y ella lo subió a un metro y monedas del pavimento y lo puso a 40 km/h sin otra defensa que su piel de bebé, famosa entre los fabricantes de chalecos antibalas por su resistencia a la abrasión y los golpes, ¿no?
"Sospecha de negligencia"
...

 

domingo, 20 de octubre de 2024

frases célebres

Lo que no te mata te hace más fuerte.
Andá a la RPMQTRP. Hay cosas que te muerden el alma incicatrizablemente. Te gangrenan, te roban un pedazo de tu ser, te quiebran de tal forma que no hay manera de volver a ser el de antes.

Se dice el pecado pero no el pecador.
¿Por? ¿Qué calibre de idiota hay que ser para creer en semejante pavada? "La información, sin fuente, no es nada", insistía mi profe de estadística. Me pareció exagerado. No lo era, en lo más mínimo. Y las cosas necesitan contexto, y a veces la misma exacta acción hecha por dos personas diferentes arroja un resultado completamente distinto.

Tenés que ser más tolerante.
¿En serio? ¿Te parece? Decime: ¿qué solucionaría? De solucionar, me refiero, no de pasarla uno mejor. Porque yo lo veo al revés: hay que ser menos tolerante. Hay que empezar a reputear de arriba abajo a los que se paran en el medio de la vereda tapando el único hueco para que circulen los demás, los que en el café ponen el volumen del aviso de mensajito de WhatsApp a lo Rolling Stones en River, los que estacionan en la senda peatonal, los que dejar la puerta del ascensor abierta para atender al sodero, los que no levantan la caca del perro, los que andan con la moto en la plaza. Hay idiotas para hacer dulce, así que la responsabilidad darwiniana es que se la hagamos difícil: que sufran, se estresen y queden estériles. En lo posible antes de que se reproduzcan. Lo cual me recuerda a la película Appleseed, la parte en que el Consejo de Ancianos explica que como no pueden moralmente dañar a los seres humanos, tienen un agente esterilizante almacenado en un D-Tank listo para usar. En realidad, pienso que esta película me inspira de alguna manera. Ojo: esto no es para nada una variante de Mein Kampf o una perversión así, sino más bien una admisión de que Thanos, o yendo a su fuente de inspiración, el economista británico del siglo XVIII, pastor Thomas Malthus, algo de lógica tenía, no solamente delirios de grandeza y un me-cago-en-el-prójimo todavía más grande que el de los argentinos.

Si esperaste tanto, podés esperar un poco más.
Nop, en lo más mínimo. De hecho, justamente porque ya esperé tanto es que estoy repodrido, así que metele pata.

¿Y qué te molesta?
¿Vos de veraz pensás que me molesta esta estupidez en particular que acabás de hacer? ¿Y que vos sos el que determina cuánto puede molestarme? Pedazo de aborto fallido imbécil, excelente propaganda andante de anticonceptivos. Lo que me molesta es la seña inequívoca que acabás de publicar al que preste un poco de atención, de que te cagás soberanamente en el prójimo, y resulta que basura como vos sobra. Así que hacenos un favor y enterrate.

Estas cosas la he ido escribiendo en los últimos 8 meses. Es como que se me iban viniendo a la cabeza pero era todo demasiado poco y repetido para hacer un texto que valiera la pena, y he ido puliéndolo con la intención de hacerlo mejor y más rico y constructivo, y lo logré, pero en algunos aspectos es peor, más fuerte, más "blanco y negro" y menos gris. Pero no puedo evitarlo, así veo las cosas, es parte integral de mi personalidad. Un amigo que quise mucho y murió muy joven, más joven de lo que yo soy ahora, tristemente, decía que si uno no sabía explicar algo era porque no sabía ese algo. Esa muletilla de "cómo te explico" era totalmente inválida para él. Creo que tenía razón. Y lo extraño muchísimo. No pienso seguido en él; supongo que como mecanismo de defensa y para no ponerme triste.
Hoy es un día hermoso. El servicio meteorológico decía que iba a hacer 26°, aunque en este momento (un poquito pasadas las 4 de la tarde) haga algo menos, y hay un sol hermoso. Yo estoy en un café escribiendo en la computadora. Me siento muy triste, muy depre, aunque no mal, por lo menos no ahora. Ayer sí, mucho. Horrible. Toda la semana, en realidad. Fue muy duro. Fui a la playa con perro para ver si lograba levantar el ánimo pero mucho no ayudó. Lo de siempre: la soledad, exacerbada por la falta, también, de amigos o vida social en general. Anoche fui a comer con Hermana, cuñado y sobrinos y eso me hizo bien, pero me fui a acostar y estaba solo, y me desperté y, salvo por los 25 kg de pelos en forma de pastor australiano, seguía solo. Él es la mejor forma de estar solo, no cabe duda, pero necesito una mano, una cintura, un abrazo. Y a Perro los abrazos lo incomodan.
Estos días me cayó la ficha de que la camarera agrega contraste a mi situación, porque es todo lo que busco en una mujer que apenas conozco, pero demasiado joven. Permanentemente me recuerda lo que adoro del cortejo y el irse conociendo, pero no puedo agregarle nada, no puedo pretender avanzar, ir hacia algo. Tengo que disfrutar su existencia los 5 minutos diarios que la veo, y después levantarme e irme. Muy, muy choto. Solamente puedo rezar a un dios en el que no creo, para que la próxima, la que tiene las mismas cualidades pero no doblo en edad, esté a la vuelta de la esquina y nos encontremos. Me saca la respiración pensar en esa posibilidad. Ojalá supiera qué mierda hacer para ayudarla a llegar.

miércoles, 16 de octubre de 2024

c) el resto, no

Estoy un poco cansado de estar mal.
Cuando era chico, creía que los aviones iban de un lugar a otro por envión: en la pista tomaban carrera con tracción en sus ruedas, como un auto, y así juntaban velocidad y podían volar hasta su destino. No me imaginaba que tenían motores que los impulsaban durante el vuelo. También pensaba que cuando alguno moría en una película, el actor daba su vida por el arte. Empecé a sospechar que había algo raro en el asunto cuando vi al mismo actor en otra película. No me quedaba claro si la película donde se moría fue filmada antes o después de la otra. La cosa terminó de confundirme cuando vi al mismo actor morir en dos películas distintas. A esa edad, el mundo me era nuevo y el pensar me era nuevo. Después cumplí 4 y aprendí a) que lo que yo pienso puede o no coincidir con la realidad y b) dedicándole un minuto de razonamiento y observación puede ahorrar mucha confusión.
Hace pocos años (ella decía que me lo venía diciendo desde hace más tiempo) mi mamá me dijo que mi problema principal radica en que espero que los demás actúen como yo: con criterio, con respeto, con inteligencia. No le creí, principalmente, porque pinta una imagen demasiado buena de mí, que yo, con mi legendaria autoestima, no comparto. Ahora admito a regañadientes que tenía algo de razón. Así que c) la gente, de ser posible, mantiene sus neuronas 0 km durante toda su vida.
Sin ir más lejos, hoy pasé por un taller de Kawasaki porque necesito un retén de suspensión. Con la moto estacionada afuera, el flaco la mira desde su escritorio y lo primero que dice es "no, de eso no hay nada de repuestos". Evidentemente no tiene idea de que Kawasaki, igual que cualquier fabricante, usa en lo posible las mismas partes para la mayor cantidad posible de modelos, con el doble objetivo de abaratar costos y simplificar la logística. Por eso, hay por lo menos 5 modelos (ZX10, ZX12, ZX14, Versys 1000 y la mía, una 1400GTR) que usan la parte que necesito. Tres modelos de esa lista están en venta en Argentina y hay partes a cagar para venderme.
Yendo un poco más atrás, fui a la carnicería el sábado y había tantas personas adentro, que dos de ellas estaban haciendo fila afuera. Me puse último. Un minuto más tarde llegó un infante de unos 25-30 años y en lugar de ponerse atrás de mí, se puso frente a la puerta, bloqueando espectacularmente el paso. Salió gente y el tipo ahí, nervioso, evidentemente apurado. Cuando solamente quedo yo afuera con él, sale una persona y el tipo se manda y entra. Le consulté si no le molestaría ir en orden de llegada, y empezó a cuestionarme por qué no entraba, hasta decirme idiota. Así que, por respetar la prioridad de atención y no respirarle a la gente en la nuca, soy idiota. Cuando caminaba a casa con mi kilo de carne picada, le dí varias vueltas al asunto pero no logré entender el nivel de imbecilidad que hay que sufrir para ver la vida de esa manera, al punto que uno cree que puede insultar al prójimo en lugar de sentirse mínimamente tentado a evaluar su propia desconexión de la realidad.
Puedo seguir con un millón de ejemplos de los últimos días solamente. Ayer alguien me preguntó "¿cómo andás?" y no me sale el "bien" por defecto, no me sale mentir, salvo que sea un desconocido y sé que pregunta automáticamente, pro forma. Así que le puse cara de no-bien, a lo cual me replicó que siempre tengo algo de qué quejarme. O sea, no tiene la más mínima idea de que mi auto no funciona (el turbo), la moto necesita un retén de suspensión nuevo, el techo de mi casa filtra agua, mi perro tiene una pata funcionando al 40% en el mejor de los casos, mi vida social no existe, NADIE (excepto mi hermana) piensa en mí con un mínimo de cariño y no sé cómo cambiar eso; pero esta persona se sintió en posición de evaluar si todo está bien en mi vida y si tengo que mentir al respecto. Para qué mierda pregunta, digo yo...
Pero volviendo a mis relaciones y lo que me cuesta, no ya llevarme con la gente, sino siquiera soportarlos, es peor de lo que dejo entrever: intento diferentes formas y fallo asquerosamente una y otra vez. Hace rato que llegué a la conclusión de que la habilidad de llevarse con los demás reposa casi exclusivamente en comerse las faltas de respeto, aguantarse los insultos, los prejuicios y los abusos sin decir ni pío. Y eso no me sale, y cuando lo intento, solamente se pone peor; la gente no sabe hasta dónde pueden pisar, y cuando puse algún límite, incluso de la mejor manera, fueron ellos los que reaccionaron a lo bestia. Como si pedir las cosas bien los irritara, más allá de si lo pedido es razonable o delirante. Pensándolo bien, creo que los debe irritar bastante que no pierda los estribos; y eso, el buen temperamento, es algo que cultivo, y a un precio muy alto, porque admiro a los que pueden articular lo que piensan sin irse por las ramas, ofender gratuitamente o gastar más calorías de lo necesario.
Profesionalmente no soy ni la mitad del genio que todo el mundo piensa, y no logro juntar ganas para hacer nada. Estoy realmente tan bajo de energía que no puedo encarar casi nada. Me agota la idea de hacer algo, ni hablar de ir y hacer algo. Tengo 50 años, estoy potable físicamente, pero no tengo fuerza para hacer nada y, si encontrara algo, no encuentro el motivo para hacerlo. Porque lo que más me interesa es encontrar el amor de mi vida, vivir en pareja, y soy un imbécil que simplemente no puede. No puedo llevarme bien con casi nadie. La estupidez que se cultiva en Argentina me había pasado desapercibida cuando vivía acá, no sabía que la sociedad podía ser mejor que esto salvo por tirar la basura en el tachito y cosas así, y ahora que volví a Argentina con ese conocimiento, ¿cómo lo desaprendo? ¿Como me olvido lo que podríamos hacer con un puto minuto de pensar antes de actuar? No se puede.
Y cuando me preguntan si estoy bien, aunque el retén no hubiera que cambiarlo, y el turbo del auto funcionara perfecto y el techo no filtrara agua, todavía están Putin, Kim Jong Un, Maduro, el lacra de la fila en la carnicería y 4000 millones más de idiotas que se cagan en su prójimo. No, no estoy bien. Y si ellos no estuvieran, yo igual no tengo novia y esa soledad me tiene dolorosamente harto. Vivo a la sombra de ese hecho concreto y todo lo malo es el doble y todo lo bueno, la mitad.

sábado, 12 de octubre de 2024

más del doble

Tengo más de medio siglo y me gusta una nena de 22, así que como me da mucha vergüenza, y a pesar de ello, voy a hacer lo único que puedo para no sentirme tan así: racionalizarlo. Veamos...
En mi defensa, es una de las pocas veces en que preferiría que la persona que me gusta fuera más vieja en lugar de más joven. No solamente me evitaría o disminuiría el estigma social, sino que realmente sería más cómodo evitar el exceso de paternalismo que siento. Un poco de eso forma parte de una relación, por más saludable que querramos tildarla, y si me preguntan, también quiero que mi novia a veces sea un poco maternalista, me trate como idiota, como a un nene chiquito que necesita un poco de consuelo. Hay momentos para aprender o corregir, y hay momentos para ser malcriados, pelotudos, y además disfrutarlo. Mientras no se joda al prójimo... También, al tener más edad, tendría más experiencia con el mundo, la vida, los prejuicios, la inocencia y todo un espectro de cosas que simplemente tenés que pasarlas para evolucionar, o tenés que tener muy, muy buenos padres, que no abundan.
También en mi defensa, esta chica asomó la cabeza por encima de esa categoría en que los hombres ponemos a las mujeres apenas verlas: la de "cacho de carne", objeto sexual o lo que en inglés muy delicadamente llaman piece of ass. Esta categoría, sostengo, es el resultado de una colaboración destructiva de ambos sexos, un círculo vicioso que hace que los hombres presten atención y las mujeres, siempre ávidas de eso, cultiven el asunto de mostrar el culo. Bastan 5 minutos en Instagram para ver de lo que hablo. Al final, las que tienen substancia sobresalen, como es el caso de esta chica, de forma casi mágica. Es un espectáculo hermoso, algo que no abunda, como un jardín de lavandas en el sur de Francia, un patio con ropa tendida en el centro viejo de una ciudad en el sur de Italia. Cuando sonríe también es mágico, porque algo en lo que sí tiene experiencia es en tomar distancia de los hombres, que constantemente confunden su amabilidad y simpatía con una puerta abierta para hacerse los galanes. A lo que iba cuando empecé este párrafo: nunca me interesó su culo, y una vez se lo miré porque una compañera de ella me contó que un cliente una vez se lo fotografió y lo echaron del café, y ahí me di cuenta de que nunca se lo había mirado. Así que lo hice, y sigo sin tener interés u opinión sobre el asunto. Cae justo en la categoría de "suficientemente bueno" como para tildar la planilla de requisitos y seguir con el siguiente ítem de la lista.
Más en mi defensa (¿perseguido, yo?). Conozco otra camarera, algo más grande (25) incluso, y hasta más linda en cierta forma, pero que no me atrae como lo hace esta chica. Uno de los factores decisivos es que esa tiene la pedorrísima costumbre de poner fotos de ella mostrando sus atributos físicos, que no son pocos, pero clarísimamente buscando esa atención de la que hablaba, por los medios que hagan falta. A veces hasta se pone unas calzas ajustadas hasta las amígdalas para ir a trabajar; totalmente innecesario y hasta diría exagerado. Chocante. Es una persona hermosa, pero esa actitud le va a traer problemas. Creo que una vez o dos le pregunté por qué hacía eso, pero no es capaz de admitir que está buscando roña al pedo, con excusas estúpidas. Mi teoría es que sabe lo que está haciendo, pero no las consecuencias (no en su entera magnitud) y simplemente disfruta la atención sin pensar en el resto del asunto. Me da pena.
Finalmente, lo inevitable. En una sociedad donde fuera más "normal" semejante diferencia de edad, me le tiraría encima sin pensarlo, pero en esta, onda que me siento un poco como me dijo la verdulera, aunque ella sea un reloj descompuesto, que acierta la hora dos veces por día: un degenerado, un viejo verde, un cerdo. Sin embargo, cuando la miro, y sobre todo cuando me habla y me sonríe, tiene ese efecto que las mujeres no logran comprender: que desarma al más recio de los hombres. Tiene magia en los ojos y proyecta una luz hermosa. Es una flor en un jardín de cardos. Me gustaría abrazarla, oler su pelo y consolarla por lo que le está pasando, de lo que apenas conozco uno o dos síntomas y ninguna de las causas. Quisiera lo que quiero de la vida: que me necesite y me abrace y apoye su cabeza en mi hombro y encontremos refugio el uno en el otro. Tampoco es que estoy en esa onda de que de pronto las canciones de amor toman sentido y todo eso, pero dependiendo el día tiene una o dos estrellas Michelin.
Creo que existe la solución: bajo por un par de horas al planeta Miller, a orillas del agujero negro Gargantua en la película Interstellar, donde cada hora en la superficie son 7 años en la Tierra.
Así como están las cosas, me limito a tomar mi café y dejarla en paz, intercalando algún comentario de vez en cuando y tragándome el resto. Por lo que observo, ella no tiene ni el más mínimo interés particular en mí más allá de Perro, y sin él yo sería otro cliente potable. No tengo nada en contra de eso. Estoy tristemente acostumbrado. Tengo el gusto en la boca de haber sido ignorado el 90% de las veces que me gustó una mujer, y como no supe qué hacer, tengo práctica (un doctorado, podría decirse) en esto de tomar mis sentimientos, hacerlos una pelota muy apretada, encapsularlos y enterrarlos en mi alma hasta que me olvido de dónde los puse. Empezó cuando escuchaba a mis padres discutir y mi hermana y yo nos metíamos abajo de la mesa de la cocina o nos íbamos a la pieza a jugar.
Pero me hace volver a mi tragedia fundamental, que, sin ánimo de dramatizar, está peligrosamente cerca de poder ser calificada de Shakespeariana: estoy solo y, peor, nadie me soporta. Yo no me soporto. Perro, pobrecito, me soporta, pero él está genéticamente diseñado para eso; 20.000 años de trabajo de selección lo condenan a mí.

miércoles, 9 de octubre de 2024

la verdulera

La edad de piedra, la de bronce, la edad media... en unos siglos se van a referir a este guiso como "la edad de cristal". Por qué mierda se llaman así esas otras edades, ni idea, pero esta, por las boludas. Queda más elegante en los... libros (?) de historia poner "cristal" que "boludas". Pero desde la liberación femenina parece que en lugar de empezar a cosechar nuevas camadas de minas capaces de tomar responsabilidades y decisiones racionales, observar objetivamente la realidad y leerla medianamente bien, estamos acumulando proporciones crecientes de rayadas pseudo- (y auto) traumatizadas, víctimas profesionales paranoicas. Una pista de esto desató la epifanía hace unos días, cuando estaba en la plaza y el perro (cachorro) de un amigo, jugando como juegan los cachorros, le apoyó los dientes a un nene en el brazo. Los nenes, como muchos experimentamos, reaccionan como se les enseña. Si se caen y se golpean un poco, y uno se ríe con alegría y los felicita, se ríen también. Si uno corre a los gritos de "¡ay mi nene!", también gritan y lloran del susto más que del dolor. El susto que uno les provoca y que de otra manero ellos no pueden juzgar. Asignan valor y reacciones a las cosas en función de lo que uno les enseña. Es lo más natural.
Desde chiquito me chocó eso de que "las mujeres y los chicos primero". Lo escuché por primera vez, creo, cuando encontraron el Titanic allá por 1985 y salió un documental atrás del otro. Entendí que el valor de una vida humana se mide en potencial, no en edad o lo que tiene entre las piernas. Por eso la vida de alguien joven, a igualdad de todo lo demás, es más valiosa que la de alguien más viejo. Las mujeres, por otro lado, traen vida al mundo. Desde la antigüedad se las protege porque generan la próxima camada de soldados, pero hoy en día pasan dos cosas: las personas viven más, con lo que las mujeres llegan a la menopausia y así pierden esa ventaja, y en muchos casos han renunciado a esa función, ayudadas por la pastilla y otros métodos, como el aborto.
También me resultaba indescifrable por qué un hombre, por ser hombre, tenía que cederle el asiento a una mujer, por ser mujer. Siempre vi a los demás como personas, con iguales derechos y capacidades, desventajas y obligaciones, y en el único contexto en que me pongo sexista es en aquellas actividades que involucren... sexo. Surprise. Las diferencias biológicas, psicológicas, físicas y demás entre un hombre y una mujer se me hacían tan naturales como las que hay entre un hombre y otro, o entre un oso y un gorrión, para el caso. Algunos tiene más fuerza, otros corren más rápido, otros son más inteligentes, o extrovertidos, u observadores, o cantan o pintan mejor. Todos tenemos las mismas responsabilidades frente a los demás: escuchar en una conversación, ser honestos, no ser aprovechadores. Cosas así. Creo que si hay una palabra que condensa todo eso es respeto.
Algo que me revienta es el argumento de la reciprocidad, eso de "respetame porque yo te respeto". El respeto no se devuelve, se gana. O no. Hay personas que respetan aunque el otro no lo merezca. Y el ser humano no merece respeto por el solo hecho de tener pulso. Si sos un imbécil, morite. Pero morite allá, donde no molestes tirado en el medio del camino, o donde el olor de tu cadáver no apeste. Por mi parte, no te voy a faltar el respeto, aunque seas un imbécil: no voy a robar o dañar tus cosas, no voy a malgastar tu tiempo, no voy a maltratarte, voy a dejarte pasar primero cuando la Ley así lo estipule.
Aborrezco a una mujer que hace lo que el marido dice porque el marido lo dice, esas descerebradas que renuncian a sus ondas beta por la comodidad, cosa que, salvando las clases altas, era de lo más común desde el comienzo de la era industrial hasta la liberación femenina. Antes de la revolución industrial, todos se deslomaban en sus respectivas tareas. Después de la liberación femenina, la expectativa era que asumieran roles similares a los que cumplían los hombres. Nunca, ni en las clases de mi facultad de ingeniería ni en mi trabajo como ingeniero, tuve motivos para verlas de otra manera. Ahora veo que era una burbuja. Las mujeres, en lugar de aprovechar las tremendas ventajas que les ofrecía esta sociedad construida por, justamente, hombres, se lanzaron a llorar porque sus quejas sobre sus miserias no eran escuchadas. Y no son escuchadas porque no existen, o, para ser exactos e incluir el contexto, no existen más de lo que existen para los hombres, y en la mayoría de los casos, menos. Bastante menos. Hoy se bajan los niveles de exigencia para que entren en profesiones donde hombres de contextura chica o débil no pueden acceder, y por buenas razones, como la de bombero o albañil. Incluso en una oficina se les paga lo mismo o más (tienen licencias por infinidad de cosas, y bien que las aprovechan), pero a la hora de cambiar el bidón de 20 lt del dispensador de agua brillan por su ausencia. Podés encontrar los cadáveres deshidratados 3 semanas después pero el de ninguna con las uñas rotas. A la hora de las obligaciones son todas damiselas en apuros, y a la mierda la igualdad. Y sucedió otra cosa: todos esos lloriqueos de estas desagradecidas sobre el yugo del ama de casa, se fueron a la mierda el día que los hombres empezamos a hacer esas tareas y nos dimos cuenta de que son una boludez y que atender una casa es una cuestión de organización y 45 minutos al día. No más.
En fin, el otro día voy a la verdulería y le comento a la verdulera (unos 45 años de edad, divorciada) que hay una camarera en un café al que suelo ir, que tendrá poco más de 20 años y es muy bonita, y me gustaría sacarle fotos. Su reacción: llamarme (no recuerdo la palabra exacta) "degenerado", "violador", "asqueroso" o algo así. Y no lo dijo en chiste. Incluso fue a la parte de atrás del negocio y le comentó a la hija, que reaccionó con alguna de esas palabras de la lista. Cuando le expliqué, sin ninguna obligación y sin que me haya preguntado (de hecho, ni siquiera había duda en su cerebro bonsai), que me dedico a la fotografía y hablaba de un retrato, y fue quedando cada vez más arrinconada en su propio error, recurrió a lo único que parecen poder recurrir las idiotas de este calibre: victimizarse. Aparentemente la "pone mal" hablar de estas cosas. Mirá vos, para insultar no tuviste problema, para abandonar tu neurona a la deriva y quedar a mucha, pero mucha distancia de la realidad tampoco, pero para pedir disculpas... mmmnop, ahí ya es demasiado. Ahí plantás bandera. ¿Dónde escuché eso antes?
El tiempo ayuda, ¿no? Veamos... Al día siguiente fui a comprar limones y me atendió el hijo. Ella se asomó, me miró con cara de pocos amigos y me tiró un "buen día". Yo me quedé mirándola, esperando lo único aceptable después del episodio del día anterior: que cualquier cosa que saliera de su boca empezara con "perdón", "disculpame" o alguna variante de eso, sin diluir, sin disfrazar, sin eufemismos. Ya estamos grandes y la cosa se pudrió demasiado para darle más espacio a que siga pudriéndose. ¿Su reacción? Se quejó con la hija de que yo soy grosero por no saludar. Esa misma hija a la que le envenenó la cabeza con sus traumas, estimo que más originados en sus malas elecciones que en lo que la vida realmente le tiró en el camino. Y así sigue la historia, reinventándose en la próxima generación.
Creo que esto ya lo mencioné, pero vale la pena hacerlo de nuevo y 500 veces más: esta locura de culpar a los hombres porque llueve en Madagascar tiene dos grupos perjudicados y uno beneficiado. Empezando por atrás, el grupo beneficiado es el de esos pocos hombres que efectivamente son una mierda, y habría que enterrarlos en la arena hasta los tobillos, cabeza abajo. Los que abusan de su poder, ya sea físico, jerárquico, político o en lo que sea que se origine. Pero hay tanto ruido generado por estos temas, somos todos supuestamente tan culpables, que a los realmente culpables cuesta más individualizarlos y poner en su verdadera dimensión la mierda que hacen. Difícilmente se encuentre una buena solución a un problema mal diagnosticado. Un detalle que la sociedad parece no entender es que los hombres también somos víctimas de estos tipos; simplemente a) no se habla de ello y b) vemos cómo seguir con nuestra vida, sin hacer berrinches.
Los dos grupos perjudicados son, primero y principal, y el más numeroso, el de la gran mayoría de los hombres, esos que salen a trabajar temprano para poder proveer para su familia, los que no tocarían a otra persona (mujer u hombre) con una ramita, los que construyen todo lo que nos ofrece la vida moderna: electricidad, agua potable, casas, y esencialmente toda la infraestructura de la que tanto disfrutamos. A estos tipos se ha empezado a culpar por existir, por atreverse a respirar, forzando una animosidad sin ninguna consecuencia buena. El segundo grupo, órdenes de magnitud menor pero al que le cagan soberanamente la existencia, es el de las pobres mujeres que realmente sufren una situación a manos de alguno de los hijos de puta que mencioné primero, los beneficiados, pero que cuando gritan pidiendo ayuda se ahoga entre los de esas mil idiotas gritando "¡micromachismo!" o "me autopercibo cacerola hermafrodita" y se piden un chai latte doble expresso con leche de almendras extra hot but not too hot a las 11 de la mañana (porque no tienen otra cosa que hacer ni con su día ni con su vida), mientras cortan una calle y bailan cantando "¡patriarcado!". Ojalá fuera chiste.
Un tercer grupo perjudicado, y este va creciendo, es el de los hombres víctimas de actos de violencia, a los que incluso la mismísima Ley ha etiquetado como "víctimas de segunda", no tan importantes como las "verdaderas víctimas", las mujeres. Por enésima vez me remito al inciso 11 del artículo 80 del Código Penal argentino.
Se aburrió Perro. Mejor me voy a la plaza.

jueves, 26 de septiembre de 2024

la última 2025

Normalmente empiezo críptico y sobre el final del texto cierro el círculo que aclara el título. En el medio me permito divagar, dejarme llevar por alguna tangente, hasta perderme. Me gusta mucho ese estilo. Hoy voy derecho a los fideos.
Una 2025 es una batería de esas tipo botón, de 20 mm de diámetro y 2,5 mm de espesor; por eso el nombre. Una 2032 tiene el mismo diámetro y 3,2 mm de espesor. Y así.
Mi moto no tiene llave en el sentido tradicional, ni cerradura donde embocarla para poder ponerla en marcha. Lo que si tiene es un llavero de proximidad y el correspondiente sensor enterrado en toda la electrónica de la moto. Sin eso, la moto es esencialmente un pisapapeles algo caro. Tengo dos de esos llaveros y llevan una 2025 para poder transmitir el código a la moto cuando se les pregunta y así poder usarla (como moto, no como pisapapeles). Siempre tengo uno en uso y el otro guardado, con una batería nueva pero sin conectar, con un papel o algo que mantenga el circuito interrumpido. Cuando el que está en uso deja de funcionar, y hasta que tengo tiempo de ir a comprar una batería nueva, uso el que tenía guardado y así voy alternando el uso de uno u otro llavero. Este ciclo dura unos 3 años, pareciera que independientemente de cuánto uso la moto. Y esto justamente pasó ayer, que tuve que abrir ambos llaveros, sacar la batería del que estaba en uso y ya no funciona, y activar el otro. Mi intención es ir hoy a comprar lo que creo va a ser la última 2025, porque nunca vi otro aparato que use una de esas, sino que suelen ser las mucho más comunes 2032.
Pero, ¿por qué la última? Porque no creo que vaya a quedarme otros 3 años con la moto. Cada vez tiene menos sentido. La moto cumple muchas funciones en mi vida. Unas de las menos relevantes es que me transporta cuando tengo que ir a algún lado y el auto tiene algún problema. Pero también hay taxis, y sirven también en invierno y puedo llevar más cosas conmigo. Y son más baratos.
Otra cosa que hace es darme placer, pero para disfrutar de ese placer tengo que dejar otro: Perro, y si bien es un placer distinto, como comer o tener sexo, que no se reemplazan mutuamente, moto y Perro sí se superponen un poquito. La moto también es muy difícil de mantener en Argentina, y con los años esto se agrava. Siendo realista, es una locura tenerla en este contexto. Y ni hablar de los macacos que andan por ahí pertrechados con una licencia de conducir y demasiados cientos de kilos autopropulsados. Estoy sentado en un café que queda en una esquina, y en la hora que llevo acá no pasó un solo auto que merezca menos de 3 multas: doblar sin usar la luz de giro, no ceder el paso a los peatones, no usar cinturón de seguridad, no respetar la prioridad del cruce, profundidad del dibujo en las cubiertas, los rompe niebla encendidos (son casi las 9 de la mañana), etc.
Por estas cosas que menciono y alguna que seguro se me escapa, las posibilidades que tengo de disfrutar de la moto son, con toda la furia y el delirio, el 10% de lo que eran en Europa. La macana es que ese 10%, o siquiera el 1% de placer que me da, es tan importante para mí, que incluso a pesar de no contar con nada que se parezca a Kesselberg todavía me ilumina el alma. Y de esas cosas no me sobran.
Así que acá estamos. Por un lado, el 99% del tiempo es una idiotez tener la moto, pero por el otro, cuando se alinean los planetas es muy necesario y dificilísimo imaginarme la vida sin una moto tan estúpidamente potente.
Como la camarera del café donde estoy. Tengo como mínimo el doble de edad y es idiota sopesar la idea de salir con ella, y sin embargo disfruto mucho mirándola y, hasta donde se pueda, interactuando con ella. Además de linda y fina, es dulce y me presenta el desafío de ganarme su confianza y la eventual sonrisa. Me devuelve la fe en las mujeres. Falta encontrar una que haya terminado la salita de 4.

martes, 24 de septiembre de 2024

una rendija

Creo que ya conté varias veces lo difícil que me es poder saber lo que siento. Tengo todo tan racionalizado y razonado, tan armado en mi cabeza de forma de poder navegar en este mundo que me resulta tan hostil con sus eternas combinaciones de estupidez y maldad, todo para no tener que depender de cómo me siento en el momento, que generalmente es mal. Era especialmente mal durante mi infancia, con mis padres peleando y mi pequeño mundo desintegrándose, más lo que pasé en aquella relación en Osnabrück, que hizo obvio que necesitaba ayuda y tardé años en encontrarla, recién en Múnich. En mi infancia, cuando el mundo me era feo, era demasiado y era incomprensible, al no poder procesar lo que pasaba y sin nadie que me explicara cómo, aprendí a reprimir mis sentimientos, a callarlos, a dejar de prestarles atención. Hasta que dejaron de hablarme. En Alemania detoné y tuve suerte que alguien me atrapó antes de un definitivo pull the plug. De lo cual, debo agregar, todavía no estoy del todo seguro de que haya sido lo mejor. Ni lo descarté. Pero esa es otra historia.
Esta historia es sobre que acá estoy todavía, vivito y escribiendo. Sobre lo que me cuesta saber lo que siento. Y sobre que ayer se abrió una rendija y pude ver algunas cosas. Y resalto eso de rendija, porque no es que tengo una niebla o algo así más poético y que reduce la visibilidad cuando miro para adentro y trato de descular lo que siento. No, no... es una puta pared, de las de antes, de 60 cm de espesor.
Un buen ejemplo de lo que hablo es cuando he tenido que elegir entre dos mujeres diferentes, que conozco relativamente bien a ambas. Las dos lindas, piolas, se puede hablar y son compinches, en fin, desde cualquier métrica da más o menos lo mismo y lo único que queda es lo que uno siente. Cagamos, ahí no sé qué hacer, ahí es cuando quisiera poder poner una clave de usuario y contraseña para acceder a mi corazón y que me diga su opinión. Olvidate. Ni el teclado encuentro.
Así que vi algunas cosas por la rendija. Vi, incluso, una tendencia, y que creo que me sirve de explicación a por qué renuncié a BMW, no less.
Resulta que me gusta trabajar para mí. No logro subirme al tren de nadie. Cuando acepto una responsabilidad, encaro una tarea, tengo que ver la ganancia para mí, y el sueldo no me es tan estimulante como para otros, o como debería. La ganancia puede ser económica, o de posibilidades de progreso o de tareas más interesantes. Esta displicencia por el dinero es porque tengo resto, por supuesto (bah... creo). Si estuviera cagado de hambre calculo que haría lo que fuera por resolver la situación, como ya lo he hecho, aunque no haya estado cagado de hambre: limpiar baños, voltear hamburguesas, pintar paredes, cortar pasto, lavar platos, apilar remeras, y un etc. larguísimo. Para agregarle dificultad al tema, me gustan los trabajos con una capa de rutina donde estructurar el día y otra más de desafíos, y me revientan los imprevistos. Es irreal, lo sé, los trabajos que se pagan bien son justamente los que consisten en resolver imprevistos. Por eso me encanta estar preparado. No me gusta salir corriendo a hacer las cosas a ciegas. En BMW casi no había imprevistos, y las pocas veces que los había, también había una estructura de más de 120.000 personas de respaldo. Todo en Alemania era así. Era brutal. Pero había CERO interés para mí con la depre haciéndome de filtro a todo lo que la empresa tenía para ofrecerme. Y el idioma me costaba mucho.
Hurgando en mi cabeza para dar más ejemplos que el de esa única empresa, me doy cuenta de que en realidad fue el único lugar en donde trabajé realmente, como ingeniero, que fue para lo que estudié 8,5 años para el título de grado, 1,5 años la maestría y 2,5 años el doctorado. Lo hice con un placer enorme, fascinado, embelesado con lo que aprendía, pero fue mucho y me hubiera gustado sacarle más el jugo. Todo lo que aprendí me sirvió y lo aprecio y me sirve, aunque sea indirectamente, aunque sea para entender cuando me hablan de cosas complicadas, pero no pude aplicarlas al grado que creo que hubiera tenido sentido por el tiempo y esfuerzo que dediqué a adquirir esos conocimientos. La depresión realmente me partió al medio en más de una forma. Es muy triste, porque tenía un potencial enorme. Si algo lamento en mi vida, es eso. Creo que casi todo lo demás que me pasó choto en mi vida fue culpa mía y podría reescribir la historia dada la oportunidad, pero la depre... no. Esa no sabría cómo evitarla, ni sus consecuencias.
Pero quiero rescatar, y escribir sobre el hecho de que me di cuenta de un rasgo de mi personalidad que había confundido y sospechado que era vagueza, que es simplemente el buscarle un sentido a lo que hago y que la plata no le da. Por eso precisamente es que me motiva tanto lo que hago con las cabañas, que puedo modificarlas y ver cómo evolucionan y mejoran, me encargo de cuidarlas y explotarlas y no tengo que pedirle permiso o instrucciones a nadie para hacer lo que quiera. Ni siquiera tengo que pagar un crédito por lo que hice, ni pedir prestado para encarar cosas. Eso es una bendición. Incluso cuando pasan cosas malas e imprevistas, las aprovecho para aprender, tomar las medidas para que no pasen de nuevo y que si pasan, estar preparado. Es alucinante.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

de jóvenes

Que alguien me explique qué vale la pena, porque yo no veo nada.
Perro. Él vale la pena. Y esto muestra lo choto que es estar depre. La primera oración la escribí con total honestidad, y sin embargo, Perro está acostado al lado de mi silla. Pero ahí justamente reside la esencia de la depre: pone un velo gris sobre todo lo que normalmente evoca una emoción, buena o mala, y hace al mundo, y la vida, insípidos, incluso cuando están ahí, enfrente a nuestra nariz. Esa flor que crece de una grieta en la cerca de piedra del vecino, ahora no se ve. El viento no acaricia, simplemente sopla y enfría. La comida no gusta, apenas alimenta y saca el hambre. No hay disfrute en nada, las cosas se hacen por inercia o deber, porque es la hora, porque ya atendieron al de adelante, porque están en oferta.
Ahora, 4 días más tarde, me siento algo mejor, lo que significa que siento algo. Por algún motivo que conozco, estuve bastante depre. El motivo es simple: soledad. Pasaron algunas cosas buenas, alguna mala, pero todas sin compartir. Jode. Y los argentinos me hartan, me asquean. Quizás en este punto venga al caso recordar por enésima vez que es una generalización y como tal habla de todos pero de nadie en particular, y no significa que en mi cabeza el ser argentino es garantía de encajar en una determinada casilla. Es, simplemente, una probabilidad. Una probabilidad más alta de ser de una determinada forma. Hay alemanes así, pero no es lo que los caracteriza, o a los chinos o a los de Tasmania. Esos tendrán otros rasgos más comunes, de los que nosotros más comúnmente carecemos.
De vuelta a las críticas a estos imbéciles pedorros ignorantes, no hablo de cosas que observo por puro gusto de encontrarle el pelo al huevo aunque no tienen mayor incidencia en mi vida, pero me amargan porque soy un rompehuevos atómico que quiero que el mundo sea como yo digo y punto. Que, ojo, lo soy. Pero nop, no es por eso. Es porque son cosas que me afectan directamente, y para mal. Como las horas y los horarios de sueño. O la integridad de mi patrimonio, el cual me cuesta por demás adquirirlo y mantenerlo en condiciones, como el auto. O cruzar una puta bocacalle, que se transforma en una odisea del calibre de la de Indiana Jones consiguiendo la calavera de cristal. No entro en detalles porque, además de que ya me explayé en esto, es tan obvio que sería tomar por estúpido al lector. Y no solamente me afecta a mí, los afecta a ellos, nos afecta a todos. Pero estos tarados no lo ven, desconocen sus derechos y se cagan en el prójimo. Es un guiso muy, muy malo.
Otra cosa que me afecta es ver a cierta camarera o dos, absolutamente preciosas personas, pero que ambas sumadas no llegan a mi edad y me siento un viejo choto, degenerado y frustrado cada vez que las veo, porque no logro encontrar una de una edad más razonable (digamos, de 35 a 40) con un poco de raciocinio, bondad y que me atraiga. Y cuando las veo, tengo una batalla interna con la soledad de un lado y las taradas del otro, donde estas dos chicas sobresalen como seres humanos pero son demasiado jóvenes aunque (y esto lo digo con cariño) un poco pelotudas. Me afecta. Una de ellas me encanta como persona y hasta creo que, sin caer en whishful thinking, en algún momento me demostró interés. Pero no me interesa, además de por la edad, porque peca de esa característica tan indeseable y común en las mujeres, potenciada hoy en día por las benditas redes sociales, de querer recibir atención y apelar a la sexualidad y/o a la histeria para obtenerla. En el caso de ella no es histeria, sino ropa y fotos provocativas, e incluso unas calzas que usa en su trabajo y que dejan nada de nada librado a la imaginación. Me da pena porque sé que es una maravillosa persona y tiene un dolor en el alma (la muerte temprana de su madre hace apenas un par de años) que de alguna manera encapsula, mientras al resto del mundo nos regala su sonrisa que derrite el mármol. Pero para la mayoría entiendo que sea difícil valorar esa sonrisa por sobre sus tetas y culo en primer plano. Es denigrante y ella no lo ve.
La otra, más joven todavía, parece no tener este tema de mostrar sus atributos físicos. La conozco mucho menos así que no tengo más para decir, pero el punto es que no importa por lo de la edad. Me causa gracias que cuando converso con amigas sobre mi situación sentimental y les comento que no me gusta nadie, que apenas si conozco un par de camareras pero que son demasiado jóvenes, la mitad reacciona diciendo que soy un degenerado asqueroso y la otra mitad impugna el tema de la diferencia de edad como si les dijera que a la camarera y a mí nos gustan chicles de marcas diferentes y eso es el fin del mundo. Sospecho que algunas, las primeras, se sienten atacadas personalmente y les gusta justificar agarrarse de lo que sea para pensar que los hombres somos repugnantes, mientras que otras simplemente quieren que yo esté bien, con quien sea que me guste y sea mutuo, mientras sea un adulto con consentimiento. La vida ya es complicada, y complicárnosla más todavía siguiendo normas que van en contra de la naturaleza no parece tener mucho sentido.
Yo estoy en algún lugar entre ambas posiciones, pero más que nada pienso que la edad no es simplemente un número, sino que refleja a grandes rasgos la etapa de la vida en la que estamos y a veces simplemente no coincidimos con la otra persona. Quizás al principio, cuando todo es color de rosa, uno cree poder saltarse esas cosas de por vida, pero en algún momento empiezan a darle pinceladas a la relación que nos influyen y acotan. Es choto, pero la vida es chota y es infantil negar que el contexto afecta.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

hoy es Malta

Desde que volví a Argentina tengo a veces una especie de flashbacks que dependen de las circunstancias. No podría explicar bien la conexión entre las imágenes que se me disparan como fuegos artificiales en la cabeza y lo que estoy viviendo en el momento, pero siempre se remiten a lugares donde estuve y a sentimientos específicos que me generaron esos lugares, aunque no estoy seguro cuáles, que me los revive un detalle ínfimo de lo que me pasa hoy. Vienen sin aviso, sin estados de ánimo específicos, pero son en su mayoría positivos y, no casualmente, en Italia. Sicilia, Cinque Terre, Florencia, los Alpes, Lago di Como, di Garda o di Carezza. No tan seguido, pero me genera un enorme placer, la Provence, en el sur de Francia. Esta es fácil: fue tranquilamente uno de los mejores viajes de mi vida, peleando por el primer puesto con argumentos excelentes. Como lo mire, como me sienta ese día, cuando me suicide: el idioma, la comida, los paisajes, los lugares, los olores, las rutas, la moto, la compañía, el clima. Probablemente el único lugar donde elegiría vivir fuera de Italia. Y esta mañana, por algún motivo, se me cruzó Malta por la cabeza, en particular la bahía de Mellieha, con sus botes de colores y su luz del atardecer.
Estas imágenes que me asaltan de vez en cuando son una belleza, y al mismo tiempo que me inundan con recuerdos hermosos me hacen sufrir el contraste con este proyecto fallido de país en el que los argentinos han convertido a Argentina. Esta catástrofe en la que vivimos, este moco social resultante de cagarnos sistemáticamente en las reglas, hace la convivencia y la vida en general algo impracticable. A los constantes bocinazos, las alarmas de autos, casas, comercios o edificios, los insultos, los escapes ruidosos, los pitidos de las cocheras o de los camiones en reversa trabajando a horas no habilitadas, la música de mierda (porque, aunque a deshoras y a todo volumen sea apenas un poco menos molesto, ni por putas Vivaldi) y las fiestas de madrugada, con sus carcajadas y gritos, ahora se suman los 2 perros de una vecina que los deja casi todo el día en el balcón y le ladran al pasto crecer. O su dueña, cuando invita gente y se ponen en el mismo balcón a charlar y reírse como si estuvieran solas en el sistema solar, tomar y apestar a los vecinos con marihuana. Eso es vivir con argentinos.
Vivo frustrado, lo cual es muy dañino y mi hígado me lo recuerda constantemente, y quién sabe qué más se está cocinando. El problema es que honestamente no logro distinguir si soy yo el intolerante o estas cosas son realmente intolerables en una sociedad civilizada y donde el concepto de el prójimo tiene alguna vigencia. Entonces, me persigo pensando que exagero, y no ayuda el que mucha gente, casualmente argentinos, me rompe las pelotas con esto. Seguramente es un poco de ambas, pero mirando un poco lo que es vivir en Argentina, cómo se llevan entre ellos y cómo se joden la vida a sí mismos y a los demás... da para pensar que mi contribución al problema, mi intolerancia, es el menor de los factores.
En esa línea, el otro día escuché una comparación que me dejó pensando: decía el viejito con aspiraciones de Yoda mezclado con San Pedro, que si tuviera una pila de u$d 86.400 y alguien pasara y se llevara u$d 10, ¿tendría sentido impedirme disfrutar de los u$d 86.390 restantes? Por supuesto que no, y de ahí extrapolaba diciendo que uno no debería dejarse amargar el día (que tiene justamente 86.400 segundos) por un idiota que nos ensucia 10 segundos. A primera vista parece razonable, pero al mismo tiempo me hizo ruido la extrapolación. Hasta que me di cuenta de que el tema es que uno no se amarga por 10 segundos y después la vida se reinicia y sigue. Gente como yo no se enoja porque alguien que viene por la izquierda con el auto en una esquina pasa primero. Es cierto que esa interacción dura 4 segundos y ya. Uno se enoja porque sabe que alguien que pasa cuando no le toca no lo hizo esa vez y el resto de su puta vida es un law abiding citizen, sino un reverendo sorete que vive cagándose en las reglas, es decir, en el prójimo, y que esa es una de mil que va a hacer ese día, y que como él hay otros 46,9 millones de los 47 millones de habitantes que tiene este pobre país. Eso es lo que amarga no solamente los 86.400 segundos del día sino la existencia de los que nos jodemos haciendo la fila mientras los colados pasan primero. Y no es porque nos afecte personalmente, sino porque sabemos fehacientemente lo bueno que es para todos actuar con consideración al prójimo. Pero ya me siento un lorito que, además de repetir como un imbécil lo que ya dije mil veces, ya debería haber entendido que mejor irme y listo. Estoy poniendo este país ahí donde puse mucho más rápido a Alemania, que cada vez que despegaba de Múnich para venir a pasar las fiestas pensaba que si mientras subía el tren de aterrizaje explotaba una ojiva nuclear y se los llevaba a la mierda, lo que iba a lamentar era la moto.

sábado, 24 de agosto de 2024

en términos cristianos

Para expresarlo en términos que se ajusten a la visión de los creyentes del cristianismo, lo voy a decir así: si cuando se muera mi cuerpo queda algo de mí, algo que podamos llamar mi alma, y que pueda actuar, subiría al cielo o a donde sea que quede la puta oficina del dios cristiano, el viejo de la barba, ese que se parece a Papá Noel, y haría un rollito metafísico con mi depresión y se la metería bien en el fondo del orto.
Está choto, el asunto. Por si no se notó. Nada ayuda. Una multa imbécil de la vez que fui a Buenos Aires hace casi dos meses, una aberración de reclamo, y el ridículo sistema para desanimar cualquier cosa que no sea pagar de una y sin chistar. Excepto que lo que me están multando es claramente incorrecto e hasta me animo a afirmar indecente, así que se pueden morir desangrados que no pienso pagar la estupidez que reclaman. Que les caiga una bomba nuclear. Lástima por los edificios históricos y bellísimos que hermosean la ciudad.
Y el clima, frío como la gran puta, lluvioso, con viento y ganas de que te quedes en casa or else. No logro distinguir el clima dentro de mi cabeza, del de afuera, pero honestamente no recuerdo un invierno tan choto, tan frustrante.
Y la soledad que me atenaza. Siento un vacío en el alma que no me lo puedo sacar, ni siquiera logro que deje de sentirse cada día más grande.
Tengo miedo.
Limpié la puerta del horno, o por lo menos el vidrio. Ahora que lo pienso, cuando llegue a casa en un rato voy a limpiar el resto, lo del lado de afuera. Para que se vea más linda la cocina. Mañana viene Hermana & Co y me sirve de excusa perfecta para limpiar y tener el lugar un poco más agradable.

Siempre tuve esa necesidad de belleza, y creo fuertemente que es para compensar lo que está dentro de mí y las cosas que me pasaron, y las que veo que pasan en este pobre planeta. Hace un par de días se me cruzó un perfil de Instagram donde ponen palabras que definen cosas lindas, de esas que uno experimenta pero muy probablemente no sabía que había una palabra específica, como cingulomanía | fuerte deseo de tener a una persona en brazos. No aclara si es cualquier persona o una en particular. O filocalista | persona que ama la belleza, que la aprecia o encuentra en todas las cosas. También está amaoto (japonés) | sensación relajante que produce el sonido de la caída de las gotas de lluvia. Precisamente en este momento estoy escuchando eso con los auriculares, de una radio por intenet. Me ayuda muchísimo a calmarme y a aislarme de los que me rodean y sus celulares. Lo descubrí por casualidad, creo que lo vi recomendado en algún lado, y con algo de escepticismo empecé a hacerlo y me da resultado, a veces a tal punto que cuando apago la computadora para irme, es como despertarme a todo lo que me rodea. Linda sensación. Es que a veces estoy hasta 2 horas escribiendo y la gente que estaba en el café cuando llegué ya hace rato que se fue y vinieron otros. O estaba vacío y se llenó. Cosas así.
Volviendo a lo de las palabras, me encantaría tener un círculo de gente con la que discutir lo siguiente, que se me ocurrió hace unos días: lo contrario de dar, ¿es recibir, o tomar? Automáticamente me hace pensar en ese dicho que dice que el esclavo no sueña con ser libre, sueña con ser amo.

PD: finalmente logré comunicarme con los de la multa y la cancelaron, sin cobrarme. Me hubiera gustado agarrar a la estúpida que me atendió y hacerle comer el teclado por sermonearme y dárselas de magnánima, pero me vino a la mente eso de elegí tus batallas y lo de molinos de viento. Maldita mortalidad.

lunes, 19 de agosto de 2024

energía

No ando bien. El tema de estar solo me afecta más y más. Lo veo y lo sufro en cada aspecto de mi vida, cada cosa que pienso o hago. Cuando me despierto, solo. Nada más quiero una mano para tomar, o una respiración que escuchar. El desayuno, solo. No le preparo nada a nadie, y me hago siempre lo mismo (que me gusta mucho y por lo que estoy enormemente agradecido). Salgo a caminar, solo. No tengo a quién preguntarle si quiere venir, a dónde, si le traigo algo, ni pensar en sorprenderla con un chocolate. Ni nadie me espera en casa. Curiosamente, en retrospectiva, Perro es un lujo de alternativa, pero es otra relación, algo único y distinto a la que uno tiene con una pareja, o con un amigo o con un familiar. Con la moto, o la cámara. Obviamente, cuando digo que quisiera una mano para tomar, no puede ser cualquier mano; tiene que ser la de esa persona, la que amo o aunque sea tengo la ilusión de amar. Esas cosas son muy complicadas y soy el último en reconocer mis propios sentimientos.
Como sea, estoy bajoneado. No tengo energía. Me cuesta hacer cosas, y hasta me cuesta escribir una lista de 3 o 4 cosas para hacer. Todo es el Everest, y un Everest oculto. Y estoy en silla de ruedas. Porquería total, y ya estuve ahí a donde voy y tengo que parar el asunto ahora antes de... no vale la pena una metáfora, es una mierda como se lo escriba.
Volverse viejo es una bendición y una porquería al mismo tiempo. Para los que no tuvimos un modelo a seguir es especialmente choto, porque uno se vuelve más sabio cuando ya no puede hacer mucho con lo aprendido. A medida que voy acumulando primaveras se me hace más y más transparente lo importante que es para mí la conexión con las personas, sean familiares, amigos o pareja. Siempre fui muy selectivo y ese es el motivo; siempre lo supe, pero me pesaba e intentaba sacarme el mote de difícil, cuando en realidad tendría que haberlo cultivado. Puedo nombrar 3 amigos de mi tiempo en Alemania que me apoyan en esto, y eso me hace sentir bien porque además cada uno de ellos son gente que admiro.
Pero aunque esté en el buen camino, sigo siendo un bicho tímido y conservador que amo mil millones de veces más el proceso de conocer a alguien como ser humano antes que como cacho de carne, con las ilusiones y desilusiones, los malentendidos, los perfumes, los roces, las miradas, los primeros besos, hasta poner las cartas sobre la mesa y finalmente las inspecciones en braille, en lugar de esa mierda de Tinder & Co. Y sin embargo, lamentablemente ahí también juega un rol mi falta de energía, porque me es imposible ponerle ganas a conocer a alguien sin no dispongo de energía. Y no dispongo de energía. Me siento como una bañera que le sacaron el tapón y se fue toda el agua.

Tengo que remontar esto antes de que se empiece a acomodar en mi cabeza y se ponga feo en serio. Voy a empezar por limpiar el horno.